El examen del Examinador Supremo
Cuando era niño, ¿pasó alguna vez por la experiencia de que le dieran un apodo y que todos lo llamaran de esa manera? Tal vez la mayoría de las veces no era más que un término cariñoso; pero también es posible que a veces le fastidiara tanto, que lo único que quería era que dejaran de llamarlo así.
Uno de los personajes bíblicos que recibió un apodo fue “Tomás el incrédulo”. Él fue uno de los doce apóstoles originales, ¡pero todavía se le identifica con ese nombre 2000 años más tarde! Tomás no estuvo presente cuando Jesucristo resucitado se les apareció a los otros discípulos, y no podía aceptar que Jesús se había levantado de la tumba a menos que lo viera personalmente y palpara sus cicatrices. Posteriormente Cristo se apareció nuevamente y le dio a Tomás esa oportunidad.
¿Qué propósito quería llevar a cabo con este apóstol Jesucristo resucitado en un momento aparentemente congelado en el tiempo? Meditar en esto puede ayudarnos a apreciar cómo interviene Cristo para ampliar nuestro entendimiento de lo que significa su invitación personal, “Venid en pos de mí” (vea Marcos 1:17; Juan 21:19). Pero hay que darse cuenta de que Tomás no era el único que quería examinar y palpar a alguien, ya que Jesús estaba haciendo lo mismo con un corazón necesitado.
“Vendré a vosotros”
Ahora trasladémonos en el tiempo a esa habitación en la cual, en la primera ocasión, los discípulos se escondían de las autoridades a puertas cerradas (Juan 20:19). Han transcurrido poco más de tres días desde que su Señor, su Rabino o Maestro, fuera brutalmente asesinado y circulan rumores de que está vivo y fuera de los confines de su tumba, pero la mayoría no lo ha visto personalmente.
Tal vez están reflexionando sobre su declaración de que estaría en el corazón de la Tierra durante tres días y tres noches, tal como el profeta Jonás en el vientre del gran pez (Mateo 12:40). Sus rodillas tiemblan, y su corazón está a punto de desfallecer. Algunas de las palabras finales de su Rabino siguen dando vuelta en sus cabezas: “Vendré a vosotros”, les había dicho (Juan 14:18; compare con el verso 28). ¿Pero cómo podía hacer eso?
¡De repente, alguien entra inesperadamente por una puerta que estaba cerrada! ¿Qué está sucediendo? ¡Es su Maestro y amigo, Jesús! ¡Su promesa era cierta! Y saben que es él porque les muestra las heridas causadas por su brutal ejecución en el Gólgota (Juan 20:19-20).
Él se dirige a ellos dos veces con el cálido saludo de “Paz a vosotros”. ¡Solo imagine el gozo desbordante que se produjo! Aquí, Aquel que proclamó “Yo soy la puerta” (Juan 10:9) no viene a ellos a través de una puerta hecha por el hombre; pero los discípulos ven una vez más que, al igual que nosotros, deben acostumbrarse a esperar lo inesperado de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo, quienes entran a nuestras vidas a su tiempo y a su manera para fortalecer nuestra fe.
Pero espere un momento . . . alguien falta: Tomás.
Cuando aquellos que estaban reunidos vieron a Tomás más tarde, no pudieron contenerse y le contaron todo. ¿No habría hecho usted lo mismo? ¿Cuándo fue la última vez que vio vivo y caminando a un hombre que ya había muerto, especialmente uno que había sido azotado y golpeado hasta más no poder y luego crucificado? Y aquí es cuando Tomás dice: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).
¿Acaso cometió un error Jesús escogiendo a este individuo empecinado en sus ideas, o hay más detalles en esta historia?
¿Cuál es el trasfondo de la vida de Tomás?
Recordemos que Jesús pasó una tarde entera orando por aquellos que había elegido para que fueran los primeros testigos de su vida, muerte y resurrección (vea Lucas 6:12-16; Hechos 1:2-8). Entre ellos había otras selecciones interesantes, como Pedro, Judas Iscariote y dos hermanos, Santiago y Juan, los “Hijos del trueno”.
Al final solo uno de ellos lo traicionaría, pero todos lo abandonaron en su momento de mayor necesidad como humano en el huerto de Getsemaní. Y sin embargo todos, excepto el traidor, tendrán sus nombres inscritos en los cimientos de la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:12-14).
