Trasfondo Histórico de los Evangelios
Lección 40: Mateo 27
Cuando Poncio Pilato vio a la multitud enfurecida y acicateada por los líderes religiosos, cedió y condenó a Jesús a morir crucificado. Pero la Biblia no deja a Pilato libre de culpa solo porque se lavó simbólicamente las manos. En Hechos 4 vemos que todos los que estuvieron presentes y consintieron en la muerte de Jesús son considerados responsables de lo que hicieron. En su oración a Dios, los apóstoles dijeron: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que se hiciera” (vv. 27-28, énfasis nuestro en todo este artículo).
Así que se llevaron a Jesús, primero para azotarlo y luego para crucificarlo. Barclay dice sobre la crucifixión romana: “Eso era una terrible tortura . . . Desnudaban a la víctima; le ataban las manos a la espalda, y le ataban a una columna con la espalda doblada y convenientemente expuesta al látigo. El látigo era una tira larga de cuero en la que se habían incrustado . . . huesos agudos y piezas de plomo. Tal tortura solía preceder a la crucifixión, y ‘reducía el cuerpo desnudo del reo a tiras de carne cruda, y a sangrantes y ardientes verdugones’. Muchos morían en la tortura, mientras que otros perdían la razón, y eran pocos los que se mantenían conscientes hasta el fin” (notas sobre Mateo 27:26).
Después de esta terrible flagelación, los soldados humillaron aún más a Cristo: “Y los soldados tejieron una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ‘¡Salve, Rey de los judíos!’, y le daban de bofetadas. Pilato salió otra vez, y les dijo: ‘Miren, lo he traído aquí afuera, ante ustedes, para que entiendan que no hallo en él ningún delito’. Jesús salió, portando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ‘¡Aquí está el hombre!’ Cuando los principales sacerdotes y los alguaciles lo vieron, a gritos dijeron: ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’ Pero Pilato les dijo: ‘Pues llévenselo, y crucifíquenlo ustedes; porque yo no hallo en él ningún delito’. Los judíos le respondieron: ‘Nosotros tenemos una ley y, según nuestra ley, este debe morir porque a sí mismo se hizo Hijo de Dios’. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y le dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’ Pero Jesús no le respondió. Entonces le dijo Pilato: ‘¿A mí no me respondes? ¿Acaso no sabes que tengo autoridad para dejarte en libertad, y que también tengo autoridad para crucificarte?’ Jesús le respondió: ‘No tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no te fuera dada de arriba. Por eso, mayor pecado ha cometido el que me ha entregado a ti’. A partir de entonces Pilato procuraba ponerlo en libertad; pero los judíos gritaban y decían: ‘Si dejas libre a este, no eres amigo del César. Todo el que a sí mismo se hace rey, se opone al César’. Al oír esto, Pilato llevó a Jesús afuera y se sentó en el tribunal, en el lugar conocido como ‘el Enlosado’, que en hebreo es ‘Gabata’. Eran casi las doce del día de la preparación de la pascua. Allí les dijo a los judíos: ‘¡Aquí está el Rey de ustedes!’ Pero ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!’ Pilato les dijo: ‘¿Y he de crucificar al Rey de ustedes?’ Pero los principales sacerdotes respondieron: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces Pilato se lo entregó a ellos, para que lo crucificaran. Y ellos tomaron a Jesús y se lo llevaron” (Juan 19:2-16, Reina-Valera Contemporánea). ¡Así termina el juicio más injusto y trascendental de la historia!
Ahora bien, el “día de la preparación de la pascua” (en griego, paraskeue tou pascha) amerita cierta explicación. Como señala The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente): “En realidad, la fiesta de la Pascua se había celebrado la noche anterior. El día de la preparación de la Pascua se refiere a la preparación de la fiesta que le seguía” (notas sobre Juan 19:1). Juan dice un poco más adelante, en el versículo 31: “Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser este un día muy solemne” (Nueva Versión Internacional). El “día solemne” en este caso se refiere claramente al primer día de los Panes sin Levadura.
La ruta que siguió Jesús probablemente se inició en la Fortaleza Antonia y pasó por el centro de la ciudad hasta sus afueras. Una vez ahí, él y dos ladrones llevaron sus estacas a un lugar llamado Gólgota. Lucas añade algunos detalles al relato: “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 23:26).
