#315 - 2 Corintios 6-9: "El yugo desigual; la ofrenda a los pobres en Judea"

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#315 - 2 Corintios 6-9

"El yugo desigual; la ofrenda a los pobres en Judea"

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Les recuerda a los corintios que, si se dejan engañar por los falsos maestros, pueden perder su salvación, algo que también nos puede pasar a nosotros si hacemos lo mismo. Les advierte: “Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6:1). 

Aquí Pablo aclara que la gracia, o el favor y el perdón inmerecido de Dios, no es incondicional, pues se puede perder. Pablo sabe que sólo tenemos una oportunidad para recibir esa gracia, y no debemos desperdiciarla. Como él dice en otra parte: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados (Heb 12:15). 

Por eso les recuerda que, para ellos, ahora es su tiempo de alcanzar la salvación. Dice: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). La traducción correcta debe decir: “he aquí ahora es un día de salvación,” pues no existe sólo un momento de salvación, sino que depende de cuándo uno es llamado. Es decir, para nosotros ahora sí es el día de salvación, pero no para la gran mayoría del mundo que no está siendo llamada. Ellos tendrán ese día de salvación cuando se les ofrezca la oportunidad de arrepentirse, al ser removido “el velo que envuelve a todas las naciones...” (Is 25:7-9), y entonces por fin conocerán la verdad de Dios y podrán ser llamados.

Por ese motivo, Pablo les recuerda que ha sido muy cuidadoso para no estorbar ese precioso llamamiento. Les dice: “No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado” (2 Corintios 6:3). Tiene que decir esto pues su ministerio sigue siendo injustamente vituperado por los falsos hermanos entre ellos. Les relata los nueve tipos de pruebas que ha pasado por amor a ellos. Las primeras tres tienen que ver con pruebas en general: “en tribulaciones, en necesidades, en angustias”. Las siguientes tres son las causadas por personas: “en azotes, en cárceles, en tumultos”. Y las últimas tres, por el tipo de ministerio que tenía: “en trabajos, en desvelos, en ayunos” (2 Corintios 6:4-5). Hoy día no es tan distinto el ministerio, pues está lleno de peligros, aunque todavía no de tantas persecuciones. 

¿Cómo logra superar Pablo estas pruebas? Él se enfoca en las siguientes herramientas espirituales, como debemos todos: “en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas a diestra y a siniestra, por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama... como entristecidos, mas siempre gozosos… Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado” (2 Corintios 6:6-11). 

Al ver que algunos todavía dudan de él, Pablo está siendo lo más abierto y franco posible, pues está dolido. Tiene que ahora mostrarles el peligro en que se encuentran, pues en vez de criticarlo tanto, debieran estarse enfocando en solucionar sus propios problemas, pues algunos hermanos bautizados se estaban casando con personas inconversas, y otros se estaban mezclando con los incrédulos al participar en ceremonias paganas. 

Pablo los corrige al decirles que no deben mezclarse con el mundo y usa una analogía bíblica. Los amonesta: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:14-7:1). Hay personas que ya vienen casados con incrédulos, y Dios dice que no se deben separar si el incrédulo consiente en vivir con ellos, y también sirve de un ejemplo que a veces el incrédulo es llamado por Dios. 

También se puede trabajar con personas inconversas y hasta cierto punto tener amistades con ellas, pero no se debe “unir en yugo desigual con el incrédulo” en sociedades conyugales o religiosas. Pablo usa el ejemplo de la incompatibilidad entre dos animales distintos en un mismo yugo para demostrar que lo mismo les sucede a los seres humanos. Dice: “No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie” (Levítico 19:19) y, “No ararás con buey y con asno juntamente” (Deuteronomio 22:10). 

El Comentario Exegético explica el principio: “El buey y el asno, siendo de especies distintas y de caracteres diferentes no pueden asociarse confortablemente, ni unirse de buena gana para arrastrar el arado o carro. Siendo el asno más pequeño y su paso más corto, tiene que haber un tiro desigual e irregular. Además, el asno, que se alimenta de yuyos toscos y venenosos, tiene un aliento hediondo, que el buey trata de evitar… y siempre tiene su cabeza alejada del asno que lo hace tirar con solo un hombro” (p. 172). 

Al estar el converso ligado con un inconverso, tendrán diferentes metas y un distinto tren de caminar en la vida. Con el paso del tiempo casi siempre se hará más difícil la convivencia, y por eso tenemos esta escritura para advertirnos de no hacerlo. 

Pablo sigue defendiéndose de las falsas acusaciones: “Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado. No lo digo para condenaros; pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntamente” (2 Corintios 7:2-3). 

Les recuerda de la última prueba que sufrió, al pensar que algo le había pasado a Tito y que las cosas habían ido mal en Corinto, algo que detalla en el capítulo 2. Escribe: “Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones. Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aún más” (2 Corintios 7.4-7). 

Tito le avisó que la carta severa, o sea la Primera Epístola a los Corintios, había tenido el efecto deseado y que los hermanos habían apartado al fornicario de la iglesia y se habían arrepentido de su negligencia moral. 

Pablo les dice: “Porque aunque los contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo, os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:8-10). 

