Lección 15 - Trasfondo histórico de los evangelios
Mateo 10- Instrucciones a los apóstoles
En el último versículo de Mateo 9, Jesús exhortó a sus seguidores a pedirle a Dios que “[enviara] obreros a su mies” para que llevaran el verdadero evangelio al mundo y alimentaran a su rebaño. Así pues, en el capítulo 10, Cristo nombra a doce de esos “obreros” para que sean apóstoles (del griego, “los enviados”) y para continuar la obra de Dios una vez que él terminara su ministerio.
Mateo escribe: “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó. A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10:1-6). Así que Cristo los envió primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sabemos que más adelante su misión se extendería a Samaria y al resto del mundo (Hechos 1:8).
Como judío, Jesús conocía muy bien la diferencia entre la casa de Judá y la casa de Israel. Una de las pruebas clave de esto se encuentra en Mateo 19, donde dijo: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28). Jesús consideraba que las doce tribus de Israel existían entonces y existirían igualmente en un futuro. Estas tribus, aunque el mundo no sepa dónde están, aún existen, y Dios no las considera gentiles.
Recordemos que Pablo y sus colaboradores fueron comisionados para ir a los gentiles. Esto fue lo que él escribió: “Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión [gentiles], como a Pedro el de la circuncisión” (Gálatas 2:7). Cristo le dijo a Pablo: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hechos 22:21).
Así que primero irían a los judíos, es decir, las tribus de Judá, Benjamín, algunos levitas y un remanente de las otras tribus. Estas tribus estaban en Judá o dispersas principalmente en todo el Imperio romano y Babilonia. Las otras diez tribus “perdidas” podrían ser encontradas más tarde esparcidas por Mesopotamia, Armenia, Partia, Escitia, el noroeste de la India y el noroeste de Europa, incluyendo Francia y Gran Bretaña. Una vez más, fue el apóstol Pablo quien recibió la comisión principal de llevar el evangelio a los gentiles (Gálatas 2:7). Según la tradición histórica, al parecer el evangelio alcanzaría la totalidad del mundo de una manera ordenada, siendo cada apóstol responsable de una región en particular. Josefo, el historiador judío que vivió en el mismo siglo que Jesús, sabía aproximadamente dónde estaban las doce tribus en esa época. Dijo: “Por lo tanto, sólo hay dos tribus en Asia y Europa bajo el dominio romano, mientras que las diez tribus están más allá del Éufrates hasta ahora, y son una gran multitud que no puede ser enumerada” (Antigüedades de los judíos, 11:5, énfasis nuestro).
Entonces Jesús les dice “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). En otras palabras, así como gratuitamente habían recibido la verdad de Dios, también debían compartirla con los demás. Por extraño que parezca, el hecho de que no cobremos por nuestras publicaciones y servicios es uno de los indicios bíblicos que identifica a la verdadera Iglesia, porque demuestra que verdaderamente obedece la Palabra de Dios.
Jesús continúa diciendo: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento” (Mateo 10:9-10). Pablo agregó: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9:14).
En el Nuevo Testamento vemos que los diezmos fueron transferidos del sacerdocio y ministerio levítico al ministerio de Jesucristo, según el sacerdocio de Melquisedec, y a quienes Cristo designa en su Iglesia como ministros mediante la imposición de manos por el ministerio (Hebreos 7:5-22).
Jesús también instruyó a sus discípulos: “Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis” (Mateo 10:11). A. T. Robertson explica quién era considerado digno: “¿Qué hace que una casa sea digna? ‘Naturalmente sería la disposición a recibir a los predicadores y su mensaje’ (McNeile). La hospitalidad es uno de los dones más nobles, y los predicadores participan de ella. Los apóstoles no deben ser una carga como huéspedes” (Word Pictures of the New Testament[Imágenes en palabras del Nuevo Testamento]), notas sobre Mateo 10:15).
Jesús les explica cómo puede predicarse el evangelio. Una de las maneras más efectivas, y que el apóstol Pablo usaba con frecuencia, era ir a las sinagogas y esperar que lo invitaran a predicar. Otra forma era ir a un lugar público o una reunión donde la gente pudiera escuchar y luego ver quién era “digno”, es decir, los que mostraran interés y quisieran hablar con ellos en privado. Si había lugares donde no eran bienvenidos, simplemente debían dirigirse al siguiente poblado, pues Dios juzgaría a esas personas en un futuro (Mateo 10:14-15). Dado que la mayoría de las iglesias consideran que este tiempo presente es el único día de salvación, procuran afanosamente “salvar almas para Jesús”. Pero sabemos que habrá otras oportunidades para que el mundo reciba el mensaje del evangelio: principalmente cuando venga el Reino de Dios, y especialmente después del Milenio, en la segunda resurrección.
