Llorad con los que lloran

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Llorad con los que lloran

Es imperioso que el pueblo de Dios tenga y muestre compasión y amor ofreciendo apoyo emocional a quienes están sufriendo. “Compasión” literalmente significa “sentir con”. Dios tiene gran compasión por cada uno de nosotros, y nuestros corazones deben imitar al suyo. El pasaje en 1 Corintios 12:26 expresa lo mismo que Romanos 12:15.

Cuando una persona sufre una gran crisis, uno no puede empatizar plenamente con ella si no ha pasado por una aflicción semejante, pero puede imaginar su dolor y hacer lo posible por empatizar, es decir, “ponerse en sus zapatos”.

¡Es una magnífica bendición que nuestras penas estén acompañadas por una esperanza a largo plazo! (1 Tesalonicenses 4:13-18). No obstante, el pueblo de Dios sufre todo tipo de tribulaciones, algunas de las cuales son devastadoras. Piense en la pérdida de un hijo o un cónyuge amado. Piense en un ser querido que sufre grandes dolores físicos, o en aquella persona que debe cuidar a tiempo completo a su esposo o esposa con demencia. Según Ezequiel 9:4, ¡También debemos clamar “a causa de todas las abominaciones” en nuestra sociedad!

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). Es natural lamentar las pruebas propias, pero esta bienaventuranza da a entender que Dios se complace de manera muy especial cuando lloramos con los que lloran.

Para apoyar a aquellos que están sufriendo, ¡comience y continúe con oración! Si tiene una relación estrecha con ellos, ofrézcales una visita (vea Santiago 1:27). Llámelos o envíeles un correo electrónico, una carta o un regalo significativo con una nota personal. Pero por favor tenga en cuenta que aquellos que sufren rara vez reciben comunicación reconfortante después de los primeros dos o tres meses. Es muy especial para ellos recibir una nota o llamada que diga “estoy pensando en ti”.

El duelo y el llanto son saludables

Intentar reprimir la pena solo la posterga y empeora. La represión de los sentimientos a menudo desemboca en una depresión a largo plazo. El llanto brinda sanación, y acompañar a alguien que está afligido le ayuda a sanar.

La Biblia enfatiza el gozo, pero eso no significa que siempre debemos sentirnos “felices” sin importar lo que pase. El proceso de sufrimiento es parte esencial de una vida feliz.

En muchas culturas de antaño (e incluso en la actual), una persona que se hallaba de luto pasaba un tiempo determinado (alrededor de una semana o un mes) enfocándose en su sufrimiento, generalmente con su familia y amigos. Esto tenía un efecto curativo: el doliente terminaba mejor preparado para enfrentarse al día a día. La Biblia contiene numerosos ejemplos de personas piadosas que guardaron un profundo luto por largos períodos.

En la cultura occidental, por el contrario, y especialmente en Estados Unidos, no hay ningún ritual específico para lidiar con el sufrimiento. Además, usualmente no sabemos cómo responder frente a alguien que sufre o está de duelo. Mucha gente se siente incómoda expresando su sufrimiento o cuando está en presencia de gente que sufre. Algunos incluso evitan los funerales, haciendo caso omiso a la exhortación en Eclesiastés 7:1-4.

Cuando alguien dice “No llores”, casi siempre es un mal consejo, porque derramar lágrimas tiene varios beneficios emocionales y físicos.

Mucha gente piensa equivocadamente que derramar lágrimas demuestra debilidad emocional o falta de masculinidad. Haga una búsqueda de versículos que mencionan “llanto” o “llorar” y se dará cuenta de que en la Biblia muchas personas fuertes y buenas lloraron. “Jesús lloró” (Juan 11:35). Cuando una persona que sufre ve que usted tiene lágrimas en sus ojos, se da cuenta de que a usted sí le importa. Y si está llorando por dentro, esa persona probablemente lo sabe.

Razones por las cuales la gente no llora con aquellos que lloran

Hay muchas razones o excusas por las cuales la gente no se aflige genuinamente con aquellos que sufren. Mucha gente en nuestra cultura secular occidental ignora el énfasis que hace la Biblia en la regla de oro y el mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31; vea también Mateo 7:12). El verdadero amor comprende el sacrificio propio. Jesús “puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16).

El sufrimiento es parte del verdadero amor. Mientras más ame uno a una persona, más se afligirá cuando esa persona sufra o muera. El sufrimiento no es un “problema” que debe evitarse o una enfermedad que debe curarse. La aflicción conduce a la sanación.

Algunas personas son simplemente egoístas e insensibles, y no están dispuestas a sacrificar su tiempo y sus placeres personales para consolar a otros. Pero en realidad la verdadera alegría proviene de dar y ser generoso (Hechos 20:35).

Mucha gente evita a quienes están sufriendo porque “no saben qué decir” y “temen decir algo incorrecto”. Esto puede ser mejor que decir algo hiriente, pero la persona afligida termina con el dolor adicional de la soledad. Estos amigos terminan siendo “amigos de buen tiempo” y que no ofrecen un hombro para llorar o una mano para ayudar. Una cita famosa dice: “Ríe y el mundo ríe contigo, llora y llorarás solo”. ¡Llorar a solas es algo que nunca debiese ocurrir en la Iglesia de Dios!

