100 años después de la Primera Guerra Mundial — ¿Qué hemos aprendido?
Hace varios años, durante una visita a Alemania, visité la casa del káiser Guillermo II en Postdam. Esta casa está ubicada en una gran propiedad que alberga también otra magnífica residencia, Sanssouci, hogar del famoso emperador Federico II el Grande.
La casa del káiser, llamada El Nuevo Palacio, es más grande y suntuosa que Sanssouci. Fue construida originalmente como un palacio de huéspedes, pero más tarde se convirtió en la residencia de los últimos gobernadores de la dinastía Hohenzollern. ¡Solo el mobiliario de este palacio podría llenar más de 50 vagones de tren!
De todo el palacio, el lugar que me pareció más interesante fue la pequeña sala en el extremo norte del segundo piso. El káiser Guillermo II la usaba como comedor, y ahí mismo fue donde en agosto de 1914 firmó las órdenes para movilizar a los ejércitos alemanes y desencadenar los eventos que culminaron con lo que llegaría a conocerse como “la Gran Guerra”: la Primera Guerra Mundial. Me pareció fascinante imaginar al káiser sentado frente a una mesita en la cocina, firmando documentos que comprometían la participación de sus tropas y las lanzaban a la vorágine de la guerra.
A poca distancia de esta sala se encuentra la habitación más grande y fastuosa del palacio, el Salón de Mármol, que cuenta con ventanales desde el piso hasta el cielo raso en toda su longitud. Justo afuera de la cocina hay una ventana, desde la cual uno puede contemplar la villa a través de una larga avenida flanqueada por árboles. El amplísimo panorama permite ver hasta una distancia de más de tres kilómetros.
El día de mi visita me paré ante aquella ventana y me pregunté: “¿Se habrá levantado el káiser después de firmar las órdenes, y habrá caminado hasta este cuarto?” “¿Se habrá detenido brevemente para observar sus tierras, meditando a la vez sobre lo que acababa de hacer?” “¿Se habrá dado cuenta de las repercusiones que tendría la decisión que acababa de tomar?”
Indudablemente, él no pudo calcular cuántos años en el futuro se prolongarían los efectos de tal decisión, ni las vidas que por su culpa serían trastocadas, ni cuánto cambiaría al mundo. Pero él no fue el único incapaz de prever la enorme gravedad de la guerra que llegó a llamarse “la guerra para acabar con todas las guerras”.
Consecuencias de largo plazo que siguen impactando al mundo actual
Hoy en día, cuando se ha cumplido el centésimo aniversario del estallido de aquel gran conflicto, el mundo todavía tiene que lidiar con las consecuencias de las decisiones adoptadas por el káiser Guillermo II y otros líderes europeos.
La Primera Guerra Mundial produjo la fragmentación de dos imperios mundiales, cuya influencia había dado forma a Europa y al Medio Oriente. El Imperio austrohúngaro había gobernado Europa por casi 400 años y, como parte del Sacro Imperio Romano, en cierto momento su influencia se expandió enormemente, llegando incluso hasta gran parte del suroeste estadounidense, incluyendo California.
Austria fue uno de los protagonistas iniciales de la guerra. La beligerancia austriaca después de que su archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía fueran asesinados en Sarajevo, en junio de 1914, arrastró a los grandes poderes hasta el límite a principios de agosto. El ejército austriaco fue rápidamente diezmado por la maquinaria de guerra enemiga, y ya en 1918 el otrora poderoso imperio había llegado a su fin.
Mientras tanto, el Imperio otomano, con sede en Constantinopla (la actual Estambul, prominente ciudad de la moderna Turquía), había gobernado la mayor parte del Medio Oriente y extensas zonas de Europa Oriental durante siglos. Históricamente, sus tropas en dos ocasiones habían estado a punto de apoderarse de toda Europa y de agregar dicho territorio a su imperio islámico, pero ambas veces sus ejércitos solo consiguieron llegar hasta las puertas de Viena.
