¿Qué es el Espíritu Santo?
La historia bíblica acerca de la antigua nación de Israel nos describe un pueblo muy familiarizado con la palabra de Dios, más que cualquier otro pueblo en la historia. Sin embargo, con pocas excepciones, los israelitas no vivieron de acuerdo con las instrucciones de su Creador. Aunque Dios les dio conocimiento de sus caminos, mientras vivieron no les dio la fortaleza interna que necesitaban para controlar su naturaleza carnal de un modo constante. Sin embargo, prometió que vendría una época en la cual ese poder espiritual estaría disponible, no sólo para ellos sino también para las personas de todas las naciones, por medio del don de su santo Espíritu.
La experiencia de los israelitas nos ayuda a entender que los seres humanos están incompletos sin el Espíritu de Dios. Como lo explica el apóstol Pablo: “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino [por] el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11). Y añade: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (v. 14).
Sólo podemos tener este discernimiento espiritual como un don de Dios, por medio de su Espíritu. Dios ofrece su Espíritu a los que se arrepienten genuinamente y sepultan simbólicamente sus cuerpos con Cristo en la sepultura acuática del bautismo. Al cuerpo de creyentes convertidos de esta manera, Jesús les ha prometido que el Espíritu Santo los “guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).
Para comprender cómo el Espíritu de Dios puede transformarnos, debemos entender lo que es este espíritu. Debemos empezar preguntándonos qué es Dios. Jesús explicó que “Dios es Espíritu;y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). La palabra espíritu identifica la verdadera esencia de Dios, así como amor describe la esencia de su carácter (1 Juan 4:8, 16).
Un ángel, al informarle a María que ella daría a luz a Jesús el Mesías, se refirió al Espíritu Santo como “el poder del Altísimo”(Lucas 1:35). Jesús les dijo a sus apóstoles: “. . . recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo . . .” (Hechos 1:8). Pablo explicó: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Pablo y otros realizaron “señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Romanos 15:19).
Las Escrituras nos presentan el Espíritu de Dios como manifestación de su poder divino dentro de su creación, especialmente en las personas que ha llamado y que se han convertido: los santos. Por medio del “poder del Altísimo” (Lucas 1:35) él puede darnos ciertos atributos de su naturaleza y su carácter. Estos atributos divinos, espirituales, transforman nuestra naturaleza débil hasta el punto en que somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). En nuestra nueva vida es necesario que escojamos positivamente y queramos caminar en obediencia, utilizando el Espíritu de Dios para vencer nuestra naturaleza débil, carnal.
La frase traducida como “Espíritu Santo” lleva inherente el concepto de poder. En el griego original es hagios pneuma, que significa literalmente “viento santo”. Pneuma también puede significar “aliento”, como aparece en Apocalipsis 13:15 (comparar con Génesis 2:7). Así como el aliento, la respiración, es esencial para la vida física, el Espíritu de Dios es esencial para la vida eterna. Y así como el viento es una fuerza invisible pero poderosa en el ámbito físico, el Espíritu Santo es una fuerza invisible pero poderosa en nuestro desarrollo espiritual.
El diccionario bíblico de Holman resume la comparación del Espíritu de Dios con el viento y el aliento en el Antiguo Testamento: “En cierta forma el Espíritu de Dios es representado como un viento poderoso, pues se utiliza la misma palabra hebrea rúaj, que designa el viento, aliento y espíritu. En la época de la salida de Egipto, Dios desplegó este viento sobre una parte del mar, y así permitió que los israelitas pasaran a salvo en medio del mar y escaparan del faraón y sus ejércitos (Éxodo 14:21) . . . [De todas las] veces que se describe este Espíritu como viento, [en muchas de ellas] se describe el viento como un instrumento de Dios, casi siempre destructivo y siempre fuerte e intenso. Esta propiedad del Espíritu refleja claramente el poder de Dios”.
Una de las oraciones del apóstol Pablo era esta: “. . . que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él . . . para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál es la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:17-20).
Dios empleó directamente esta comparación de “la operación del poder de su fuerza”, con un viento poderoso cuando dio por primera vez su santo Espíritu a los discípulos de Cristo. Lucas escribió: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).
El apóstol Pedro dio un poderoso sermón en el que explicó por qué Jesús había sido crucificado y lo que significaba el derramamiento del Espíritu Santo a sus discípulos. Muchos de los que le escuchaban “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (vv. 37-39).
Por primera vez en la historia, Dios estaba haciendo su Espíritu disponible para todos aquellos que estuvieran dispuestos a arrepentirse de sus pecados y comenzaran a obedecerle (Hechos 5:32). “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles . . .” (Hechos 2:41-42). ¡Nunca antes había sucedido algo semejante! El poder transformador de Dios estaba trabajando poderosamente en las vidas de los apóstoles y en todos aquellos que él estaba llamando.
En una ocasión anterior “. . . Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él . . .” (Juan 7:37-39). Aquí Jesús explicó que podíamos recibir el Espíritu Santo y que éste fluiría de nosotros para producir “el fruto del Espíritu . . . en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5:9).
