Tomás el fiel

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Tomás el fiel

Los cristianos suelen afirmar que conocen bien sus Biblias. Estudiar las Escrituras y meditar en ellas debe formar parte de la vida cotidiana, y junto con este hábito debiera desarrollarse naturalmente cierta familiaridad con la Biblia. Esta relación estrecha con la Palabra de Dios es una excelente meta que debiera estar constantemente en la mente de un cristiano dedicado. Pero la familiaridad también puede producir algún grado de complacencia. A medida que estudiamos algunas partes cruciales del texto bíblico (o historias dentro de él), podemos convencernos de que entendemos plenamente la mayor parte de lo que está escrito, y también sus significados implícitos. Además, con el correr del tiempo podemos permitir que ciertas palabras, frases o nociones preconcebidas que frecuentemente aparecen en las conversaciones teológicas se entremezclen con el texto mismo, lo cual hace difícil distinguir exactamente lo que la Biblia dice de lo que no dice.

Por ejemplo, muchos han oído la frase “Dios no nos dará más de lo que podemos soportar”, pero tal vez no logren recordar exactamente dónde se encuentra dicho pasaje. Esto se debe a que tales palabras no se encuentran en ninguna traducción de la Biblia. En 1 Corintios 10:13, Pablo expone la idea de que Dios no permite que seamos tentados más allá de lo que podamos soportar, y que nos proporciona una vía de escape de esas tentaciones. Y aunque la diferencia en este caso puede parecer insignificante, a menudo Dios nos da más de lo que podemos soportar por nuestra propia cuenta, pero espera que confiemos en él y en su poder para solucionar incluso lo que parece demasiado grande o difícil. Por lo tanto, estas frases no son sinónimas. Si seguimos utilizando el dicho común mencionado anteriormente como si estuviera incluido en las Escrituras, solo perpetuamos semejante idea en la mente de los demás y ello puede hacerlos tropezar más tarde. Además, al tergiversar involuntariamente las Escrituras nos desacreditamos ante quienes cuestionan el cristianismo.

Ejemplos de posibles problemas que esto puede ocasionar

Este problema que puede presentarse cuando estudiamos la Biblia (la convicción de que conocemos tan bien las Escrituras que dejamos de analizar el texto con ojo crítico) puede impedirnos comprender lo que realmente está escrito en sus páginas y hacernos suponer que probablemente está en alguna parte. Con esto no solo corremos el riesgo de adoptar suposiciones erradas sobre las lecciones bíblicas, sino también de pasar por alto a pueblos enteros por caracterizarlos de manera demasiado general. En el caso de algunos personajes bíblicos, este método de recordar a grandes rasgos juega a su favor. A Abraham se le conoce como “el padre de todos los creyentes”, y a David como “un hombre según el corazón de Dios”. Estas descripciones salen directamente de las páginas de la Biblia y son verdaderas. Sin embargo, cuando las recordamos de manera aislada pueden hacer que nos formemos una idea errónea sobre estos individuos. A menudo recordamos a David como una buena persona en general, a pesar de sus defectos, y a Abraham también como una buena persona, pero a menudo olvidamos sus defectos. Estos calificativos, cuando no van acompañados de un pensamiento crítico y un buen estudio, pueden hacernos olvidar que estos hombres eran humanos y, como tales, tuvieron momentos de fe y fortaleza y también de duda y debilidad.

Sin embargo, muchos se sienten cómodos llamando fiel a Abraham, como lo hace la Biblia, y a menudo olvidan que no solo fue Sara quien se burló de la idea de tener un hijo en plena vejez. Génesis 17:17 dice: “Entonces Abraham se postró sobre su rostro y se rió, y dijo en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Y Sara, que tiene noventa años, concebirá?” (Nueva Biblia de las Américas). Afortunadamente para Abraham, recordamos mucho más  sus buenos atributos que sus defectos y momentos de duda. En el caso de David, recordamos que era “un hombre según el corazón de Dios” (1 Sam. 13:14; Hechos 13:22), a pesar de sus defectos y momentos de incertidumbre.

El apóstol Tomás

Sin embargo, en la Biblia se encuentra otro personaje que no tuvo tanta suerte. Muchos están familiarizados con la frase: “¡No seas como Tomás, que debía ver para creer!” Esto hace referencia al apóstol Tomás, que según leemos en Juan 20, dijo que no creería que Cristo había resucitado a menos que tuviera alguna prueba concreta: quería tocar con sus propias manos las heridas provocadas por la crucifixión. Este momento único en el tiempo y una noción preconcebida sobre lo que nos dice este relato han afectado considerablemente la reputación de uno de los doce apóstoles de Jesús. “Tomás el incrédulo” se ha convertido en una frase tan habitual, que puede ser difícil dudar de su exactitud bíblica. Sin embargo, si seguimos tres sencillos pasos al estudiar nuestras Biblias, podemos llevar a cabo un estudio mucho más eficaz de las Escrituras.

En primer lugar, tenemos que negarnos a aceptar ciegamente cosas que puedan ser engañosas; en segundo lugar, tenemos que leer el texto por nosotros mismos en lugar de confiar en lo que hemos escuchado del mismo; y en tercer lugar, tenemos que aprender lo que realmente dice el texto para disipar cualquier noción preconcebida. Una mirada más atenta a todos los relatos escritos sobre Tomás, así como un análisis más acucioso a su “momento de duda”, puede mostrarnos mucho sobre este hombre. Esta práctica también es muy útil para saber cómo estudiar nuestra Biblia, de modo que a lo largo de nuestro aprendizaje no sigamos haciendo suposiciones erróneas, basadas en cosas externas que podemos oír sobre las Escrituras y no en lo que leemos en ella.

