La ley real del amor

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“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

Jesucristo fundó la fe cristiana sobre el principio del amor: el profundo y sincero amor de los cristianos hacia Dios y hacia sus semejantes. Juan, discípulo de Cristo y uno de sus amigos más íntimos, escribió: “Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).

Pero ¿en qué consiste, concretamente, el amor?

Si les pedimos a nuestros amigos que nos lo expliquen, nos daremos cuenta de que tienen conceptos muy variados de lo que significa la palabra amor. Es probable que algunos lo describan como un sentimiento. Otros tal vez lo definan como el cuidar de los demás, sin aclarar qué significa para ellos “cuidar”. Y ¿cuántos no equiparan el amor con alguna forma de atracción sexual?

La mayoría de las personas reconocen que el amor, o cuando menos cierto respeto, es indispensable en las relaciones interpersonales; no obstante, conviene tener mucho cuidado conforme analizamos las definiciones de lo que es el amor. Algunas son tan vagas que dan el visto bueno a casi cualquier forma de conducta. A veces, la palabra amor no es más que un hábil disfraz para ciertos patrones de conducta nocivos.

Muchas personas religiosas abrazan el concepto de amar a otros como a sí mismas, pero desconocen completamente cómo define la Biblia el amor. Como resultado, no entienden la necesidad de poner en práctica los principios bíblicos que determinan el éxito o el fracaso en sus relaciones interpersonales.

¿No sería maravilloso que el amor pudiera definirse de una manera clara y precisa, sobre todo cuando hablamos del amor que Dios tiene por nosotros y del amor que debemos tener unos por otros?

El Decálogo define el amor

Para que el amor sea realmente significativo es necesario que tenga una definición clara y que la entendamos correctamente. Este es el propósito de la ley de Dios, particularmente los Diez Mandamientos.

Jesucristo explicó que el propósito fundamental de la ley es enseñarnos cómo aplicar los dos grandes principios de amar a Dios y amarnos unos a otros. Lo dijo muy claro cuando alguien le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40).

A la luz de la tremenda explosión de conocimientos que hemos visto en años recientes, ¿cómo es posible que sean tan pocos los que entienden esta verdad tan básica de la Palabra de Dios? ¿Por qué no pueden todos entender que “toda la ley y los profetas” (lo que conocemos como el Antiguo Testamento) nos enseñan primeramente la forma correcta de amar; luego, en forma vívida, nos presentan los males y los castigos que resultan por la falta de amor? ¿Por qué tanta gente cree que el amor de Dios se enseña sólo en el Nuevo Testamento?

El amor en el Antiguo Testamento

El amor es el meollo de todas las Escrituras, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. No obstante, para muchas personas resulta sorprendente que sea en el Antiguo Testamento donde primeramente se nos manda: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18).

Es también en el Antiguo Testamento donde encontramos las palabras de Moisés, quien enlazó los conceptos del amor y la obediencia a Dios: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide el Eterno tu Dios de ti, sino que temas al Eterno tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al Eterno tu Dios con todo tu corazón y toda tu alma; que guardes los mandamientos del Eterno y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” (Deuteronomio 10:12-13).

Todos y cada uno de los mandamientos de Dios son para nuestro propio bien. ¿Nos damos cuenta de que en el pasaje que acabamos de citar, obedecer los mandamientos de Dios y profesar amor están irrevocablemente ligados ante los ojos de Dios? Esto es porque sus mandamientos definen el amor que es la base de todas las relaciones verdaderamente buenas y correctas.

El amor simplemente resume el propósito de los Diez Mandamientos. El apóstol Pablo lo explicó de esta manera: “No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Romanos 13:9).

El amor de Dios por la humanidad

El trato recíproco que Dios ha querido tener con el hombre desde que lo creó, siempre ha sido motivado por su amor por nosotros. Jesús mismo dijo: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17).

