¿Es acogedora su Iglesia?
¿Por qué va usted a la Iglesia cada semana? Es probable que de inmediato surjan en su mente muchas razones. En primer lugar, Dios nos ordena guardar el sábado y congregarnos (Éxodo 20:8-11; Hebreos 10:24-25). Quizá asiste porque sabe que en ella puede escuchar buenos consejos con una base bíblica sólida sobre cómo vivir. O tal vez sea únicamente para saber más de los caminos de Dios, pues reconoce la necesidad de vivir de manera aceptable ante él. Todos estos son buenos motivos. Algunas personas, no obstante, si tuvieran que responder con toda honestidad a esta pregunta dirían que para ellas es importante la interacción social, o que se sienten presionadas por su familia para seguir asistiendo.
Jesucristo regresará a esta Tierra para establecer el Reino de Dios, y las puertas del infierno no prevalecerán contra su novia, la Iglesia. Pero mientras regresa, tanto usted como yo nos beneficiamos en gran manera relacionándonos con otros que tienen ideas afines. Podemos apoyarnos emocionalmente unos a otros durante las pruebas; además, en la Iglesia escuchamos mensajes valiosos y útiles que nos ayudan en nuestro camino hacia el Reino de Dios. Y en cuanto a lo estrictamente físico, hay eventos como la Fiesta y los campamentos que requieren organización, asignación de personal, administración y pago de cuentas en los sitios escogidos, etc. Para que todo esto se lleve a cabo, necesitamos (y eso me incluye a mí) que haya una organización que facilite la labor. Por tal razón, nos referiremos a esa organización como “su Iglesia”.
Dicho esto, vuelva a plantearse la pregunta: ¿Por qué asiste a su Iglesia, concretamente a la que va cada semana? Si le resulta difícil dar una respuesta, tal vez pueda planteársela de otra manera. ¿Qué le gusta de su Iglesia?
Sentido de pertenencia
En dos palabras, una de las cosas que nos motiva a ir a la Iglesia cada semana, independientemente de la edad, es la calidez de sus miembros. Es esa sensación placentera de estar como en su propia casa, algo muy agradable. Y como ocurre en su propio hogar, puede que no todo sea perfecto, pero aun así, es su hogar. Se siente bien acogido, y estar allí le brinda una sensación de bienestar.
En su libro Growing Young (Creciendo juntos), Kara Powell, Jake Mulder y Brad Griffin afirman: “. . . quizá usted crea que los jóvenes asisten debido a las creencias, pero a menudo lo hacen más por la experiencia de sentirse como en familia. Para los adolescentes y adultos jóvenes, la profundidad de las relaciones abre la puerta a una exploración más profunda de las creencias. Primero la relación, luego la educación. Primero el sentido de pertenencia, luego la creencia. Y con el tiempo, ambas se mezclan en una relación espontánea”.
Si ha estado en la Iglesia por mucho tiempo, esto podría sorprenderlo o incomodarlo. Los más adultos pensamos así: “La Palabra de Dios es lo más valioso de todo. Aprenderla y practicarla genera un sentido de pertenencia”. Esto es cierto, pero es una verdad de la que generalmente no tomamos conciencia hasta después de haberla practicado por algunas décadas. La pregunta aquí es, ¿cuál fue la razón para quedarse en una Iglesia donde se enseñaba la Palabra de Dios, y en la cual podría entender mejor que cumplir con las leyes de Dios y vivir de acuerdo con su Palabra le brindaría afecto? El afecto no es solo una consecuencia en nuestro camino cristiano, también es una causa.
Una familia, a pesar de las fallas
Considere el llamado de Dios a Abram, según leemos al inicio de Génesis 12 y que comienza con estas palabras: “Pero el Eterno había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (vv. 1-3). Las instrucciones de Dios no comienzan con una lista de lo que se debe y no se debe hacer, sino más bien con una invitación. Dios invita a Abram a encontrar su nuevo hogar, un lugar en el que disfrutará de muchas bendiciones. Además, Dios promete a Abram ser su amigo y apoyarlo, ayudándolo a él y a sus allegados, y estar a su lado si enfrenta una situación difícil. En resumen, Dios le ofrece a Abram el amor y el afecto que conlleva ser parte de la familia divina.
Es muy paradójico que poco después de aquello, Abram pecara. Le preocupaba que lo mataran para quitarle a su esposa, Sarai. Así que concibió un plan para tratar de salvarse, pero felizmente Dios intervino antes de que alguien saliera seriamente lastimado. Sin embargo, Abram pecó al mentir acerca de la verdadera identidad de su esposa.