Al momento de iniciarse la guerra, el corazón del Imperio otomano se hallaba debilitado después de una seguidilla de gobernantes corruptos e incompetentes. Algunos estados esclavos en Europa y el Medio Oriente estaban ansiosos de independencia. Al aliarse con Alemania y ser derrotado por Occidente en el curso de la guerra, este imperio también colapsó y pasó a ser propiedad de los vencedores (principalmente Inglaterra y Francia), que parcelaron el Medio Oriente y lo redistribuyeron en un mosaico de nuevos Estados, tales como Jordania, Irak y Siria.
Las líneas que demarcaban los bordes fronterizos de estas nuevas naciones en el mapa casi no tenían sentido en el contexto étnico y religioso de la región. Gran parte de los conflictos que allí estallaron en el siglo pasado fueron el resultado directo de decisiones imprudentes adoptadas en los inicios de la Primera Guerra Mundial y del desmoronamiento del Imperio otomano.
Cuando usted lee los actuales titulares acerca de un genocidio en Siria, el lanzamiento de cohetes a Israel desde los enclaves terroristas en Gaza y el sur del Líbano,o la permanente conmoción entre los refugiados por toda la región, está viendo el fruto de decisiones tomadas por líderes que tuvieron que recoger los pedazos dejados por el colapso de los imperios en 1928.
Lo que el káiser Guillermo II comenzó, y lo que otros líderes decidieron más tarde, se transformó en una serie de eventos que abarcan todo este último siglo. Es fundamental dar una mirada exhaustiva a la historia para entender por qué el mundo de hoy sigue experimentando conflictos sin solución.
Las antiguas raíces de las guerras modernas
Cada tarde, cuando me siento a ver las noticias en televisión, veo comerciales que solicitan donaciones para ayudar a soldados heridos en conflagraciones en el Medio Oriente, las mismas que han involucrado a tropas estadounidenses durante más de una década. Veo historias desgarradoras de hombres y mujeres que fueron heridos y sobrevivieron a ataques con bombas y balas en Irak y Afganistán.
Las maravillas de la moderna medicina de guerra ha permitido a estos soldados sobrevivir y regresar a sus hogares pero, trágicamente, requieren años de rehabilitación y ayuda continua, y sus vidas a menudo son solo una sombra de lo que alguna vez fueron.
Sin duda, muchos de ellos, sus familias, y quienes ven estas historias, se preguntan por qué — ¿por qué estuvieron allí, y cuál es la causa de estas guerras? ¿Por qué acabaron en esas tierras tan remotas, peleando las batallas de otros? ¿Cuál es la solución, si es que existe alguna? Todas estas preguntas tienen una respuesta.
Irak fue una de las naciones que surgieron de las ruinas del Imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial. Un gobernador, Faisal I, miembro de una familia de linaje hachemí (de Arabia), fue puesto a cargo. Pero su mandato solo duró un breve tiempo, hasta que una revuelta lo destituyó y lo reemplazó por un gobierno francés. Lo que siguió a continuación, y que persiste hasta hoy, fue una esporádica agitación social a lo largo de todo el siglo XX, con diferentes gobernantes que a su vez han ejercido variadas versiones de un liderazgo incompetente e inepto.
Después de los ataques al Centro de Comercio Mundial y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, perpetrados por terroristas islámicos, los Estados Unidos y sus aliados atacaron y derrocaron a varios regímenes que patrocinaban el terrorismo en Afganistán e Irak. Cuando Estados Unidos destituyó al dictador iraquí Sadam Hussein, no solo depuso a un tirano corrupto, sino que además “resquebrajó” la frágil y en general pacífica coexistencia de varios pueblos distintos. Los occidentales entienden poco o nada sobre las profundas diferencias y legendarias divisiones entre los grupos étnicos de esa región.