Dios quiere que vivamos para siempre, que heredemos la vida eterna. Pero antes, tenemos que aprender cómo amarlo a él por encima de todo lo demás; también tenemos que aprender cómo llevarnos unos con otros, cómo amar a nuestros semejantes. Sin amor y respeto, es imposible tener paz y armonía. Si Dios nos diera la vida eterna sin antes enseñarnos cómo amarnos unos a otros, estaría condenándonos a vivir en conflictos y caos para siempre. Es por eso que el amor —el verdadero amor de Dios— es tan importante.

Dios no permitirá que llevemos a la eternidad los resentimientos, celos, hostilidades y deseos egoístas de nuestra mente carnal. Tendremos que aprender el verdadero significado del amor o sencillamente no podremos recibir la vida eterna. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:14-15).

Así que volvamos a la pregunta: ¿Qué es el amor? El apóstol Pablo nos la responde de esta manera: “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). Y en 2 Juan 6 podemos leer esta definición: “Este es el amor, que andemos según sus mandamientos”.

Otro de los escritores de la Biblia nos muestra de manera muy clara que la ley real del amor incluye específicamente los Diez Mandamientos: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:8-11).

¿Qué es el pecado?

Entendamos la definición bíblica del pecado: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Según la Biblia, se comete pecado al quebrantar cualquiera de los mandamientos de Dios. Así de sencillo es.

¿Cómo afecta el pecado nuestra relación con Jesucristo? “Sabéis que él [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (vv. 5-6). Ciertamente estas son palabras que debemos tomar muy en serio.

Luego, en el versículo 10 leemos: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios”.

¿Cómo podemos saber que conocemos a Dios y que tenemos una buena relación con él? “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:4-6).

¿Cómo anduvo Jesús? Leamos lo que él mismo nos dice: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10). Cristo también dijo: “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho” (Juan 12:49-50).

Por las propias palabras de Jesucristo podemos ver que “guardar los mandamientos de Dios” equivale a “permanecer en su amor”. Su ejemplo nos demuestra que la obediencia y el verdadero amor son inseparables. Cometer pecado significa violar el amor al quebrantar los mandamientos de Dios. El pecado es anarquía: incumplimiento o rechazo de los reglamentos que definen lo que son la justicia y el amor verdaderos.

La ley y la libertad

Dios no nos da la libertad para que nos comportemos como nos dé la gana. Aunque en la Biblia se nos presenta la ley de Dios como “la ley de la libertad” (Santiago 2:12), la verdadera libertad se describe claramente como el ser libres del pecado y sus devastadoras consecuencias, no la licencia para saciar nuestros apetitos carnales.

Nuestros pecados nos causan terribles castigos. Refiriéndose al pecado de la humanidad, el apóstol Pablo escribió: “Quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz” (Romanos 3:16-17). También comparó los efectos del pecado con la esclavitud, lo contrario de la libertad: “Cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte” (Romanos 6:20-21).

El pecado, la transgresión de la ley de Dios, no sólo nos esclaviza sino que, si continuamos pecando, también nos impedirá recibir la vida eterna (Mateo 19:17). Por eso es que uno de los hermanos de Jesús nos exhorta: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12). La norma básica por la que seremos juzgados son los mandamientos de Dios.

Sólo cuando nos arrepentimos, dejando de quebrantar la ley de Dios, podemos ser liberados de las consecuencias del pecado por medio del sacrificio de Cristo, que es lo único que puede limpiarnos de nuestros pecados (Hechos 2:38; 1 Juan 1:7). El apóstol Pablo explica que sólo aquellos que sinceramente obedecen a Dios pueden ser liberados de la esclavitud del pecado: “Gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17).

El apóstol Juan lo aclara aún más al decir que obedecer los mandamientos de Dios es practicar el amor de Dios: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). En lugar de ser una carga, como muchos los consideran, los mandamientos de Dios alumbran el camino que nos lleva al amor y a la libertad verdaderos. El salmista describe con elocuencia algunos de los beneficios de la ley de Dios: “Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos; de todo mal camino contuve mis pies, para guardar tu palabra. No me aparté de tus juicios, porque tú me enseñaste. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:98-105).

