Cambios de opinión entre algunos estudiosos
Desde el tiempo de la Reforma gran parte de la cristiandad ha tenido un concepto paradójico de la ley de Dios. Por un lado, los Diez Mandamientos han sido considerados como la ley moral más grande que el hombre ha conocido. Por otro, a estos preceptos no se les ha dado importancia o han sido calificados como demasiado arbitrarios para tener que guardarlos.
Esta contradicción vino a ser claramente manifiesta en el siglo 16 cuando surgieron diferencias doctrinales entre los principales fundadores de la teología protestante, Martín Lutero y Juan Calvino.
Calvino creía que los cristianos debían guardar los Diez Mandamientos (aunque él mismo se había sometido a la tradición de observar el primer día de la semana como reposo en lugar del séptimo como se ordena en el Decálogo). Este concepto de Calvino fue muy aceptado en los siglos pasados, pero gradualmente fue desapareciendo durante el siglo 20.
Hoy día la mayoría de las sectas cristianas manifiestan, cuando menos en sus costumbres, la perspectiva que Martín Lutero tenía acerca de los mandamientos de Dios. Lutero supuso, erróneamente, que el apóstol Pablo había rechazado la autoridad del Antiguo Testamento así como él había rechazado la autoridad de la jerarquía católica de su tiempo. Pero él no entendía correctamente las enseñanzas de Pablo.
En Efesios 2:8 Lutero leyó que Pablo había enseñado que la salvación se recibe por gracia por medio de la fe. Pero él interpretó mal esta enseñanza, y ahí es donde se originó el craso error que más tarde habría de dar forma a los conceptos de cientos de millones de personas en todo el mundo.
Lutero enseñó que la salvación se recibe solamente por la fe. Con esto quiso decir que los cristianos no tenían que obedecer las leyes del Antiguo Testamento, incluso los Diez Mandamientos. Enseñó que para obtener la salvación sólo se tenía que creer en Cristo; que la fe por sí sola era todo lo que se necesitaba. Como resultado, Lutero contrapuso el Antiguo Testamento al Nuevo.
James D.G. Dunn, profesor de teología en la Universidad de Durham, Inglaterra, explica que la primera suposición equivocada de Lutero fue que la situación personal de Pablo con el judaísmo era idéntica a su propia situación con el catolicismo. Lutero supuso, erróneamente, que Pablo estaba conturbado por su relación personal con la ley de Dios.
Luego Dunn explica: “El problema con todo esto es que cuando Pablo habla explícitamente de su propia experiencia antes de que fuera cristiano, no menciona nada de eso . . . En Filipenses 3:6 simplemente dice que antes de su conversión él se consideraba ‘en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible’. En otras palabras, no existe indicación o insinuación de que [Pablo] haya experimentado un período de ansiedad y culpabilidad como la que sufrió Lutero”.
Más adelante, el mismo profesor dice que la segunda suposición equivocada de Lutero “fue que el judaísmo en el tiempo de Pablo era igual que el catolicismo medieval de la época de Lutero, cuando menos en lo que se refería a la enseñanza acerca de la justicia de Dios y la justificación. La segunda suposición se desprendía lógicamente de la primera. Si Pablo hizo el mismo descubrimiento de la fe que había hecho Lutero, entonces él también tuvo que haber estado reaccionando en contra del mismo malentendido como Lutero” (The Justice of God [“La justicia de Dios”], 1994, pp. 13-14).
Como resultado de estas suposiciones equivocadas, Lutero llegó a la conclusión de que con la muerte de Cristo habían sido abolidas las leyes de Dios del Antiguo Testamento. Equivocadamente dedujo que Pablo había enseñado esto mismo.
Pero no fue eso lo que Pablo creyó ni enseñó. En los últimos 30 años, muchos cristianos y judíos estudiosos de la Biblia han demostrado categóricamente la obediencia de Pablo a las enseñanzas del Antiguo Testamento.
En seguida citamos los comentarios que han hecho algunos estudiosos de la Biblia sobre este asunto. Las citas aparecen en el libro titulado Removing Anti-Judaism from the Pulpit (“Eliminemos del púlpito la actitud antijudaica”), libro editado en 1996 bajo la dirección de Howard Kee e Irvin Borowsky.
John T. Pawlikowski, profesor de la Unión Católica Teológica de Ética Social, de Chicago, dice: “La supuesta oposición total a la Torá [las enseñanzas del Antiguo Testamento], la cual algunos teólogos, especialmente en las iglesias protestantes, usaban frecuentemente como la base de su contraste teológico entre el cristianismo y el judaísmo (libertad y gracia contra la ley), ahora parece apoyarse sobre algo menos que tierra firme” (p. 32). También: “Ahora resulta cada vez más aparente a los eruditos bíblicos que la falta de un profundo examen del espíritu y contenido de las Escrituras hebreas deja al cristiano actual con una versión truncada del mensaje de Jesús. De hecho, lo que queda es una versión mutilada de la espiritualidad bíblica” (p. 31).
Robert J. Daly, profesor de teología y sacerdote jesuita, nos dice: “Expresado francamente, desde el punto de vista cristiano, ser antijudío es ser anticristiano” (p. 52).
Frederick Holmgren, profesor del Antiguo Testamento, explica la importancia de los descubrimientos de estos eruditos: “A pesar de las confrontaciones que tuvo Jesús con algunos de los intérpretes [de la ley] en su tiempo, eruditos tanto cristianos como judíos lo ven como alguien que honró y obedeció la ley”. Este profesor explica también que “Jesús abrazó la Torá de Moisés; no vino a abrogarla sino a cumplirla (Mt. 5:17): a perpetuar sus enseñanzas. Además, a quienes acudían a él en busca de la vida eterna, él la puso como la enseñanza básica que debía ser observada (Lucas 10:25-28)” (p. 72).
Estos y otros estudiosos de la Biblia están cambiando su opinión acerca del lugar que ocupan las leyes de Dios en el Nuevo Testamento. Uno no puede menos que esperar que muchos otros sean inspirados por este ejemplo a fin de que abandonen sus prejuicios en contra de la necesidad de obedecer los Diez Mandamientos. No obstante, lo más probable es que la gran mayoría no creerá ni adoptará este punto de vista, ya que “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7).