Por fin llega el Día del Señor

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Por fin llega el Día del Señor

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Cuando se abre el séptimo sello hay “silencio en el cielo como por media hora” (Apocalipsis 8:1). Toda la creación está a la expectativa de lo que va a ocurrir. El Día del Señor, un tiempo que tanto los ángeles como los santos han esperado durante miles de años, finalmente llega. La respuesta a las oraciones de los santos, que a lo largo de los siglos han ascendido al trono mismo de Dios (vv. 3-5), es ahora inminente.

Al ser abierto el séptimo sello, por fin se puede abrir todo el rollo. Gran parte de lo que queda del libro está subdividido en siete partes principales, cada una anunciada por el toque de una trompeta.

En el mundo antiguo las trompetas se utilizaban frecuentemente para advertir la inminencia de un peligro. En este libro cumplen ese mismo propósito al anunciar las fases principales del juicio de Dios sobre este malvado mundo y sobre el diablo que lo ha engañado.

Juntas, las siete trompetas (capítulos 8-11) nos dan un resumen de lo que ocurrirá durante el tiempo conocido como el Día del Señor. El Apocalipsis nos describe la clase de castigo que anuncia cada toque de trompeta.

La mayoría de los demás capítulos (12-20) nos dan más detalles acerca del Día del Señor, en especial sobre las agresivas potencias que son controladas por Satanás hasta que Cristo finalmente las vence. Los capítulos 21 y 22 nos permiten vislumbrar la recompensa eterna de los santos.

Las cuatro primeras trompetas

Al tocarse las cuatro primeras trompetas, se hace daño “a la tierra y al mar” (Apocalipsis 7:2). Estas plagas están dirigidas directamente contra el medio ambiente de la tierra y devastan la tercera parte de él. Dios, nuestro Creador, les va a demostrar claramente a todos los seres humanos que él tiene un control absoluto sobre los sistemas ecológicos que sustentan la vida.

Veamos lo que se ve afectado por las primeras cuatro plagas anunciadas por las trompetas. Primero son quemadas “la tercera parte de los árboles” y “toda la hierba verde”. Después, “la tercera parte del mar” se convierte en sangre. Más adelante, “la tercera parte de los ríos, y . . . las fuentes de aguas” son envenenadas y muchas personas mueren a consecuencia de esto (Apocalipsis 8:7-11).

Finalmente, se oscurece la tercera parte de la luz del sol, de la luna y de las estrellas. Por lo menos una tercera parte de la tierra, y posiblemente toda, se verá afectada por una plaga de tinieblas semejante a la que afectó a Egipto en la época de Moisés (v. 12; Éxodo 10:21-23).

Aunque todos estos acontecimientos son escalofriantes, Dios es misericordioso. Él siempre quiere aplicar primero el mínimo castigo posible con el fin de que las personas vean la necesidad de arrepentirse. “Vivo yo, dice el Eterno el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ezequiel 33:11).

Por lo general, cuando Dios empieza a aplicar su castigo, muchas personas, en lugar de reconocer su endurecida conducta y sus malvados pensamientos, se resienten contra él. Aunque tal vez las cuatro primeras trompetas logren que algunas personas abandonen sus malos caminos, la mayor parte no se arrepentirá ni siquiera con los castigos más severos que vendrán después (Apocalipsis 9:20-21; Apocalipsis 16:9-11).

Cuando la rebelde humanidad se niegue a arrepentirse, Dios aumentará la severidad de los castigos. “Miré, y oí a un ángel volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles!” (Apocalipsis 8:13). La mención de las siguientes tres plagas como ayes nos da una idea de la clase de castigo que representan. Ahora el blanco serán “los que moran en la tierra”; es decir, las personas recibirán directamente esos castigos de Dios.