Cristo continúa: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros. El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:16-22).
Aquí Jesús describe cómo debe comportarse un ministro de Dios. Debe ser manso y sencillo como una paloma, pero sabio y prudente como una serpiente. Las serpientes no se pavonean en los parques como lo hacen las palomas; significa que uno no debe hacerse notar innecesariamente. Por eso es que no deben lanzarse las perlas de la verdad a cualquiera. Los “perros” y los “cerdos” no necesariamente se refiere a todos los gentiles, sino “. . . solo a las personas de cualquier raza que demuestran su rechazo por el evangelio con evidente desdén y menosprecio” (Comentario bíblico del expositor).
Debían tener cuidado con las adulaciones de los hombres y no involucrarse en política. Los discípulos de Cristo, a través de todos los tiempos, deben mantener la calma ante las críticas, e incluso cuando son arrestados por predicar la verdad de Dios. Dios inspirará lo que deben decir (Lucas 12:11-12). Note que Jesús explicó que seríamos “salvos” si perseveramos hasta el final.
Cristo también mencionó en forma profética que la obra de Dios no se llevaría a cabo en todas las ciudades de Israel antes del tiempo del fin. Más adelante afirmó que el evangelio sería predicado en todo el mundo y entonces vendría el fin (Mateo 24:14). El fin, o la intervención de Dios en los asuntos del mundo, ocurrirá repentinamente, cuando aún se esté predicando el evangelio.
Jesús también dijo que sus discípulos serían tratados de la misma manera que él fue tratado. Dijo: “Bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú [Satanás], ¿cuánto más a los de su casa? Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse” (Mateo 10:25-26). Todas las mentiras contra las verdades de Dios un día saldrán a la luz, y todas las calumnias contra los siervos de Dios serán aclaradas. La verdadera Iglesia de Dios es pequeña y perseguida, pero un día será reconocida como auténtica. Debemos aprender a ser pacientes en este aspecto.
Jesús también revela otra gran verdad cuando dice: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Aquí, la palabra “alma” es psyjé en griego y nefesh en hebreo. Este término describe la esencia vital del cuerpo. Dios puede destruir la esencia y el potencial de vida en la gehenna, que es el lago de fuego o la segunda muerte (ver Apocalipsis 20:14-15). Por sobre todo debemos temer a Dios, quien puede destruirnos completamente, mientras que los hombres solo pueden destruir nuestra “primera” vida, pero no nuestro potencial de vivir. Dios puede resucitar a una persona de entre los muertos, aunque otro ser humano haya acabado con su vida. Solo Dios tiene el poder y la autoridad para quitar definitivamente la vida a una persona.
The Anchor Bible Diccionary (Diccionario bíblico Anchor) dice acerca del alma: “El término nefesh tiene varios significados, entre ellos aliento, vida, apetito, emociones: todo el ser. La idea de que el alma es una entidad aparte del cuerpo físico no es bíblica” (notas sobre Mateo 10:28).
Por lo tanto, la enseñanza de Cristo también refuta la noción de que tenemos un alma inmortal. El alma, la esencia de la vida, puede ser destruida. Jesús les recuerda a sus discípulos que aun durante las persecuciones y las pruebas, Dios nos tiene presentes y está dispuesto a ayudar a los que ponen su confianza en él. Dice: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 10:29-31). A pesar de las pruebas, Dios nos asegura que él tiene el control, inclusive tiene contados hasta los cabellos en nuestra cabeza, algo que ni aun una madre amorosa hace por su hijo. Tenemos, en promedio, unos 120 000 cabellos en nuestra cabeza; por lo tanto, debemos confiar en que Dios sabe cómo cuidar de nosotros y qué es lo que nos conviene.
Cristo nos advierte que negarlo una vez que nos hayamos convertido, implica que nos negará en el momento del juicio (Mateo 10:33). A veces esto significa tener que ir en contra de la voluntad de la gente que amamos.
Él lo expresó de esta manera: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:34-39).
En este contexto, “tomar la cruz” significa aceptar los sufrimientos por seguir su forma de vida. Además, “el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” significa recibir la vida eterna como resultado de poner a Cristo primero en nuestras vidas.
Por último, Jesús menciona las bendiciones especiales para aquellos que reciben a quienes él envía, no solo entonces, sino también en el futuro. Él dijo: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mateo 10:40-42). EC