¿Está dispuesto a cambiar?
¿Se siente usted realmente a gusto con su forma de ser, su apariencia, sus sentimientos o su forma de pensar? ¿Se siente satisfecho con las relaciones que tiene, o quisiera que mejoraran? ¿Desearía cambiar algún aspecto de su vida? La mayoría de nosotros respondería “sí”.
Hay una infinidad de consejos en libros, revistas, Internet y en seminarios, promocionando una panacea tras otra que prometen ayudarnos a perder peso, mejorar las relaciones, curar enfermedades, superar el pecado o cualquier cosa que no nos agrade de nosotros. Solo en los Estados Unidos, en el año 2013 se gastaron 11 mil millones de dólares en libros de superación personal.
Dios nos creó con autoconciencia y una capacidad innata para cambiar. Estos atributos no existen en los animales, quienes son guiados por su instinto y carecen del deseo de convertirse en algo diferente a lo que son. Únicamente los seres humanos tenemos la capacidad de modificar nuestra forma de ser.
Cambiar no es fácil. Muchos no cambiarán aunque estén plenamente conscientes de que un cambio les ayudaría a verse y sentirse mejor. Y para los que hacen un esfuerzo por lograrlo, el cambio a menudo se produce entre intervalos de fuerza de voluntad y mediante técnicas de creación de hábitos que por lo general duran poco. Por ejemplo, más del 90 por ciento de las personas que experimentan una notable pérdida de peso volverán a recuperarlo en algún momento, muy a su pesar.
Nuestro Creador nos ha dotado con la capacidad innata de cambiar, y nos ofrece ayuda para un cambio mucho más efectivo y que nos puede llevar a un nivel superior de existencia. Esto ocurre a través de la “conversión”, uno de los sinónimos de “cambio”, a una nueva forma de vida, que es mucho más que la simple superación de malos hábitos, o verse y sentirse mejor.
Lo primero es el cambio — una transformación total
La intención de Dios al crearnos fue elevarnos a un nivel superior de vida que, a medida que cambiamos nuestras actitudes y comportamiento, es solo el comienzo de una existencia eterna a su lado. Él nos ofrece ayuda a través del poder de su Espíritu Santo para vencer,otro sinónimo de cambio. El cambio definitivo tendrá lugar cuando finalmente Dios nos transforme de esta existencia temporal a una existencia eterna. De hecho, estas son las buenas nuevas que Jesucristo predicó.
Jesús dio inicio a su ministerio con esta importante declaración: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado: Arrepentíos, y creed el evangelio” (Marcos 1:15, énfasis nuestro en todo este artículo). El arrepentimiento, otro sinónimo de cambio, se menciona en este versículo antes de creer y tener fe. Así, el primer mandato de Cristo es a cambiar, a dar un vuelco completo en nuestro camino contrario a Dios y en vez, comenzar a seguirlo.
Lo mismo ocurrió cuando comenzó la Iglesia del Nuevo Testamento en el día de Pentecostés en Jerusalén, después que Cristo ascendió al cielo.
Después del contundente sermón del apóstol Pedro aquel día, cuando habló de Jesús, su vida, misión, muerte y resurrección, la atenta multitud “se compungió de corazón, y preguntaron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué debemos hacer?
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:37-38).
La primera instrucción de la Iglesia del Nuevo Testamento fue un llamado al cambio que conduce al bautismo y a una nueva forma de vida. Poco después, Pedro volvió a proclamar: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19).
Metamorfosis — transformación en esta vida y para el futuro
Dicho llamado abogaba por una transformación extraordinaria y permanente. De hecho, más tarde el apóstol Pablo escribió a los miembros de la Iglesia en Roma: “Y no os conforméis a este mundo; mas transformaos por la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos12:2). La palabra usada aquí en el griego original es una variación de metamorfo, de la que deriva “metamorfosis”, que significa cambiar a otra forma. Un claro ejemplo de la magnitud de este tipo de cambio es la transformación de la crisálida en una mariposa adulta.
La misma palabra aparece en la descripción de una de las visiones más espectaculares de la Biblia, la transfiguración de Jesucristo, cuando él se transformó en un Ser de luz deslumbrante: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, y a Jacobo, y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró[metamorfoseó] delante de ellos; y su rostro resplandeció como el sol, y su vestidura se hizo blanca como la luz” (Mateo 17:1-2, 9).
La misma palabra griega es usada también en 2 Corintios 3:18: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados [metamorfoseados] de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Quien obedece esto es verdaderamente un “convertido”, una persona transformada. Esto es la conversión, y se produce cuando nos convencemos de la necesidad de abandonar nuestra antigua forma de vida y, en su lugar, llenarnos de los pensamientos y deseos de la propia mente de Dios, con un profundo deseo de cambio.
Esta transformación no es un fin en sí mismo a nivel humano, sino que continúa de ahí en adelante. La transformación definitiva tendrá lugar cuando resucitemos del sepulcro para recibir inmortalidad.
Nuestra esperanza es la misma de Job, quien hizo una pregunta importante que luego respondió así: “Si el hombre muriere, ¿por ventura vivirá? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi transformación” (Job 14:14, Biblia Jubileo 2000).
Las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 15: 51-52 reiteran: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”.
Esta no es una interpretación caprichosa de la palabra “cambio”, sino que describe el curso completo en el proceso de renovación, que comienza con un llamado al cambio a través del arrepentimiento y culmina en una completa transformación de nuestro ser en la resurrección. Estas son, sin duda, buenas noticias.
Celebraciones anuales que enseñan el proceso de transformación
Dios revela una serie de festivales que no eran exclusivos para Israel, sino también para toda la humanidad, ya que conciernen a todas las personas (ver la lista completa en Levítico 23). La Iglesia del Nuevo Testamento continuó observándolas, como debemos hacerlo hoy. Estos festivales describen el proceso sistemático de la metamorfosis del hombre para alcanzar el potencial al que está destinado. (Para saber más, lea nuestro folleto gratuito Las fiestas santas de Dios).
Esta época del año, comienzos de la primavera en el hemisferio norte, es la temporada en que debemos observar los dos primeros de estos festivales anuales que nos enseñan acerca del proceso de transformación: la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura. El punto de partida es la reconciliación con Dios a través de Jesucristo como nuestra Pascua (vea 1 Corintios 5:7). No podemos comenzar nuestro viaje espiritual si no celebramos primero este suceso, lo cual hacemos anualmente.
Luego siguen los Días de Panes sin Levadura. Durante siete días sacamos el pan leudado de nuestras casas y comemos pan sin levadura; el agente leudante, símbolo del pecado durante estos días, como el bicarbonato de sodio o la levadura, es lo que hace crecer el pan durante la cocción.
Con esta comparación, el apóstol Pablo le enseñó este principio a la congregación gentil de los corintios, a mediados de los años 50 d.C: “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:8). Comer pan sin levadura representa nuestra naturaleza convertida y transformada a semejanza de Jesucristo.
Si usted se entrega a Dios y su camino de vida, él hará posible que ocurran maravillas en su vida. La transformación produce un nuevo hombre o una nueva mujer con carácter e integridad duraderos. En el fondo usted siempre ha querido esto; por lo tanto, si sigue el llamado de Dios, puede lograr el cambio para el cual fue creado. La transformación trae consigo un nuevo acercamiento con Dios, como también beneficios permanentes para nuestra vida espiritual y física.
Todo se inicia con el arrepentimiento; ¿está usted dispuesto a cambiar?