#263 - Mateo 27: "El juicio y la crucifixión de Cristo"

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#263 - Mateo 27

"El juicio y la crucifixión de Cristo"

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Josefo menciona que, Pilato, al contrario de los gobernantes anteriores, colocó los estandartes con figuras de águilas en Jerusalén, y ofendió a la población. Fue tanto el tumulto que tuvo que retirarlos. Luego tomó fondos del templo para construir un acueducto, que también ofendió a los judíos. Al final de su gobierno, dio órdenes para matar a un grupo de samaritanos, y tuvo que viajar a Roma para ser juzgado.

Por otra parte, Filón de Alejandría escribió: “Poncio Pilato fue un gobernante cruel y tan duro de corazón, que no conocía la piedad. En su tiempo [gobernó desde 26-36 d.C.] reinaban en Judea el soborno, el latrocinio, la opresión, la ejecución sin previo proceso y una crueldad sin límites”. Según Lucas 13:1, mató a muchos. 

Pilato despreciaba a los judíos y ahora tenía que juzgar a Jesús. Lo que más le interesaba no era la justicia, sino el no dañar su reputación ante Roma. Al comienzo del juicio, su esposa le había advertido que Jesús era inocente. “Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (Mateo 27:19). No obstante, Poncio Pilato siguió adelante. La historia posterior de este gobernador es trágica. Sería removido de su cargo y exiliado. Dice La Enciclopedia Bíblica: “Pilato fue enviado por sus superiores a Roma para explicar la masacre de los samaritanos. Pero llegó justo después de la muerte de Tiberio, su protegido. Eusebio narra que Pilato fue condenado por el siguiente emperador, Gayo, y fue exiliado. Al no poder soportar esa humillación, se suicidó” (Tomo 3, p. 869).

De hecho, todos los que tuvieron que ver con la muerte de Jesús terminaron mal. Judas se suicidó y unos años después, los sacerdotes y sus seguidores murieron cruelmente en la guerra contra Roma. 

Respecto a Judas, dice la Biblia: “Viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor” (Mateo 27:3-10). En Jeremías 32:6-9 vemos que Jeremías efectivamente compró un campo con piezas de plata y usó muchas analogías de alfareros (Jeremías 18:2; Jeremías 19:2, Jeremías 19:11). Por otra parte, fue Zacarías quien menciona la compra por 30 piezas de plata. Noten que Mateo aclara que Jeremías no escribió esta profecía, sino que sólo la dijo. Fue en realidad el profeta Zacarías quien terminó dejándola escrita en la Biblia (en Zacarías 11:12-13).

Pilato interroga a Jesús. “Le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:33-38).

Jesús sabía que podía detener este juicio al instante y su Padre le podía enviar 12 legiones de ángeles para salvarlo, pero así no se cumpliría su misión. Le explicó a Pilato que su reino aún no se establecería sobre la tierra, sino cuando volviera una segunda vez. Por eso, Juan 18:36 es una escritura clave para mostrar que el reino de Dios no es la iglesia ni está aquí en la tierra en la actualidad. En el futuro, Jesús traerá su reino a la tierra, pero aún está en los cielos. Por eso, los cristianos no deben participar en guerras, pues su reino no es de este mundo. Pablo dijo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).

El juicio continúa: “Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho… Pero ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo. Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes [Antipas, (4 a.C.-39 d.C.], le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén. Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal. Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió. Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia. Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato. Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí” (Mateo 27:12-14; Lucas 23:5-12). Explica un comentarista: “Pilato le hizo un cumplido a Herodes al enviar a Jesús, y Herodes pensó que ahora vería un milagro. Sin embargo, Jesús no le habló. ¿Qué le podía decir a este hombre frívolo que sólo quería entretenerse? Jesús jamás rehusó contestar cuando era una pregunta sincera, pero Herodes no las hizo así. Fue el único que jamás le habló. Herodes pronto perdió interés y se dedicó a ridiculizar a Jesús hasta que lo devolvió a Pilato. Cuatro veces intentó Pilato dejar libre a Jesús. Primero al devolver el caso a las autoridades judías, luego, al enviarlo a Herodes, y una vez devuelto, procuró que fuera al que libraran durante la Pascua. Finalmente ofreció azotar a Jesús y soltarlo, pero por fin cedió por temor al pueblo y tomó esa decisión trascendental” (Evangelio de Lucas, p. 322).

Dice la Biblia: “Entonces Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al pueblo, les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes, porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre. Le soltaré, pues, después de castigarle. Y tenía necesidad de soltarles uno en cada fiesta. Más toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Este había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio… Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús; pero ellos volvieron a dar voces, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré… y le azotó”.

El látigo romano muchas veces llevaba pedazos de plomo y hueso para hacer más daño al cuerpo

Barclay comenta lo que significaba ser azotado por los romanos: “La flagelación romana era una tortura terrible. La víctima era desvestida y sus manos atadas atrás. Luego era amarrado a un poste con su espalda doblada para hacer los azotes más fáciles. El látigo era de cuero con pedazos afilados de hueso o de plomo. Estos azotes siempre se realizaban antes de ser crucificado, y reducía la espalda a tiras de carne viva con llagas inflamadas y sangrientas. Muchas veces los hombres morían o perdían el juicio bajo ese castigo y pocos permanecían conscientes hasta el final”.

Luego de este horrendo castigo, “los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta. Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene. Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata. Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César… Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado” (Juan 19:2-14; Mateo 27:24-26). Así terminó el juicio más injusto, pero más importante en la historia.

