Lección 25 - Trasfondo histórico de los evangelios: Parábolas famosas que solo se encuentran en Lucas 10-19 (3ra parte)

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Lección 25 - Trasfondo histórico de los evangelios

Parábolas famosas que solo se encuentran en Lucas 10-19 (3ra parte)

La curación de los diez leprosos

En Lucas encontramos uno de los relatos donde Jesús critica con más dureza la ingratitud típica de los seres humanos. Dice: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:11-19).

La ley judía obligaba a los leprosos a permanecer fuera de las aldeas. Estos se acercaron a Jesús tanto como pudieron y después le rogaron que tuviera piedad de ellos. Cristo, viendo su situación, tuvo compasión y sanó a los diez.

Una vez sanados, hubo nueve que no le dieron las gracias a Jesús ni glorificaron a Dios, sino que rápidamente se fueron a celebrar. Solo uno de los diez, un samaritano (los de Samaria generalmente eran despreciados por los judíos), recordó quién había hecho la sanación y regresó, dando gracias a Cristo y glorificando a Dios.

De todos los pecados, sin duda la ingratitud es uno de los más comunes entre los seres humanos. Aquí hay una lección: no se debe esperar agradecimiento o manifestaciones de gratitud cuando se sirve a alguien. Si solo uno de los diez leprosos dio gracias a Cristo por haber sido sanado de esta terrible enfermedad, no debería sorprendernos si no siempre se nos agradece cuando ayudamos a otros. Sin embargo, debemos ser cuidadosos; no debemos dar por sentado que quienes reciben nuestra ayuda son desagradecidos, aun si las gracias no son explícitas.

La parábola de la viuda importuna

Luego, Jesús entrega una parábola que compara las buenas acciones que lleva a cabo la gente del mundo (aun cuando sus motivaciones no sean las correctas) con las de un Dios justo quien, con motivaciones perfectas, cuánto más no hará.

Lucas escribe: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:1-8).

Note que Jesús no solo habla del presente, sino que también hace énfasis en que la última generación de cristianos debe ser paciente y perseverante. Como lo señala Tyndale NT Commentary (Comentario de Tyndale del N.T.), “No hay indicios de tiempo, pero el último capítulo está relacionado con el Segundo Advenimiento y [él] ‘les dijo’ parece indicar que se trata del mismo público. El relato se refiere a la oración a lo largo del tiempo. Cuando los hombres que oran no ven señales de la respuesta que anhelan, fácilmente se desaniman. Pero deben orar y no desfallecer . . . La recompensa llegará pronto, pero esto debe entenderse en términos del tiempo de Dios (para él un día es como mil años y mil años como un día, 2 Pedro 3:8).

“Jesús está hablando de la certeza de la rapidez con que ocurrirán los sucesos cuando llegue el momento. Cuando pregunta que si el Hijo del hombre encontrará fe en la Tierra, no está sugiriendo que no habrá creyentes. Lo que está diciendo es que la característica de la gente del mundo en ese momento no será la fe. Los hombres del mundo jamás reconocen los caminos de Dios y no verán cuando recompense a sus elegidos” (Op. cit., pp. 262-263).

De hecho, es importante darse cuenta de que al final de los siglos, cuando aumenten la irreligiosidad y la inmoralidad, será más difícil mantener una relación sólida con Dios, por eso la advertencia de Cristo de perseverar en la oración.

The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente) dice: “La razón por la cual Dios aún no ha intervenido es porque está siendo paciente con la gente, y no quiere que nadie se pierda. Pero llegará el día en que su espíritu ya no contenderá con los hombres, y entonces castigará a los que persiguen a sus seguidores.

“Jesús termina la parábola con esta pregunta: ‘Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿realmente encontrará fe en la tierra?’ Esto probablemente se refiere al tipo de fe que tenía la viuda pobre. Pero también puede significar que cuando el Señor regrese, solo habrá un remanente que permanecerá fiel. Mientras tanto, debemos ser avivados por el tipo de fe que clama a Dios día y noche’” (nota sobre Lucas 18:1).

La parábola del fariseo y el publicano

Después de haber hablado sobre la necesidad de persistir en la oración, Jesús continúa con la siguiente parábola sobre la actitud correcta cuando se ora. En aquella época, los fariseos eran considerados expertos en la oración. Sin embargo, muchos eran culpables de autojusticia.

