Si no puedes decir algo bueno...

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Si no puedes decir algo bueno...

Es fácil ser sorprendido hablando sobre aquello que consideramos incorrecto o de las debilidades de otras personas. Esto no solamente puede ser perjudicial para las personas de quienes hablamos, sino que puede dañar su reputación. Además, nos vemos muy mal cuando hablamos de otros, especialmente dentro de un grupo de amigos o en la familia. (Romanos 14:12-13)

Una vez tuve una conversación con un hombre que no conocía, entonces noté que una amiga me miraba confundida. Me detuve y le pregunté si le podía ayudar en algo y proseguí la conversación. La siguiente palabra que dijo me sorprendió, fue una opinión despectiva sobre mi amiga. Me detuve antes de responder, tratando de asimilar lo que estaba diciendo. Mi amiga, a primera vista vestía modestamente, así que no entendía su comentario. Entonces comprendí que, sin conocerla, estaba juzgando su carácter por su forma de vestir. Su gran pecado, ante sus ojos, era su peinado y su vestuario que le parecía inapropiado; él la había enmarcado dentro de su preconcebida noción de cómo debe vestir una mujer cristiana.

Todos conocemos la escritura que dice: “no juzguéis para que no seáis juzgados” Lucas 6:37-38. Es un recordatorio para nosotros, Si Podemos juzgar algo malo—la acción—pero no debemos juzgar a la persona. Eso es responsabilidad de Dios. Puede ser algo difícil para la gente, separar el pecado del pecador. Todos hemos sentido al acusador de vez en cuando. El punto es que, si alguien está haciendo algo equivocado, debemos tratar de ayudarle y no hablar mal de él o ella. Además, debemos hacerlo en forma gentil y no como un comentarista deportivo que se dirige a una multitud.  

El apóstol Pablo nos enseña que nos debemos edificar, llevando las cargas unos de otros y no engañarnos, pensando que no somos como los demás (Gálatas 6:3-5). Necesitamos ayudarnos nosotros mismos, pero también ayudar a otros, no derribándolos. Eclesiastés 7:1 nos recuerda proteger nuestro buen nombre, así como el de otros. En el caso de mi amiga, no había hecho nada incorrecto, así que no era justo hablar mal de ella.

Eclesiastés también nos dice que no debemos creernos sabios o rectos; ya que no existe ningún hombre justo y sin pecado sobre la faz de la tierra. (Eclesiastés 7:16, 20). Debemos pensar antes de hablar. A veces nos molestamos cuando alguien nos critica por nuestra forma de vestir. Cuando aquel hombre insultó a mi amiga, le expliqué en forma calmada que ella era dedicada y maravillosa, que había logrado muchas metas en su vida. Con poco que decir, se apartó de la conversación. No le insulté o le hable en forma grosera, solo espero que haya dejado con un pensamiento diferente en su mente.

Jesús en cierta ocasión se defendió contra aquellos que lo acusaban por sanar gente en sábado. Les dijo que no lo juzgaran sobre algo que parecía ser pecado, sino que juzgaran rectamente (Juan 7:24). Lo que parece malo ante los ojos de la gente, puede no ser pecaminoso. Debemos ser cuidadosos cuando hablamos de otros, porque nosotros no vemos lo que Dios ve o piensa.

Debemos recordar que cada cristiano está en un escenario diferente en su conversación y a cada uno le falta mucho camino por recorrer. Todos hemos pecado (Romanos 3:23). Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos “¿es esto realmente pecado?” Si lo es, necesitamos abordar a la persona y hablarle gentilmente. Si no estamos seguros, no tenemos el derecho de asumir que conocemos el punto de vista de Dios. Si tenemos en estima a esta persona, debemos orar por ella.

En otras palabras, debemos preguntarnos si hablar con la persona será positivo, teniendo en cuenta que si alguien está en una situación difícil, debemos ayudarlo. Pero, usualmente, la respuesta es no, a menos que la persona esté en peligro. Como dice el antiguo refrán: “Si no puedes decir algo bueno, entonces mejor no digas nada”. Sé que es algo que las madres suelen decir, pero que como cristianos debemos recordar.