¿Qué pueden aprender los Estados Unidos y Gran Bretaña de la caída de Roma?
Después de 2.000 años, la grandeza de la antigua Roma todavía provoca emociones en la gente. Las magníficas ruinas del Imperio romano salpican el paisaje de Europa y el Mediterráneo con sus caminos, acueductos y anfiteatros. Según se calcula, alrededor del año 180 d.C. Roma llegó a ser la primera ciudad con un millón de habitantes.
Dentro de esta Ciudad de las Siete Colinas, el famoso Coliseo podía acomodar hasta 50.000 espectadores en sus eventos deportivos, y en el Circo Máximo, ubicado en las proximidades, posiblemente unas 250.000 personas presenciaban las carreras de carros romanos.
Pero todo esto llegaría a su fin unos cuantos siglos más tarde. Roma cayó oficialmente en el año 476 d.C., cuando el jefe militar bárbaro Odoacro se invistió a sí mismo como rey después de derrocar a Rómulo Augústulo, el último emperador romano. Durante muchos siglos, los historiadores han analizado el pasado de Roma para explicar por qué, a pesar de toda su riqueza, esta civilización colapsó y retrocedió a una barbarie primitiva.
La historia de la caída de Roma no es tan solo una lección histórica, y es importante que la entendamos en estos tiempos actuales. ¿Podrían las mismas fuerzas que destruyeron Roma y la convirtieron en ruinas, acabar también con Gran Bretaña, que hasta hace muy poco gobernaba una cuarta parte del planeta? ¿Y qué se puede decir de Estados Unidos, que todavía es el líder militar y económico mundial?
Si los ciudadanos estadounidenses y británicos se creen invencibles, están tan equivocados como los romanos en el momento culminante de su imperio. Hoy en día, las mismas fuerzas que contribuyeron a la destrucción de Roma están socavando a los Estados Unidos y a Gran Bretaña. ¿Podrán estas naciones aprender del pasado, para no repetirlo?
El asfixiante control gubernamental
¿Qué tienen en común Estados Unidos y Gran Bretaña con la antigua Roma? Para empezar, la forma en que sus gobiernos expanden su control sobre las vidas de sus ciudadanos.
Durante los siglos posteriores al primer emperador romano, Augusto (que reinó desde el año 27 a.C. hasta el año 14 d.C.), el imperio se volvió fuertemente reglamentado. El emperador Diocleciano (284-305 d.C.) promovió el uso del chantaje para financiar las legiones, pagar a los burócratas civiles y sostener a una numerosa e imponente corte palaciega.
En el año 332 d.C., el emperador Constantino ayudó a establecer los cimientos para una servidumbre medieval, obligando a los campesinos a quedarse en sus tierras. Para concluir el proceso comenzado por Diocleciano, Constantino decretó que los hijos de granjeros debían ser granjeros, los hijos de soldados debían ser soldados, los hijos de panaderos debían ser panaderos, etc. Los miembros de las juntas directivas locales no podían renunciar a sus cargos, y a menudo debían pagar de sus propios bolsillos el dinero que faltaba después de la recolección de impuestos. Las personas no podían cambiar de ocupación y ni siquiera se les permitía mudarse de su lugar de nacimiento.
Con el tiempo, este aumento del control y la intervención gubernamental convirtieron al imperio en una especie de prisión para decenas de millones de sus ciudadanos. Los impuestos, ya bastante altos, se duplicaron en los 50 años posteriores a Diocleciano.
Por supuesto, la falta de libertad en el mundo de habla inglesa moderno aún no ha llegado a tales extremos, pero muchas de las tendencias de los últimos 100 años no presagian nada bueno.
Observemos cómo ha crecido la maquinaria gubernamental, que cada vez es más grande y poderosa. Una manera de medir este cambio consiste en analizar los gastos gubernamentales como un porcentaje del producto interno bruto (PIB). Para los Estados Unidos, esta cifra se cuadriplicó en menos de un siglo, desde menos de un 9 por ciento en 1913, hasta más de un 40 por ciento en 2010. Tales cifras encierran graves implicaciones para el futuro de las democracias occidentales. La libertad podría verse seriamente afectada, debido a que los legisladores están permitiendo que los cuerpos reguladores formulen leyes bajo escasa o nula supervisión.
