Lección 14 - Trasfondo histórico de los evangelios
Mateo 8-9
Después de concluir su sermón del monte, Jesús demostró que su ministerio no se componía únicamente de palabras sino también de hechos poderosos. En Mateo 8 comprobó que no solo poseía la sabiduría divina para dar este sermón sino que también tenía el poder divino para curar a todos los que sanó, e incluso para resucitar a los muertos.
Barclay hace un interesante comentario sobre Mateo 8: “De todos los escritores de los evangelios, Mateo es el más metódico; siempre escribe organizadamente. Si un tema sigue a otro en una secuencia determinada, siempre hay una razón para ello, y lo siguiente lo comprueba: en Mateo 5-7 el apóstol nos entrega el sermón de monte, y en estos dos capítulos hace su propio relato de las palabras de Jesús. Luego, en Mateo 8, nos entrega un relato de los hechos de Jesús. Mateo 5-7 nos muestra la sabiduría divina en palabras, y Mateo 8 nos muestra el amor divino en acción. . . En el capítulo hay siete episodios milagrosos” (Daily Study Bible [Biblia de estudio diario], notas sobre Mateo 8).
El poder de sanación de Jesucristo
Mateo escribe: “Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos” (Mateo 8:1-4).
Cristo hizo lo que nadie se atrevía a hacer: tocar a un leproso. La ley judía establecía que quien lo hiciera quedaba ritualmente impuro. Sin embargo, este hombre fue sanado inmediatamente de la tan temida enfermedad, que normalmente hacía padecer terriblemente al enfermo durante nueve años, hasta su muerte.
Hoy en día la lepra se conoce como enfermedad de Hansen, aunque en la Biblia también puede referirse a otros trastornos graves de la piel. En todo el mundo existen alrededor de dos millones de personas afectadas con lepra; solamente en la India hay más de 1000 colonias de leprosos. Los antibióticos ayudan a controlar la enfermedad, pero no la curan. En Levítico 13-14 Dios dispuso una manera eficaz de controlar y erradicar las enfermedades infecciosas, incluso la lepra, a través de la cuarentena (aislamiento) del paciente y rituales de lavamientos obligatorios.
En su libro The Signature of God (La firma de Dios), Grant Jeffrey señala: “Hasta este siglo todas las comunidades, con excepción de los hijos de Israel que siguieron las leyes médicas de Dios con respecto a la cuarentena, mantenían a los pacientes infectados en sus hogares, incluso después de que morían, exponiendo a los miembros de la familia y otros a la mortal enfermedad. Durante la devastadora peste negra del siglo XIV [causada por el bacilo de Yersin], los enfermos y los muertos compartían las mismas habitaciones con el resto de la familia. La gente a menudo se preguntaba por qué la enfermedad [que mató a un tercio de los europeos, y parecía imparable] estaba afectando a tantas personas al mismo tiempo. Atribuyeron estas epidemias al ‘mal aire’ o a los ‘malos espíritus’. Sin embargo, con solo haber seguido cuidadosamente las órdenes médicas de Dios reveladas en Levítico se habrían salvado varios millones de vidas. Arturo Castiglione escribió sobre el éxito rotundo de esta ley médica bíblica: ‘Las leyes contra la lepra en Levítico 13 pueden ser consideradas como el primer paso de una legislación sanitaria’” (1996, p. 150).
Después, un centurión le pidió a Jesús que sanara a un muy querido siervo suyo. El término centurión es una transliteración del latín centuria, que significa 100, y designaba a un oficial romano que comandaba 100 soldados. Un rango equivalente moderno sería el de un capitán de ejército.
Lucas da una descripción más detallada de este incidente con el centurión: “Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.
“Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
“Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (Lucas 7:1-10).
Barclay entrega información útil sobre el incidente: “Incluso en la breve aparición que hace en el escenario del Nuevo Testamento, este centurión es uno de los personajes más cautivantes de los evangelios. Los centuriones eran la columna vertebral del ejército romano. En una legión romana había 6000 hombres; la legión se dividía en sesenta centurias, cada una comandada por un centurión que estaba a cargo de 100 hombres. Estos centuriones eran los soldados habituales más antiguos del ejército romano. Eran los responsables de la disciplina del regimiento y el elemento que mantenía unido al ejército. Tanto en la guerra como en la paz, la moral del ejército romano dependía de ellos.