La plaga de la quinta trompeta

De la misma forma que sucede con los castigos de otras trompetas (la segunda y la cuarta), el de la quinta trompeta nos recuerda las plagas que cayeron sobre el antiguo Egipto. Esta aflicción surge de una atmósfera oscurecida por el humo. Armas con apariencia de langostas —posiblemente como los helicópteros militares actuales— van a atormentar a las personas como lo hace el escorpión: “. . . tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos. . .” (Apocalipsis 9:1-10).

Aunque no se especifica el origen de los sufrimientos, sus efectos parecen similares a la acción de las armas químicas o biológicas. El “rey” que dirige esta ola de dolor es llamado “el ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión” (v. 11).

Estos nombres significan respectivamente “destrucción” y “destructor”. Como dijimos anteriormente, a medida que el final de su reinado se aproxima, Satanás se llena de ira “sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12). Él es el conductor de esos grandes ejércitos que se reúnen para llevar a cabo su violento y sanguinario cometido. Pero Dios, siempre en control absoluto, les pone ciertos límites a las “langostas”: “Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes” (Apocalipsis 9:4).

Vemos que no se les permite matar a la gente, sino únicamente atormentarla (v. 5). Hasta ese momento los castigos habrán estado dirigidos contra el medio ambiente. Pero ahora la ira de Dios se dirigirá contra todos aquellos que aún no se quieran arrepentir. La agonía de esta plaga será tan intensa que muchos preferirán morir: “Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos” (v. 6). Dios insistirá todavía en darles la oportunidad a todos los habitantes de la tierra para que se den cuenta de lo airado que está con su comportamiento rebelde, y para que entiendan que ya no va a tolerar más sus pecados.

Tengamos en cuenta que Dios ha fijado un tiempo específico para este castigo. Esta plaga en particular durará cinco meses (v. 10). Dios tiene el control de lo que va a pasar y del tiempo que va a durar.

Después de cinco meses de terribles aflicciones se anuncia: “El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto” (v. 12).

La plaga de la sexta trompeta

Una voz le dice al sexto ángel: “Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates” (Apocalipsis 9:14). En la época en que fue escrito el Apocalipsis, el río Éufrates era el límite oriental del Imperio Romano. Excepto por un breve lapso durante el reinado de los emperadores Trajano y Adriano, cuando Mesopotamia y Asiria eran provincias de Roma, el Éufrates era considerado como la línea divisoria entre las provincias romanas y los territorios controlados por los reyes del oriente.

No sabemos con certeza si el río volverá a desempeñar este papel en los tiempos del fin, pero podría deducirse de lo que dice Apocalipsis 16:12, pues “los reyes del oriente” están nuevamente asociados en forma específica con el Éufrates.

Pasemos ahora al próximo acontecimiento: “Fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres” (Apocalipsis 9:15).

Para ese tiempo en la visión de Juan, ninguna nación se ha arrepentido. No han querido responder a las advertencias que Dios les ha hecho por medio del hambre, la peste y los desastres ambientales, o la agonía de la quinta plaga. Entonces Dios ya no detendrá más el comienzo de una guerra total en el mundo, un conflicto global que alcanzará su clímax en el momento en que Jesucristo regrese.

Llegará la hora en que Dios ya no les pondrá ningún freno a los hombres para que se maten unos a otros (excepto aquellos pocos justos que él haya sellado previamente). Estará a punto de comenzar una carnicería inimaginable, y un tercio de la población mundial morirá en la conflagración. Al parecer, estas muertes se agregarán a las ya causadas por el hambre, las enfermedades epidémicas y otras catástrofes que mencionamos anteriormente (todo lo descrito en la apertura del cuarto sello), y que afectarán una cuarta parte de la tierra.

Juan describe vívidamente este conflicto de la única forma que sabe, utilizando el lenguaje del primer siglo: “El número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca. Pues el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban” (vv. 16-19).

Juan pudo describir el increíble arsenal de las horripilantes armas modernas sólo con las palabras que él conocía. Los tanques, misiles, aviones con ametralladoras, bombas y misiles dirigidos por láser no existían en aquella época y por eso él no pudo describir todo esto en términos que nosotros reconoceríamos inmediatamente. Cuando estudiemos los capítulos 13-18 analizaremos más detalladamente el papel que desempeña Satanás en estos destructivos acontecimientos.