Indudablemente ninguno de ellos fue escogido por casualidad, así que ¿cuál es entonces el trasfondo de la vida de Tomás? Conectemos algunos puntos para que entendamos por qué no es sabio encasillar a la gente por algo que sucedió solamente una vez en su vida.
A menudo se pasa por alto una instancia anterior, cuando Tomás se opuso a las advertencias de todos los demás a Jesús para que no fuera a Betania a ver a Lázaro debido a que corría peligro de que los judíos lo apedrearan (vea Juan 11:7-8). Aun así, Jesús dijo “vamos a él”, a lo cual Tomás respondió dirigiéndose a los otros: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (vv. 15-16). Tomás parecía estar dispuesto a sacrificarlo todo por la causa de Cristo, y todos lo siguieron y fueron con ellos.
Ahora conectemos otros dos puntos. La noche antes de la muerte de Jesús, él les dijo a sus discípulos: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. Tomás es el que pregunta: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:3-5). Su pregunta suscita una revelación de parte de Jesús: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Tomás no tenía idea de que tendría que esperar por la respuesta, pero al final sí la recibió.
Entonces, ¿por qué no estaba Tomás en el cuarto cuando Jesús se apareció por primera vez? No se nos dice, pero justo antes de que Jesús se apareciera, los dos que lo habían visto mientras se dirigían a Emaús habían “[hallado] a los a los once reunidos, y a los que estaban con ellos”, y se enteraron de que Pedro también había visto a Jesús (Lucas 24:33-36). Como Tomás era uno de los once que estaban reunidos, tiene que haber estado allí cuando ellos llegaron. Eso significa que debe haber salido del cuarto poco antes de que Jesús entrara.
Como dijimos, no sabemos por qué Tomás salió, pero no cabe duda de que la entrada de Jesús después de la salida de Tomás fue intencional. Tomás mismo debe haberse preguntado cómo pudo ocurrir tal cosa, y ello podría explicar por qué no creyó los relatos detallados y convincentes de los demás.
Recordemos que Tomás anteriormente ya había aceptado el desafío de morir cuando afirmó: “Vamos también nosotros, para que muramos con él”, pero cuando se enfrentó a la prueba de fuego, su valentía se esfumó. El hecho de que lo hubieran dejado fuera de una reunión con Jesús debe haberlo llenado de culpa y vergüenza por su fracaso.
Desde luego, todos los demás habían escapado igual que él cuando Jesús fue arrestado, y tal vez cualquiera de ellos hubiese reaccionado de la misma manera de haber sido dejado fuera, como le sucedió a él. Pero alguien tenía que demostrar las lecciones que Cristo estaba enseñando aquí, lecciones que todos debemos aprender.
Jesús examina el agujero de un corazón roto
Ocho días más tarde, los discípulos nuevamente se congregaron en la misma habitación y Tomás ahora estaba con ellos. Jesús se hace presente una vez más traspasando la puerta sin golpear, como antes, pero esta vez va a golpear en el corazón de alguien (Juan 20:26). Y otra vez saluda a la asamblea con la frase “Paz a vosotros”, pero ahora se enfoca en Tomás.
Como “el buen pastor” que él es (Juan 10:14), sabe que esta oveja afligida lo necesita. Jesús no titubea ni se ofende, sino que invita al discípulo a acercarse y examinar todo lo que quiera para que se convenza, y le ofrece: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27). Sus palabras no son una declaración condenatoria, sino de ánimo.
Con demasiada frecuencia nos fijamos en cómo Tomás examinó las heridas de Jesús, cuando en realidad esta historia tiene que ver con el examen que hace Jesús del agujero en el corazón de Tomás. Es aquí donde descubrimos que Cristo viene a nosotros de maneras particularmente apropiadas para mejorar nuestra caminata de la fe.
¿Ha notado alguna vez cómo algunas personas aprenden mejor escuchando, otras adquieren conocimiento más eficazmente mediante la lectura y la observación de imágenes, y otras mediante experiencias prácticas? Lo mismo sucede en “la universidad de la vida”. Un viejo adagio asiático dice más o menos así: “Escucho y olvido. Veo y recuerdo. Hago y comprendo”. Aquí Jesucristo, el Supremo Alfarero (Isaías 64:8), está ayudando a su amigo moldeando su futuro.
