¿Cómo experimentar el poder que lleva a la transformación?
Promueve acontecimientos que cambian al mundo. Convierte la derrota segura en alegre victoria. Nos vigoriza con poder en el momento menos esperado. Conforta a quienes han perdido la esperanza y cuyo odio hacia sí mismos los consume, e inexplicablemente los colma de nueva vitalidad y fortaleza duradera. Nunca falla.
Esta compleja (pero espiritualmente necesaria) característica de Dios se conoce en el lenguaje español mediante una palabra de cuatro letras: amor.
Todos nosotros, desde el más humilde hasta el más poderoso, queremos y necesitamos más de él. ¡Nunca tenemos suficiente! Frecuentemente es la única diferencia entre una relación trágica y un vínculo exitoso entre mentes y objetivos. Nos permite perdonar e incluso orar por aquellos que nos hacen daño. Un matrimonio exitoso y una familia feliz no pueden existir sin él.
Representa la esencia misma del Dios Todopoderoso, porque tal como la Biblia revela, Dios es amor (1 Juan 4:8, 16). Notablemente, el amor a Dios, manifestado en forma de adoración personal, admiración e imitación, personifica el primer y más grande mandamiento que Jesucristo nos dio a cada uno de nosotros (Mateo 22:37-38).
Lejos de ser un sentimiento almibarado, el amor frecuentemente posee las características del acero. Nos da fortaleza y consuelo, lo que conduce directamente a esa paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7).
El amor incondicional refleja a un Dios de amor
El amor —ese poder inexplicable que hace la diferencia y transforma vidas— ha sido el tema de miles y millones de canciones, poemas y narraciones. Las personas que están llenas de amor, particularmente del amor que proviene de Dios y de Jesucristo, se destacan. Atraen a otras personas, y queremos estar alrededor de ellas.
Al leer la Biblia, la Palabra inspirada de Dios, puede que nos sorprenda descubrir que si bien Dios nos entrega su amor en abundancia, él espera que éste fluya a través de nosotros; debemos amarnos unos a otros con una capacidad tan profunda, que parece imposible.
El amor, ese interés incondicional que se produce cuando ponemos las necesidades de otros por sobre las nuestras, es descrito como el “fruto” principal de la presencia en nosotros del Espíritu Santo de Dios (Gálatas 5:22). Tal como el apóstol Pablo nos dice, si no tenemos amor espiritual verdadero somos como metal que resuena, reservorios de conocimiento sin valor y profecías vanas (1 Corintios 13). Sin amor, dice Pablo, no somos “nada” (v. 2, énfasis nuestro en todo este artículo).
Dios mismo establece los estándares de lo que es el amor incondicional y que nunca falla. Como leemos, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Este versículo es tan común dentro de los círculos cristianos, que es fácil pasar por alto su profundo significado.
Los lectores de Las Buenas Noticias que son padres y madres pueden entender la magnitud del sacrificio que Dios hizo. Increíblemente, Dios permitió que algunos miembros de su creación torturaran y eventualmente ejecutaran a su único Hijo, todo para que pudiésemos ser reconciliados y tener una relación directa con él, aun sin merecerlo. Un amor de tal magnitud, que hace posible el obsequio inmerecido de la vida eterna, representa la forma más sublime de amor que la humanidad haya conocido.
Poderosos recordatorios del amor de Dios
Irónicamente, gracias a este supremo sacrificio la humanidad puede recibir no solo amor, sino además ¡la increíble capacidad de amar a otros! ¿Cómo se obtiene esa capacidad? ¿Cómo aprendemos a amarnos los unos a los otros?
Hay un hecho que tal vez usted nunca antes haya considerado: ¡las fiestas bíblicas anuales de Dios son asambleas saturadas del infalible amor de Dios por la humanidad!
