La parábola de los obreros de la viña
Un salario justo, de un jefe justo
Cuando yo tenía 18 años, mi padre vendió el negocio familiar y comenzó a trabajar para una compañía constructora. Debido a ello, me quedé sin empleo y tuve que buscar otro para pagar mi universidad. Solicité empleo como jornalero donde mi papá trabajaba, pero no dio resultado.
Cada día se reunían muchos hombres en un gran salón en la sede de la empresa, que constantemente requería trabajadores para cargar material y hacer gran parte del trabajo de cimentación en las construcciones. El salario era mínimo, y las jornadas muy largas.
Como estaba ansioso por trabajar, me presenté a la empresa dos días consecutivos y esperé mi turno junto a hombres que me doblaban en edad y experiencia. Pero en ambas ocasiones fui rechazado. Yo debía limitarme a mirar cómo el jefe de personal asignaba trabajo a otras personas, lo que para mí era decepcionante y un poco humillante, ya que no estaba acostumbrado al rechazo.
Después de dos días sin ser llamado, me di por vencido. No me iban a llamar ese día, ni nunca. Yo no podía depender del nombre o la reputación de mi padre, al menos no en esa compañía, así que tendría que abrir mi propio camino.
Busqué y encontré trabajo por mi cuenta. De hecho, conseguí dos trabajos y empecé a ganar suficiente dinero como para iniciar mis estudios universitarios ese mismo otoño.
Esta experiencia me enseñó grandes lecciones. Aprendí a ser creativo, a luchar y perseverar en la búsqueda de trabajo. Aprendí que el dueño de un negocio podía contratar a quien quisiera, cuando él quisiera, y pagarle lo que considerara justo.
Esos dos días que estuve esperando en las instalaciones de la empresa constructora me enseñaron una lección de vida: que el jefe tiene plena autonomía en el manejo de los recursos de su compañía, y que si él es un patrón bueno y amable, la compañía prosperará. Yo no era nadie para reprochar al dueño de esa empresa; mi deber era aprender de la experiencia y seguir adelante con mi vida.
Frecuentemente medito en aquella experiencia cuando leo una de las parábolas que Jesucristo usó para enseñarnos sobre el trabajo al que nos llamó en el Reino de Dios. En Mateo 20, Cristo habló de la parábola de los trabajadores de la viña. Nosotros hemos sido “contratados” para trabajar para Dios, y cuando logramos comprender esta verdad, nuestra vida, y aun el empleo con que nos ganamos el sustento, adquieren propósito y significado. Si somos capaces de entender este importantísimo concepto, enfrentaremos la vida con pasión, energía y dedicación.
Veamos qué podemos aprender en esta parábola acerca del trabajo que Dios está llevando a cabo en la actualidad.
Trabajadores contratados en distintas etapas
Jesús dijo: “Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo acordado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña” (Mateo 20:1-2)
Cada jornada comenzaba temprano, quizá al amanecer, y aquellos que querían trabajar esperaban hasta que el dueño los llamaba. Este tipo de situaciones aún se da en muchas partes del mundo. El trabajo es lo que define a una persona, y es mucho más que un simple medio para pagar las cuentas de fin de mes. El trabajo dignifica a la persona y le da sentido a la vida, y cuando la gente no consigue trabajo por mucho tiempo, su sentido de identidad y autoestima se desmoronan.
Cristo describe en esta parábola a un hombre próspero, que acaba de contratar obreros por un salario justo. Se ha pactado el salario del día (un denario era la paga de un día de trabajo) y los obreros han comenzado su labor.
En la parábola, a la “hora tercera”, o las 9:00 a.m., el propietario de la viña ve a otro grupo de hombres desocupados en la plaza, y les ofrece trabajo. Éstos también entran a la viña a trabajar. Hay mucho trabajo por hacer, y la contratación continúa a lo largo del día. Con intervalos de tres horas, el dueño de la viña regresa a la plaza a contratar más obreros.
A media tarde, alrededor de las 3:00 p.m., la situación es más o menos la siguiente: hay muchos trabajadores ocupados en las labores de plantar, cuidar, podar y cosechar los frutos de un gran viñedo. La necesidad de contratar más trabajadores durante el día puede deberse a dos razones:
En primer lugar, tal vez el trabajo que debe hacerse sigue aumentando; se siembran más vides, las que ya existen deben ser mantenidas, y para llevar a cabo todo esto se requiere más mano de obra. La contratación de más obreros es la única forma de mantener la producción.