Esta inhabilidad para entender el pasado y las causas primordiales de este conflicto es lo que ha hecho que estas guerras se perpetúen. Estados Unidos ha invertido muchos años y sacrificado muchas vidas en Irak tratando de solucionar el impacto de las decisiones políticas adoptadas en los albores de la Primera Guerra Mundial.
La configuración de todo el Medio Oriente actual fue decidida principalmente durante una conferencia realizada en el Palacio de Versalles (París), en las postrimerías de la guerra. Los líderes mundiales aún intentan determinar las consecuencias de la decisión de lanzar al mundo al oscuro abismo de la guerra, tomada por el káiser y otros gobernantes.
¿Cuál es la causa?
Durante un siglo, muchos historiadores han examinado la causa de la Gran Guerra. Yo crecí escuchando que toda la culpa había sido de Alemania, y que su hostilidad había forzado a las naciones a embarcarse en una guerra. Como argumento esto parece algo sencillo, pero en realidad pasa por alto elementos muy importantes.
Los historiadores actuales se enfocan en las enredadas alianzas entre Alemania y el Imperio austrohúngaro, y entre Gran Bretaña, Francia y Rusia. Cuando una de estas naciones era atacada, las otras se veían obligadas a involucrarse en la contienda. Antes de la Primera Guerra Mundial, el mapa geopolítico de Europa era una compleja red de alianzas políticas que encubrían un anticuado sistema de vínculos familiares y monárquicos, las cuales condenaron al continente al polvorín de conflictos que estalló aquel agosto hace ya tantos años.
Para ilustrar este punto, veamos un ejemplo: el káiser de Alemania, Guillermo II, era primo del rey de Inglaterra. Una de las primas de Guillermo, la emperatriz Alexandra, estaba casada con el zar ruso Nicolás II. El linaje de todos ellos se remontaba hasta la reina Victoria de Inglaterra. Uno podría pensar que tales vínculos (ellos se visitaban con frecuencia, y el káiser era huésped frecuente del Castillo de Windsor) debieran haber servido para frenar el tren desbocado que condujo a la colisión entre las naciones, pero no fue así.
¿Qué provocó la Primera Guerra Mundial? Después de leer varias historias y análisis escritos durante esta retrospectiva centenaria, la causa que me parece más plausible es simplemente la incompetencia. Los líderes de aquel momento habían sabido por años que una guerra era inevitable. Alemania se armó hasta los dientes y, de hecho, se embarcó en la primera carrera armamentista moderna con Gran Bretaña. Muchos años antes de 1914, ya se sabía que Alemania planeaba invadir a Francia. Las tendencias nacionalistas en los Balcanes eran chispas continuas, como las de un fósforo que se frota una y otra vez hasta que se enciende.
Y cuando el archiduque austriaco Francisco Fernando y su esposa Sofía fueron asesinados aquel 28 de junio, transcurrieron varias semanas de creciente tensión en las cuales todos presentían la inminencia de la guerra, pero nadie, a pesar de todas las buenas intenciones, podía detener lo inevitable. Antes de la guerra, en Europa simplemente no había ningún líder con la visión, la sabiduría y la diplomacia que se necesitaban para frenar tanta locura. Uno de los fracasos más colosales de la historia es precisamente éste: que ni una Europa interconectada ni el resto del mundo fueron capaces de prevenir la guerra más sangrienta y de mayor envergadura que la humanidad había experimentado hasta entonces.
Los historiadores mencionan el gran nivel de globalización que existía en 1914: los medios de transporte y de comunicación, junto con la industrialización, habían dado origen a la primera “era de globalización”. La riqueza fluía a lo largo del Atlántico entre Europa y los Estados Unidos; los avances en las áreas científica y educativa estaban impulsando a las naciones a una nueva era de prosperidad, y los males sociales comenzaban a recibir la debida atención. Todas las indicaciones hacían vislumbrar en el horizonte un radiante futuro para todos los pueblos; pero la guerra acabó con todos estos sueños y también con las vidas de toda una generación de jóvenes, que quedaron tirados en el lodo de los campos de batalla.
