#065 - Levítico 11
"Peces y aves limpias; cómo evitar infecciones"
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#065 - Levítico 11: "Peces y aves limpias; cómo evitar infecciones"
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Levítico 11:9-11 “Esto comeréis de todos los animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis. Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación. Os serán, pues, abominación; de su carne no comeréis, y abominaréis sus cuerpos muertos”.
Estas instrucciones de nuevo están basadas en razones científicas. El Dr. Whitelaw, en su libro, El Código de Salud, citado en el Comentario Exegético, relata: “Las aletas y escamas son los medios por los cuales las excrecencias de los peces son eliminadas, lo mismo que en los animales por la transpiración. Nunca he conocido una enfermedad producida por comer esta clase de pescado, pero los que no tienen aletas ni escamas, producen en los climas cálidos los desórdenes más malignos cuando son comidos, en muchos casos tienen un veneno mortal”.
Además, en general, los peces que nadan cerca del fondo del mar o los lagos son los que se comen los desechos o lo inmundo en el agua. Naturalmente, todos los excrementos o lo muerto termina en el fondo marino y es allí donde aparecen los peces sin escamas ni aletas para mantener el medio limpio. Cumplen la misma función que el cerdo en el mundo terrestre.
Ejemplos de estos “basureros naturales” que no tienen escamas son los bagres en los lagos y las anguilas o congrios en el mar. El congrio es descrito en el Diccionario Larousse como un “pez de mar llamado también anguila de mar”. De modo que no se deben comer. Ahora bien, ¿Por qué las personas las comen y se supone tienen un sabor aceptable, como en el caso del congrio? La respuesta es que estos peces necesitan tener un gusto aceptable para ser comidos por los otros peces. Si fueran incomibles, tampoco serían consumidos por los demás peces y sus restos contaminarían el agua.
Anguila o Congrio
En cambio, los peces con escamas y aletas se encuentran generalmente en la parte superior del mar o los lagos, y no se arrastran por el lecho para comer los desechos. Naturalmente que muchos de estos desechos son tóxicos y si uno come el pez “basurero” también se come todo lo que éste contiene. Esto también se aplica a los mariscos, que tienen la función de limpiar el agua de los desechos del mar. Llama la atención los reportajes sobre la contaminación marina en Chile y el peligro de consumir las ostras y machas. Los biólogos marinos explican que estos mariscos son unos “filtros del mar”, exactamente como nosotros lo hemos entendido.
El concepto de un “filtro” es importante porque esto se aplica en la mayoría de los animales inmundos. El cerdo es un “filtro de la naturaleza” con su carne esponjosa que puede absorber gran cantidad de toxinas sin matarlo. Así también los peces y mariscos que son limpiadores del mar actúan como filtros para mantener la ecología marina sana. Pero uno no quisiera tomar un filtro que está lleno de inmundicia y comérselo. Así sucede cuando uno come un animal o pez inmundo. No todos tienen el mismo grado de toxicidad, pero todos tienen algún grado de ello.
Para terminar con esta sección, veamos la diferencia entre los peces limpios y los inmundos. La siguiente es una cita del artículo “¿Es todo tipo de carne propio para alimento?” de Herbert W. Armstrong:
“¿Cuáles peces tienen aletas y escamas? Esto es algo que muchos lectores nos preguntan. En primer lugar, nombraremos algunos peces que comúnmente se conocen como no limpios, peces sin escamas, impropios para alimento: bagre, anguila, pez hoja, lija, espinoso, esturión, tiburón, pez espada. Todos estos carecen de verdaderas escamas. Además de estas criaturas hoy otras formas de vida marina que no debemos consumir como alimento, a saber: orejas marinas, almejas, cangrejos, langostas marinas, ostras, veneras, calamares, ballenas, tortugas, pulpos.
“Entre los peces limpios (aquellos que tienen aletas y escamas) más conocidos son: bonito, anchoa, boquerón, barracuda, róbalo, dorado, búfalo, carpa, bacalao, roncador, corvina, lenguado, platija, gobio, tímalo, merluza, mero, arenque, lucio, caballa o macarela, ciprino, mújol, pez aguja, perca, salmón, sardina, trucha, sábalo, eperlano, pargo, pez luna, atún, albur, jurel. (Incluimos esta lista de nombres únicamente como una guía general… en la mayoría de los casos uno mismo puede determinarlo si tiene la oportunidad de examinar el pescado en el mercado antes de comprarlo).”
