“La paz os dejo, mi paz os doy”
Imagínese lo que habrá sido estar en Jerusalén durante el tiempo en que Jesús recorría sus calles. ¿Cómo habrá sido aprender directamente del Maestro? Seguramente usted se habría sentido muy emocionado y lleno de gran paz espiritual, ¿verdad?
Casi al final de su vida humana, Jesús hizo una gran promesa. Les prometió a sus seguidores que les dejaría su paz, diciéndoles: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Puede parecer extraño que alguien pueda sentir verdadera paz en vísperas de la prueba más difícil, horrorosa y angustiante de su vida. Pero Cristo sabía y entendía el gran propósito por el cual había venido a esta Tierra — un propósito que eclipsaba todo lo demás. Sin su sacrificio por nuestros pecados, no podía haber salvación.
Es interesante que el mejor discurso en cuanto a lo que es la paz en toda la Biblia haya sido pronunciado por Jesucristo, quien sufrió intensamente la noche anterior a su muerte. Él sabía lo que estaba a punto de enfrentar; sin embargo, igual se tomó el tiempo para consolar a sus discípulos con un mensaje de paz.
El Evangelio de Juan registra tres ocasiones en que Jesucristo, después de levantarse de entre los muertos, declaró a sus discípulos: “Paz a vosotros” (Juan 20:19, 26). Estas declaraciones nos enseñan que la resurrección hizo posible que la paz estuviera con nosotros por medio de Cristo resucitado morando en nosotros.
¿Cómo podemos encontrar la paz que Cristo prometió, aquella que nos ayuda a superar nuestras frustraciones y ansiedades naturales? Incluso los discípulos, después de caminar al lado de Jesús por muchos años, luchaban por tener paz y fe.
La paz que supera todo entendimiento
La verdadera paz que Cristo ofrece es genuina y “sobrepasa todo entendimiento”. La mayoría de la gente en la actualidad no entiende lo que es la paz desde una perspectiva divina. Todo lo que conocemos es el aspecto negativo de la paz, o sea, la simple ausencia de conflicto. ¡Alguna gente llega a decir que la paz es la ausencia de guerra!
Pero el concepto bíblico de la paz no se basa en la ausencia de guerras, contiendas o problemas. La paz bíblica no tiene nada que ver con las circunstancias de la vida. Uno puede hallarse en medio de grandes dificultades y aun así tener paz divina.
Pablo dijo que podía estar contento en cualquier circunstancia, y nos mostró esa paz incluso cuando fue encarcelado o apedreado. Mantuvo su confianza en la dirección de Dios durante toda su vida, y escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
Necesitamos esa paz. Tal vez no tenga sentido que semejante paz pueda existir en medio de todos los problemas y dificultades que experimentamos, pero esta paz es sobrenatural y divina, uno de los frutos del Espíritu Santo, y no puede ser entendida a nivel carnal.
Cristo nos ofrece, de manera individual, una oportunidad única en nuestra vida de experimentar paz ahora mismo, en vez de esperar hasta el tiempo en que el Reino de Dios se establezca en esta Tierra. Como los primeros frutos (los primeros en ser llamados y escogidos), nosotros podemos disfrutar de esa paz hoy mismo.
Los discípulos de Jesús aprendieron a esperar que él les transmitiera paz, pero, ¿puede imaginarse cómo debe haber confundido ello a sus enemigos? Quienes no lo conocían se enfurecían. Cuando Jesús se presentó ante Pilato estaba tan tranquilo, seguro y en paz, que Pilato se llenó de ira. Le indignó profundamente que Jesús estuviera frente a él sin asomo de miedo. Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10).
Entonces, con mucho aplomo, Jesús le contestó. “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuere dada de arriba” (Juan 19:11). Este es el tipo de paz que necesitamos en nuestra vida. Este es el tipo de paz que recibimos mediante el poder del Espíritu Santo. ¡La fuente de paz es Cristo!
De hecho, Cristo es representado en el Nuevo Testamento como el dador de paz, y siempre está con todos nosotros: “Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera. El Señor sea con todos vosotros” (2 Tesalonicenses 3:16).
Cómo encontrar la paz que Cristo prometió
¿Cómo podemos hallar la paz que Cristo prometió, aquella que nos ayuda a superar nuestras frustraciones y ansiedades naturales? En Salmos 119:165 encontramos una de las claves para descubrir la verdadera paz: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”.
Amar la ley de Dios claramente comprende obedecerla. Tenemos que hacer algo al respecto: obedecer los mandamientos de Dios. En contraste, “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:21). La verdadera paz se produce como resultado del sacrificio de Jesucristo y del hecho de que more en nosotros según seguimos sus mandamientos.
Al referirse al sacrificio de Jesucristo y a la paz, el apóstol Pablo escribió: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”
(Colosenses 1:19-20).
Una persona pecadora tiene que reconciliarse con Dios, y continuar en la fe. Debemos guardar sus mandamientos. La sangre de Cristo nos permite ir ante Dios y estar en paz con él. Cristo murió por nuestros pecados, y por tanto, Pablo dice que ya no somos sus enemigos, sino que estamos en paz, porque nos hemos reconciliado.
Esta es nuestra esperanza. Después de nuestra conversión, bautismo e imposición de manos, nos llenamos de gozo. “Y el Dios de paz os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13).
“La paz os dejo”
Jesús les dijo a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). La paz de Dios no es como la paz del mundo. La paz del mundo es efímera. La única paz que este mundo puede conocer es superficial e insatisfactoria. El hecho es que aparte de Dios no existe una paz genuina en este mundo, y de haberla, no es más que un momento pasajero de tranquilidad.
Sin embargo, el proceso de desarrollar un carácter justo en nuestras vidas mediante una dinámica relación con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo es lo que finalmente nos brindará verdadera paz espiritual. Esa paz está disponible hoy en día para usted y para mí, y la plenitud de dicha promesa se hará realidad con la culminación del plan de Dios. Jesús dijo “mi paz os doy”.
Como tenemos a Jesucristo viviendo en nosotros mediante el poder de su Espíritu Santo, nos llenamos de la paz de Dios — uno de los frutos del Espíritu Santo. El sacrificio de Jesucristo y su subsecuente resurrección hacen todo esto posible para nosotros, y podemos regocijarnos en ello.
¡Disfrute la paz que sobrepasa todo entendimiento! EC