¿Puede usted cambiar el mundo?
Gran parte de la vida actual parece escapar a nuestro control, y el mundo se encamina hacia tiempos cada vez peores. Todos los días escuchamos noticias de un nuevo suceso impactante que, aunque no nos afecte directamente, al menos nos agobia con serias preocupaciones sobre el futuro. En el Medio Oriente y en Ucrania la guerra sigue su curso. Las atrocidades de Hamás contra los israelíes fueron espeluznantes y horrorosas, y las represalias israelíes dieron lugar a más episodios de sufrimiento y muerte. La invasión rusa de Ucrania ha destrozado vidas y amenaza a otros Estados europeos. Pero ¿qué podemos hacer realmente? La conmoción inicial y las oraciones por la paz son seguidas por intentos de continuar con nuestras vidas normales.
Pero, si uno lo piensa mejor, eso puede ser bastante difícil. La posibilidad del uso de armas nucleares en estos conflictos añade otra amenaza preocupante. Nuestra generación no ha presenciado el uso de un arma nuclear sobre una población determinada. Solo sabemos al respecto cuando estudiamos la historia de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, la amenaza actual es muy real y nos produce verdadero temor.
Al final, ¿qué puede hacer usted al respecto, como individuo? Nada, según parece. Estos asuntos escapan a nuestro poder de control o influencia. Entonces, ¿hay algo que pueda hacer para lograr el cambio necesario? Junto con analizar otros problemas preocupantes, consideremos los pasos que deberíamos dar.
Deuda e inflación
Suelo leer mucho acerca de la inflación que devora nuestros ahorros y lleva a mucha gente al borde de la ruina financiera. Los precios de los alimentos y la energía engullen porciones cada vez más grandes de nuestros salarios mensuales. En Hageo 1:6, la Biblia habla de meter el dinero en “un saco roto” (un agujero en el bolsillo, en lenguaje actual) como señal de una economía enferma y débil, como la actual.
El gasto gubernamental contribuye significativamente al problema. La deuda nacional de Estados Unidos está haciendo metástasis hasta convertirse en un cáncer que, a menos que se corrija, acabará con esta nación. Le pido que se arme de paciencia y me acompañe a revisar algunas estadísticas inquietantes.
Un reciente artículo en el periódico financiero estadounidense Wall Street Journal informó que la Oficina Presupuestaria del Congreso [OPC] “prevé que, con la ley actual, la deuda nacional [deuda pública federal tomada de los mercados de crédito] crecerá de 26.2 billones de dólares en este último año fiscal hasta 48.3 billones de dólares en 2034, lo que significa un enorme aumento del 84 %. La deuda como porcentaje del PIB [Producto Interno Bruto] aumentará del 93.3 % al 116 % en 2034. Como contexto histórico útil, EE. UU. añadió 22.3 billones de dólares en deuda en toda su historia hasta 2021, casi tanto como se prevé que acumulará en los próximos 10 años” (“CBO Shows the U.S. Is Paddling Toward the Fiscal Falls” [“OPC muestra que EE. UU. está dirigiéndose a una catástrofe fiscal”], 9 de febrero de 2024).
Dado que la mayor parte de este gasto corresponde a derechos y gastos fijos como Medicare [seguro de salud federal para personas de 65 años o más y ciertas personas más jóvenes con discapacidades o enfermedades crónicas] y el Seguro Social, ningún político quiere ser el que reduzca estos dos programas. La nación está enredada en una maraña de gastos de la que no hay vuelta atrás. Cualquier persona cuerda que observe este panorama sabe que un día acabará con la república.
Fíjese en esa cifra de 48.3 billones de dólares. Estados Unidos está añadiendo actualmente alrededor de 1 billón de dólares en nueva deuda cada tres meses. Nadie entiende cuánto dinero es un billón, y mucho menos 48 billones. ¡Es una cifra inconcebible! Sin embargo, es real y tiene consecuencias.
No hay nada que usted o yo podamos hacer para corregir esto en nuestro mundo presente. Pero hay algo que sí podemos hacer en nuestra propia vida, en nuestro mundo personal: podemos vivir dentro de nuestros ingresos; podemos evitar el tipo de gasto deficitario que podría empujarnos a nosotros y a nuestra familia a la bancarrota o a la pobreza generacional sistémica.