En forma limitada podemos comparar el Espíritu Santo, como manifestación del poder de Dios, con la corriente eléctrica. La electricidad fluye a través de alambres conductores que la llevan desde su punto de origen hasta los aparatos que la utilizan. Mientras el circuito eléctrico se mantenga intacto, estos aparatos pueden recibir y utilizar su corriente. Pero cualquier interrupción en la corriente de energía causará una pérdida de poder de los aparatos que la consumen. Es imprescindible el contacto constante con la fuente del poder.
Lo mismo sucede con el Espíritu de Dios. Nosotros no tenemos la capacidad de almacenar permanentemente el poder del Espíritu Santo. Si nos desconectamos de nuestra relación con Dios, nos cortamos de su poder que obra en nosotros. Por lo tanto, es necesario que nuestro hombre interior se renueve “de día en día” (2 Corintios 4:16; comparar con Tito 3:5).
Alguien podría preguntar: ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser un don si el efecto que tiene en nosotros depende de que mantengamos una constante relación con Dios?
Nuevamente, una analogía puede sernos útil. Supongamos que una compañía eléctrica nos ofrece un servicio gratuito de energía para casas rodantes que se encuentren en un radio de acción de 10 kilómetros alrededor de la central eléctrica. Esa electricidad sería un regalo de la compañía.
Pero supongamos que algunas de estas casas fueran llevadas más allá del límite fijado por la compañía eléctrica. ¿Seguirían recibiendo el servicio gratuito de electricidad? No. El servicio gratuito sería tan sólo para las casas que permanecieran en el radio de acción especificado por la compañía.
De igual forma, debemos mantener una estrecha relación con Dios para poder recibir poder espiritual de él. Dios es la fuente de ese poder.
David, una de las pocas personas que recibieron el Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, comparó el hecho de recibirlo con el estar en la presencia personal de Dios (Salmos 51:11; 139:7). Pablo expresó un pensamiento similar cuando dijo: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). El Espíritu Santo es el poder de Dios que trabaja activamente en los que él ha llamado y escogido, sus santos, para transformarlos en sus hijos e hijas, ayudándolos a crecer “en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15).
Jesús se refiere al Espíritu de Dios como “el Espíritu de verdad”, el “Consolador”que “procede del Padre” (Juan 15:26). En otras palabras, Dios nos fortalece directa y activamente por medio de su Espíritu. Es su poder activo que obra en nosotros y nos ayuda a vivir de una manera justa.
La palabra griega que se traduce como “Consolador” es parakletos. Cuando se traduce como “Consolador” se refiere al Espíritu Santo. Sin embargo, en un pasaje se traduce como “Abogado”y se está refiriendo a Jesús como nuestro abogado ante el Padre. La forma verbal de este nombre es parakaleo, traducido como “consolar”, “rogar, “orar”, “exhortar”, “llamar”, etc. Una tercera forma de la palabra, paraklesis, es un sustantivo que se traduce como “consolación”, “exhortación”, “consuelo”, “ruego”, etc.
Parakletos significa literalmente alguien “llamado al lado de uno, en ayuda de uno” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1985, 1:310). En aquella época, con frecuencia “se usaba en las cortes de justicia para denotar a un asistente legal, un defensor, un abogado” (ibídem). Todas estas tres palabras griegas se derivan de raíces cuyo significado es “llamar en ayuda de uno”, lo que implica una solicitud de ayuda.
Por estos significados, podemos ver que cuando parakletos se utiliza para describir el Espíritu Santo como un consolador, implica una fuente de ayuda que está disponible para nosotros en casos de necesidad o de problemas. Esto nos da a entender que Dios nos guía y nos ayuda como un abogado, un poderoso “defensor”, como si estuviéramos en un juicio ante una corte legal.
Pablo ilustró esto en 2 Corintios 1. Pero parte del impacto de la descripción que Pablo hace del Espíritu Santo como nuestro Consolador se ha perdido en la mayoría de las traducciones en español. Esto se debe a que las palabras griegas parakletos, paraklesis y parakaleo son difíciles de traducir de una forma adecuada con una sola palabra. Las palabras que utilizan la mayoría de los traductores —consolador, consolación y consolar— no expresan adecuadamente el significado que tienen las palabras en griego.
Para remediar esta deficiencia en la traducción, hemos agregado [indicándolo entre corchetes] la forma adecuada de ciertas palabras y frases. Esto representa más fielmente lo que Pablo quiso expresar:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda [ayuda espiritual divina], el cual nos [ayuda] en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros [ayudar] a los que están en cualquier tribulación, por medio de la [ayuda espiritual] con que nosotros somos [ayudados] por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra [ayuda espiritual]. Pero si somos atribulados, es para vuestra [ayuda espiritual] y salvación; o si somos [ayudados espiritualmente] es para vuestra [ayuda espiritual] y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la [ayuda espiritual divina]” (2 Corintios 1:3-7).
Pablo no quería que los corintios olvidaran nunca que tenían acceso y podían confiar en la poderosa ayuda del Creador del universo, quien dijo: “No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Hebreos 13:5-6).
Dios va mucho más allá de sólo ayudar a aquellos que le sirven. Los inspira y los conduce por medio de su Espíritu. Pablo escribió: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14). Y Pedro explicó que “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).
Veamos ahora cómo es que Dios ha guiado e inspirado a sus siervos a lo largo de las épocas.