Niéguese a aceptar ciegamente cosas que puedan ser engañosas

Si nos negamos a aceptar ciegamente esta descripción de Tomás, debemos empezar por leer otros relatos sobre él para comprender mejor su carácter. El primer relato que nos da una indicación de su personalidad se encuentra en Juan 11, justo antes de que Jesús resucite a Lázaro. Los apóstoles sabían que si Jesús volvía a Judea (que a estas alturas se había convertido en territorio hostil para él) los judíos lo apedrearían, por lo cual todos trataron de disuadirlo de regresar. Tomás, sin embargo, hace una audaz afirmación: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Juan 11:16). Algunos creen que el pueblo judío no tenía ningún concepto de un Mesías que podía morir (y mucho menos resucitar) y podrían afirmar que esto es una fanfarronada por parte de Tomás. Sin embargo, aunque Tomás no creyera que Jesús iba a morir de verdad al volver a Judea, muestra una fe extraordinaria. Tal vez Tomás creía que Jesús podía ser asesinado en el intento y estaba dispuesto a morir con él. O quizá no creía que Jesús sería asesinado, pero estaba dispuesto a morir por él. O tal vez creía tan firmemente en el poder divino de Jesús, que no le asustaba tanto la idea de morir como a los demás discípulos. De cualquier manera, este pasaje muestra una increíble valentía y fe en Jesucristo por parte de Tomás.

Otra razón por la que podríamos considerar a Tomás audaz, incluso en su momento de duda, se encuentra en una advertencia que Cristo hizo a sus discípulos en Mateo 24. Mientras sus discípulos le preguntan sobre el fin del mundo y su segunda venida (ya que poco a poco empezaban a atar cabos), Cristo les advierte que en el tiempo del fin habría falsos maestros que intentarían engañar a los elegidos para que siguieran a falsos mesías. Jesús ilustra este punto y da una advertencia cuando dice: “Así que, si os dijeren: He aquí está en el desierto, no salgáis; he aquí está en los aposentos, no lo creáis” (Mateo 24:26).

Cuando los otros discípulos se acercaron a Tomás diciendo que habían visto a Cristo resucitado en las habitaciones interiores de su casa, aparentemente parte de la duda del apóstol se debió a su deseo, como seguidor escogido de Cristo, de no ser engañado.

Y si bien pudo haber exagerado su osadía cuando dijo que no creería a menos que se dieran ciertas condiciones, y su fidelidad pudo haberse manifestado en la forma en que entendía la profecía más que en una expectativa adecuada de la resurrección de Jesús tres días y tres noches después de su entierro, el trasfondo y el contexto revelan características impresionantes de Tomás que no deben ser ignoradas.

¿Por qué, entonces, no lo conocemos en vez por el apodo de “Tomás el fiel”? Obviamente, la terquedad de Tomás y su forma demasiado confiada de hablar no son cosas dignas de imitar, y el relato de su encuentro con Cristo resucitado encierra una moraleja, pero ¿podríamos obtener una imagen más clara de este relato si le añadimos algo de contexto y leemos el texto por nuestra propia cuenta?

Lea el texto y no se fíe únicamente de su memoria

En Lucas 24:36-40 leemos un relato paralelo y complementario tras las apariciones de Jesús a sus discípulos: “Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: Paz a ustedes. Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu.  Pero Jesús les dijo: ¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen esas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies” (Dios Habla Hoy).

Sorprendentemente, en este relato Jesús habla a los discípulos sobre las dudas (en plural) que albergan en sus corazones y de las cuales él está consciente, lo cual demuestra que todos los discípulos en cierta medida dudaban de que Jesús realmente hubiera resucitado de entre los muertos.

Lo increíble de esta historia es que, si leemos los relatos paralelos de Lucas 24 y Juan 20, vemos que la advertencia de Jesús a Tomás de que quienes no han visto y han creído son bienaventurados no es necesariamente una reprimenda a Tomás, ni siquiera dirigida solo a Tomás.

En realidad esta es una declaración sobre todos los que creerían en el testimonio del apóstol después de la partida de Jesús, e iba dirigida a todos los discípulos que necesitaban esa misma evidencia para convencerse de la resurrección. En todo caso, la declaración inmediata y decisiva de Tomás de “¡Señor mío y Dios mío!” al final del relato (Juan 20:28) muestra una voluntad de cambiar su duda en creencia, y un corazón dócil y fácil de enseñar que no se manifiesta con tanta fuerza en los otros discípulos.

Deshagámonos de las nociones preconcebidas sobre el texto

Tomás era un ser humano con defectos, tal como todos nosotros. No obstante, parece claro que cuando tomamos la decisión de no aceptar ciegamente cosas que podrían ser engañosas, y a cambio leemos directamente el relato en su contexto en lugar de confiar en lo que recordamos del mismo, es posible deshacerse de esta noción preconcebida de que la característica principal que se debe recordar de Tomás es la duda. Si seguimos llamando a este apóstol “Tomás el incrédulo”, también deberíamos llamar “incrédulos” a todos los discípulos.

Además, sería necesario calificar igualmente de incrédulos a todos aquellos que alguna vez han dudado (incluyendo al fiel Abraham y a nosotros mismos).

Si leemos y estudiamos nuestra Biblia acuciosamente y analizamos el texto con ojo crítico, podremos estar mucho más seguros de que sabemos lo que Dios dejó registrado  para nosotros en las páginas de su Palabra. EC