“En su descripción del ejército romano [el historiador], Polibio describe lo que debe ser un centurión: ‘No deben ser buscadores de aventuras y peligros, sino más bien ser hombres capacitados para mandar, ecuánimes y confiables. No deben precipitarse demasiado para ir a la guerra, pero ante un desafío real deben estar dispuestos a mantenerse en pie de lucha y morir cumpliendo su labor’. Los centuriones eran los mejores hombres en el ejército romano. Es interesante observar que todos los centuriones que se mencionan en el Nuevo Testamento eran honorables. Fue un centurión el que reconoció a Jesús en la cruz como el Hijo de Dios; Cornelio el centurión fue el primer gentil convertido a la Iglesia cristiana; fue un centurión el que de repente descubrió que Pablo era ciudadano romano, y lo rescató de la furia de la turba encolerizada; otro centurión recibió información de que los judíos tenían planeado asesinar a Pablo entre Jerusalén y Cesarea, y tomó medidas para frustrar sus planes; fue un centurión a quien Félix ordenó que cuidara a Pablo; también fue un centurión el que acompañó a Pablo en su último viaje a Roma, tratándolo con toda cortesía, y le permitió tomar el mando cuando la tormenta sacudió la nave” (op. cit., edición en línea).
Curiosamente, en 1866 se encontraron los restos de una gran sinagoga de Capernaum, que se remontan al siglo iv. Es más, bajo esa sinagoga se pueden ver los cimientos de una sinagoga más antigua que se remonta a la época de Cristo. Por lo general, en un pueblo pequeño de pescadores como Capernaum una sinagoga era suficiente para la población, y aunque el área ha sido excavada extensamente, no se ha encontrado ningún otro edificio grande. Además, era habitual que una nueva sinagoga se construyera sobre los cimientos de una anterior, así que es muy probable que estos cimientos más antiguos fueran parte de la sinagoga que generosamente financiara aquel centurión.
Luego, después de los servicios del sábado, Cristo visita la casa de Pedro y cura a la suegra de este (véase también Marcos 1:29; Lucas 4:38-39). Por cierto, este relato confirma que Pedro era casado y no célibe, como afirman algunos eruditos católicos. De hecho, Pablo explícitamente dijo que la esposa de Pedro lo acompañó durante su ministerio (1 Corintios 9:5).
El relato de Mateo continúa: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:16-17).
Aquí vemos que la misión de Cristo no fue solo enseñar las verdades de Dios y morir por nuestros pecados, sino también ofrecer un medio para curar nuestras enfermedades. Además, posteriormente Pedro dijo de Cristo que “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). Este es un poderoso recordatorio de la necesidad de tener fe en el cuerpo golpeado de Cristo por nuestras enfermedades cuando vamos a Dios pidiendo ser ungidos, como se describe en Santiago 5:14-16.
El difícil camino de los discípulos de Jesucristo
Más adelante un escriba, estudiante profesional de las Escrituras, pidió ser discípulo de Jesús. Esta era una oportunidad de oro para que Jesús tuviera entre sus discípulos a un estudioso de la Biblia, pues los escribas eran muy respetados por el pueblo. Lamentablemente, en esos días la mayoría de los sacerdotes se habían vuelto laxos en sus prácticas religiosas y seguían las costumbres mundanas, helenísticas y romanas. En contraste, los escribas se habían convertido no solo en estudiantes devotos de la ley, sino que además generalmente enseñaban en las sinagogas. Ellos eran parte, junto con los fariseos, del grupo que los judíos llamaban “rabinos”, un título honorífico que significa “mis grandes”.
Sin embargo, Cristo le advirtió a este escriba sobre las dificultades que implicaba tal decisión. Le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). En otras palabras, esta no sería una vida cómoda para un rabino respetado. A los judíos se les enseñaba a venerar a los rabinos más que a sus propios padres, y competían entre ellos para ofrecerles hospitalidad. En cambio, sería una vida más que nada de sufrimiento, insultos, persecuciones, penurias y privaciones. Al parecer el escriba se alejó al oír estas palabras, pues no se dice más nada acerca de él.
