La inmigración

Usted está aquí

La inmigración

Desde hace ya bastante tiempo, en Estados Unidos, Europa y Asia se ha venido propagando un polémico debate sobre la inmigración. En los Estados Unidos, al menos cuatro administraciones presidenciales distintas han intentado inútilmente resolver el problema. Recientemente, tanto las emociones como la preocupación (especialmente en Internet) han alcanzado niveles impensados con el cierre parcial del gobierno federal estadounidense a raíz de esta situación.

¿Cómo deben responder los discípulos de Cristo frente a esto?

En lo personal, tengo una especial sensibilidad hacia este tema interminable y divisivo. Permítanme explicarles mi pensamiento al respecto.

Como he mencionado anteriormente, yo inmigré a los Estados Unidos a la edad de dos años con mis padres desde un campo de refugiados de las Naciones Unidas ubicado en Hannover, Alemania. Antes de que yo naciera, mis padres sufrieron como trabajadores esclavos en la Alemania nazi. En medio de la devastadora matanza ocurrida al fin de las hostilidades, se encontraron sin hogar. Ellos, como muchos miles de inmigrantes desesperados en la actualidad, buscaban ansiosamente refugio legal en el mundo libre.

En aquel entonces, igual que ahora, Estados Unidos representaba un atractivo faro de libertad y prosperidad. Por más de un siglo, esta nación ha sido el lugar preferido de refugio para las personas que viven en la pobreza, en países destrozados por la guerra y en situaciones sin esperanza. Y como reza el poema en la estatua de la Libertad en Nueva York: “Enviadme a estos, los desposeídos, basura de la tempestad. Levanto mi lámpara al lado de la puerta dorada”.

Me siento profundamente agradecido por tal declaración porque (como muchos otros en la Iglesia de Dios Unida) ¡soy un inmigrante en los Estados Unidos de América! Una vez fui “basura de la tempestad”, alguien que no tenía un futuro seguro. Le agradezco a Dios diariamente que a pesar de muchas terribles desilusiones, mis padres recibieran a última hora el patrocinio para viajar a los Estados Unidos conmigo, su hijo pequeño.

Ahora que he descrito mi historia, les pido lo siguiente: cuando nosotros en la Iglesia de Dios Unida expresemos nuestras opiniones en Internet o en público, recordemos y tomemos en cuenta que hay otros inmigrantes que por diferentes razones hicieron de los Estados Unidos [y de otros países] su hogar y hoy día son miembros de nuestra Iglesia.

No olvidemos que el tema de la inmigración actualmente es “un tema candente” en Europa, los Estados Unidos [y también en muchos otros países]. Hay un gran flujo de refugiados provenientes del sur que intentan entrar a Estados Unidos cruzando la frontera con México, y también de África y el Medio Oriente que se dirigen a Europa. Además, hay otras zonas del mundo donde la gente busca alivio de los horribles abusos e infortunio que padecen, tales como Myanmar, en Asia.

Junto con recordar que existen algunas historias de inmigración con un final feliz, no olvidemos que también hay otras muy horrendas, de gente que sufre atrozmente mientras escapa de la opresión o la guerra. Es probable que usted haya visto imágenes de niños y adultos que naufragan y se ahogan mientras luchan por cruzar el mar Mediterráneo en pequeños botes. Algunos sobreviven, solo para ser capturados por personas que los deshumanizan y obligan a ingresar al mercado de esclavos. Las niñitas son forzadas a prostituirse y los hombres a realizar trabajos degradantes y carentes de cualquier futuro.

¿Qué pasaría si usted fuera uno de estos inmigrantes que sufren, como estas personas? ¿Qué haría?

Inevitablemente, individuos indeseables con intenciones de hacer daño se infiltran con otros refugiados legítimos y más tarde causan estragos en los países que los acogen, pero son una minoría.

Me afecta mucho ver todo esto que ocurre en el mundo actual. Crecí en una comunidad de inmigrantes en Saint Paul, Minnesota, y todavía recuerdo el humillante estigma que sufríamos por ser refugiados y no estadounidenses. Burlonamente se referían a nosotros como “personas desplazadas”. La gente ridiculizaba el inglés defectuoso de mis padres; nuestra familia hablaba ucraniano en el hogar, y yo no empecé a hablar inglés hasta que ingresé al kindergarten.

Conozco de primera mano lo difícil que puede ser asimilarse y convertirse en un miembro de la sociedad estadounidense, ¡incluso como inmigrante legal! Crecí escuchando historias traumáticas y desgarradoras, contadas entre abundantes lágrimas, sobre guerra, muerte y separaciones permanentes de padres y familiares. Mis padres recibían cartas de sus padres y hermanos en Ucrania, su terruño, y lloraban abiertamente mientras nos las leían en voz alta. Como niños, en ese entonces no lográbamos comprender plenamente lo que sucedía. Solo más tarde pudimos captar su sombrío significado.