Veamos un ejemplo del año 1932. Cierto comité parlamentario británico se dio cuenta de que el Parlamento delegaba a otros su autoridad legisladora, porque “muchas de las leyes afectan íntimamente la vida de las personas, por lo que se requiere flexibilidad [en otras palabras, poder arbitrario]” (Citado por F.A. Hayek,The Road to Serfdom [El camino a la servidumbre], 2007, p. 107).
El poder arbitrario es, esencialmente, autoridad legislativa ilimitada. Solo piense en la tendencia a formular más y más leyes, demasiado complejas de entender para la mayoría de la gente, que se ha implantado en nuestra sociedad.
En años recientes, el Registro Federal de Estados Unidos ha aumentado en 80.000 páginas. El código de impuestos internos incluye 3.4 millones de palabras y, de acuerdo a lo declarado en sus propios documentos, los contribuyentes estadounidenses se ven obligados a gastar (en conjunto) el equivalente a 7.6 mil millones de horas cada año para cumplir con sus obligaciones tributarias; esto equivale a casi 4 millones de empleos de tiempo completo.
Como han podido comprobar todos los estadounidenses que han debido utilizar un aeropuerto después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, las crisis nacionales pueden crear una enorme proliferación de control gubernamental sobre la vida de los ciudadanos.
¿Qué pasará si Estados Unidos o Gran Bretaña sufren otra desastrosa crisis económica o de seguridad nacional? La historia demuestra que tales crisis generalmente desembocan en una estricta regimentación social, parecida a la que se experimentó en la Italia de Mussolini o en la Alemania de Hitler.
Destrucción de la riqueza personal mediante la inflación
La inflación se produce cuando los gobiernos diluyen las reservas de dinero creando más dinero, generalmente para financiar los crecientes gastos gubernamentales. Con más dólares (o pesos, libras esterlinas, euros, etc.) para gastar en una cantidad estable de productos, los precios de éstos naturalmente aumentan.
Al igual que muchos políticos modernos frustrados por la inflación, Diocleciano trató de impedir el alza de precios. La Ley de Precios Máximos (año 310 d.C.) amenazaba con pena de muerte a quienes cobraban demasiado por los alimentos.
Sin embargo, el alza de precios se debía principalmente a las decisiones del mismo gobierno romano. El imperio había devaluado sistemáticamente las monedas de plata durante décadas debido a que los gastos del gobierno eran mayores que sus ingresos, problema que ya se había vuelto crónico. Desde el tiempo de Augusto hasta Diocleciano, el denario (la moneda romana) se devaluó tanto, que en lugar de estar compuesto en un 100 por ciento de plata, ahora solo contenía un 5 por ciento del metal. ¡Incluso el emperador Marco Aurelio (161-180 d.C.) llegó a devaluarlo en un 25 por ciento!
Vemos que el mismo patrón se repite en la actualidad, cuando los gobiernos “imprimen dinero” para financiar las deudas extraordinarias en que incurren debido a sus descomunales déficits presupuestarios.
En los últimos años, la Reserva Federal de los Estados Unidos inició tres programas de “flexibilización cuantitativa”, diseñados con el fin de estimular la economía de la nación. Como resultado, desde 2008 a 2012 el banco central de Estados Unidos aumentó la circulación de dinero en un 61 por ciento, y la “base monetaria” en más de un 200 por ciento. Esto significa que están creando de la nada USD 40 mil millones al mes para inyectarle a la economía estadounidense. El programa no tiene límites, lo que quiere decir que puede continuar indefinidamente.
Estos aumentos darán como resultado más inflación en el futuro, traducida en precios más altos de todos los bienes y servicios. El gobierno federal de Estados Unidos ya ha acumulado un déficit de más de USD 5 billones (cerca de un 9 por ciento de su PIB) en los últimos cuatro años fiscales, es decir, USD 4 mil millones por día. Su deuda total sobrepasó los USD 16 billones en 2012 y ahora excede el PIB total de la nación.
Los déficits de Gran Bretaña son igualmente aterradores, a pesar del compromiso de austeridad hecho por la coalición que gobierna ese país. Recientemente, el déficit de esta nación llegó a ser el tercero más grande de la Unión Europea, solo un poco menor que el de la arruinada Grecia. Descontando los rescates bancarios (que duplican con creces la suma final), la deuda del sector público de Gran Bretaña aumentó de un 37 por ciento en 2007 a un 63 por ciento de su PIB en 2012.
