Lo que el cáncer no puede hacer
Mientras miraba su habitación en el hospital, observé que había muchas flores. En la cama yacía una mujer muy frágil conectada a un dispensador de morfina para aliviar sus dolores. ¿Cómo podía ser la misma persona que hacía pocas semanas conducía su automóvil al trabajo todos los días? ¿Por qué ella? ¡Ni siquiera había tomado vacaciones en 11 años! Ella cuidaba a su hermana y también su enorme casa, y a sus 75 años todavía trabajaba 40 horas a la semana.
Nuestra familia estaba muy orgullosa de que mi suegra Dorothy tuviera tanta vitalidad y autonomía a pesar de su edad, y llegamos a convencernos de que viviría más que nosotros. Nunca se quejaba ni le pedía un favor a nadie; pero ahora estaba aquí, dependiendo por completo de otras personas incluso para lo más básico.
Todavía recuerdo cuando llamó a mi esposo para que la llevara al hospital, porque sentía horribles dolores. Sin embargo, mientras iban en camino se esforzó por atender ciertos asuntos pendientes. ¡Tenía que pasar a dejar algunas cosas a su lugar de trabajo antes de preocuparse de sí misma!
Pocos días después de internarla, fui con mi esposo al hospital. El médico nos hizo pasar a una pequeña habitación y luego nos dio la lista de todas las partes de su cuerpo afectadas por el cáncer. ¡Hubiera sido más sencillo que nos dijera dónde no tenía cáncer!
El pronóstico del médico fue lapidario: mi suegra no sobreviviría, y lo mejor que podía hacerse por ella era tratar de que no sufriera, mitigando todo lo posible sus terribles dolores. El doctor ordenó radiación y quimioterapia.
Después del diagnóstico, el cáncer de Dorothy se convirtió en una enfermedad que no solo la afectaba a ella, sino también a toda la familia. Empecé a llevarla todas las mañanas a las sesiones de radiación; debía estar pendiente de todas las citas médicas y de que tomara sus medicamentos, y también tuve que lidiar con las compañías de seguros. Mientras permanecía sentada en la sala de espera durante sus tratamientos, leía revistas y folletos relativos al cáncer con la esperanza de encontrar sugerencias para su dieta general y alimentos específicos que ella pudiera comer sin vomitar.
Había ingresado a un mundo desconocido para mí, lleno de gente que también padecía y luchaba contra el cáncer. Veía cómo parientes y amigos acompañaban a sus seres queridos a recibir tratamiento, y era triste ver el cansancio en los rostros del personal médico.
Para mí era emocionalmente agotador tratar de mantener una actitud positiva que ayudara a mi suegra, y al mismo tiempo llorar a solas o con alguna amiga. Por momentos me parecía estar viviendo una pesadilla que tanto para ella como para mí nunca acabaría, y que sería imposible hallar alivio a todo su sufrimiento.
El impacto generalizado del cáncer
Ya han pasado ocho años desde que Dorothy finalmente perdió su valiente batalla contra el cáncer. El año 2014 se diagnosticaron unos 1.7 millones casos nuevos de cáncer, y hubo alrededor de 577 000 muertes por la misma causa solo en los Estados Unidos. Y aunque en América Latina las tasas de cáncer son mucho menores, las tasas de muerte casi duplican en proporción a las de Estados Unidos. Aparte del aborto, el cáncer sigue siendo la segunda causa más común de muerte en todo el continente americano, cobrando aproximadamente 1.3 millones de vidas cada año.
Me duele muchísimo leer y escuchar en la Iglesia las peticiones de oración por personas que sufren de cáncer u otras enfermedades que amenazan su vida. Para ellas, las estadísticas se vuelven muy reales cuando se convierten en uno más de los casos reportados; además, el diagnóstico es igualmente difícil para los otros miembros de la familia, porque aparte de todo, deben velar por el cuidado de su ser querido.
Mientras acompañaba a mi suegra en su enfermedad, pensaba en otros que también tienen que cuidar a sus padres que envejecen o se enferman, y al mismo tiempo proveer para sus propias familias mientras tratan de mantener sus empleos. Sin ayuda, esta tarea puede resultar insoportablemente difícil. Por supuesto, Dios es la principal fuente de auxilio; no obstante, otras personas también pueden y deben colaborar.
Dios espera que todos apoyemos y ayudemos a los que están enfermos y que prestemos ayuda a sus familiares, sirviéndoles de apoyo y alivio. ¿Qué podemos hacer para ayudar de manera eficaz a las familias que están lidiando con este tipo de pruebas? Por otra parte, ¿cómo enfrentar la situación si nosotros mismos nos enfermamos de cáncer?
Cómo ayudar
Estas son algunas de las cosas que aprendí mientras cuidaba a mi suegra. Espero que estos consejos le puedan ayudar a enfrentar una prueba de este tipo, ya sea que esté cuidando de alguien enfermo o que usted mismo enfrente el cáncer.