Pasando ahora a las aves, también citamos del mismo artículo que es el más indicado: “¿Qué aves puede consumir el hombre en calidad de alimento?”. La respuesta a tal pregunta la encontramos en Lv 11:13-19 y Dt 14:11-20.
“Cabe, pues, preguntar: ¿En qué difieren estas aves inmundas de las aves conocidas como limpias o propias para alimento? Para responder a esta interrogante empezaremos por decir que las características de las aves limpias son determinadas por la tórtola o el palomino (Lc 2:24 y Lv 1:14), que antiguamente se usaban como ofrendas para los sacrificios”.
“Al comparar las diferencias entre estas aves limpias y las anotadas como inmundas, es posible señalar las siguientes seis características de las aves limpias:
- no deben ser aves de rapiña. (Aquí vemos de nuevo el principio del “basurero natural” que se aplica en los animales voladores al igual que en los terrestres y los marinos);
- aunque atrapen en el aire el alimento que se les arroja, lo ponen en tierra donde lo dividen o desmenuzan con el pico, si es posible, antes de comérselo (las aves inmundas lo devoran en el aire, o bien lo prensan en tierra con una pata y lo rasgan con el pico);
- tienen alargado el dedo delantero de en medio y un dedo trasero,
- extienden los dedos de las patas de tal manera que los tres del frente quedan sobre un lado de la rama en que se posan y el dedo trasero sobre el otro lado;
- tienen buche (que es un filtro natural y permite que la carne no quede contaminada con las toxinas que se consumen);
- tienen molleja con doble revestimiento que puede separarse fácilmente”.
“Las aves limpias tienen las seis características arriba anotadas, y las inmundas carecen de una o más de las mismas. Si un ave carece de cualquiera de estas seis características, es inmunda”.
Respecto al cisne, que es un animal limpio pero que en algunas traducciones está mal colocado, el artículo arriba mencionado termina: “Por lo tanto, es evidente que la palabra “cisne” como traducción del hebreo tinshemeth es incorrecta, y que el cisne, el pato y el ganso se han de considerar como aves limpias.”
“Concluimos entonces que, aunque no sea necesariamente un pecado espiritual el comer carne que, según la definición bíblica, es inmunda, si uno lo hace deliberadamente, movido por la codicia del apetito, quebranta el décimo mandamiento y el acto se convierte en pecado. En todo caso, la comida impropia perjudica el organismo, que es el templo del Espíritu Santo (1 Co 6:19-20). Así vemos que no solo contamina el cuerpo el comer carne que la Biblia clasifica como inmunda, sino que el comerla en forma codiciosa, violando el Décimo Mandamiento, esto también perjudica el carácter espiritual de la persona.
Ahora bien, queda por analizar sólo unos pocos casos más. Según la Biblia, todos los reptiles son inmundos, y no sabemos de nadie que los encuentre naturalmente apetecibles, de modo que no son un problema. En cuando a los insectos, también sus apariencias normalmente los tornan repugnantes de comer. El único insecto permitido para el consumo humano en la Biblia es el saltamontes o la langosta terrestre (Lv 11:20-22). Este tema ha sido cubierto ya en el Estudio 41.
En cuanto a las plantas comestibles Dios no tiene que darnos una descripción de ellas, pues las plantas venenosas son fácilmente identificadas, y las demás plantas se conocen por el gusto y el provecho que se obtiene de ellas (Gn 1:29). Hay también plantas comestibles y no comestibles que sirven para efectos medicinales en la Biblia, como la cataplasma de higos (2 R 20:7); las hojas de árboles que traen sanidad en el Milenio (Ez 47:12); y el fruto de la vid, el vino, para malestares estomacales (1 Ti 5:23).
CÓMO EVITAR LAS INFECCIONES
Ahora entramos en otro apasionante estudio relacionado con la ciencia de cómo evitar las enfermedades llamada la HIGIENE.