Cualquier gobierno que aplica irresponsablemente estos principios económicos y después vende su deuda en el mercado internacional de valores, debería leer Proverbios 22:7: “el que toma prestado es siervo del que presta”. Grecia está aprendiendo la dura verdad de este versículo, y también lo harán Estados Unidos y Gran Bretaña si no cambian rápidamente sus procedimientos.
Expansión del gobierno mediante el aumento de los impuestos
A través de los siglos, Roma impuso una carga tributaria cada vez más pesada sobre sus ciudadanos. Esto le servía para pagar sus crecientes gastos y los programas sociales, como la entretención para los habitantes de Roma.
El gasto más oneroso era el de los salarios del ejército, que se duplicó en tamaño entre los años 96 y 180 d.C. Aún mucho antes, en los últimos años de la República, Julio César se dio cuenta de que había 320.000 personas en la lista para recibir grano gratuito cada mes. Augusto se las arregló para reducir dicha cifra a 200.000 durante su mandato, sin embargo, esta medida de ayuda social siguió siendo un drenaje enorme para Roma aún décadas después.
Tampoco era barato proveer eventos recreativos para las masas romanas. Solo hay que darle una mirada al sofisticado tipo de entretención que se ofrecía a los ciudadanos. Por ejemplo, cuando en el año 107 d.C. el emperador Trajano celebró la conquista de Dacia (gran parte de la cual es la moderna Rumania), 10.000 gladiadores pelearon y aproximadamente 11.000 animales murieron en el sangriento espectáculo. Durante el gobierno de Marco Aurelio se gastaron descomunales cantidades de dinero tanto para juegos gratuitos como para el cerdo, aceite y pan que se entregaba diariamente a los residentes pobres de la ciudad, y este emperador les proporcionaba espectáculos gratuitos 135 días del año.
Pero toda esta generosidad tan liberal le cobró un alto precio. En el año 167 d.C., Marco Aurelio debió vender el mobiliario de su palacio para poder financiar las guerras contra los bárbaros y los persas. Esto fue muy similar a la rebelión por los altos impuestos que experimentó Roboam, el hijo de Salomón, y que le costó la mayor parte de su reino (1 Reyes 12:3-19).
El apoyo popular a Roma disminuyó en la misma proporción que ésta subía los impuestos. Entre los siglos tercero y quinto, los campesinos se rebelaron contra los recolectores de impuestos y los jueces en las zonas que ahora corresponden a Francia y España. Algunos de ellos incluso se dieron cuenta de que era mejor vivir bajo los bárbaros, o simplemente abandonar el imperio, que vivir acosados por los despiadados recolectores de impuestos.
La razón material más importante que provocó la caída de Roma fue su débil economía. Era una economía agraria de bajos ingresos, y no pudo sostener a los ejércitos que se necesitaban para mantener a raya a los bárbaros.
Comparemos la desastrosa experiencia económica de Roma con los gastos del gobierno federal de los Estados Unidos. El presupuesto del Pentágono se duplicó en solo 10 años. Se elevó de menos de USD 305 mil millones a más de USD 693 mil millones en 2010, mientras la nación libraba dos guerras de gran magnitud contra los extremistas islámicos en Irak y Afganistán. Al mismo tiempo, el costo del Seguro Social y los programas gubernamentales de salud para ancianos, niños, familias, mujeres embarazadas, discapacitados e indigentes, además de otros programas de ayuda social, casi se duplicaron, aumentando el gasto de USD 1.07 billones a USD 2.11 billones.
A medida que la población estadounidense envejece y la generación nacida entre los años 1946 y 1964 empieza a jubilarse, estos gastos solo aumentarán cada vez más.
Las bajas tasas de natalidad conducen al colapso, no a la prosperidad
Examinemos otras similitudes entre los Estados Unidos y Gran Bretaña con la antigua Roma. Desde mediados de los años 200 d.C. en adelante, la población de Roma comenzó a mermar. Enfermedades, invasiones bárbaras, guerras y debilitamiento económico en los siglos segundo, tercero y también en los posteriores, contribuyeron en gran medida a la caída del imperio. Aún peor, como la esclavitud era una institución, los esclavos no querían tener hijos. Después de todo, ¿para qué iban a traer niños a un mundo en el que solo sufrirían por su condición? A medida que las leyes y los impuestos convertían a muchos de los ciudadanos libres en prisioneros apáticos y amargados de su propio estado, las tasas de natalidad también disminuyeron entre ellos. Y como los romanos de la clase alta y educada también dejaron de tener muchos hijos, la sofisticada cultura del imperio se desintegró.