La guerra mundial que comienza con el toque de la sexta trompeta es el marco en el que transcurre todo el castigo restante en el Apocalipsis. Conviene recordar esto a medida que continuamos. En particular, el capítulo 10 y la primera parte del capítulo 11 deben ser analizados con esto en mente. El Apocalipsis nos muestra que la batalla decisiva al final de este conflicto estará dirigida directamente contra Jesucristo a su retorno (Apocalipsis 19:19).

A medida que se acerca el regreso de Cristo, el Apocalipsis describe la rebelde y contumaz actitud de la mayor parte de la humanidad. “Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos” (Apocalipsis 9:20-21).

Los siete truenos

En el capítulo 10, Juan ve a un ángel que tiene “en su mano un librito abierto” (v. 2). La voz del ángel se compara con el rugido de un león. Mientras que el ángel habla con Juan, siete truenos emiten sus voces. Después el apóstol dice: “. . . yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas” (v. 4). Es interesante notar que Dios le reveló a Juan más profecías de las que le permitió escribir.

El ángel subraya la importancia del toque de la séptima trompeta. “Y el ángel . . . juró por el que vive por los siglos de los siglos . . . que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (vv. 5-7). A partir del momento del regreso de Jesucristo, al toque de la séptima trompeta, se iniciará la fase final del plan de Dios.

Después Juan recibe instrucciones específicas: “Vé y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (vv. 8-11).

Las profecías que Juan escribió en el Apocalipsis serán proclamadas y explicadas a todas las naciones en el tiempo del fin. Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que la proclamación final de sus profecías, y del mismo evangelio, ¡captará la atención de todo el mundo!

Los dos testigos de Dios

Cuando llegue el tiempo del fin, Dios va a levantar a dos profetas, dos testigos escogidos que llevarán a cabo una misión espectacular a su servicio. A medida que proclamen las plagas y los juicios de Dios, realizarán portentosos milagros (Apocalipsis 11:1-12).

Ellos tendrán algunos poderes sobrenaturales semejantes a los que Dios les dio a Elías y a Moisés, dos grandes profetas de la antigüedad. “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos [semejante a Elías]; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Éstos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía [igual a Elías]; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga [semejante a Moisés], cuantas veces quieran” (vv. 5-6).

Esta misión especial durará tres años y medio, el mismo tiempo que Jerusalén estará ocupada por los gentiles (Apocalipsis 11:2-3). Además de lo que en el Apocalipsis se dice acerca de estos dos testigos, tal parece que están relacionados directamente con algunas profecías de Zacarías (v. 4; comparar con Zacarías 4:3, 11-14).

Los dos testigos aparecen en el lugar del templo en Jerusalén. Esto también es importante. En todo el Apocalipsis el templo siempre se asocia con la adoración de Dios. Leemos que “el patio que está fuera del templo . . . ha sido entregado a los gentiles” junto con “la ciudad santa” de Jerusalén (Apocalipsis 11:2).

Antes, Jesús había advertido acerca del acontecimiento específico que desencadenaría varios sucesos descritos en el Apocalipsis: “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes . . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:15-16, Mateo 24:21).

Las palabras de Jesús nos indican que, por obra de Satanás, la bestia profética y el falso profeta tomarán control del lugar del templo, convirtiéndolo temporalmente en el centro del sistema de adoración inspirado por el diablo. Los dos testigos de Dios se opondrán a la bestia y al falso profeta. A medida que los acontecimientos profetizados se acerquen a su clímax, Jerusalén será el punto focal de una gran pugna espiritual.

Pero ¿cómo van a ser recibidos los dos testigos y su mensaje? La gente los va a rechazar. Como ningún otro profeta en la historia del pueblo de Dios, estos dos testigos y su mensaje serán “aborrecidos de todas las gentes” (Mateo 24:9).