¿Cómo pueden estos antiguos festivales encerrar el profundo significado del poder transformador y del amor que Dios tiene por nosotros en la actualidad? Lo invitamos a reflexionar sobre estos notables hechos:
Los autores del Nuevo Testamento claramente demostraron cómo Jesús se convirtió en el supremo cordero pascual (el sacrificio expiatorio definitivo y único por todos los pecados de la humanidad) en el día de la Pascua, poco antes del comienzo de los Días de los Panes sin Levadura. Pablo les dijo a los cristianos en el puerto de Corinto, en Grecia, que “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”(1 Corintios 5:7).
Al momento de la muerte de Jesús, cuando él cumplió su rol como nuestra Pascua –el máximo sacrificio por el pecado– los pesados y elegantes velos del templo de Jerusalén se rasgaron de arriba abajo (Mateo 27:50-51). Los sacerdotes que fueron testigos de aquel impresionante y sobrecogedor momento debieron haber quedado tremendamente impactados. En el lugar donde antes colgaba el elaborado e impenetrable velo, ahora podían ver directamente el Lugar Santísimo, sala a la cual anteriormente solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año (Levítico 16:1-2). Ahora, tal como pasó a significar el velo rasgado, ¡se podía tener acceso directo a Dios!
De hecho, el plan mismo de Dios para la humanidad —bosquejado en todos sus detalles mediante las fiestas anuales y días santos— avanzaba vigorosamente en ese preciso momento. Jesús, el Mesías de Israel que había sido profetizado, se convirtió en ese instante en “sumo sacerdote de los bienes venideros . . . no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención . . .
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne . . .acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 9:11-12; 10:19-20).
¡Ahora, después de la milagrosa resurrección de Jesús después de tres días y tres noches, podía comenzar la verdadera obra!
Poco antes de ser cruelmente torturado y sometido a un juicio falso para ser posteriormente ejecutado, Jesús le entregó a cada cristiano un mandamiento casi imposible de obedecer. De hecho, el cumplimiento de este mandamiento sería la señal de identificación de sus discípulos. ¿Cuál era?
Aunque Jesús previamente había validado el poder y la autoridad de la ley de amor de Dios según se resume en los dos grandes mandamientos y en los Diez Mandamientos (Mateo 5:17; 19:17-19; 22:37-40), aquí el mostró que el estándar para los cristianos sería su propio ejemplo, y que éste debería ser practicado entre sus seguidores: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”(Juan 13:34-35).
¿Podemos comprender esto? Vemos cómo, a medida que el reloj marcaba el inminente cumplimiento de una serie de eventos proféticos, todos los cuales involucrarían dolor físico y franca agonía, ¡Jesús instruía a sus discípulos para que demostraran muy abiertamente amor divino, espiritual e incondicional!
El sacrificio de Jesucristo fue tan importante, tan poderoso y tan crítico para nuestra salvación personal, que Dios estableció su conmemoración en primer lugar en la serie de celebraciones bíblicas anuales, y él espera que todos las comprendan y participen de ellas. El sacrificio de Jesús fue la máxima expresión de amor, tal como les dijo a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Por lo tanto, la Pascua cristiana está saturada y rebosantedel amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.
Cómo renovar nuestra capacidad de amar
Cada año, después de reconocer a Jesús como nuestra Pascua y acercarnos a la fiesta que le sigue, la de los Panes sin Levadura, nuevamente renovamos nuestra capacidad de amar espiritualmente. Hacemos esto mediante el reconocimiento de ciertos problemas de nuestro carácter espiritual que llevan al pecado, los que impiden nuestra preciada relación con Dios. Como Pablo les instruyó a los cristianos en Corinto, “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:8).
¿Por qué usa Dios pan ácimo —esto quiere decir, sin agentes que inflen la masa, como la levadura— como un símbolo espiritual de transformación, y nos exige que lo comamos durante este período de siete días?
Las fiestas bíblicas anuales y los días santos son incómodos. Requieren que hagamos un alto en nuestra rutina diaria y que consideremos cómo estamos en cuanto a nuestra relación con Dios el Padre y Jesucristo.
La Biblia indica cómo los cristianos deben prepararse con anticipación para la Fiesta de los Panes sin Levadura, eliminando todos los productos leudados de sus viviendas.