La buena administración de los ingresos personales está a su alcance para que la aprenda, la utilice y domine su manejo. En la Biblia se encuentran principios financieros sólidos que constituyen la base de un estilo de vida libre de deudas.
La Biblia habla bien del ahorrador, señalando que la hormiga sabiamente almacena comida para el invierno (Proverbios 6:6-11); además, habla favorablemente de alguien que provee para sus hijos y nietos: “La gente buena deja una herencia a sus nietos, pero la riqueza de los pecadores pasa a manos de los justos” (Proverbios 13:22, Nueva Traducción Viviente). Por supuesto, hoy en día no todo el mundo dispone de tales medios, pero debemos esforzarnos por hacer lo que podamos en las circunstancias en que nos encontremos.
Cuando administramos nuestro dinero de manera de ahorrar no solo para nosotros sino también para los demás, estamos practicando otros principios espirituales enseñados en la Biblia. El dinero no se convierte en una obsesión, un dios o un ídolo falso. Tener ahorros en lugar de deudas crónicas nos pone en posición de ayudar a otros que puedan estar pasando por un mal momento. Nos convertimos entonces en dadores en lugar de beneficiarios. Es mucho mejor poder ayudar a los demás que estar acudiendo siempre a un amigo, a un pariente o a un programa gubernamental en busca de ayuda. Esto agrada a Dios, ya que nos alinea con su naturaleza.
No podemos cambiar el gasto gubernamental fuera de control, pero sí podemos cambiar nuestros propios gastos y cosechar bendiciones concretas. En el proceso también aprendemos a administrar los gastos a mayor escala. Esto nos inicia en el sendero del gran propósito de Dios para nuestra vida si decidimos seguirlo. Ampliaremos esto más adelante.
Consideremos otro gran problema al que nos enfrentamos, pero que no podemos cambiar.
Corrupción en el Gobierno y el liderazgo
Pareciera que no pasa un día sin que salga a la luz otro episodio de conducta corrupta por parte de un político, juez, líder empresarial, figura religiosa u otra persona de alto perfil. Puede ser inmoralidad sexual o un hecho criminal, como malversación de fondos o fraude financiero deliberado. La incompetencia y la mentira también conducen a la humillación pública. Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a no esperar nada mejor de quienes han sido nombrados para ocupar cargos administrativos.
La descripción que hace Isaías de tal corrupción encaja muy bien con nuestros días: “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron al Eterno, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:4-6).
La conmoción ante la corrupción conduce al desánimo y da paso al cinismo y a la ruptura de la confianza. Pero ¿qué se puede hacer al respecto? ¿Elegir a un congresista, gobernador o presidente honrados?
Hace años oí decir que si se pudiera encontrar a una persona con la sabiduría de Salomón, la paciencia de Job, la integridad de José y la rectitud de Jesucristo, tal persona sería digna de un alto cargo político. Puede que hoy en día haya alguien con una gran integridad y capacidad, pero una persona así que se presentara a las elecciones seguiría siendo atacada, obstaculizada y destruida por el sistema.
El problema, como ya dijimos, es que no podremos cambiar esto, pero sí podemos tomar decisiones para cambiarnos a nosotros mismos. Y eso es lo que Dios quiere que usted haga. Él quiere que usted comience a cambiarse a sí mismo para ser como estos personajes de la Biblia. Por eso se conserva el registro de sus vidas: para que nos sirvan de ejemplo de cómo vivir, no solo para hoy, sino para la eternidad en la familia de Dios (1 Corintios 10:11).
No podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar nuestro mundo. No podemos resolver estos grandes problemas mediante el activismo o nuestra intervención e intención de ayudar; pero no debemos irnos al otro extremo: deberíamos involucrarnos y hacer una diferencia cada vez que se nos presente la oportunidad y podamos hacerlo. Sin embargo, es mucho más importante darnos cuenta de que podemos empezar por cambiar nosotros mismos y prepararnos para el mundo que viene. Esta es la intención de Dios.
