Un cambio de ruta
En la juventud tenemos sueños, planes y proyectos que no siempre se cumplen. A veces nos percatamos de que hemos tomado una ruta equivocada, o quizá la más difícil para llegar a donde queríamos o a donde nuestros padres deseaban. La mejor docente que podemos encontrar es, sin duda, la experiencia; a veces nos cobra un precio muy alto, pero nos enseña grandes lecciones.
Lo más importante es no detenernos y buscar el camino de la sabiduría. Podemos equivocarnos, pero es imprescindible, como dice el antiguo refrán, “no tropezar de nuevo con la misma piedra” y aprender de nuestros errores.
La historia está llena de ejemplos. Ya sea por conocimiento, por azar o por un designio divino, el almirante genovés Cristóbal Colón trazó una ruta acertada a través del océano Atlántico hace 529 años. Gracias al impulso de los vientos alisios, sus tres carabelas lograron llegar a las costas de América, aunque la tripulación se preguntaba cómo iban a regresar a España con el viento en contra.
La ruta del cristiano
Esta ruta puede compararse a un viaje en alta mar: hay días cuando el oleaje está en calma y otros con vientos huracanados. Para llegar a puerto seguro, debemos esforzarnos por convertirnos en navegantes experimentados, teniendo como capitán a nuestro Señor Jesucristo.
Jim Rohn, un escritor y motivador estadounidense, dijo en una de sus charlas: “No puedes cambiar tu destino de la noche a la mañana, pero si puedes, de la noche a la mañana, cambiar de dirección”. Si logramos advertir que la ruta que hemos tomado no es la mejor, podemos tomar otra alternativa.
Una ruta diferente
En la Biblia encontramos personajes que, en cierto momento de su vida, debieron cambiar de ruta. Saulo de Tarso, por ejemplo, cuando iba camino a Damasco, experimentó un cambio drástico de dirección. Aconteció que cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo y escuchó una voz que le decía: Saulo, “¿por qué me persigues?” (Hechos 9:3-4). Pablo preguntó, ¿quién eres? y la voz respondió:” yo soy Jesús, a quien tú persigues” y luego le instruyó diciendo: “levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. Cuando Saulo se levantó, no veía nada y estuvo ciego por tres días sin comer ni beber.
Jesucristo envió a un varón llamado Ananías, quien al principio dudó porque sabía que Saulo había perseguido y causado la muerte de algunos miembros de la Iglesia. Pero el Señor le dijo que él lo había escogido como instrumento para llevar su nombre a los gentiles, a reyes e hijos de Israel (Hechos 9:15).
¿Has experimentado algún cambio de ruta en tu vida? Cada uno puede contar su propia experiencia al conocer la verdad de Dios —aunque nuestro llamamiento no haya sido tan dramático como el de Saulo de Tarso— quien se convirtió en el apóstol Pablo, que escribió más de la mitad del Nuevo Testamento y llegó hasta lugares muy lejanos, predicando el Evangelio del Reino.
Nuevos retos y sacrificios
Un cambio de ruta no siempre es sinónimo de una vida más fácil. Moisés, por ejemplo, tuvo que renunciar a las riquezas y a una posición social privilegiada para convertirse en un siervo útil en las manos de Dios.
Hebreos 11:24 nos dice: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón. Escogiendo antes, ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque tenía la mirada puesta en el galardón”. Solo la fe pudo haber influido en tan grande decisión que se proyectaba mucho más allá de aquel escenario.
La palabra “mirada” está formada por: apo que significa” lejos de” y blepo “ver”. Es decir, que Moisés apartó su mirada de las riquezas del mundo para dirigir su vista en el futuro mesiánico.
Estos ejemplos nos ayudan a comprender que Dios, en un momento indeterminado, nos puede conducir a un cambio de dirección, para llegar a transformarnos en personas fieles a su servicio, desechando nuestras costumbres y hábitos del pasado.
Este cambio de dirección es decisivo, especialmente en la juventud cuando tienes metas, amistades, la escuela, el trabajo y la relación con tus padres.
Un cambio de ruta puede alterar nuestro destino en forma súbita, no solamente en términos físicos sino espirituales, para alcanzar la esperanza de llegar a ser hijos de Dios y heredar el reino que nos ha prometido.