Barclay explica: “Siempre que se condenaba a un criminal a la cruz, se le sacaba de la sala del juicio entre cuatro soldados romanos. Luego le ponían el travesaño de la cruz en los hombros, y le conducían al lugar de la ejecución por el camino más largo posible, con otro soldado por delante que llevaba un cartel donde se había escrito el delito, para que escarmentaran los que pudieran pensar en hacer algo parecido. Eso es lo que hicieron con Jesús. Al principio, Jesús iba llevando la cruz (Juan 19:17); pero se ve que, con lo que había sufrido, le faltaron las fuerzas y no podía seguir adelante.
“Palestina era un país ocupado, y los soldados romanos podían requisar a cualquier ciudadano para cualquier servicio. Bastaba un golpecito [en el hombro] con lo plano de la espada. Cuando Jesús se hundió bajo el peso de la cruz, el centurión romano a cargo miró a su alrededor, y se fijó en Simón, natural de Cirene, la actual Trípoli [Libia], que parecía suficientemente robusto. Probablemente era un judío que se había pasado toda la vida ahorrando para poder comer algún día la Pascua en Jerusalén; pero también es posible que fuera un residente al que llamaban por su lugar de origen como era frecuente entre los judíos. El golpecito con lo plano de la espada fue la señal, y se encontró, quieras que no, cargando con la cruz de un criminal” (notas sobre Lucas 23:26).
El relato continúa: “Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que nunca concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: cubridnos. Porque si en el árbol verde [en tiempos de paz] hacen estas cosas, ¿en el seco [en tiempos de guerra], qué no se hará?” (Lucas 23:27-31).
Jesús estaba profetizando sobre la próxima destrucción de Jerusalén que había mencionado a sus discípulos en Mateo 24. Josefo describe el terrible asedio que sufrió la ciudad entre los años 66 y 70 d. C., cuando el hambre era tan horrenda que las madres llegaron a comerse a sus propios hijos, y cuando la ciudad cayó, la gente se escondía en alcantarillas pútridas para evitar a los captores romanos. Jesús sabía todo esto de antemano.
En cuanto a la cruz, que se ha convertido en un símbolo religioso e incluso en un ídolo u objeto de adoración entre la mayor parte de la cristiandad, es preciso saber la verdad sobre ella.
En el Vine Diccionario de palabras del Nuevo Testamento, el autor nos ofrece esta reveladora historia sobre la palabra cruz: “Stauros [el término griego para cruz] denota, primariamente, un palo o estaca derecha. Se clavaba en ellas a los malhechores para ejecutarlos. Tanto el nombre como el verbo stauroo, fijar sobre un palo o estaca, debieran distinguirse originalmente de la forma eclesiástica de una cruz de dos brazos. La forma de esta última tuvo su origen en la antigua Caldea, y se utilizaba como símbolo del dios Tamuz (que tenía la forma de la mística Tau, la inicial de su nombre) en aquel país y en los países adyacentes, incluyendo Egipto. A mediados del siglo 3 d. C., las iglesias se habían apartado de ciertas doctrinas de la fe cristiana, o las habían pervertido. Con el fin de aumentar el prestigio del sistema eclesiástico apóstata, se recibió a los paganos en las iglesias aparte de la regeneración por la fe, y se les permitió mantener en gran parte sus signos y símbolos. De ahí que se adoptara la Tau o T, en su forma más frecuente, con la pieza transversal abajada, como representación de la cruz de Cristo.
“En cuanto a la Qui, o X, que Constantino declaró haber visto en una visión que le condujo a ser el valedor de la fe cristiana, aquella letra era la inicial de la palabra «Cristo», y no tenía nada que ver con «la cruz»
“Este método de ejecución pasó de los fenicios a los griegos y romanos. Stauros denota: (a) la cruz, o estaca misma (p. ej., Mt 27.32); (b) la crucifixión sufrida (p. ej, 1 Co 1.17,18, donde «la palabra de la cruz» significa el evangelio; Gl 5.11, donde la crucifixión se usa metafóricamente de la renuncia al mundo, lo que caracteriza a la verdadera vida cristiana; 6.12, 14; Ef 2.16; Flp 3.18)” (W. E. Vine, Editorial Caribe, 2000, p. 294).
