Madurez espiritual
Cuando estaba estudiando la licenciatura hace algunos años, tomé una clase relacionada a la psicología educativa que no tenía nada que ver con la escolarización, sino que estaba enfocada en promover la formación de personas conscientes de sí mismas, autosuficientes y capaces de afrontar sus dificultades con habilidades propias de un adulto.
Recuerdo que fue uno de mis cursos favoritos porque abordaba algo crucial en la vida de todos nosotros y que rara vez se habla: el ser adulto.
Me di cuenta, conforme pasaban las clases, las lecturas y los pacientes, de que muchas personas pasaban su vida entera como niños o adolescentes en el mejor de los casos, sin hacerse cargo de sí mismos, ni de las consecuencias de sus decisiones y acciones, dejándose llevar por la corriente, culpando a los demás o a sus circunstancias por la vida que tenían, victimizandose. Y de hecho fue impactante notar que muchas veces yo mismo lo hacía.
Un punto central del aprendizaje que se esperaba en esa materia, era que se adquiriera la capacidad de preguntarse a sí mismo, constantemente, sin titubear ni evadirse, ¿en dónde estoy parado en este mismo momento? y en consecuencia, tomar las riendas de las decisiones a tomar de ahí en adelante, hasta el siguiente punto en el que pudiera hacerse de nuevo la pregunta. Esto exigía que las personas tuvieran claras sus prioridades, propósitos y aspiraciones.
Ciertamente esta interrogante no sólo abarca los aspectos más notorios de nuestras existencias, como nuestros trabajos y nuestra vida social o familiar, sino también los más profundos, como nuestras convicciones morales, éticas y sobre todo espirituales.
Entonces, preguntémonos como creyentes de la fe en Cristo. ¿Qué tan adultos somos, espiritualmente hablando? ¿Cómo sabemos en qué punto estamos? ¿Cómo sabemos a dónde vamos?
Para respondernos estas tres preguntas tenemos la guía perfecta, que es la Biblia. Sin embargo, para poder usarla tenemos que saber leer su contenido. Es parecido a un manual de instrucciones. El folleto adjunto a un mueble no hace por sí solo el trabajo de ensamblarlo. Es una herramienta que debemos saber interpretar para que sea útil.
Muchas personas ven en la Biblia un montón de historias inconexas, obsoletas, casi ficticias. Otros buscan códigos ocultos y significados complejos para cada palabra usada. Lo que pienso es que aunque la Biblia es un libro muy profundo, está hecho esencialmente para ayudarnos a vivir bien. Cada lección contenida, cada biografía, personaje, metáfora, simbolismo y tiempo, están ahí para darnos lecciones importantes pero aplicables a nuestras vidas cotidianas. Dios sabe que necesitamos de su guía para vivir felices y plenos y por eso nos dejó ese regalo.
La Biblia no es incomprensible. De hecho, en su nivel más básico, es un libro que cualquiera puede entender. Es un conjunto de libros sobre valores y cuidado al prójimo. La gran muestra de eso es que muchos códigos morales, civiles y jurídicos se basan en los principios bíblicos más esenciales. Sin embargo, la parte más interesante viene cuando llevamos esos códigos a nuestras vidas personales y no sólo exploramos sus alcances comunitarios.
¿Qué consecuencia tiene guardar rencor? ¿o dar un poco menos del diezmo? ¿o realizar a medias el trabajo por el que nos pagan? O más lejos. ¿Qué de malo tiene vivir enojado o frustrado? ¿o quejarse todo el tiempo?
Es ahí donde entra en el escenario la grandeza insuperable de la sabiduría contenida en la Palabra inspirada por Dios: La Biblia nos dice que todo lo que hacemos y también lo que no hacemos, lo que pensamos, sentimos o creemos, sea manifiesto o no, acarrea consecuencias. Cada mentira, cada evasión a la responsabilidad, cada omisión, cada negociación con la ley perfecta del Padre, tiene un costo para nosotros. A veces la consecuencia será visible, como la desintegración de nuestra familia, círculo de amistades, o el deterioro del ambiente laboral. Pero otras veces será dañar casi irreversiblemente nuestra propia persona, nuestro carácter, nuestro valor intrínseco como seres humanos.
Así como esa clase que tomé buscaba promover la madurez personal, las lecciones de la Biblia persiguen el propósito de hacernos personas maduras espiritualmente, seres íntegros, responsables y sin mancha. Nos muestran un camino distinto a la evasión del timón del rumbo de nuestras vidas. Como expresó el salmista en Salmos 119:105: Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. Notemos que quien camina es uno, la Biblia es la que nos alumbra el sendero.
Así que está en cada uno de nosotros decidir si caminaremos con los ojos cerrados, arruinándonos por andar a ciegas entre la penumbra de nuestra ignorancia, culpando a otros o a las circunstancias por ello; o si elegiremos ser adultos espirituales, haciéndonos cargo de nosotros mismos, midiéndonos con la medida perfecta de la Palabra de Dios, aprovechando su apoyo incondicional para guiarnos y fortalecernos. ¡Aprovechemos que nuestro Padre que está en el tercer cielo nos da todo lo que necesitamos para ser felices y superarnos!