El historiador W.H. McNeil, en su libro The Rise of the West (El ascenso de Occidente) explica que “el suicidio biológico de las clases aristócratas romanas” debilitó “las tradiciones de la civilización clásica” (1991, p. 328). A diferencia de sus vecinos germánicos al otro lado del imperio, los romanos limitaban el tamaño de sus familias (lo que trajo como consecuencia la práctica del infanticidio). En cambio, empezaron a invertir más en educar y criar bien a sus hijos sobrevivientes. Los germanos analfabetos optaron por tener muchos hijos, incluso entre las familias ricas, aunque los trataban con benigno descuido. Esta diferencia ayudó a los pueblos germánicos a conquistar Roma por simple superioridad numérica.
Europa, y en menor grado los Estados Unidos, está enfrentando un problema similar en la actualidad. Las altas tasas de natalidad de los inmigrantes y su escaso interés por asimilarse a la cultura europea indican una tendencia muy preocupante. Las personas no religiosas, sin importar cuáles sean sus orígenes, cultura o formación, tienen menos hijos que la gente religiosa. Así que si esta tendencia continúa, el futuro le pertenecerá a los religiosos devotos.
Familias fracturadas por el divorcio
Una de las causas de la baja natalidad entre la alta sociedad romana, asunto que preocupaba mucho al emperador Augusto, se debía a sus altas tasas de divorcio. Todo lo que un esposo debía hacer para divorciarse legalmente de su esposa era decirle tres veces “Vete a tu casa”. Ya en el año 55 a.C., una esposa podía divorciarse de su esposo con la misma facilidad.
En el primer siglo, el filósofo y dramaturgo Séneca describió cómo veían el matrimonio las mujeres de la aristocracia: “Se divorcian para poder volver a casarse. Se casan para poder divorciarse”. El poeta satírico Marcial dedicó uno de sus mordaces poemas a una mujer que se había casado por décima vez. Él describió acertadamente esta práctica como “un adulterio legalizado”.
El comportamiento homosexual era tan común en el imperio, que muchos escritores romanos como Petronio (“el árbitro de la elegancia”), el chismoso historiador Suetonio, y el poeta Marcial, daban por sentado que todos los hombres romanos eran bisexuales. Y el hecho de que ellos practicaran con frecuencia dicha conducta redujo aún más la tasa de natalidad. Esto comprueba que las altas tasas de divorcio, las bajas tasas de natalidad y la subcultura gay no son innovaciones sociales recientes.
Las leyes estadounidenses sobre el divorcio llamadas “no-fault” (sin culpables) permiten la disolución del matrimonio sin necesidad de demostrar errores de ninguna de las dos partes. Estas leyes son el resultado directo de la “revolución sexual” de los años sesenta, e hicieron estallar la tasa de divorcios en la nación. Estas cifras llegaron a ser las peores entre las naciones desarrolladas, y Gran Bretaña le sigue de cerca. Lo que los liberales consideran “una legislación social progresista” con frecuencia se parece más a un fracasado pasado pre-cristiano.
La inmigración transforma la sociedad
¿Qué pasó cuando la población de Roma comenzó a declinar? Cierto estudio concluyó que en África del Norte, un tercio de la tierra dejó de cultivarse. Como los campos fueron abandonados, el pago de impuestos disminuyó. Y a fin de poder reclutar suficientes soldados para sus ejércitos y arar sus campos descuidados, el gobierno imperial recurrió a la inmigración.
Esta es la misma solución que Europa ha adoptado en décadas recientes. Los aliados bárbaros de Roma, que vivían en la frontera norteña del imperio, fueron engatusados para integrarse al servicio militar mediante ofertas de tierras y de ciudadanía. Ya en el año 180 d.C., según el historiador W.G. Hardy, la mayor parte del ejército romano estaba constituida de extranjeros y miembros de tribus semicivilizados.
Las legiones fueron componiéndose más y más de extranjeros. Como resultado, cuando los bárbaros vándalos invadieron África del Norte, el gobernador romano protegió la ciudad de Hipona con mercenarios góticos. La población romana local aportó escasa ayuda, y como muchos pensaban que los bárbaros eran mejores, o por lo menos, no peores que los recolectores de impuestos y funcionarios romanos, en muchos casos ni siquiera tuvieron interés en preservar el imperio.
