El Espíritu Santo en la Iglesia
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14-17).
Sólo aquellos que tienen a Dios el Padre y a Jesús el Hijo morando en ellos por medio del Espíritu Santo, son “hijos de Dios”.
Notemos que Dios guía a sus hijos por medio de su Espíritu. No los obliga. El Espíritu de Dios les da el poder sólo a aquellos que escogen obedecerlo. Esto explica por qué Pablo escribió: “No reine,pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:12-13).
Lo que Pablo dijo es que Dios, por medio de su Espíritu, nos ayudará para que vivamos justamente. Si respondemos, él pondrá en nosotros más y más de su naturaleza divina y su carácter. Pero no nos obligará. Debemos confiar en que nos ayudará, y así podremos actuar en fe. A medida que necesitemos más fe, él la proveerá (Efesios 2:8; comparar con Salmos 1:1-3).
¿Es posible ser un verdadero cristiano sin tener el Espíritu Santo?
“Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:8-11).
Quienquiera que afirme ser un seguidor convertido de Cristo, pero no se ha arrepentido de verdad ni ha recibido el Espíritu Santo, está totalmente equivocado acerca de su condición a los ojos de Dios. Semejante perspectiva proviene de sus propios sentimientos, deseos e impulsos carnales, porque “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:17).
Notemos que Pablo dijo que el Espíritu Santo procede tanto del Padre como de Jesús. Las Escrituras nos muestran que el poder espiritual divino está disponible para nosotros, procedente de cualquiera de los dos. Pero está representado como el mismo Espíritu, sin distinción. Como Pablo explica: “. . . un Espíritu,como también fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:4).
¿Por qué, además de la fortaleza espiritual, necesitamos el Espíritu Santo?
“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:12-13).
Jesús les dijo a sus discípulos: “. . . a vosotros os es dado saberlos misterios del reino de los cielos; mas a ellos [los que no son sus discípulos] no les es dado” (Mateo 13:11). Sin el Espíritu de Dios nadie puede comprender totalmente las Sagradas Escrituras. La ayuda de Dios, por medio de su Espíritu, es esencial para que podamos alcanzar ese grado de entendimiento.
¿Debemos pedirle a Dios que nos guíe por medio de su Espíritu, para poder entender correctamente las Escrituras?
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas . . .” (Juan 14:26).
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad . . .” (Juan 16:13).
En estos pasajes podemos ver muy claramente que Dios nos guía, y lo hace por medio de su Espíritu.
¿Espera Dios que maduremos y crezcamos espiritualmente?
“Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina . . . sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:14-15).
“Así que vosotros, oh amados . . . guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo . . .” (2 Pedro 3:17-18).
“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2).
Cuando recibimos el Espíritu de Dios no somos más que infantes espirituales. Pero debemos empezar a crecer aprendiendo rápidamente lo básico del camino de vida de Dios, desarrollándonos al ingerir la leche de su palabra. Si así lo hacemos, él obrará en nosotros por medio del Espíritu Santo para transformar nuestra vida.
¿Es necesario un esfuerzo de nuestra parte?
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).
“Hijo mío, si recibiereis mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor del Eterno, y hallarás el conocimiento de Dios” (Proverbios 2:1-5).
Dios espera que estudiemos las Sagradas Escrituras para que podamos entenderlas correctamente. Quiere que aprendamos a aplicar efectivamente su palabra en nuestra vida diaria. Las Escrituras nos dicen que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14).
En contraste, a los que son negligentes con el crecimiento espiritual les dice: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de la justicia, porque es niño” (vv. 12-13). A medida que aumenta nuestro conocimiento de las Escrituras, también debe aumentar nuestra capacidad de aplicar adecuadamente sus principios espirituales.
Leamos la oración que Pablo hizo por los hijos convertidos de Dios: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:14-19).
Pablo oró para que Dios les ayudara a sus hijos a discernir su voluntad, a comprender la intención de su palabra. Por medio de su Espíritu, Dios nos ayuda a incorporar este entendimiento a nuestro carácter, para que se vaya moldeando según su carácter, su naturaleza divina (2 Pedro 1:4). Con nuestra colaboración, él escribe en nuestros corazones y mentes los principios inherentes a sus leyes (Hebreos 8:10).
El maravilloso proceso de desarrollo de carácter es un milagro. Jamás podríamos lograrlo por nosotros mismos. Fue por eso que Pablo escribió: “Porque por gracia [el amoroso don de Dios] sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10).
Ningún esfuerzo de nuestra parte, a menos que esté acompañado por el poder del Espíritu de Dios, podría alguna vez darnos las características que Dios quiere que tengamos. Pero con su Espíritu trabajando en nosotros, podemos convertirnos en su obra maestra, capaces de hacer las obras que verdaderamente lo complazcan. Podemos saber cuáles son estas obras justas, porque Dios nos ayuda, por medio del poder de su Espíritu, a discernir cómo guardar el espíritu (la verdadera intención) de “toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
¿Cómo define la Biblia las “buenas obras” en que debemos “andar”?
“Sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:35).
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Santiago 3:13).
“Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16).
Ninguna obra de “iniquidad” puede ser catalogada como una “buena obra”. Más bien, alguien que “hace justicia” también es conocido por su “buena conducta”. Jesús hizo énfasis en esta verdad cuando dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23).
En contraste, por medio del poder del Espíritu Santo, Dios escribe sus leyes en nuestros corazones y mentes, permitiéndonos obedecer las Escrituras (Hebreos 10:15-16; Ezequiel 36:26-27). Con relación a eso Pedro escribió: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:14-15).
Las obras justas son simplemente la aplicación de los principios que encontramos en la Biblia, realizados con la ayuda y la guía del Espíritu Santo. Por lo tanto, como Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4). Sin embargo, para poder hacerlo de una manera constante, necesitamos que Dios obre en nosotros por medio de su Espíritu.