Una vez más cabe la pregunta, ¿por qué? ¿Cuál es la causa principal de todo esto? Los historiadores pueden reformular sus investigaciones y estudiar minuciosamente montañas de información para buscar inútilmente la verdadera causa de la Primera Guerra Mundial; sin embargo, existe una fuente que nos revela la causa de las enemistades entre seres humanos, cualquiera sea su edad. Esa fuente es la Biblia, la Palabra de Dios.
¿Cuál es la verdadera raíz de las guerras?
El libro bíblico de Santiago, escrito por el medio hermano de Jesucristo, contiene la explicación clave acerca de la guerra y los conflictos que afligen a los seres humanos, grandes y pequeños. Note lo que él dice:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:1-4).
Santiago describe en estos versículos la trama de todas las guerras, desde que Caín levantó su mano contra Abel. Aquí vemos las semillas del asesinato y las batallas, de las masacres masivas y las guerras mundiales, de la envidia y los celos que enfrentan a hermano contra hermano, padre contra hijo, y esposo contra esposa. Todo ello está descrito en este pasaje.
La codicia y el deseo desenfrenado por el poder y el control sobre el suelo y los recursos conducen a las naciones a la guerra. Los impulsos sanguinarios por controlar las vidas de hombres y mujeres llevan a dictadores y monarcas a movilizar sus ejércitos en contra de ciudades y territorios.
Los relatos de la Primera Guerra Mundial están colmados de hombres mezquinos, ruines y banales que ansiaban más: más poder, más tierras, más prestigio, más, más y más. Y el resultado fue indudablemente más: más muerte, más sufrimiento y más destrucción.
Tal como los líderes de antaño y aquellos que los han reemplazado después, estos hombres no pudieron mirar el futuro con un lente de largo alcance y tomar las decisiones correctas para sus pueblos. Fueron incapaces de adoptar decisiones buenas basadas en la verdad, la justicia y la templanza, virtudes que todos tenemos la opción de desarrollar, especialmente cuando van acompañadas de mayor humildad y menos orgullo.
Estas virtudes –verdad, justicia y templanza– pueden ser halladas cuando nos acercamos a Dios. Las tres juntas pueden ayudarnos a desarrollar una amistad con él y a convertirnos en enemigos de la cultura de muerte tan popular en el mundo moderno. También nos pueden ayudar a cambiar nuestras vidas interiores y a producir pensamientos y acciones conducentes a la paz.
¿Puede usted contemplar la vida en el largo plazo?
El estudio de una devastadora guerra que comenzó hace 100 años puede convertirse en una manera de aprender historia académica y recordar hechos nostálgicos. Solo unas cuantas personas vivas pueden recordar –a duras penas– esta guerra. Y quienes dedicamos un momento a reflexionar sobre lo que sucedió, asegurémonos de sacar una lección que nos ayude a entender nuestro mundo actual: la historia ya existía antes de que naciéramos, está sucediendo ahora mismo, y las decisiones tomadas por cierta gente en el pasado distante y en lugares remotos continúa afectando nuestras vidas en el presente.
Al mismo tiempo, sepa que las decisiones que usted y yo tomamos en el presente tienen repercusiones en nuestras vidas y en las vidas de otros, tanto hoy como en el futuro.
Debemos aprender a contemplar la vida en el largo plazo. El mundo necesita desesperadamente líderes con una visión distinta a la que tenían los líderes del pasado. El mundo necesita líderes con una perspectiva panorámica, una perspectiva de lo que es mejor, de lo que beneficie a todos los seres humanos, y que evite el sangriento y destructivo flagelo del conflicto y la guerra. ¡Necesitamos urgentemente un liderazgo con la vista en el largo plazo, en el mundo que vendrá, cuando la humanidad conocerá la paz bajo el gobierno del Reino de Dios!