Lv 11:23-40: “Todo insecto alado que tenga cuatro patas, tendréis en abominación. Y por estas cosas seréis inmundos; cualquiera que tocare sus cuerpos muertos será inmundo hasta la noche, y cualquiera que llevare algo de sus cadáveres lavará sus vestidos, y será inmundo hasta la noche… Y todo aquello sobre que cayere algo de ellos después de muertos, será inmundo; sea cosa de madera, vestido, piel, saco, sea cualquier instrumento con que se trabaja, será metido en agua, y quedará inmundo hasta la noche; entonces quedará limpio. (Aquí vemos cómo evitar el contagio bacteriano de un animal muerto).
“Toda vasija de barro dentro de la cual cayere alguno de ellos será inmunda, así como todo lo que estuviere en ella, y quebrantaréis la vasija. Todo alimento que se come, sobre el cual cayere el agua de tales vasijas, será inmundo; y toda bebida que hubiere en esas vasijas será inmunda. Todo aquello sobre que cayere algo del cadáver de ellos será inmundo, el horno y hornillas se derribarán, son inmundos, y por inmundos los tendréis. (Aquí veremos que las bacterias pueden contaminar el agua). Con todo, la fuente y la cisterna donde se recogen aguas serán limpias (esto debido a que la fuente no queda contaminada de bacterias); mas lo que hubiere puesto agua en la semilla, y cayere algo de los cadáveres sobre ella, la tendréis por inmunda (en este caso, el agua puede penetrar e infectar a la semilla). Y si algún animal que tuviereis para comer muriere, el que tocare su cadáver será inmundo hasta la noche (posible fuente de contagio). Y el que comiere del cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche; asimismo el que sacare el cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche”. De esta manera se evita el contagio bacteriano. He aquí las mejores medidas higiénicas posibles.
Para poder apreciar la magnitud de esta legislación científica sobre la higiene, es necesario relatar una breve historia de la higiene.
El Dr. McMillen en su libro, Ninguna Enfermedad nos relata de las creencias médicas en Egipto durante el tiempo de Moisés: “A las astillas incrustadas en la piel les aplicaban sangre de gusanos y estiércol de asno. Ya que el estiércol está cargado de esporas del tétanos, no es de extrañar que el tétanos cobrara un alto número de víctimas por astillas incrustadas. En el PAPIRO EBERS se aconsejan varios cientos de remedios para enfermedades. En sus drogas, los egipcios mezclaban cosas tales como: “polvo de estatua”, de “caparazón de escarabajo”, “cabeza de anguila eléctrica”, “entrañas de oca”, “rabo de ratón”, etc.”.
Sin embargo, no sólo había una ignorancia absoluta sobre las causas de las enfermedades entre los antiguos egipcios sino ¡hasta el siglo pasado! Fue sólo hace un poco más de un siglo atrás que por fin se entendió de dónde provenían las enfermedades y las infecciones y también se pudieron entender las razones científicas de estas escrituras bíblicas. El hombre que descubrió la base de esta legislación bíblica, aunque lo ignoraba, y tiene el honor de iniciar la medicina moderna se llamó – Louis Pasteur. Citamos de una biografía de él en el libro “Forjadores del mundo contemporáneo”.
“El hombre que abrió a la Medicina horizontes insospechados, el que demostró el origen bacteriano de las enfermedades contagiosas, el primero que venció a los microbios y puso los fundamentos de la lucha contra las infecciones, no era médico. Louis Pasteur había obtenido el título de doctor en Ciencias Físicas, al terminar sus estudios en la Ecole Normale de París, Francia… Al ingresar, en 1873, en la Academia de Medicina, con un solo voto de mayoría, arde en deseos de convencer a los médicos de que ‘la relación existente entre la enfermedad y los organismos microscópicos es cierta e indiscutible’. Aquellos doctores no están dispuestos a cambiar sus concepciones sobre la patogenia de las enfermedades. ¡Resulta tan extraño que seres invisibles clínicos que han llegado a describir con tanta precisión…! ‘Nada de agentes internos!’ – clama el solemne Pidox. La enfermedad está en nosotros, es de nosotros y para nosotros.
‘Pero, allá en Edimburgo, se está produciendo un hecho trascendental. Convencido de la verdad de la doctrina bacteriana de Pasteur, el gran cirujano Lister, establece la antisepsia quirúrgica. Las manos del operador, los instrumentos, las curas, las heridas, todo será desinfectado con ácido fénico. Y la septicemia y la gangrena retroceden rápidamente’”.