Una segunda posibilidad es la continua rotación de trabajadores. Tal vez algunos de los que habían sido contratados inicialmente habían renunciado por cansancio, por considerar que el esfuerzo era demasiado, o que no era el tipo de trabajo para ellos. Ello ha obligado a reemplazarlos, ya que la labor debe seguir; el ciclo de plantar, mantener y cosechar un cultivo nunca termina. Si algunos trabajadores renuncian, deben ser sustituidos por otros.
Continuando con la parábola, la obra sigue, y alrededor de las 5:00 p.m., “la hora undécima”, aún se necesitan trabajadores, así que el dueño sale y encuentra más personas desempleadas y disponibles, y les ofrece trabajo. “Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo” (Mateo 20:7).
El mismo salario para todos
Al final del día, el dueño le dice al mayordomo que les pague a los trabajadores. Los contratados al final de la jornada reciben primero su paga, y los contratados al inicio son los últimos en recibirla. Cada trabajador, sin importar cuánto tiempo haya trabajado, recibe la misma suma, la paga de un día: un denario.
En principio, este ejemplo desafía las prácticas laborales modernas. Pero no olvidemos que esta es solo una parábola, cuyo fin es enseñar una lección específica. Los caminos y pensamientos de Dios no son los nuestros. Podríamos pensar que es injusto que alguien que trabajó solo una hora reciba la misma paga que quien trabajó todo el día, pero Dios no lo ve así. Veamos entonces lo que él quiere enseñarnos.
Luego de escuchar las quejas —“Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día” (Mateo 20:12)— el dueño de la viña responde: “Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20:13-16).
Cada trabajador había estado conforme con la paga ofrecida por el dueño. Los que habían empezado en la mañana habían estado de acuerdo en que un denario era justo y apropiado, así que no había lugar a reclamos respecto al pago recibido: lo que el dueño le diera a los demás quedaba fuera del acuerdo inicial con cada uno.
Toda la riqueza le pertenece a Dios, y él es generoso y misericordioso para con todos. Tal es la clara moraleja de esta parábola. Los “postreros”, aquellos que son llamados y escogidos al final, tienen entrada al Reino de Dios tal como los que son llamados al comienzo del día. La gracia que Dios extiende a quienes son fieles es una lección clave en esta parábola, pero aún hay más.
Perseverar hasta el fin
Vemos que todos recibieron su paga al cabo de la jornada; en otras palabras, todos tuvieron que trabajar hasta el final, hasta que el día acabara. En la viña del Señor, el trabajo de plantar, cultivar y cosechar también continúa hasta que todo concluya.
¿Le gusta trabajar? Espero que sí, porque como enseña esta parábola, el Reino de Dios es como una viña llena de trabajadores contratados por el dueño para realizar una labor específica en el momento apropiado. Tenemos que amar nuestra labor lo suficiente como para buscar trabajo y permanecer en esa labor. Tenemos que amar nuestro trabajo de preparación para el Reino de Dios.
Dios concluirá su obra en la Tierra en esta era, y todo se está llevando a cabo de acuerdo a un gran plan. Jesucristo ilustró sus parábolas con actividades cotidianas, aquellas que forman los cimientos de la vida. A través de ellas podemos aprender muchas cosas, incluyendo lo que es el Reino y cómo podemos entrar en él.
La moraleja de esta parábola es que tenemos que anhelar entrar en la viña y trabajar. Tenemos que estar disponibles para que Dios (el dueño de la viña) nos llame. Tenemos que querer trabajar, y además, perseverar hasta el final de la jornada, sin importar el tiempo que cada uno de nosotros haya trabajado.
El llamado al Reino de Dios es el más noble y sublime que podamos recibir en la vida; si no nos desanimamos ni renunciamos a medio camino, recibiremos de Dios la recompensa prometida: la corona de justicia.
Hace muchos años aprendí una lección muy importante acerca del trabajo y de cómo conservarlo. Hubiera sido fácil decepcionarme y creer que jamás encontraría un trabajo. Pude haberme disgustado con el empresario por no contratarme, aunque solo fuera por un día. Tuve que perseverar hasta encontrar el empleo adecuado, conservarlo y desempeñarlo bien.
Todas estas lecciones las he aplicado al más grandioso de todos los llamados, el del Reino de Dios. Para mí ha sido un trabajo de toda la vida, con mucho significado y propósito. ¡Ojalá lo sea también para todos ustedes!