Una creciente cultura de corrupción
Examinemos algunas razones espirituales, religiosas y filosóficas más profundas que ocasionaron la decadencia de Roma, y después preguntémonos si Estados Unidos y Gran Bretaña están experimentando lo mismo en la actualidad.
El poeta satírico Juvenal representó al romano promedio como alguien únicamente interesado en obtener pan y circo (comida y competencias atléticas). Hoy día, ¿cuántos estadounidenses, británicos, australianos, canadienses y neozelandeses se contentan solamente con sentarse y ver un espectáculo de entretención, haciendo caso omiso a los problemas del mundo mientras tengan sus papas fritas, su cerveza y su televisor? El deseo vano por las cosas materiales adormece nuestros sentidos. Petronio se burlaba de la gente rica de la antigua Roma por su obsesión con el lujo y la riqueza.
El estilo de vida de los más pudientes se caracterizaba por la adoración a las cosas materiales y el exagerado énfasis en el lujo, especialmente en los dos primeros siglos del imperio. Durante los opulentos y prolongados banquetes, los romanos ricos se provocaban vómitos para poder seguir comiendo. Séneca los describió así: “Vomitan para poder comer, y comen para poder vomitar”.
No es muy diferente en los Estados Unidos y Gran Bretaña en la actualidad. Millones se entregan a la inmoralidad sexual y adoptan estilos de vida materialistas, sin ninguna preocupación por la ley de Dios ni sus principios espirituales. El apóstol Pablo condenó el materialismo y los pecados sexuales en 1 Corintios 6:13: “Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”.
La perspectiva religiosa y filosófica de los seres humanos tiene un enorme impacto sobre la forma en que éstos enfrentan las presiones de la vida diaria. El pesimismo, el materialismo y el hedonismo comienzan con el escepticismo antirreligioso. Tal como muchos de los intelectuales modernos, los antiguos eruditos paganos de Roma no creían en un Dios Todopoderoso ni sabían cómo dar a sus vidas un verdadero significado o un propósito superior.
Por el contrario, la revelación bíblica entrega a las personas un punto de vista integral sobre la vida, reconciliando en un todo la fe y la razón, el propósito y el placer, lo finito y lo infinito, los valores universales y las vidas humanas individuales. El conocimiento y los valores bíblicos, que abarcan todos los aspectos de la vida, otorgan gran significado a las vidas de las personas.
Las cosas más importantes solo pueden ser entendidas por los seres humanos mediante revelación divina. La perspectiva mundial que ofrece la Biblia brinda un significado y propósito a la vida humana que no pueden ser entendidos solo por la razón o la emoción. Pero como estos principios bíblicos están siendo constantemente atacados y minados, se vislumbran nefastas consecuencias para la supervivencia de la civilización occidental, que van más allá de sus problemas económicos, sociales y demográficos.
De acuerdo al afamado sociólogo Daniel Bell, de la Universidad de Harvard, “La falta de un sistema moral de creencias bien enraizado es la contradicción cultural de una sociedad [post-industrial], y el más agudo desafío a su supervivencia” (citado por Francis Schaeffer,How Should We Then Live? [¿Cómo debemos vivir, entonces?], 2005, p. 225).
El abandono de creencias de larga tradición
Estados Unidos y Gran Bretaña comparten una cultura basada principalmente en la antigua civilización greco-romana y en la religión judeo-cristiana. Pero tal como los eruditos de Roma dejaron de creer en sus dioses, muchas de las personas mejor educadas hoy en día han perdido la fe en su religión católica y judía.
Ya son muy pocos los académicos que creen en el verdadero Dios o toman la Biblia seriamente. Muchos de ellos son humanistas irreligiosos que piensan que el hombre es la medida de todas las cosas, y un grupo no menor de ellos se ha vuelto más apático, escéptico, inseguro y pesimista. Ellos dudan que la razón humana sea capaz de darle un sentido a la existencia o algún significado a la vida.
Durante los últimos dos siglos y medio, desde mediados del Siglo de las Luces (alrededor de 1745), la fe en la eficacia del razonamiento humano comenzó a declinar casi tan rápidamente como la fe en la existencia de Dios. No es coincidencia que la gente haya rechazado a ambas. El teólogo católico Tomás de Aquino (1224-1274) acomodó las dos, de manera que Occidente pudiera contar con ellas durante la Edad Media. Como lo resumió el dramaturgo y poeta belga Emile Cammaerts: “El primer efecto de no creer en Dios es creer en cualquier cosa”.