Aquí vemos que existe un tipo de arrepentimiento que no es espiritualmente provechoso, el arrepentimiento o la tristeza según el mundo. Es cuando uno se arrepiente por los efectos negativos que ha tenido el pecado, pero no cambia. Es parecido a lo que le sucede al ladrón capturado, que muestra tristeza porque va a ser castigado, pero no se arrepiente de ser un ladrón. De igual manera, de nada hubiera servido si los corintios sólo se entristecieran por haber sido reprendidos por Pablo, pero no haber hecho algo al respecto. Pero ellos no sólo se lamentaron por la corrección, sino que cambiaron su modo de ser y llevaron a cabo la acción correcta, que era sacar al fornicario temporalmente de la iglesia hasta que se arrepintiera. El verdadero arrepentimiento significa no sólo sentirse mal por lo que se ha hecho, sino que va a haber un cambio de conducta y acción. No es sólo reconocer el pecado que hemos cometido, sino que somos pecadores y necesitamos cambiar nuestras actitudes y acciones. 

Noten que Pablo alaba, no la tristeza misma de los corintios, sino sus acciones. Dice: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto. Así que, aunque os escribí, no fue por causa del que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que se os hiciese manifiesta nuestra solicitud que tenemos por vosotros delante de Dios” (2 Corintios 7:11-12). 

Pablo los alaba por esa actitud y acción. Ahora les recuerda que deben tener ese mismo celo con la ofrenda que se está reuniendo para ayudar a los hermanos en Judea que estaban pasando por una terrible sequía y hambruna. Les dice: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” (2 Corintios 8:1-4). 

La generosidad de los macedonios se destaca en varias epístolas. La capital de Macedonia era Filipos, y los filipenses son alabados por Pablo por su generosidad (Filipenses 2:25; 4:15). Tesalónica era otra ciudad macedonia que también era conocida por su generosidad. Pablo dice de ellos: “Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia” (1 Tesalonicenses 4:9-10). 

El problema que existía era que los corintios no estaban siguiendo el ejemplo de los macedonios, aun cuando tenían más holgura material, pues se habían dejado estar al respecto. Pablo procura incitarlos con el ejemplo macedonio y el de Jesucristo para que cumplan con lo que se propusieron acerca de esa ofrenda. 

Les dice: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. Y en esto doy mi consejo; porque esto os conviene a vosotros, que comenzasteis antes, no sólo a hacerlo, sino también a quererlo, desde el año pasado” (2 Corintios 8:7-10). 

Los corintios se habían comprometido a ayudar con esa ofrenda y le habían pedido instrucciones a Pablo. En la primera carta les había indicado la manera de participar. Les escribió: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas” (1 Corintios 16:1-2). 

Las cosas habían empezado bien, pero no habían continuado así. Pablo se había enterado de que los hermanos no estaban guardando esos suministros como habían dicho. Ahora tiene que instarlos, casi un año más tarde, con esta segunda epístola, para que no lo dejen en vergüenza. Les dice: “Ahora, pues, llevad también a cabo el hacerlo, para que como estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir… no sea que si vinieren conmigo algunos macedonios, y os hallaren desprevenidos, nos avergoncemos nosotros, por no decir vosotros, de esta nuestra confianza” (2 Corintios 8:11; 2 Corintios 9:4). 

Recuerden que la ofrenda aquí es totalmente voluntaria, y Pablo hace hincapié constantemente en esto. No es como el diezmo o una ofrenda en un día santo que es un mandamiento de Dios. Ellos pueden participar o no en ello, pero una vez comprometidos, deben cumplir con su palabra. 

Es irónico que Pablo tenga que defenderse hasta de tomar esta ofrenda, pues los falsos maestros lo estaban acusando de querer quedarse con estos fondos. Por eso Pablo les explica lo cuidadoso que ha sido en hacer todo abierta y honestamente. 

Les dice al respecto: “Y enviamos juntamente con él [a Tito] al hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias; y no sólo esto, sino que también fue designado por las iglesias como compañero de nuestra peregrinación para llevar este donativo, que es administrado por nosotros para gloria del Señor mismo, y para demostrar vuestra buena voluntad; evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres” (2 Corintios 8:18-21). 

A los que se habían comprometido en dar cierta cantidad para la ofrenda y que ahora dudaban de ello, Pablo les recuerda: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:6-7). 

El principio del dador alegre se encuentra a través de toda la Biblia. Dios nos manda ser generoso como él es y nos lo ha mostrado con el máximo ejemplo. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados… Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:10,19). Dios espera que seamos como él: “Cuando haya en medio de ti menesteroso… no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente… y no serás de mezquino corazón cuando le des; porque por ello te bendecirá el Eterno tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que emprendas” (Deuteronomio 12:7-10). Dios dice: “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado” (Proverbios 11:25). Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). 

Pablo sigue explicando ese principio del dar, que uno será bendecido mucho más de vuelta. “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra… Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9:8-12). 

No es fácil desprenderse de lo material. Dios lo sabe, pero también, hay que confiar en él, pues él no quiere tener a un grupo de gente tacaña dirigiendo bajo Cristo el Mundo de Mañana. David es un gran ejemplo de un dador alegre. Le entregó a Dios una gran ofrenda para poder construir el Templo en Jerusalén, y dijo una gran verdad, y mostró una actitud que todos debemos tener: “Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos… Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente. Eterno, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti” (1 Crónicas 29:13-18). 

Así, a través de los siglos, a quienes Dios llama, no importa en qué parte del mundo, el pueblo de Dios se caracteriza por ese corazón recto y generoso hacia Dios y su Obra. ¡Qué Dios siga entregando a todos nosotros ese mismo tipo de corazón y que la oración de David siga cumpliéndose en nosotros! 

En esencia, Pablo termina esta sección pidiendo lo mismo que David. Dice: “Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros. ¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:12-15). No importa cuál sea el proyecto que necesite la Iglesia, el pueblo de Dios siempre se ha conocido por tener un corazón generoso.