Ralph Woodrow también tiene una interesante sección sobre la historia de la cruz: “Pero ya que Cristo murió en la cruz, se preguntan algunos, ¿no la convierte este hecho en un símbolo cristiano? ¡No! El hecho de que Jesús muriera crucificado indica que su uso [de la cruz o estaca] como medio de castigo y muerte ya estaba establecido dentro del paganismo. No era un símbolo cristiano cuando Jesús fue colgado en ella, ¡y nunca ha sucedido nada que la convierta en un símbolo cristiano hoy en día! Como alguien preguntó: Supongamos que Jesús hubiese muerto por el disparo de una escopeta, ¿sería este un motivo para que tal objeto se convirtiera en un símbolo cristiano? ¡No! ¡No se trata de cómo murió nuestro Señor, sino de lo que ‘su muerte cumplió’! ¡Eso es lo importante! . . . El catolicismo, adoptando la idea pagana del culto a la cruz, también aceptó varias formas de la cruz. De modo que hasta nuestros días, la Iglesia católica no adora solamente un tipo de cruz, sino numerosas formas . . .” (Babilonia, Misterio Religioso, 1976, p. 83).
Así pues, el uso de la cruz como símbolo religioso entra en la categoría de ídolo, e infringe el segundo mandamiento de Dios.
El relato continúa: “Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, le dieron a beber vinagre mezclado con hiel [Marcos 15:23 dice mirra]; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mateo 27:33-34).
Barclay relata: “El lugar de la crucifixión fue una colina llamada Gólgota, porque tenía la forma de una calavera. Cuando se llegaba al lugar de la ejecución, al criminal se le colgaba de la cruz. Se le clavaban las manos al travesaño [ahora las pruebas arqueológicas indican que esto se hacía atravesando las muñecas, para sostener el peso del cuerpo], pero lo corriente era que se le ataran los pies a la cruz. En ese momento, para matar un poco el dolor, se le daba al criminal un vino drogado, preparado por un grupo de mujeres ricas de Jerusalén como obra de misericordia. Un escritor judío escribe: «Cuando se saca a un hombre para matarle, le permiten beber un grano de incienso en una copa de vino para amortiguar sus sentidos . . . Mujeres ricas de Jerusalén solían aportar estas cosas y ofrecerlas». La copa drogada se le ofreció a Jesús, pero él no quiso beberla porque estaba decidido a aceptar la muerte en todo su horror y amargura, sin evitar ninguna partícula de dolor” (notas sobre Mateo 27:33-34).
Poncio Pilato aún tenía algo más que hacer antes de que Jesús fuera crucificado, y sin darse cuenta demostró que Jesús no era un impostor. Leemos en Juan 19:19-24: “Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito. Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados”.
Todos los relatos de los Evangelios mencionan lo que decía el letrero que se colocó encima de la estaca, con leves variaciones porque estaba escrito en tres idiomas, pero básicamente dicen lo mismo.
El sufrimiento de Jesús no se debió solo al inmenso dolor, sino también a toda la humillación. Mateo escribe: “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mateo 27:39).
En el Salmo 22 se profetizó que estas cosas sucederían, y Jesús sufrió estoicamente todos los insultos. Como dice Mateo: “Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:45-46).
Barclay comenta: “Es extraña la manera en que el Salmo 22 fluye por toda la narración de la Crucifixión, y esta palabra es de hecho el primer versículo de ese Salmo. Más tarde dice: «Todos los que me buscan se burlan de mí; tuercen la boca y menean la cabeza, diciendo: ‘Él apeló al Señor, líbrele Él; sálvele, si es verdad que se deleita en Él’» (Salmos 22:7-8). Y todavía más adelante leemos: «Se repartieron entre ellos mis vestidos, se jugaron mi ropa a los dados» (Salmos 22:18), El Salmo 22 está entretejido en la misma historia de la Crucifixión” (notas sobre Mateo 27:45).
Mientras el corazón de Dios en el cielo se hacía trizas, todo se oscureció como sucede durante un eclipse de sol, que normalmente dura alrededor de una hora, pero este periodo de tinieblas duró unas tres horas (Mateo 27:45). EC