El apóstol Pablo explicó en una ocasión las consecuencias de la falsa religión en términos que se aplican a nosotros en esta era moderna. Primero, las personas “no tienen excusa” para rechazar las pruebas de la existencia de Dios, evidentes en el perfecto diseño de la naturaleza. Como resultado, “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón” (Romanos 1:20-21, NVI).
De la misma manera, muchos intelectuales occidentales y otros que “profesando ser sabios, se hicieron necios” (v. 22) han adoptado esta perspectiva anticristiana del mundo, lo cual ha dado cabida a pecados muy dañinos, incluyendo el estilo de vida homosexual. Como dijo el afamado erudito estadounidense Richard Weaver en el título de su libro publicado en 1984, “las ideas tienen consecuencias” (Ideas Have Consequences).
Rechazo de la verdad y bienvenida a los errores
El enorme interés de Occidente en las religiones orientales, el ocultismo, la reencarnación y las ideas “New Age” (Nueva Era) es una prueba de que el pensamiento moderno, frívolo y ateísta, no satisface las necesidades de la mayoría de la gente. La ideología del multiculturalismo, que básicamente se inclina por la ausencia de valores excepto el de aceptar que todas las ideas son igualmente válidas, refleja la bancarrota filosófica de los intelectuales occidentales. Frases clichés tales como “Todo es relativo” y “No existen los absolutos”, finalmente resultan ser triviales y carentes de sentido.
En contraste, la mayoría de los inmigrantes musulmanes que están inundando Europa se aferran a una seguridad dogmática en cuanto a su fe y no sienten la necesidad de disculparse por su pasado imperialista y yihadista. Esto último quiere decir que, al igual que sus ancestros medievales, muchos de los musulmanes modernos se creen en la obligación de imponer sus creencias y valores a los demás.
Se está librando una fiera batalla ideológica entre los islámicos escépticos e inseguros y los más devotos y dogmáticos, y la historia invariablemente favorece a estos últimos. Se ha dicho que cuando la gente pierde la confianza en las virtudes y valores de su propia civilización, deja de luchar enérgicamente para impedir su colapso. Es lo que le sucedió a Roma, y que está ocurriendo ahora también en Occidente, particularmente en Estados Unidos y Gran Bretaña.
En su obra clásica Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, el historiador inglés Edward Gibbon culpó al cristianismo tradicional por socavar la habilidad del imperio para sobrevivir. Pero aun cuando su interpretación sea aceptada sin mayor cuestionamiento, es importante darse cuenta de que los patrones de la historia no necesariamente se repiten de la misma manera.
La falta de fe y compromiso de Estados Unidos y Gran Bretaña para vivir como naciones auténticamente cristianas será la causa principal de su caída. De hecho, una gran parte de sus problemas económicos y demográficos están directamente relacionados con su falta de respeto hacia la ley de Dios y su sabiduría.
En la medida que estas naciones le den la espalda a Dios, él les dará la espalda a ellas. Dios les está quitando gradualmente sus bendiciones y protección. En Oseas 4:6 Dios registró estas palabras: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”.
Muchos se asombrarían al saber que la Biblia y otras evidencias históricas revelan que Estados Unidos y Gran Bretaña son los principales depositarios —por derecho natural— de las grandes bendiciones prometidas en Génesis a Abraham, Isaac, Jacob y José.
Debido a que estas naciones han sido tan bendecidas por Dios, son mucho más responsables ante él por lo que hacen. Ambas llegaron a ser grandes no por sus propios méritos, sino porque Abraham obedeció a Dios, quien fue fiel a las promesas que le hizo a este gran patriarca bíblico (Génesis 27:4-5).
Pero ahora la desobediencia de estas naciones a la ley de Dios hará que pierdan su preeminencia. Solamente un arrepentimiento sincero, acompañado del compromiso de obedecer la ley de Dios y de poner su fe en Jesucristo, podrá salvarlas de la calamidad nacional futura que la Biblia llama la Gran Tribulación (Mateo 24:21).
Sin importar lo que otros decidan hacer ni en qué nación vivamos, todos somos individualmente responsables ante Dios, y necesitamos conocer a Jesús de Nazaret y tener fe en él, arrepentirnos y obedecer la ley de Dios. Esto es lo que infunde un verdadero significado y propósito a nuestras vidas. Ya sea a nivel nacional o individual, confiemos en el amor de Dios y su promesa en Jeremías 29:13: “Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón”. BN