Otro de sus discípulos le dijo: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:21-22). Lucas 9:62 añade: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
Jesús le dijo que una vez que se comprometiera a seguirlo, nunca debía mirar o volverse atrás. Nelson’s Bible Commentary (Comentario bíblico de Nelson) explica: “Probablemente lo que describe este pasaje es un seguidor cuyo padre todavía estaba vivo, pues según Levítico, un hombre no podía abandonar a su padre si este acababa de morir. Su padre era anciano, por lo cual el hombre quería ir a su casa, esperar a que muriera, y luego seguir a Cristo. La respuesta de Jesús quiere decir que nunca debe haber excusas para seguirlo. No hay mejor momento que el actual” (notas sobre Mateo 8:22).
David Stern señala: “¡El padre no había muerto todavía! De lo contrario el hijo habría permanecido en casa, sentado en shiv’ah. . . La palabra shiv’ah significa ‘siete’, y la frase ‘sentado enshiv’ah’ se refiere a la costumbre judía de sentarse haciendo duelo los siete días siguientes a la muerte de un ser querido, padre, cónyuge, hermano o hijo . . . el doliente judío ortodoxo, descalzo, se sienta en el suelo o en un taburete bajo, en la casa del difunto o de su pariente cercano, y se abstiene de todo trabajo u ocupación ordinaria e incluso de las oraciones reglamentarias en la sinagoga, mientras que los amigos lo visitan para consolarlo y orar con él.
“El hijo quería ir a casa, vivir cómodamente con su padre hasta que muriera, quizás años después recibir su herencia y luego, cuando pudiera, ser discípulo. ..
“Dejen que los muertos espirituales, los interesados en las cosas de este mundo, incluyendo herencias, permanezcan juntos durante su vida y finalmente entierren a sus muertos físicos” (Jewish New Testament Commentary [Comentario judío del Nuevo Testamento], notas sobre Mateo 8:22 y Juan 11:19- 20).
Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente) hace este análisis: “Que el padre hubiera muerto o no hace poca diferencia. El problema básico se expresa en las contradictorias palabras: ‘Señor. . . yo vaya primero’. Este joven se antepuso a Cristo. Si bien es perfectamente adecuado hacer un entierro decente para el propio padre, el problema radica en que tan solemne suceso sea más importante que el llamado del Salvador. Efectivamente, en Mateo 8:22 Jesús le respondió: ‘Tu primer deber es seguirme. Deja que los espiritualmente muertos entierren a los muertos físicos’”.
The Expositor Bible Commentary (Comentario del expositor de la Biblia) resume: “Incluso los vínculos familiares más cercanos no deben estar por encima de la lealtad a Jesús y la proclamación del reino” (Lucas 9:60).
Jesucristo calma la tormenta
Después de todo esto, Cristo necesitaba tiempo para recuperarse. Mateo escribe: “Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. . . Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
“Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo 8:18-27).
Estas tormentas repentinas todavía son frecuentes en el mar de Galilea. Esto se debe a la topografía de la zona: es uno de los lugares más bajos de toda la Tierra y se encuentra a unos 183 metros bajo el nivel del mar. Los vientos soplan sobre el lago como a través de un embudo, convirtiendo las tranquilas aguas en furiosas tormentas.
Barclay relata la experiencia de un viajero: “Un grupo de visitantes estaba parado a la orilla del lago, en Tiberias. Al contemplar su superficie vidriosa y su pequeño tamaño, pusieron en duda que hubiera tormentas semejantes a las descritas en los evangelios. Casi de inmediato, el viento arreció. En veinte minutos el mar se volvió blanco, con espumosas crestas en sus olas. El gran oleaje rompía sobre las torres en las esquinas de las paredes de la ciudad y los visitantes se vieron obligados a buscar refugio debido al intenso salpicar del agua, aunque ahora estaban a casi 200 metros de la orilla del lago. En menos de media hora, la plácida luz del sol había dado paso a una tormenta” (op. cit., notas sobre Mateo 8:25).
