#264 - Mateo 27 - La humillación y muerte de Jesucristo
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#264 - Mateo 27 - La humillación y muerte de Jesucristo
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Al llegar a la colina llamada Gólgota, los romanos pronto mostraron su crueldad y codicia. “Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; y gustando, no quiso beberlo” (Mateo 27:34). En vez de mostrar un poco de misericordia al darle algo refrescante, le dieron un trago amargo. Aquí se cumplió la profecía en Salmos 69:21: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”.
Luego, los soldados codiciaron la ropa fina de Jesús. “Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado [que lo habían rodeado]. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura [de fina confección], de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así hicieron los soldados” (Juan 19:23-24).
Sobre la cabeza de Jesús, Pilato puso una inscripción del supuesto crimen. “Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: Este es el Rey de los judíos” (Lucas 23:38). Puesto que el título fue escrito tres veces en tres idiomas —cada Evangelio tiene variantes— pero dicen básicamente lo mismo.
Juan menciona que los judíos objetaron ese título. “Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito” (Juan 19:21-22). Hay una ironía aquí, pues lo que escribió era la realidad —Jesús no era un impostor.
El sufrimiento de Cristo no fue sólo debido al dolor físico, sino también a los insultos. “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar, si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mateo 27:39-44).
Esto todo fue profetizado, especialmente en los Salmos 22 y 23. Más de mil años atrás, Dios había inspirado a David a escribir sobre el sufrimiento de Jesús en estos salmos proféticos. Así, el Salmo 22 describe los padecimientos de Cristo y el siguiente, el Salmo 23, parece relatar sus últimos pensamientos antes de morir.
Salmos 22 comienza con las palabras proféticas que exclamó Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Luego dice: “Mas yo soy gusano, y no hombre, oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó al Eterno; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía… Me han rodeado muchos toros [hombres fuertes], abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente. He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; [pero no fueron quebrados, como estaba profetizado] mi corazón fue como cera… como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar… Contar puedo todos mis huesos, entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”.
Sin embargo, a pesar de los sufrimientos, Jesús tenía paz, gozo y una fe absoluta. Sabía que todo se estaba cumpliendo según lo planeado. Por eso el Salmo 22:22-29 dice: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré… Porque del Eterno es el reino, y él regirá las naciones. Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra, se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo”. Esto está de acuerdo con Hebreos 12:2: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él [al pagar por los pecados de la humanidad y abrirles el acceso al futuro reino y a la vida eterna] sufrió la cruz, menospreciando el oprobio [o la vergüenza]”.
No es casualidad que después del Salmo 22 siguen las palabras más hermosas jamás acuñadas sobre la fe y el ánimo: el Salmo 23. Imaginemos cómo Jesús, colgado en la cruz, pensó en el bien que hacía a la humanidad por haber cumplido con el plan de Dios. Así pudo decir: “El Eterno es mi pastor, nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma, me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Eterno moraré por largos días”.
Mientras esto sucedía, arriba en el cielo se desgarraba el corazón de Dios el Padre y el mismo cielo se oscureció en señal de luto. Marcos explica que la crucifixión comenzó a las 9:00 de la mañana y terminó a las 3:00 de la tarde. Recuerden que el día judío tenía 12 horas de noche (6:00 PM-6:00 AM) y 12 horas de luz (6:00 AM-6:00 PM), por eso, la tercera hora del día corresponde a las 9:00 de la mañana. Marcos dijo: “Era la hora tercera cuando lo crucificaron” (Marcos 15:25). Luego relata: “Cuando vino la hora sexta (las 12:00 del día) hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Marcos 15:33). Juan, a la vez, usó la hora romana que empieza a la medianoche (Juan 19:14). Luego de seis horas de agonía, Cristo está a punto de morir al ser traspasado por una lanza, tal como era profetizado.
Hubo cuatro frases importantes que pronunció antes de morir. La primera fue: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). En estos momentos, todos los pecados de la humanidad pesaban sobre él. Pablo explicó: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Unos 700 años antes, Isaías lo había profetizado todo en Isaías 53:4-12: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Eterno cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura [todo estaba listo para ser sepultado con los ladrones], mas con los ricos fue en su muerte [en vez se usó la tumba de un rico]; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, el Eterno quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje [al ser resucitado], vivirá por largos días [eternamente], y la voluntad del Eterno será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos [en su segunda venida]; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”.
La siguiente frase que pronunció Jesús fue orar por los que lo condenaron y le crucificaron. Dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). A pesar de vivir esos momentos de intenso dolor, de abandono, y del odio alrededor, Jesús igual seguía pensando en los demás y no en sí mismo.
Por eso, al ver a su madre, se acordó de cuidar de ella. “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba (Juan), que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26-27). Juan ahora cuidaría de María.
Aún seguía preocupado de los demás, hasta del ladrón a su lado. “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” (Lucas 23:39-41).