¿Por qué? Porque en el curso de esos días la levadura representa el pecado y la vanidad, una actitud “inflada” que no proviene de Dios y que nos hace pensar que estamos bien como estamos y que no lo necesitamos (vv. 2, 6). Pablo explicó que “El conocimiento envanece, mientras que el amor edifica” (1 Corintios 8:1, Nueva Versión Internacional). Y, como vimos anteriormente, podemos tener todo el conocimiento, pero si no tenemos amor (el amor incondicional e infalible que proviene de Dios), no somos nada.
De esta manera, al sacar la levadura de nuestros hogares, nos volvemos más conscientes de nuestra capacidad infinita de pecar y autoengañarnos. Mientras quitamos la levadura, podemos meditar sobre lo fácil que es darle cabida al engaño y dejar de lado las cosas espirituales. Luego, al comenzar de lleno los Días de los Panes sin Levadura, recordamos esto a diario, de manera física e íntima, durante siete días.
En vez de consumir el pan común, que tiene levadura, comemos pan sin leudar. Así, nos vemos forzados a recordar directamente y de manera práctica la continua necesidad de tener una actitud de humildad espiritual entregándole a Dios nuestra voluntad, mente, pensamientos y acciones, la cual es nuestra “adoración espiritual” (Romanos 12:1, NVI). Estos días nos ayudan a restablecer nuestro compromiso de someternos a Dios y de vencer el pecado (Apocalipsis 3:11-12).
¿Cómo demostramos la evidencia del amor?
Entonces, ¿cómo sabemos si poseemos el amor de Dios y si lo estamos poniendo en práctica en nuestras vidas? Primero que nada, debemos obedecer las leyes de Dios: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). ¿Pero estamos haciéndolo con todo nuestro espíritu e intención, siguiendo el ejemplo mismo de Jesús? Veamos cómo describe la Biblia el amor espiritual incondicional que proviene de Dios en 1 Corintios 13:4-7 (NVI):
“El amor es paciente”.
“Es bondadoso”.
“El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso”.
“No se comporta con rudeza”.
“No es egoísta”.
“No se enoja fácilmente”.
“No guarda rencor”.
“El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad”.
“Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
¿Refleja usted estos atributos divinos? ¿No? ¿Quizá algunos? No se desanime. Lea aquí la promesa que Dios nos hace a cada uno de nosotros: “El amor jamás se extingue” (v. 8). El progreso y la superación espirituales deben seguir siendo nuestra meta diaria.
Debido a nuestra capacidad humana de relajarnos y cometer errores, ¿no es acaso lógico que Dios haya creado una serie de fiestas y días santos para reforzar, refrescar y recordarnos regularmente su amor y propósito para nosotros?
Más aun, considere este hecho trascendental: ¡las fiestas anuales y los días santos de Dios poseen un verdadero poder de transformación! Ellos hacen que la Biblia se vuelva realidad y nos muestran cómo experimentar lo que la Biblia llama la “incomparable . . . grandeza de su poder a favor de los que creemos” (Efesios 1:19, NVI).
La Biblia nos instruye acerca de siete fiestas anuales distintas, y solo se han presentado dos de ellas en este artículo. Lo invitamos a leer y a aprender más. La próxima fiesta, llamada Pentecostés, es de particular importancia para quienes están interesados en el poder del amor. ¿Por qué? ¡Porque solo a través del poder del Espíritu Santo de Dios podemos producir el fruto espiritual del amor! El Espíritu de Dios nos da el poder de amar a medida que somos transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:2).
La Biblia fue escrita para toda la humanidad, pero también para usted personalmente, y usted necesita este conocimiento fundamental. Como Pablo escribió: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13).
Dios ya lo ama a usted incondicionalmente. ¿Por qué no comenzar a aprender hoy cómo retribuir ese amor y recibir así los maravillosos e inconmensurables beneficios de tener una relación directa de amor infalible con su Padre y su Hermano Mayor, Jesucristo? Sí, el amor de Dios lleva a la verdadera transformación. ¡Comience a experimentarla hoy!