Aquí vemos el principio bíblico de lavarse las manos y las ropas ante algo enfermo o muerto que descubrió Pasteur por medio de sus experimentos. Otro que hizo lo mismo pero que quedó en el olvido fue el Dr. Ignaz Semmelweis que vivió durante el mismo tiempo que Pasteur, pero en Austria. “En 1847, cierto día, después de realizar autopsias y lavarse las manos (gracias al Dr. Semmelweis), los médicos y los estudiantes entraron en el pabellón de maternidad y examinaron a las mujeres de una fila de doce camas. A once de las doce pacientes enseguida les subió la fiebre y murieron. Entonces, en la mente despierta de Semmelweis surgió otro nuevo pensamiento: Sin duda había algún elemento misterioso que se transfería de una paciente viva a otra con fatales consecuencias. Como era lógico, Ignaz Semmelweis ordenó que todos los médicos se lavasen cuidadosamente las manos después de examinar a cada paciente viva. En seguida se elevaron gritos de protesta contra el “fastidio” de lavarse, lavarse y lavarse (porque ignoraban lo que eran los microbios), pero el índice de mortalidad bajó todavía más.
¿Cree usted que Semmelweis fue aclamado por sus colegas? Al contrario, los estudiantes perezosos, los tocólogos con prejuicios y los superiores celosos se burlaron tanto de él, y le menospreciaron de tal manera, que al final fue despedido del hospital. Su sucesor tiró todas las palanganas, y como resultado subió otra vez el índice de mortalidad a sus viejas y aterradoras cifras… El Dr. Semmelweis escribió un libro con una excelente documentación acerca de su trabajo, que no hizo sino estimular a sus adversarios al más amargo de sus sarcasmos. La constante tensión a causa de los médicos burlones, y los gritos de las madres moribundas, le obsesionaron tanto, y pensaban de tal manera sobre su sensible carácter, que por último perdió el juicio. Ignaz Semmelweis fue internado en un sanatorio psiquiátrico, donde murió - ¡qué ironía! – de una infección de la sangre, sin recibir siquiera el reconocimiento que tanto merecía.
Hoy día, los médicos reconocen el trabajo de Semmelweis como uno de los más grandes avances de la práctica de la medicina. Un libro de texto de 1982 declara: “El lavado rutinario de las manos antes, entre y después del contacto con los pacientes se acepta como la característica más importante del control acertado de las infecciones”.
“No obstante, muchos siglos antes de Semmelweis, Dios dio a Moisés instrucciones detalladas acerca del método más seguro para limpiarse las manos después de tocar a personas muertas contaminadas… Concordando con estas recomendaciones y ampliándolas, el método bíblico especificaba no sólo el lavarse en una palangana, sino hacerlo repetidamente en agua corriente.
Aún más notable es el jabón que se utilizaba. Este se hacía quemando los siguientes elementos juntos: una becerra, madera de cedro, ramas de hisopo, y lana escarlata. La solución de lavado contenía un irritante –aceite de madera de cedro– que mejoraba el restregado; un antiséptico –el aceite de hisopo– que mataba las bacterias y los hongos; y un elemento para restregar –las fibras de lana– que desalojaba las bacterias. Aún hoy día, los hospitales utilizan a menudo un jabón granular semejante.
A cualquiera que hubiere tocado una persona muerta se le exigía permanecer separado del pueblo durante toda una semana. Si el difunto había muerto de una enfermedad infecciosa, aquella semana de cuarentena proporcionaría el tiempo suficiente para que alguien contaminado por contacto cayera enfermo. Así, estas instrucciones bíblicas evitaban la feroz propagación de la enfermedad entre los israelitas”.
“Además, el método bíblico exigía que las personas que hubiesen tenido contacto se cambiaran de ropa, poniéndose prendas lavadas y secas. La técnica bíblica es tan diferente de cualquier cosa que el hombre haya inventado hasta este siglo, y tanto más eficaz, que parece lógico que tales ordenanzas fueran dadas, como afirma la Biblia, por Dios a Moisés. Así vemos que cuando Dios nos instruye que nos lavemos después de tocar algo inmundo, lo hace para evitar las múltiples infecciones. Otra prueba del origen divino de la Biblia.