Sin embargo, los designios de Dios se cumplirán. El efecto de la obra de los dos testigos del Apocalipsis será semejante al de los otros grandes profetas. Por ejemplo, Dios animó a Ezequiel con respecto al resultado de sus profecías: “Pero cuando ello viniere (y viene ya), sabrán que hubo profeta entre ellos” (Ezequiel 33:33). No podemos esperar menos de estos dos poderosos siervos de Dios en el tiempo del fin.

Ellos atraerán la atención del mundo entero, y esto les dará una oportunidad única para advertir a las naciones que deben arrepentirse de sus pecados y de su rebeldía contra Dios. Luego, cuando Dios vea que su mensaje y advertencia han sido proclamados, permitirá que la bestia los mate. Esto también es parte del designio de Dios.

Cuando esto ocurra, la gente de todas las naciones estará muy familiarizada con las actividades de estos dos profetas, ya que los noticiarios y otros medios de comunicación habrán informado continuamente acerca de ellos. Esto es algo que se deduce muy claramente de las palabras de Juan: “Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra” (Apocalipsis 11:9-10). Todo el mundo va a rechazar las advertencias de estos dos siervos de Dios y sus llamados al arrepentimiento, y se regocijará por su muerte.

Pero su alegría durará muy poco. Tres días y medio después de su muerte, los dos profetas serán resucitados (vv. 11-13), posiblemente en el mismo momento en que suene la séptima trompeta, la que anuncia el regreso de Cristo. ¡Un mundo atónito tendrá la prueba irrefutable de quién es el Dios verdadero y cuál es su religión!

Lo que viene a continuación ocurrirá con asombrosa rapidez.

La última trompeta anuncia el regreso de Cristo

“El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto. El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:14-15).

Llega el momento tan esperado del regreso de Jesús, el Hijo de Dios, para establecer el Reino de Dios. “Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (vv. 16-17).

Para los fieles siervos de Dios esta será una ocasión de inmenso regocijo. Es el tiempo en que todos aquellos que están en sus sepulcros vencerán a la muerte y su fe en Dios será totalmente reivindicada. La oración de alabanza de los 24 ancianos refleja la jubilosa gratitud y alegría que tanto los ángeles como los santos estarán sintiendo en ese momento (vv. 16-18).

Pablo explica la importancia que reviste el regreso de Cristo para todos aquellos que están en sus sepulcros: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:51-54).

Con respecto a esta maravillosa ocasión, Daniel profetizó lo siguiente: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna . . . Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:2-3). (Si desea una explicación más detallada acerca de la importancia que tiene para usted el regreso de Jesucristo y la resurrección que ocurrirá en ese momento, no vacile en solicitarnos el folleto gratuito Nuestro asombroso potencial humano.)

Sin embargo, es necesario notar que el regreso de Cristo no será motivo de alegría para todo el mundo de una forma inmediata. El “ay” final sobre los habitantes de la tierra comenzará con el sonido de la séptima trompeta (Apocalipsis 11:14-15). Al respecto, Juan dice: “Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (v. 18).

El resto del Apocalipsis especifica qué es lo que debe ser destruido en el mundo antes de que el Reino de Dios pueda ser establecido en toda su plenitud bajo la regencia de Cristo.

Jesús también recalca la fidelidad del Padre y su compromiso total con cada promesa y profecía que ha hecho, al mostrarle a Juan en la visión de Apocalipsis 11 que “el arca de su pacto se veía en el templo” en el cielo (v. 19). Él nos recuerda que Dios nunca olvida las promesas del pacto que fueron registradas por sus siervos los profetas (Daniel 9:4).

Una de esas promesas tiene que ver con el derrocamiento del sistema de Satanás. Esto está por ocurrir. El juicio de Dios está a punto de ser expresado en toda su plenitud por medio de “las siete plagas postreras” (Apocalipsis 15:1). La gran Babilonia, la ciudad principal del imperio satánico de los tiempos del fin, será destruida. Pero antes, Cristo nos revela lo que es y por qué debe ser destruida.