Jesús no quería que sus discípulos cayeran en esta trampa religiosa. Lucas escribe: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14).

Una vez más Cristo se rehusó a dejarse impresionar por la religiosidad externa. Su interés se enfocaba más en las verdaderas intenciones de una persona.

The Believer’s Bible Commentary explica: “Aunque el fariseo cumplía con la rutina de la oración, en realidad no estaba hablando con Dios. Más bien se jactaba de sus propios logros morales y religiosos. En lugar de compararse con el estándar perfecto de Dios y ver lo pecaminoso que era en realidad, se comparó con otros miembros de la comunidad y se enorgullecía de ser mejor. Su repetición frecuente del pronombre personal ‘yo’ revela el verdadero estado de su corazón: presumido y autosuficiente. Por otro lado, la actitud del publicano contrasta fuertemente. De pie ante Dios, sintió su propia indignidad. Se humilló al máximo. Ni siquiera alzaba la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y clamaba a Dios por misericordia: ‘¡Dios, ten misericordia de mí, (literalmente ‘el’) pecador!’ No se consideraba un pecador entre muchos, sino como el pecador indigno de recibir algo de Dios. Jesús recordó a sus oyentes que es este espíritu de autohumillación y arrepentimiento lo que Dios acepta. Contrario a lo que podrían indicar las apariencias humanas, fue el publicano quien bajó a su casa justificado. Dios exalta a los humildes, pero humilla a los que se exaltan a sí mismos”.

Jesús y Zaqueo

Más tarde Cristo viajó a Jericó, donde vivía un publicano adinerado llamado Zaqueo. Jericó era una de las ciudades más ricas de Judea. Lucas relata: “Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:1-10). El relato parece indicar que Zaqueo ya había estado haciendo buenas obras en el pasado. Sin embargo, es más probable que el significado del tiempo presente en el griego se refiera a lo que haría, no a lo que había estado haciendo.

El erudito griego Richard Young destaca el tiempo presente en este versículo, diciendo: “Lucas 19:8 es una referencia futura donde Zaqueo le dijo al Señor (daré a los pobres)” (Intermediate New Testament Greek [Nuevo Testamento interlineal griego], 1994 pág. 105, énfasis añadido). Vincent’s Word Studies (Estudio de palabras de Vincent) también se refiere así a este versículo: “‘No, mi práctica es dar’. La declaración de Zaqueo no es una reivindicación, sino un voto. ‘Ahora doy para compensar’”.

Parece tener más sentido que Zaqueo, después de recibir y aceptar la enseñanza de Cristo, se arrepintió y cambió sus prácticas. La Nueva Versión Internacional dice: “Pero Zaqueo dijo resueltamente: Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea. —Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:8-10).

The Bible Knowledge Commentary (Comentario sobre el conocimiento bíblico) agrega: “Como de costumbre, muchos se quejaron porque Jesús se había convertido en el invitado de un ‘pecador’. Pero Zaqueo se puso de pie y anunció voluntariamente que daría la mitad de lo que le pertenecía a los pobres y que pagaría cuadriplicado a todo el que hubiera perjudicado. Quería hacer pública su declaración de que su experiencia con Jesús había cambiado su vida. Es interesante que se despojó de gran parte de su riqueza, lo que Jesús le había pedido al joven rico (Lucas 18:22)”.

La parábola de las minas

Luego, Lucas escribe: “Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?

“Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí” (Lucas 19:11-27).

Cristo sabía que los que escuchaban pensaron que el Reino de Dios, con él a la cabeza, se establecería en ese momento. Les relató esta parábola para mostrar que debía transcurrir más tiempo antes de que él estableciera su reino. Quería que se concentraran en lo que recibirían del Espíritu de Dios y en cómo lo iban a administrar y desarrollar.

En esta parábola el joven gobernante sin duda representa a Cristo, el gobernante del futuro Reino de Dios. La palabra griega mina era el equivalente a unos tres meses de salario.

Las ciudades que se mencionan aquí como recompensa representan posiciones de gobierno que se darán a los fieles cuando Cristo regrese para gobernar la Tierra. Como Jesús les había dicho a sus discípulos: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28).

También le diría a la Iglesia: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26-27).

Así que la mina, que representa la porción del Espíritu Santo que Dios da, debe ser multiplicada a través de un uso espiritualmente sabio y provechoso de ella. La recompensa será otorgada por Cristo en el futuro, como él dijo: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).EC