¿En qué consiste el legalismo?
En este capítulo se hacen referencias al enfoque legalista de las autoridades religiosas, quienes acusaron a Jesús de violar el mandamiento del sábado. ¿Qué significa el término legalismo? La definición del diccionario nos dice que es un “respeto exagerado por la letra de las leyes” (Diccionario de uso del español).
Una interpretación muy popular, sobre todo en los círculos religiosos, nos dice que legalismo es cualquier forma de obediencia a la ley de Dios y que por lo tanto debe ser evitada. Esta palabra es usada en forma peyorativa, especialmente contra ciertas prácticas, entre las cuales está incluida la observancia del sábado o de cualquier otra ley que haya sido dada en el Antiguo Testamento. Sin embargo, no es correcto usar la palabra así.
Obedecer correctamente las leyes de Dios no es legalismo. Ser legalista en el sentido religioso es aplicar las leyes de Dios de una manera que él nunca pretendió.
Los fariseos socavaban la ley
Los fariseos, una rama excesivamente estricta del judaísmo cuyas interpretaciones predominaban en el pensamiento popular en el tiempo de Jesús, fueron legalistas. Añadieron muchísimas reglas de su invención a los preceptos de Dios, lo que hacía que éstos fueran tergiversados e interpretados incorrectamente.
Sus interpretaciones “añadidas” a la ley de Dios eran tan desvirtuadas que invalidaban la ley y la hacían totalmente ineficaz (Mateo 15:6). Al cumplir con las ordenanzas de los fariseos, las personas ya no estaban siguiendo la ley de Dios (Juan 7:19).
El enfoque errado que tenían de la ley de Dios llevó a muchos a rechazar a Jesucristo como el Mesías prometido, aunque la misma ley dio testimonio de él (Juan 5:39-40; Lucas 24:44).
Esta fue la razón por la que Jesús condenó tan duramente la falta de entendimiento y la hipocresía de los dirigentes religiosos de su época. Les advirtió que debían volver a la enseñanza correcta y a la práctica de la ley de Dios según el propósito y la intención originales; también les mostró que él era el Mesías prometido.
La tergiversación de la ley
El apóstol Pablo también condenó en sus escritos a todos aquellos que tergiversaban el uso correcto de la ley de Dios. Esto es muy evidente en la Epístola a los Gálatas. Lo que Pablo estaba tratando no era el hecho de guardar la ley de Dios correctamente, algo que él siempre defendió como necesario (Romanos 3:31; Romanos 7:12, Romanos 7:14, Romanos 7:22, Romanos 7:25), sino el alegato de que la justificación (el perdón y la restauración del pecador al estado de justicia) podía lograrse por medio de la circuncisión y la obediencia estricta a la ley.
Algunos falsos maestros (Gálatas 2:4; Gálatas 5:10, Gálatas 5:12; Gálatas 6:12-13) descaminaron a las congregaciones de Galacia insistiendo erróneamente en que la circuncisión y la obediencia a la ley eran elementos suficientes para alcanzar la justificación y la salvación, sin tener en cuenta la fe en Jesucristo.
El apóstol condenó esta falsa enseñanza haciendo notar que la obediencia a la ley nunca había hecho posible tener la vida eterna (Gálatas 3:21). Dejó claro que la justificación —ser hecho justo a los ojos de Dios y tener acceso con esto a la vida eterna— es posible solamente por medio de Jesucristo (Gálatas 2:16; Gálatas 3:1-3, Gálatas 3:10-11, Gálatas 3:22; Gálatas 5:1-4).
Pablo explicó claramente que para el perdón de los pecados se necesitaba un sacrificio, y que aun la obediencia más estricta a la ley no puede eliminar la necesidad de este sacrificio. Sin embargo, la ley de Dios se erige como un parámetro de justicia por medio del cual toda la humanidad va a ser juzgada (Santiago 2:8, Santiago 2:12). La fe no anula ni abole la ley (Romanos 3:31), como algunos suponen erróneamente. El apóstol Pablo dijo que la fe es la que establece la correcta aplicación de la ley.
La conclusión expresada por Salomón de que el todo del hombre es temer a Dios y guardar sus mandamientos (Eclesiastés 12:13), hace manifiesto que el propósito de la ley de Dios perdura para toda la humanidad. El apóstol Juan lo confirmó cuando dijo: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos . . .” (1 Juan 5:3).
Cuando la mujer sorprendida en adulterio fue llevada delante de Jesús, él le dijo: “No peques más” (Juan 8:11); en otras palabras: “Aférrate a la ley de Dios”. Cuando el joven rico le preguntó qué debía hacer para tener la vida eterna, la respuesta fue: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17).
¿Qué nos dice la Biblia acerca de la ley? Que sustituir los preceptos de Dios por leyes inventadas por el hombre, como lo hicieron los fariseos, es un grave error. Creer que guardar cualquier ley lo hace a uno recto a los ojos de Dios, en lugar de reconocer la necesidad de tener fe en Jesucristo, es legalismo.
Si nos concentramos exclusivamente en obedecer la ley sin tener la motivación de complacer a Dios, amándolo a él y amando al prójimo, desvirtuamos el propósito de la ley (Mateo 22:36-40; Romanos 13:10) y somos legalistas.
Si creemos que por guardar cualquier ley podemos hacernos acreedores de la salvación, somos culpables de legalismo. Obedecer estrictamente la letra exacta de la ley, mientras buscamos cómo dar de lado el propósito y el espíritu de la misma, es legalismo.
La obediencia correcta no es legalismo
Jesús y la Biblia nos dejan una cosa perfectamente clara: La obediencia correcta a la ley de Dios no es legalismo.
Después de su conversión, el cristiano recibe mucho mayor entendimiento del propósito y el espíritu de la ley de Dios. Entiende la importancia de tener fe en el sacrificio de Jesús y recibe un mayor conocimiento de por qué es necesaria la obediencia, pero es decisión de la persona si obedece o no. Esto no es legalismo.
Obedecer con una actitud correcta los mandamientos dados por Dios, incluido el mandamiento de guardar el sábado, para santificarlo, no es legalismo. No permitamos que nadie nos engañe con tal razonamiento, el cual contradice claramente la exhortación que Jesús nos hace en Mateo 5:19.