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Si vemos a una persona que con mucho sacrificio y esfuerzo se sube a un autobús porque le hace falta una pierna y tiene una prótesis ¿diría que es una persona lisiada, discapacitada, o minusválida?

Generalmente si no sabemos el significado de una palabra nos vamos a un diccionario con buena reputación para comprender qué significa. Sin embargo, en ocasiones hemos dado como sociedad ciertos atributos a palabras que en realidad carecen de ellos. O incluso hemos llegado a cambiar radicalmente una definición por un desliz a nivel morfológico de estas mismas donde semánticamente apuntan a otro lado. Por ejemplo, la palabra “bizarro”, debido a una influencia europea la entendemos como algo “extraño”, “extravagante” “anormal” pero no tiene nada que ver, pues significa valiente o decidido. Hablemos de otros bizarros.

Una discapacidad es una condición que algunas personas poseen que les infringe una limitación para interactuar de manera plena en la sociedad. Sin embargo, el uso de la palabra aislada para referirse a una persona es considerado peyorativo según la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Por ejemplo, si decimos que en la casa de la esquina viven 3 personas, y una de ellas es un discapacitado, estamos haciendo caer dicha discapacidad en todo ese ser humano dejando de lado sus otras y más probablemente mejores características. Me explico. Decirle a esta persona discapacitada como “discapacitado” o peor “minusválido” es como si la despojáramos de su integridad y sólo nos refiriéramos a sus limitaciones. A nadie nos gusta que nos llamen por nuestras limitaciones o diferencias: “gordo, chico, flaco, turnio”, etc y decir “discapacitado” es eso, que no importa la persona, sino su limitación visible. Las mil millones de personas con discapacidad en el mundo sufren el deficiente uso de nuestro lenguaje en contra de su condiciones. Y esto no solo en la calle, sino en los medios de comunicación con periodistas, políticos, y líderes sociales.

Veamos un real y claro ejemplo que sucedió en un periódico: “10 personas heridas en un incendio, entre ellas 3 discapacitados”. Para entender el error pongámoslo de la siguiente manera: “10 personas heridas en un incendio, entre ellas 3 calvos”. Por lo tanto, lo correcto es referirse primeramente a la persona, y luego a su condición. Es decir, “una persona con discapacidad”.

Una persona minusválida es harina de otro costal porque en cualquiera de los casos apunta a lo que etimológica (y casi lógicamente) podemos descifrar: una persona “menos-válida”.

Por favor, eliminemos esta palabra de nuestro vocabulario para referirnos a aquellas personas con discapacidad.

Las personas con discapacidad no padecen (sufrir un daño o pena) sino que simplemente tienen dicha discapacidad y tienen que esforzarse más aún para lograr objetivos que otras personas con muy poco esfuerzo logran. Cuando se enfoca en sus evidentes limitaciones no se ve que puede que canten mejor que muchos, o que tengan mejores calificaciones en la escuela, que cocinen mejor, que escuchen más finamente… Aquí seríamos nosotros las personas con discapacidad ya que no tenemos las mismas capacidades que ellos para lograr esos mismos objetivos.

Si abrimos el concepto a un nivel menos físico y más espiritual, podemos ver que en realidad todas somos personas con discapacidades espirituales. No tenemos las habilidades intrínsecas como seres humanos para poder desenvolvernos e interactuar de manera plena en este ámbito, el que no se ve con la vista, ni se escucha con los oídos, ni se palpa con las manos.

Y es en este modo que encontraremos el camino para llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo (Efesios 4:13).

Un terapeuta físico o terapeuta ocupacional se preocupa de corregir a una persona con discapacidades físicas, mentales, intelectuales o sensoriales para que esta persona pueda valerse por sí misma en algún punto en el futuro.

Todos estamos en una continua terapia espiritual porque somos personas con discapacidades espirituales que necesitamos hacer ejercicios de manera constante, cada día porque tal como somos, no podemos heredar el Reino de nuestro Padre.

Siendo personas con discapacidades espirituales, ¿cuánto nos estamos esforzando para llegar a la estatura de Cristo?

¿Se acuerda de aquél hombre imaginario que con dificultad sube un autobús al comienzo? Aunque usted no lo crea, esta persona no es una persona discapacitada. ¿Cómo? Porque a pesar de que le cuesta más trabajo, ¡lo logra valiéndose de su prótesis y otros elementos externos e internos, como un valiente bizarro!

Por eso, cuando veamos en la calle a una persona con discapacidad, reflexionemos acerca de esto y nos daremos cuenta que todos, absolutamente todos somos personas discapacitadas y que Dios desea que nos levantemos cada día. Aunque cueste trabajo, esta limitación temporal funcionará como un proceso maravilloso para ser seres plenos, a la altura de nuestro Hermano Mayor, de nuestro Padre Celestial, de la familia Dios.