El fundamento
Cuando Cristo vino a la tierra explicó que, por medio del poder del Espíritu Santo, esta forma diferente de pensar produciría el fruto de las acciones y obras justas. Enseñó que el camino de Dios es el camino del dar, en lugar del camino normal, egoísta del hombre, que es el del obtener (Lucas 6:38; Hechos 20:35).
¿Cuál fue el contraste que Pablo hizo entre estas dos formas de pensar y de vivir?
“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:5-6).
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:3-5).
La clave para vivir una forma de vida diferente de los caminos del mundo es permitir que el Espíritu de Dios obre dentro de nosotros de tal manera que nuestra forma de pensar sea semejante a la de Jesucristo. Por medio de su santo Espíritu, Dios no sólo nos guía a una nueva forma de pensar, sino que además nos ayuda a cambiar las motivaciones que gobiernan nuestras acciones. El enfocarnos en la generosidad, en lugar del egoísmo y egocentrismo producidos por nuestra forma natural de pensar, trae consigo un cambio dramático en la forma en que vivimos y en todo lo que hacemos.
¿Cuáles son las prioridades más importantes en esta nueva forma de vida?
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
“Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:50).
“. . . el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
Dios nos pide que reordenemos nuestras prioridades, permitiendo a su Espíritu que nos ayude a cambiar nuestra forma de pensar. Servir a Dios haciendo su voluntad y deseando estar en su reino debe ser nuestra principal prioridad. Cuando ponemos a Dios primero, él promete proveernos con la forma de poder suplir nuestras necesidades. Esta, por sí sola, realmente es una promesa maravillosa que debiera darnos confianza y tranquilidad.
Vivir una vida según Dios es mucho más que simplemente invocar su nombre como si esto fuera suficiente para excusarnos cuando hacemos lo que nos plazca. Vivir una vida según Dios es hacer lo que a él le agrada.Es practicar lo que nos dice que hagamos: seguir el camino de vida definido por su palabra. ¡Necesitamos entender claramente los aspectos fundamentales de esta forma de vida!
¿Qué otros principios fundamentales enseñaron Cristo y sus apóstoles?
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:25-28).
“Pues este es al amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13; comparar con los vv. 15-17).
Jesús y sus apóstoles enseñaron un camino de vida basado en guardar los mandamientos de Dios con un corazón lleno de amor dispuesto a hacer sacrificios personales por el bien de otros, enfocándose en dar en lugar de obtener.Es una forma de vida en que hay preocupación por el bienestar de otros.
Un verdadero cristiano no puede basar su forma de vida —su nueva forma de vivir— en sus propias ideas acerca de lo bueno y lo malo. Los conceptos básicos de este camino que debemos seguir están definidos por Dios en las Escrituras. Las leyes de Dios, y el ejemplo de Cristo de una obediencia perfecta a estas leyes, fijan los parámetros para una forma de vida genuinamente cristiana.
Debemos estar seguros de que entendemos el papel que desempeña la ley de Dios en nuestras vidas. Pablo explica vehementemente en sus epístolas que ninguna ley nos puede justificar jamás; esto es, que no puede remover la culpa en que hemos incurrido por nuestras transgresiones pasadas (Romanos 3:23-25). La justificación —la remoción de la culpa de los pecados previamente cometidos— es un don que Dios da gratuitamente cuando nos arrepentimos y tenemos fe en la muerte expiatoria de Cristo como pago por nuestros pecados. Pablo dice: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (v. 28), esto es, por medio de la fe en la muerte de Cristo en nuestro lugar.
Pero Pablo después explica el papel que la ley todavía desempeña en nuestras vidas. “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (v. 31). El propósito de la ley no es proveernos perdón de pecados sino definir el pecado, “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”(v. 20). La ley de Dios revela los principios y parámetros de una vida según Dios.
Pablo explicó el fundamento de la vida que llevaba: “Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos [los incrédulos] llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas”(Hechos 24:14-16). La forma de vida de Pablo estaba basada en lo que había aprendido de las Sagradas Escrituras.
Esto es lo que nuestras vidas deben ejemplificar: los más altos patrones de comportamiento amoroso de acuerdo con estas mismas Escrituras. Nuestro comportamiento debe reflejar la actitud de querer ser siervos colaboradores y respetuosos tanto de Dios como de nuestros congéneres. Como verdaderos cristianos se supone que debemos ser personas afectuosas e interesadas en servir,leales y totalmente comprometidas con los principios que se enseñan en las Escrituras.