También debemos tomar en cuenta que probablemente fue muy difícil para Tomás ser señalado como el único apóstol al que Jesús no se le había aparecido, y que debe haber estado reaccionando contra ese inquietante pensamiento.
Nuestro Padre Celestial no nos ha llamado a tener una fe que se evapora bajo presión. Tomás pudo haber asentido con sus compañeros discípulos, pero si su corazón no estaba de acuerdo por cualquier razón, no hubiera servido de nada. Jesús sabía que una vez que Tomás entendiera, se iba a llenar de valor renovado. Este mismo discípulo que dijo estar dispuesto a ir como un cordero al matadero con su amigo, ahora iba a vivir, respirar y compartir las buenas noticias del Cordero resucitado.
¿Cuál fue el resultado final del examen del Maestro? “Entonces Tomás le respondió: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Él
expresa la convicción suprema de todo creyente de que Jesús es más que un buen hombre, un maestro sabio, un profeta, o un mártir que murió por una causa. Tomás logra entender por medio del contacto personal con el Maestro, quien le permitió tocar a Dios en la carne. ¡Claramente, esto produjo buen fruto!
Cristo tenía grandes planes para su apóstol y amigo, quien no iba a progresar si era impulsado solamente por una fe falsa. La tradición afirma que Tomás posteriormente predicó por toda Asia e incluso hasta en la lejana India. Finalmente murió como mártir por predicar acerca del Cordero resucitado y su reino venidero.
¿Qué debemos creer?
Este relato ilustra el ánimo que Jesús nos entrega a quienes vivimos actualmente para que edifiquemos nuestra fe sobre la declaración de Tomás. Jesús le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste, bienaventurados los que no vieron [¡refiriéndose a nosotros!] y creyeron”. ¿Qué elementos de este relato podemos aprovechar para mejorar nuestra caminata personal de fe?
A Dios el Padre y a Jesucristo no les importa ser cuestionados. Piense en Tomás, y mientras lo hace, también en Job. Dios no considera que nuestra lucha con las dudas son un muro, sino un puente hacia el entendimiento. Para aprender necesitamos hacer preguntas, palpar aquí y allá, y buscar las respuestas que solo Dios nos puede dar.
Espere lo inesperado de nuestro Padre Celestial y de Cristo. Los caminos de Dios no son los nuestros (Isaías 55:8-9). Dios responde en el momento apropiado, lo que incluye que estemos listos para enriquecer nuestro entendimiento. El Padre y Cristo abren mares, hacen llover pan del cielo, resucitan a los muertos, traspasan muros y abren corazones muertos. ¡Manténgase siempre en alerta, y acostúmbrese a ello!
Como el Buen Pastor, Cristo conoce nuestras necesidades personales y estilos de aprendizaje y nos aborda individualmente de la mejor manera que podemos aprender y aferrarnos a una fe duradera. Él sabe que aceptar a un Salvador resucitado que vive por nosotros ahora y cada día es un proceso de aprendizaje.
Cristo a menudo se presenta a nosotros con la palabra “paz”, como lo hizo con sus discípulos congregados. Esta expresión equivale al saludo hebreo común Shalom, pero en el caso de Jesús significa muchísimo más. Él prometió antes de morir: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Cristo está dispuesto a permitirnos que lo probemos y lo examinemos a él y a sus caminos, y a cambio uno debe estar dispuesto a permitirle examinar la profundidad de su ser –su corazón mismo– para recibir la profundidad de la paz que él ofrece.
La historia de Tomás es nuestra historia. Es la historia del Buen Pastor que atiende esmeradamente a sus ovejas, o sea nosotros, mientras aceptamos su invitación a seguirlo. Es un camino que conduce a un futuro en el cual Cristo promete darnos nombres nuevos (Apocalipsis 3:12). Confío en que podemos estar bastante de acuerdo en que para Tomás, y para nosotros también si permanecemos fiel y recibimos esos nombres nuevos, no habrá más palabras como “incrédulo” en esos nombres. ¡Recuerde el ánimo que nos da Cristo! “No seas incrédulo, sino creyente”. BN