Qué decirle y no decirle a una persona que sufre

A veces oímos bromas acerca de cómo una esposa simplemente quiere hablar de sus dificultades, pero se irrita porque su esposo le ofrece rápidamente una solución. De manera similar, este es un error común de aquellos que desean “ayudar” a la persona que sufre. Como se mencionó más arriba, la aflicción no es un “problema” temporal que necesita “solucionarse”. Idealmente uno no debiera darle consejos a una persona que sufre, ni declarar verdades obvias como si la persona no las supiera, ni ofrecer un cliché insensible. No actúe como si usted fuera un salvador omnipotente.

No necesita hablar mucho. Puede decir cosas simples como: “Tengo el corazón deshecho por ti y estoy aquí por si me necesitas. Estás en mis oraciones”. Ser un buen oyente generalmente es más importante que cualquier cosa que uno pueda decir. Anime al que sufre trayendo a la memoria recuerdos entrañables.

Si usted le dice: “¿Qué puedo hacer para ayudarle?”, probablemente no recibirá ninguna sugerencia. A una persona afligida le cuesta mucho pensar y no querrá incomodarlo. ¡Ofrezca cosas concretas! “Me gustaría cortarle el césped durante unas semanas”, o “Déjeme hacerle las compras”.

Existe una terrible superstición con la cual hay que tener cuidado: cuando una persona sufre, la gente a veces da por sentado que Dios puede estar castigándola por algún pecado, por lo que se merece ese sufrimiento. Vemos tal suposición en Juan 9:1-3. En Lucas 13:1-5 leemos que Jesús repudió categóricamente esa conjetura, y sus actos de misericordia hacia los “intocables” fueron un claro ejemplo de su rechazo a ella. Por lo tanto, una de las cosas más hirientes que uno podría hacer es afirmar o insinuar que la persona se merece su sufrimiento.

El libro de Job revela mucho acerca de lo que se debe y no se debe hacer. Los tres amigos de Job lo visitaron “para condolerse de él y para consolarle” (Job 2:11), y “lloraron” (v. 12). “Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande” (v. 13). ¡Hasta ahí todo iba bien! Esto tiene que haber sido muy reconfortante para Job, pero después de eso ellos añadieron mucho a su sufrimiento emocional. La mayor parte del resto del libro registra sus acusaciones insinuando que Job tenía que haber sido culpable de haber cometido pecados.

Otro error es hablar del duelo como algo de corto plazo. Afirmaciones como: “Pronto te sentirás mejor”, “No estés tan triste; la verás de nuevo en la resurrección”, o “Tienes que animarte”, son muy insensibles. Las personas tienen buenas intenciones, pero a menudo agravan el dolor de quien está de duelo.

Una persona que está de duelo intenta no olvidar a su ser querido y naturalmente desea compartir sus preciosos recuerdos con los demás. Esta lección me quedó grabada cuando tenía once años y murió mi hermano de tres años, Roddy. Aquella pérdida fue devastadora para nuestra familia. Mi madre desesperadamente quería hablar con sus amigos sobre sus recuerdos de Roddy, pero ellos cambiaban de tema. Pensaban que le estaban haciendo un favor ayudándola a “apartar su mente de Roddy”. Esto era extremadamente frustrante y desalentador para mi madre.

Las famosas “etapas del duelo”, que supuestamente progresan en línea recta desde el suceso que causó el dolor hasta la recuperación total, presentan un serio problema: no son realistas. Por lo general, algunas horas de paz son seguidas por una aplastante ola de dolor. Después de una gran pérdida o prueba, normalmente algo de dolor sigue latente por el resto de la vida de la persona. Cuando se sienta abrumado por la congoja, busque amigos verdaderamente compasivos que sean buenos oyentes y no criticones. Mucha gente que sufre se une a grupos de apoyo por algún tiempo, y muchos se benefician al poner por escrito sus pensamientos íntimos. El rey David ciertamente plasmó su dolor en algunos de los Salmos.

Es una gran bendición estar rodeado de personas atentas, compasivas y cariñosas que entienden la Biblia y tienen el Espíritu de Dios. Por ejemplo, los que hemos pasado por pruebas difíciles nos sentimos asombrados e inspirados por la gran cantidad de tarjetas de “mejórate pronto” y de pésame que hemos recibido, muchas de ellas con maravillosos mensajes escritos a mano.

Se puede decir mucho más sobre estos temas, y se han escrito muchos libros de ayuda sobre el tema del duelo y de cómo ser un verdadero amigo de los que han perdido a un ser querido. Sin embargo, mucho de ello se resume en estas palabras: lloremos con los que lloran. EC

Este artículo es el primero de una serie de dos partes que se enfoca en la instrucción que dio Pablo en Romanos 12:15: “Llorad con los que lloran”. La siguiente edición de El Comunicado presentará la segunda parte, llamada “Goza con los que gozan”.