Haga lo posible con lo que le ha sido dado
Este principio se describe en una parábola que Jesús dio a sus discípulos: la parábola de las minas, en Lucas 19. En ella, un hombre da a diez de sus siervos la misma cantidad de dinero, equivalente a unos tres meses de salario, diciéndoles que lo utilicen para “hacer negocios” hasta que él regrese (versículo 13). A su regreso, exige una rendición de cuentas que muestre cuánto ha incrementado cada siervo la inversión de su amo.
El primer siervo había aumentado su cantidad diez veces. El noble (que representa a Cristo en la historia) lo recompensa dándole autoridad sobre diez ciudades. El segundo había aumentado su cantidad cinco veces, y recibe la promesa de cinco ciudades. Luego vino otro que no había hecho nada con su dinero. Lo había envuelto en un paño y lo había escondido, sin siquiera depositarlo en el banco para ganar un poco de interés. Así que su cantidad le es quitada y entregada al primer siervo.
Jesús utiliza aquí el dinero como ejemplo de crecimiento espiritual. El dinero y la oportunidad que se dan aquí representan vivir dentro de nuestras posibilidades y utilizar lo que se nos ha dado para crecer en conocimiento, carácter y experiencia; en resumen, para hacer cambios en nuestra vida y convertirnos en siervos eficaces y productivos. Esta parábola nos ofrece una ayuda clara y directa para hacer frente a los monumentales desafíos a los que se enfrenta este mundo actual, un mundo que no podemos cambiar. Solo Jesús, a su regreso, traerá un cambio duradero a través del Reino de Dios, que sustituirá a los reinos de este mundo (Apocalipsis 11:15).
Esta parábola nos dice que podemos trabajar para cambiarnos a nosotros mismos y nuestras circunstancias, como parte de la preparación para gobernar con Cristo en su reino. Ponga en orden su vida financiera, viva según los principios económicos de Dios (aplicables a todas las áreas de su vida), y podrá administrar los asuntos de mucha gente en el reino venidero. Si vive dentro de sus posibilidades y evita las deudas agobiantes, en su “ciudad” personal usted desarrollará prioridades espirituales que le permitirán administrar los asuntos de mayor envergadura de múltiples ciudades. Acumule una herencia según sus posibilidades, para que aprenda a aplicar políticas que mejoren la vida de quienes vivirán en esas ciudades.
Por eso nacimos
Esta vida es la preparación para un mundo venidero en el que reinará la justicia. Si usted desarrolla hoy la sabiduría de Salomón, sus juicios, utilizados correctamente, brindarán estabilidad a su vida y a su familia. Si desarrolla el fruto espiritual de la paciencia, como Job, no se dejará zarandear por las corrientes de los problemas del mundo que podrían hacer naufragar su vida personal.
Si vive con la integridad de un José en su manera de pensar y actuar, encontrará paz interior y calma y superará el estrés de la vida, podrá evitar la tentación y se sentirá seguro sabiendo que Dios guía su vida a pesar de lo que hagan los demás.
Y si se acerca a Dios y busca continuamente su ayuda para llegar a ser justo como Jesucristo (Mateo 5:48; 6:33), podrá vivir y reinar con Cristo y ayudar en la transformación venidera del mundo entero (Apocalipsis 20:5).
Usted no puede cambiar el mundo en general . . . todavía. Pero puede cambiarse a sí mismo. Cambiar es difícil. Los propósitos bienintencionados de enero no bastan: hace falta mucho más. El cambio es algo que Dios quiere que hagamos, pero él no espera que lo hagamos solos y tampoco espera que confiemos en un montón de ideas y técnicas de autoayuda. Dios quiere que vivamos vidas exitosas y positivas, y nos promete la ayuda que necesitamos para transformarlas en una experiencia dinámica y feliz, algo que siempre deseamos pero que a menudo nos resulta tan esquivo.
Todo cambio comienza en nuestra mente y en nuestro corazón, con los cuales meditamos sobre nuestras vidas y lo que hacemos. Cuando estamos alineados con la mente y el poder de Dios, podemos esperar que se produzca un cambio permanente, ¡un cambio que conduce a una vida guiada por el Espíritu, con verdadero significado y propósito! BN