No mucho después de eso, Abram enfrentó una potencial rencilla familiar con su sobrino Lot. Había demasiadas personas y los recursos eran limitados para alimentarlos a ellos y a sus rebaños. Entonces, Abram terminó ofreciendo un trato. “Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:8-9).
Poco después de esto, Lot se vio envuelto en una peligrosa situación en Sodoma y Gomorra. Abram intervino y pudo rescatarlo, y luego ofreció diezmos a Melquisedec. Pero no fue sino después de esto que se mostró lo que en realidad Dios pensaba de Abram.
En Génesis 15:2-3, Abram expresa una pequeña frustración en su vida: “Y respondió Abram: Señor Eterno, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa”.
Después de todo lo que había sucedido –las mentiras de Abram, las disputas familiares, la guerra–, de cierta forma Abram arremete contra Dios. ¿Y cómo reaccionó él?
“Luego vino a él palabra del Eterno, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: así será tu descendencia” (vv. 4-5). En lugar de arrojar fuego y azufre sobre la cabeza de Abram, Dios le promete una bendición muy especial y muy personal: un hijo.
Entonces, ¿qué lección aprendemos con esto? ¿Que uno debe mentir, matar y enojarse hasta que Dios responda? ¡Por supuesto que no! La lección aquí no tiene que ver con lo que hizo Abram, sino con lo que Dios estaba haciendo. Él estaba dedicándole a Abram su tiempo y atención y, a pesar de sus defectos, le ofreció una cálida y amorosa acogida familiar.
Dios exigía obediencia de parte de Abram; pero tendría que pagar por sus pecados y sus consecuencias y sufrir más pruebas y conflictos familiares. No obstante, en ningún momento Dios dejó de amarlo o se arrepintió de haberle ofrecido su amistad. Abram confiaba en Dios como su Padre, y Dios amaba a Abram como a su hijo. Eran una familia.
Esto dio como resultado algo muy especial. Después de recibir la promesa de sus propios hijos, observe lo que Dios dice acerca de Abram: “Y creyó al Eterno, y le fue contado por justicia” (v. 6). Dios contó a Abram como justo. No porque hubiera pagado diezmos u obedecido los mandamientos a la perfección, sino porque creía en Dios y tenía fe. Si Dios no hubiera sido el Padre cálido y amigable que fue, Abram nunca hubiera tenido fe, y Dios nunca lo hubiera contado como justo. La calidez fue la causa inicial, mucho antes de convertirse en un efecto.
Refúgiese en su familia de la Iglesia
¿Qué valora usted de su Iglesia? Incluso si los sermones son buenos y el lugar es cómodo, si no fuera un lugar cálido y acogedor donde se sintiera lo suficientemente a gusto para compartir con otros sus luchas y desaciertos, probablemente no permanecería allí por mucho tiempo.
Entonces, ¿qué significa para usted calidez? ¿Son las sonrisas y abrazos de quienes escuchan pacientemente sus preguntas? ¿La libertad de expresar sus sentimientos de manera abierta y franca? ¿La brutal honestidad de los demás cuando usted debe dar cuentas? ¿Tener a alguien en quien confiar cuando ha pasado por una prueba en particular, y la alegría que otros comparten con usted por las cosas buenas?
No importa qué es lo que usted valora, mientras sea algo que lo hace sentir acogido y apreciado. Manifieste esa misma calidez hacia los demás. No olvide ni tenga en menos las expectativas que Dios tiene de nosotros, sino sea cariñoso con todos y hágales sentir que con usted pueden ser espontáneos. Algunos, particularmente los miembros más nuevos, quizá no puedan serlo en sus propias casas. Tal vez su reciente comprensión de la Palabra de Dios haya generado cierto distanciamiento con su familia biológica. Y aunque no queremos fomentar la división en los hogares, es posible que necesiten un lugar a donde ir para experimentar el afecto que no tienen en sus vidas en determinado momento. Sea su familia.
Cuando se trata del futuro y el crecimiento de la Iglesia, siempre debemos orar por la bendición de Dios en ese sentido de acuerdo con su voluntad. Y mientras esperamos para ver de qué manera hará él que su Iglesia crezca, ¡seamos la clase de Iglesia afectuosa y amorosa en la que él pueda hacer su obra! EC