En Mateo 8:24, esta tormenta se llama en griego megas seismos: un sacudón violento, bien sea del aire o del suelo. Esto demuestra que en la profecía el término seismos no se limita a los terremotos, sino que puede incluir violentos tornados y huracanes.
Jesucristo expulsa a los demonios
Una vez que Cristo calmó la tormenta llegaron al otro lado del lago, donde vivían los gentiles gadarenos, en una de las ciudades de la Decápolis (o “diez ciudades”) fundada por los griegos.
La Biblia dice: “Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?
“Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos.
“Él les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.
“Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos. Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad” (Mateo 8:28-9:1).
Los demonios en estos dos hombres reconocieron a Jesús y sabían que iban a ser juzgados por él en el Reino de Dios, y le preguntaron si venía a atormentarlos antes del día del juicio.
Sabían que debían obedecer las órdenes de Jesús e iban a ser expulsados de estos hombres. Como no les gusta ser espíritus errantes (ver Mateo 12:43), ya que no encuentran descanso y están obligados a contemplar su destino final, le pidieron si podían entrar en la piara de cerdos. Jesús les concedió su petición, pero al parecer, cuando los cerdos sintieron la presencia de los demonios, bien fueron presa del pánico o fueron conducidos a la destrucción por estos demonios. Finalmente todos los cerdos cayeron al precipicio y se ahogaron en el lago. A los gentiles, conscientes de lo que había sucedido, aparentemente les inquietaba más la pérdida de sus animales que el gran milagro de Jesús, y le pidieron que se fuera. Como dice un comentarista: “En parte por el temor de alguien con tal poder; en parte, quizás, por temor a perder aún más cosas. Al haberle pedido que se fuera, el Señor nunca regresó. Hay una importante lección en este suceso. Marcos nos dice que el endemoniado sanado se convirtió en un predicador de Cristo en su propio país” (People's New Testament Commentary [Comentario popular del Nuevo Testamento en línea], notas sobre Mateo 8:34).
Otros milagros de sanación
De vuelta en Capernaum, Jesús continuó sanando a más personas, incluido un paralítico al que bajaron por el techo. Dice: “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
“Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
“Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa.
“Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres” (Mateo 9:2-8).
Más tarde Jesús resucita a la hija de Jairo, un principal de la sinagoga de Capernaum (Marcos 5:22). El padre le suplicó a Cristo que la resucitara y él fue a verla.
Barclay explica quién era el principal de una sinagoga: “El principal de la sinagoga era una persona muy importante; era elegido de entre los ancianos. No era el encargado de enseñar o de predicar; su función era ‘velar por el orden externo del culto en público, y la supervisión en general de los asuntos de la sinagoga’. Escogía a los que debían leer y orar durante el servicio, y presentaba a los que iban a predicar. Era su deber cuidar que nada impropio ocurriera dentro de la sinagoga, y asimismo se encargaba de cuidar de sus instalaciones. En la práctica, toda la administración de la sinagoga estaba en sus manos” (op. cit., nota sobre Mateo 9:18).
Dice: “Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto” (Mateo 9:23). Este tipo de duelo era típico en aquellos días. Un texto judío antiguo dice que hasta los más pobres en Israel debían contratar no menos de dos flautistas y una plañidera para el funeral. Dado que los cuerpos se descomponían rápidamente en Israel, los deudos debían reunirse con prontitud. De hecho, estaban allí incluso antes de que Jairo se enterara de que su hija había muerto.
Entonces Jesús les dijo: “Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó. Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra” (Mateo 9:24-26). Jesucristo resucitaría en total a tres personas, y una de ellas fue alguien que estuvo muerto y enterrado por cuatro días: Lázaro.
Después Jesús sanó dos ciegos, preguntándoles: “¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos” (Mateo 9:28-30). Más tarde sanó a un hombre mudo y endemoniado.
Mateo revela por qué Cristo curó a tantos: “Y al ver las multitudes, tuvocompasiónde ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36, énfasis nuestro). Aquí, el término “compasión” es splagchnizomai, o “sentir que se conmueven las entrañas” (semejante a la expresión bíblica “entrañable misericordia”), que es un sentimiento muy profundo. Tal era su amor por las personas comunes, que pocos de los ricos o poderosos sentían. EC