De la Fortaleza Antonia, llevan a Jesús, junto con los dos ladrones, por el centro de la ciudad hasta el monte llamado Gólgota. “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 23:26-27). Barclay explica: “Cuando un criminal era condenado, era rodeado por cuatro soldados romanos y debía cargar el travesaño, pues el poste mismo ya estaba erguido en el lugar y se usaba muchas veces. El cargo por el cual era sentenciado se escribía en un madero y lo colgaban alrededor de su cuello o llevado por el oficial a cargo de la crucifixión. Era llevado por la ruta más larga posible para que la gran mayoría pudiera verlo y temer. Los soldados sabían que todo lo que tenían que hacer para que alguien lo ayudara cargar el travesaño era tocarle en el hombro con la parte plana de la lanza, y el hombre tenía que cumplir sin quejarse con cualquier tarea que le era impuesta. Marcos menciona que Simón era “padre de Alejandro y de Rufo”, aparentemente porque lo hijos de Simón se convirtieron y eran conocidos en la iglesia”. 

Continúa el relato: “Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (Lucas 23:27-31). Jesús se refería a la destrucción de Jerusalén por los romanos unas décadas después. En realidad, las mujeres se escondieron en las alcantarillas de la ciudad y muchos murieron de hambre. Hasta hubo madres que se comieron a sus propios bebés. Cristo sabía todo esto.

“Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera [Gólgota], le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lucas 23:32-33).

Respecto a la crucifixión, es importante entender varios puntos, pues hay muchos malentendidos.

Generalmente, se atribuye la idea de la crucifixión a los asirios que empalaban en una estaca a sus enemigos. Luego los persas y los griegos adoptaron la técnica, pero añadiendo un travesaño arriba. Alejandro Magno era partidario de ello, y una vez crucificó a 2000 soldados al conquistar Tiro. La forma común de crucificar era en una forma de “T”, como vemos abajo.

Ilustración anatómica de una crucifixión

La crucifixión, práctica común en tiempos de Jesús, era la pena que se imponía por robo, agitación y sedición. Se reservaba a los esclavos y extranjeros. Se clavaba a la víctima a una cruz en forma de T por las muñecas y los tobillos, pues las manos y los pies no hubieran soportado el peso del cuerpo. Cuerdas atadas por debajo de los brazos y una fuerte estaca entre las piernas completaban la sujeción. La muerte sobrevenía lentamente, por lo general por fallo cardiaco o asfixia, y por la pérdida de sangre. Aunque existen muchos testimonios escritos relativos a la crucifixión, la única prueba tangible existente es el hueso del tobillo (en la foto abajo) que fue hallado con el claro incrustado. La víctima fue crucificada en el siglo I.

Ejemplo del daño causado por una crucifixión

Respecto al término cruz, W. E. Vine menciona en su Diccionario Expositor de Palabras del Nuevo Testamento: “Cruz: en griego, stauros, que significa principalmente una estaca vertical o un poste, y debe ser diferenciado de la forma usada en las iglesias por dos maderos en cruz. Esta cruz tuvo su origen en la antigua Babilonia, al simbolizar el dios Tammuz (en la forma mística del Tau, la inicial de su nombre) en esa nación y en tierras adyacentes, incluso en Egipto. A mediados del siglo cuarto, con el fin de aumentar el prestigio del sistema cristiano apóstata, la iglesia romana cambió ciertas doctrinas de la fe para que los paganos pudieran ser recibidos sin ser regenerados por la fe, y se les permitió quedarse con sus símbolos y señales paganas. Por eso el Tau o la T, en su forma más frecuente, con el travesaño bajado un poco, fue adoptado para representar la cruz de Cristo. En cuanto a la letra X, o Chi, que Constantino declaró haber visto en una visión, esa letra era la inicial de “Cristo” y no tuvo nada que ver con “la cruz” (p. 257).

Ralph Woodrow comenta: “Ya que Cristo murió en la cruz, dirá alguien, ¿no la convierte este hecho en un símbolo cristiano? ¡No! El hecho de que Jesús haya muerto crucificado indica que su uso como medio de castigo y muerte ya estaba establecido dentro del paganismo. No era un símbolo cristiano cuando Jesús fue colgado de ella, ¡y nunca ha sucedido nada que la convierta en un símbolo cristiano hoy en día! Como alguien preguntó: Supongamos que Jesús hubiera muerto ahorcado. ¿Sería este un motivo para que todos anduvieran con una soga alrededor del cuello para mostrar que es un símbolo cristiano? ¡No! ¡No se trata de cómo murió nuestro Señor, sino de lo que ‘su muerte cumplió’! Al propagarse el símbolo de la cruz, éste tomó diferentes formas en los distintos países hasta que se multiplicaron las formas de la cruz pagana, y hoy día no adoran solamente un tipo de cruz, sino numerosas formas, como vemos en la imagen de portada.

Sigue Woodrow: “No fue sino hasta que el cristianismo comenzó a mezclarse con el paganismo, que la cruz comenzó a reconocerse como un símbolo cristiano. Fue en el año 431 d.C. que se introdujo el uso de cruces en iglesias y recámaras; mientras que el uso de las cruces en las cúpulas no llegó sino hasta el año 586 d.C. En el siglo XI la imagen del crucifijo fue introducida y su culto fue aceptado por la Iglesia de Roma… El uso de la cruz, por lo tanto, no fue una doctrina de la Iglesia Primitiva. No fue parte de ‘la fe que fue una vez dada a los santos’ (Judas 3). No es la forma de la cruz lo que es importante, sino aquél que fue clavado en ella lo que es importante” (Babilonia, Misterio Religioso, p. 83-86). Usar la cruz va contra el 2do mandamiento, y no se debe usar ningún objeto religioso para adorar a Dios.