La continua marcha de la locura
Y en las palabras del segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, “Mientras que todas las demás ciencias han avanzado, el gobierno está estancado; apenas se le practica mejor hoy que hace 3.000 o 4.000 años”.
Encontré estas frases mientras leía la obra La marcha de la locura: La sinrazón desde Troya hasta Vietnam, de la afamada historiadora Barbara Tuchman. Este libro, escrito en 1984, es magníficamente perspicaz. Tuchman escribe una crónica acerca de la insensatez de los gobiernos, desde el mundo antiguo hasta los tiempos más modernos.
Ella afirma que el mal gobierno es de cuatro tipos: el primero esla tiranía u opresión, de la cual la historia nos provee muchos ejemplos muy conocidos. El segundo es la ambición excesiva. Entre los ejemplos citados en este caso, ella menciona los dos intentos de Alemania de gobernar a Europa mediante una sola raza superior. El tercero es la incompetencia o decadencia. El zar Alejandro II, el último de la dinastía Romanov de Rusia, fue un claro ejemplo. Finalmente, ella se refiere a la locura de la perversidad.
La historia está llena de ejemplos de cada uno de estos tipos de mal gobierno. Y pareciera ser que entre todos, el denominador común es la desenfrenada ambición de poder, que una vez alcanzado puede generar consecuencias desastrosas que perduran por generaciones. Hay un principio en las Escrituras que confirma los duraderos efectos de hacer el mal, tanto a nivel personal como colectivo: “El Eterno, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos” (Números 14:18).
Tuchman describe el relato bíblico de Roboam, el hijo de Salomón, quien asumió el trono de Israel después de su padre en el siglo 10 a.C., cuando esta nación estaba compuesta por 12 tribus descendientes del patriarca Jacob.
Roboam estaba determinado a continuar con los altos impuestos del tiempo de Salomón, a pesar de las súplicas de los representantes del pueblo, quienes buscaban alivio y un trato más justo por parte del gobierno. Su acto de insensatez provoco la amenaza de una secesión de las 10 tribus del norte, quienes se reunieron alrededor del pueblo de Siquem, el centro político de esta sublevación. Roboam inmediatamente viajó a Siquem para confrontar la rebelión. Cuando se reunió con una delegación y escuchó sus demandas por un nuevo salario y contrato de trabajo, les pidió tres días para consultar con sus consejeros y regresar con una respuesta.
Roboam, joven y energizado por sentimientos de poder y autoridad, escuchó dos tipos de consejos, completamente opuestos entre sí. Sus consejeros de mayor edad le aconsejaron que renegociara los términos y que les hablase “buenas palabras”. Le dijeron que así se ganaría su buena voluntad y “ellos te servirán para siempre” (1 Reyes 12:7).
Rechazando esta opción, se fue a sus consejeros más jóvenes, hombres de su misma generación con los que había crecido. Ellos, buscando el favor del joven rey y cayendo en el hábito de los serviles consejeros que vemos hasta el día de hoy, le aconsejaron en contra de nuevas estipulaciones contractuales.
Roboam sería conocido para siempre por la respuesta que entregó a los rebeldes: “Ahora, pues, mi padre os cargó de pesado yugo, mas yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones”
(v. 11).
Al oír este discurso, las 10 tribus del norte instantáneamente cortaron toda conversación y se fueron a formar su propia nación, ya no más atada a la casa de la realeza de David, de donde descendía la dinastía de los gobernantes. Su clamor fue “¡Israel, a tus tiendas! ¡Provee ahora en tu casa, David!” (v. 16).
Todos los intentos posteriores de reconciliación fueron rechazados, y una nueva nación fue establecida. Las tribus escogieron a un hombre llamado Jeroboam para que fuese su rey. Él reinó por 22 años, y hubo continuas contiendas entre él y Roboam durante todo ese período. Después de un período de 200 años de decaimiento y apostasía religiosa, la nación de las 10 tribus de Israel fue llevada en cautividad por el imperio asirio y desapareció en la bruma de la historia, para emerger eventualmente en su forma moderna.
El reino de Judá sobrevivió, pero más tarde fue conquistado por Babilonia. Los descendientes de esa nación son el pueblo judío, algunos de los cuales viven actualmente en su tierra de antaño bajo la bandera del estado de Israel. Pero incluso hoy en día aquella región no está libre de conflictos, ya que el estado judío debe contender con las acusaciones de los árabes nativos y la enemistad de las naciones árabes que lo rodean, quienes
resienten su presencia, su prosperidad y herencia. Las consecuencias de la insensatez de Roboam dejaron su marca a lo largo de casi 3.000 años de historia.
La codicia humana por el poder parece ser una de las causas principales del mal gobierno entre los líderes, y se traduce en el deseo de una persona de gobernar sobre otros, sin importar las consecuencias. Si la perspectiva de John Adams acerca del gobierno es aún verdadera —y los eventos y tendencias actuales lo comprueban— entonces no debemos esperar que este mundo cambie dramáticamente en ese respecto, a pesar de lo que prometan los políticos. “La esperanza y el cambio” son todavía una efímera visión.
Sin embargo, los tiempos finalmente cambiarán. Isaías predijo la venida de quien traerá ese cambio: el líder más grandioso que ha nacido, del linaje de David, quien pronto regresará a esta Tierra para gobernar:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Eterno de los ejércitos hará esto”
(Isaías 9:6-7).
Hasta entonces, la responsabilidad recae sobre nuestros hombros, para que con la ayuda de Dios controlemos nuestro carácter, frenemos nuestra ambición, prevengamos la corrupción y maduremos emocionalmente. El hacer esto nos ayudará a desarrollar el carácter de un líder como Jesucristo.