• Manténgase cerca de Dios. Usted va a necesitar de toda la fortaleza posible para ayudar a alguien enfermo o para batallar con su propia enfermedad. Necesitará mucho ánimo, por lo cual debe acudir a Dios y desahogar ante él sus frustraciones, ira, miedo y sensación de impotencia.
Tal vez su cuerpo esté gravemente afectado y probablemente la batalla que enfrenta es muy dura, pero si confía en el amor de Dios, su espíritu se mantendrá fuerte. El apóstol Pedro nos dice: “Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 Pedro 5:7, Nueva Versión Internacional). Nuestro mayor enemigo no es la enfermedad, sino la desesperación.
• Busque un grupo de apoyo. Es posible encontrarlos en Internet; incluso hay algunos para quienes cuidan de los enfermos. Procure contar con algún amigo paciente y de actitud positiva que escuche sus frustraciones y mitigue sus temores. Las iglesias pueden ser de enorme ayuda cuando nos afligen este tipo de dificultades.
• Es indispensable que la familia trabaje en equipo. En nuestro caso, toda la familia formó un grupo de trabajo para ayudar a mi suegra. Mis hijos y mi esposo la acompañaban cuando yo tenía que tomar un descanso obligatorio; me ayudaban a llevarla al médico y también con otras cosas que surgían; todos trabajábamos como un equipo, lo cual me hizo apreciar y amarlos aún más.
• Acepte la situación y adáptese a ella. Aceptar las batallas que debemos enfrentar y aprender a adaptarse a la situación hará las cosas mucho más fáciles. Sin importar las circunstancias de esta vida, siempre serán pasajeras. El apóstol Pablo, que enfrentó grandes pruebas, escribió: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:12-13).
• Ayude a aliviar la carga preguntando cómo puede colaborar. Algunas de las formas más eficaces de ayudar a llevar la carga incluyen ofrecerse a acompañar a la persona enferma, para que el familiar que normalmente la cuida pueda descansar, o llevar alimentos preparados. La persona a cargo del enfermo a menudo está tan abrumada y pendiente de tantos detalles, que contar con comida preparada puede ser de mucho alivio. En nuestra congregación enviamos una notificación a través de una aplicación especial de Internet, a fin de que varias personas se involucren en el proceso, contribuyendo así a aligerar la carga.
• Mantenga el contacto.Evite frases como “mantenme informado” o “hazme saber cómo te va”. La iniciativa de llamar y averiguar debe ser nuestra— esto le hace sentir a la persona enferma que realmente nos preocupamos por ella. Envíele tarjetas o notitas escritas; mi suegra a menudo lloraba leyendo los reconfortantes versículos y mensajes de las tarjetas que recibía, las cuales le infundían esperanza. Así era como la gente le demostraba su preocupación y la acompañaba en su batalla.
Lo que el cáncer no puede lograr
Hasta ahora hemos visto lo que puede hacer el cáncer, el sufrimiento que provoca en las personas y cómo podemos ofrecer apoyo. Ahora veamos la alentadora lista de cosas que el cáncer no puede hacer, porque su capacidad y alcance son limitados:
No puede extinguir el amor,
No puede quebrantar la esperanza,
No puede menoscabar la fe,
No puede robarse la paz,
No puede mermar la confianza,
No puede matar la amistad,
No puede eliminar los recuerdos,
No puede acallar el valor,
No puede acortar la vida eterna,
No puede apagar el Espíritu,
No puede disminuir el poder de la resurrección.
Ya han pasado varios años desde que libramos aquella batalla contra la enfermedad de mi suegra, y en el proceso aprendí muchas lecciones. Entre otras cosas, aprendí a vivir un día a la vez y a valorarlo como si fuera el último, y que Dios nos acompaña cada día, sosteniendo nuestra mano, secando nuestras lágrimas y llenándonos de consuelo.
Deuteronomio 31:6 habla de las cosas que se interpondrán en nuestro camino: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque el Eterno tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará”. Durante la prueba que pasamos con mi suegra también aprendí que mi fortaleza aumentó en gran manera, gracias a la ayuda y preocupación de mi familia y el cariño de mis amigos.
El cáncer puede matar el cuerpo, pero no puede matar la esperanza o la realidad de la vida eterna. Mantenga su enfoque en Dios y la esperanza que pone delante de todos nosotros, para que cuando este cuerpo desaparezca podamos recibir una nueva vida — ¡una vida eterna!
Mi suegra sucumbió al cáncer, y ahora espera la resurrección (1 Corintios 15:12-22). En su próximo instante de conciencia, su cuerpo ya no sufrirá más de cáncer ni experimentará dolor.
Espero que mi experiencia y las lecciones que aprendí sirvan de aliento y ayuda a quienes ahora están enfrentando los mismos problemas. Mantenga la fe y la confianza en Dios. ¡Él cuidará de usted y su familia, bien sea en enfermedad o en cualquier dificultad!