Pero volvamos a mi pregunta del comienzo: ¿Cómo deben responder los discípulos de Cristo? ¿Cómo reaccionamos en la Iglesia ante la pregunta sobre migración e inmigración? La inmigración, ya sea en América, Europa, o Asia, representa una situación muy difícil para la cual no existe una sola respuesta. La solución ha eludido las mejores mentes e intenciones por muchos años. ¿Qué podemos hacer entonces?

Primero, nuestros pensamientos deben trascender la politiquería humana. En Facebook y otros medios de comunicación social la gente puede “respaldar” a ciertos candidatos y animar a otros a que también los apoyen y voten por ellos. Como empleados, ministros y miembros, debemos tener cuidado con lo que publicamos en las redes sociales. ¡Somos considerados representantes de la Iglesia de Dios Unida, y nuestras palabras impactan la reputación de la Iglesia! Si no tenemos cuidado, podemos compartir dudosas estadísticas o hechos falsos sin darnos cuenta. Pero tales acciones no pasan desapercibidas, y tales palabras pueden cambiar negativamente la percepción de nuestra Iglesia y de lo que creemos. Además, es fácil encontrar comentarios que se jactan sobre la herencia estadounidense, y sus autores aparentemente ignoran completamente que (aparte de los nativos estadounidenses), todos los ciudadanos de Estados Unidos que viven actualmente tienen algún vínculo (pasado o actual) con alguna historia de inmigración o alguna familia que emigró a esta nación norteamericana.

Segundo, la Biblia nos enseña a respetar a los funcionarios de gobierno, sin importar su partido político. Pablo exhorta enfáticamente a los cristianos a “someterse a las autoridades” (Romanos 13:1, Nueva Traducción Viviente). Cuando Pablo escribió esto a los romanos, el emperador Nerón estaba a cargo y perseguía encarnizadamente a los discípulos de Jesús en Roma. No era fácil en ese entonces, y puede no ser fácil ahora. Insultar abiertamente a funcionarios electos con absoluto sarcasmo socava el respeto.

Tercero, debemos comunicar lo que pensamos en una manera cristiana. La Biblia no dice que no podemos tener una opinión personal o que debemos negar nuestros sentimientos respecto a los problemas contemporáneos, pero nos instruye al respecto: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).

Este es el punto fundamental: ¿Acaso nuestras palabras y comentarios solo sirven para inflamar un debate que no tiene una respuesta fácil? Como Jesús mismo declara, “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:37).

Estoy planeando escribir más sobre este importante tema, pero me gustaría cerrar esta carta con una última historia personal. Mi sobrina, que es instructora universitaria, recientemente me escribió. Ella es una persona muy amable, elocuente y compasiva, y está muy consciente de que yo soy el presidente de la Iglesia de Dios Unida.

Ella me preguntó: “Como líder de una iglesia, ¿no deberías hablar en contra del Sr. Trump? ¿No ves cómo trata a las mujeres? ¿O cómo maneja la crisis humanitaria de refugiados?”

Le contesté que no respaldé ni respaldo al Sr. Trump, pero que respeto a los que están en autoridad y que no voté por ningún candidato presidencial en 2016. Como ella conoce mis convicciones, aproveché la oportunidad para explicarle por qué apoyo a un futuro Gobernante que vendrá a establecer el Reino de Dios, un gobierno mundial que verdaderamente resolverá la crisis inmigratoria actual.

Ciertamente, la posición de la Iglesia no es la de negar o apartarse de la realidad de lo que vemos en el mundo. Jesús nos ordenó mantenernos observando y en alerta para que estemos espiritualmente preparados (Lucas 21:36). Pero a veces nuestro enfoque en los valores bíblicos y conservadores puede ser malentendido como una posición política, así que debemos tener cuidado de no alinearnos inadvertidamente con ciertas perspectivas partidistas y sus consecuencias. También podemos lastimar involuntariamente a nuestros propios hermanos y hermanas en la fe con palabras abrasivas.

¿Cuál es nuestro papel? Tenemos la oportunidad de hacer el bien en este sentido, ya sea con oraciones fervientes por aquellos menos afortunados que nosotros, o simplemente sirviendo donde podamos (lo cual es una de las razones de por qué mi esposa Beverly y yo estamos involucrados en LifeNets, incluso ayudando directamente a los refugiados).

Como ya dije, planeo escribir más sobre este tema pero, mientras tanto, seamos compasivos con aquellos que pasan por crisis y sigamos la paz (Hebreos 12:14). Recuerde que la vasta mayoría de quienes sufre ahora debido a la crisis inmigratoria algún día serán ciudadanos junto con nosotros en el Reino de Dios venidero, por toda la eternidad.EC