No en balde Jesús nos recordó lo que fue escrito en Deuteronomio 8:3: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). El apóstol Pablo entendió esto muy bien: “La circuncisión es nada, y nada la incircuncisión; lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7:19, Biblia de Jerusalén).

Una guía de conducta

Aunque el Decálogo no es un código muy detallado, sus principios abarcan todos los aspectos de la conducta humana. Tomando la Biblia como un manual de instrucciones para el comportamiento del hombre, los Diez Mandamientos pueden ser considerados como los encabezados de sendos capítulos.

Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17). Ciertamente, él había venido a cumplir con lo que en la ley y los profetas —las Escrituras conocidas en ese tiempo— se decía acerca de él. Sin embargo, tanto por su ejemplo como por sus enseñanzas él amplió el campo de aplicación de los mandamientos de Dios. El verbo griego traducido como “cumplir” en este versículo es pleroo, que significa “suplir” (Filipenses 4:19), “rellenar” (Lucas 3:5), “estar atestado” (Romanos 1:29), “hacer lleno” (Mateo 13:48), “llenar hasta arriba” (Juan 12:3), “completar” (Filipenses 2:2) (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, tomo 1, pp. 163, 281, 358; tomo 2, p. 339; tomo 3, p. 344; tomo 4, p. 105).

Jesucristo hizo ver a sus discípulos que su misión no era desechar, anular o restarles importancia a los Diez Mandamientos. Antes bien, les advirtió a los que le seguían: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20). Al continuar leyendo este capítulo el propósito inequívoco que tuvo Jesús se hace evidente, ya que él mismo mencionó varios de los mandamientos y amplió grandemente su significado y su aplicación.

Primero habló del mandamiento que prohíbe el asesinato: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (vv. 21-22).

Cristo nos muestra que el principio que encierra este mandamiento va mucho más allá de quitarle la vida a otro ser humano; abarca además las actitudes destructivas de la ira, el resentimiento y la amargura. Él explica que condenar u odiar a alguien puede impedir que recibamos la vida eterna. En otras palabras, las enseñanzas de Jesús no simplemente iluminan los principios resumidos en el Decálogo, sino que imponen normas de comportamiento aún más estrictas por cuanto rigen los pensamientos y las actitudes además de los actos físicos.

El Decálogo y las relaciones interpersonales

Cuando Jesús explicó que “toda la ley y los profetas” están comprendidos dentro de los dos grandes mandamientos del amor a Dios y el amor a nuestros semejantes, estaba haciendo hincapié en la importancia de las relaciones interpersonales (Mateo 22:35-40). De hecho, nos dice que cada uno de los mandamientos de Dios define un aspecto de la clase de relación que debemos tener unos con otros o con nuestro Creador.

Cuando analizamos los Diez Mandamientos, vemos que los primeros cuatro explican cómo debemos relacionarnos con Dios: la manera apropiada de mostrarle nuestro amor y respeto. Los otros seis explican los aspectos básicos de una relación correcta con nuestros semejantes. Darnos cuenta de esto es esencial para que podamos entender las leyes de Dios y reconocer su importancia. No son simplemente reglamentos o ritos, y quienes los consideran de esa manera tienen un concepto equivocado del propósito de Dios al darnos su ley.

Claramente, Dios nos dice que sus mandamientos tienen un propósito: Fueron dados para el beneficio bendición de la humanidad. Sientan las bases para relaciones que producen respeto, armonía y estabilidad dentro de cualquier sociedad que los entienda y aplique correctamente.

El propósito de este folleto es el de ayudarle, apreciado lector, a entender más claramente los Diez Mandamientos y a aplicarlos en su vida. Es mucha la gente que, viéndolos simplemente como una lista de prohibiciones, no se da cuenta de su verdadero propósito. Esperamos que este folleto lo inspire de manera que pueda apreciar la sabiduría de Dios al grado de que usted reconozca sus mandamientos como la norma para su comportamiento personal y se comprometa a someterse a ellos. Ese es el ejemplo que Jesucristo nos dejó (Juan 15:10; 1 Pedro 2:21; 1 Juan 2:6).