Los siguientes versículos están correctamente traducidos en la versión Nueva Reina Valera: “Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le contestó: Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso [o en el reino]” (Lucas 23:42-43). Luego menciona esta versión: “Este versículo está traducido aquí literalmente. El ‘que’, que aparece en algunas versiones, no se halla en el original. Jesús no podía haber prometido llevar al ladrón al paraíso en ese mismo día, por razones evidentes… el Señor no ascendió al cielo hasta el tercer día. Así lo afirman Juan 20:17 y Juan 19:31-33. Además, el malhechor mismo, no pidió a Jesús que lo llevara al paraíso en ese día, sino ‘cuando vengas en tu reino’. La Escritura enseña que la vida eterna no se da al morir, sino al regreso de Cristo. Véase también Mateo 16:27 y 2 Timoteo 4:8”.
Al final de su vida, Jesús dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 24:46). Noten que no habla de su “alma” sino de su espíritu. Su alma, o la vida física que depende de la sangre, iba a ser derramada sobre el suelo. Pero su “espíritu”, o el espíritu del hombre (1 Corintios 2:11), es el que sube a Dios para ser guardado hasta la resurrección. Pablo explicó: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida [de su espíritu] está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida, [en ese momento resucitará]” (2 Timoteo 4:6-8). De modo que cuando Jesús murió, su espíritu ascendió al cielo para ser guardado y quedó inconsciente por esos tres días, hasta que Dios lo resucitó de la muerte. Dijo Pedro: “David… habló de la resurrección de Cristo, y dijo que él no quedaría abandonado en el sepulcro [totalmente muerto], ni su carne vería corrupción. A este Jesús Dios lo resucitó, y de esto todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:30-32, versión NRV).
Lo último que dijo Jesús al ver un soldado tomar una lanza y traspasarlo, fue: “Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30). Juan, que estaba allí, vio todo esto, y por eso añade: “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua [al romperse el pericardio, o la bolsa de agua alrededor del corazón, y luego salió toda la sangre]. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (Juan 34-37).
Así se “consumó” el plan de Dios, como dijo Pedro, “ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:20).
Lamentablemente, como tantas de las cosas en la Biblia, las fechas tradicionales de la crucifixión y la resurrección de Jesús están equivocadas. Mucho tiene que ver con la confusión en los términos usados en Juan 19:31: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí”.
Muchos suponen que el día de reposo que se refiere aquí es el sábado semanal, pero noten que dice que aquel día era muy especial. Un comentario menciona: “Preparación de la pascua”, esta frase sin duda equivale al hebreo, “víspera de la pascua”, término usual en la literatura rabínica para designar al 14 de Nisán” (Comentario Bíblico, Tomo 5, p. 1036). Cristo murió en el 14 de Nisán, en la Pascua, y el día siguiente era “de gran solemnidad” al ser el 15 de Nisán, o el Primer Día de Panes Sin Levadura (vea Levítico 23:6-8).
El Sr. Herbert Armstrong comenta: “El calendario hebreo indica que en el año que Jesús fue crucificado (el 31 d.C.), fue el 14 de Abib [o Nisán] el día de la Pascua. Por eso, el día que Jesús fue crucificado fue el miércoles, 25 de abril y el sábado anual cayó en un jueves. Fue éste el día de reposo que se acercaba cuando José de Arimatea hizo los preparativos para sepultar el cuerpo de Jesús el miércoles en la tarde (vea Lucas 23:52-54). ¡En esa semana hubo dos sábados distintos!” (La Resurrección No Ocurrió en Domingo, p. 8).
Podemos ilustrar el orden de los acontecimientos en el siguiente esquema:
Esto encaja perfectamente con lo profetizado por Jesús, al decir: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:40). Al intentar encajar tres días entre el viernes en la tarde y el domingo, algunos críticos dicen que pueden haber sido sólo partes de tres días. Pero la clave para refutar este argumento es que Jesús dijo tres días y tres noches. Estaría mintiendo entonces, pues no hay tres noches entre viernes y domingo.
Cuando Jesús murió a las tres de la tarde, varias cosas sucedieron. “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51). Pablo explica el significado de este evento en Hebreos 10:19-22: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero”. Todo el sistema de sacrificios por los pecados quedó superado.
Luego sucede otro gran milagro: “Y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mateo 27:51-53). De modo que no sólo Lázaro recibió de nuevo la vida, sino también otros hermanos que habían muerto. Tal como en el caso de Lázaro, ellos recibieron la vida física de nuevo por algún tiempo como testimonio, y finalmente murieron. Juan dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). También Pablo dijo: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:23). Cristo resucitó a tres personas mientras estuvo vivo, y ahora con su muerte, resucitaron varios más.
Sigue el relato: “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54-55). Hasta los incrédulos quedaron impresionados por las cosas milagrosas que ocurrieron, pero como en todos los milagros, después de un tiempo, la mayoría vuelve a su rutina de siempre. Espero que no nos suceda a nosotros.