Las 12 tribus de Israel en la profecía
Segunda parte
Una historia de relaciones y acuerdos
Nuestra historia comienza con una serie de extraordinarias promesas que Dios le hizo miles de años atrás a un hombre llamado Abram.
“Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la Tierra!”(Génesis 12:1-3, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
Como aprenderemos en esta serie, Dios es siempre fiel a sus promesas. Él comenzó su preparación para relacionarse con el antiguo Israel siglos antes de que su pueblo se convirtiera en una nación. Inició sus planes para Israel con un grupo de tribus –o familias interrelacionadas– estableciendo una relación con Abram y cambiando su nombre, que quiere decir “padre eminente”, al de Abraham, que quiere decir “padre de una multitud” (Génesis 17:5).
Note nuevamente la promesa que Dios le hizo: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la Tierra” (Génesis 12:2-3).
¡Qué maravilloso compromiso! Con estas promesas Dios puso en marcha un grandioso plan destinado a beneficiar a “todas las familias de la Tierra” cuando sean cumplidas. La historia y las profecías de esta nación, que se originaron con Abraham, son importantes no solo para su propio pueblo sino también para la gente de todas las naciones.
Posteriormente Dios traspasó estas promesas a Isaac, el hijo de Abraham, a su nieto Jacob y luego a los doce hijos de éste. De su simiente se originaron las doce tribus de Israel. Dios les entregó a las subsecuentes generaciones más detalles acerca de su propósito para Israel y de cómo pretendía llevar a cabo su gran plan para ellos.
Este compromiso del Creador de la humanidad es el hilo que conecta las distintas partes de las Escrituras, realzando su significado y otorgándoles estructura. Incluso la misión de Cristo es una continuación de esta promesa.
Casi 800 años después de que Israel desapareciera como nación, el apóstol Pablo describió a los gentiles (gente que no era israelita) que estaban “sin Cristo” como “alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).
El lenguaje usado por Pablo en esta declaración es bastante fuerte, pero destaca la importancia del compromiso de Dios con Abraham y deja en claro que Pablo reconoció que Israel, incluyendo las diez tribus perdidas, continuaba existiendo. Si Pablo hubiese estado refiriéndose solo a los judíos –las tribus conformadas por el reino del sur– hubiese hablado de Judá, no de Israel.
Pablo luego clarifica el significado de esto: “Ese misterio, que en otras generaciones no se les dio a conocer a los seres humanos, ahora se les ha revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios; es decir, que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:5-6, NVI).
¿Cómo pueden todos los pueblos compartir las promesas que Dios le hizo a Abraham a través de Jesucristo? Pablo explica: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).
Esto significa que Dios debe injertar en la familia de Abraham a todo aquel que se convierta en su siervo, lo cual se ha comprometido a hacer mediante una serie de pactos (Romanos 11:13-27).
La promesa de Dios a Abraham no se limitó a un pequeño y antiguo pueblo del Medio Oriente, sino que se extiende ampliamente en el futuro y no está limitada por fronteras nacionales. Desde el comienzo mismo, Dios diseñó esta promesa para bendecir a todas las naciones. Ese es su propósito, y eso es lo que llevará a cabo.
Por qué escogió Dios a Abraham
¿Por qué escogió Dios a Abraham para que fuera su siervo y para que por medio de él se hiciera posible la existencia del antiguo Israel como nación? ¿Qué tenía Dios en mente, y por qué llamó a Abraham a su servicio en ese particular momento de la historia?
Después del diluvio en tiempos de Noé, los habitantes de la Tierra comenzaron nuevamente a darle la espalda a Dios. Ya en tiempos de Abraham, todos los pueblos habían vuelto a ser corruptos.
Como consecuencia, Dios puso en marcha un importantísimo aspecto de su plan: ofrecer la salvación a toda la humanidad. La selección de Abraham fue un paso crucial en el plan de largo plazo diseñado por Dios para hacer que todas las naciones vuelvan a él. El resto de la Biblia se entreteje en torno a este plan de reconciliar a toda la humanidad con su Creador.
Tal vez usted recuerde que poco antes del diluvio, “Al ver Dios tanta corrupción en la tierra, y tanta perversión en la gente, le dijo a Noé: He decidido acabar con toda la gente, pues por causa de ella la tierra está llena de violencia. Así que voy a destruir a la gente junto con la Tierra” (Génesis 6:12-13, NVI).
Dios salvó de la destrucción únicamente a Noé y su esposa, y a sus tres hijos y sus respectivas esposas.
Luego, poco después del diluvio y cuando la humanidad nuevamente había comenzado a oponerse al camino de Dios, la Torre de Babel se convirtió en el símbolo de su rebelión (Génesis 11:1-9). En el contexto de dicha rebelión y del sistema ciudad-estado del gobierno humano que la acompañó, Dios inició una nueva fase de su plan para lograr que todas las naciones lo adoraran a él. Con ese propósito, decidió seleccionar a un hombre fiel y convertir a sus descendientes en un grupo de naciones destacadas, escogidas con el propósito específico de enseñar y representar sus valores y su camino de vida.
Elegidos para servir
Dios creó a todos los pueblos de la Tierra “de una sangre” (Hechos 17:26). La historia de los israelitas es la historia de una sola familia que el Dios Creador escogió de entre todos los pueblos de la Tierra para que le sirviese.
Pero a pesar de que los israelitas fueron el pueblo escogido, de ninguna manera se les consideraba personas superiores, ni en los tiempos antiguos ni ahora. El apóstol Pedro explicó más adelante que “en toda nación él [Dios] ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia” (Hechos 10:35, NVI). Este principio ha sido y es inalterable.
Note lo que Dios le dijo al antiguo Israel: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido el Eterno y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto el Eterno os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado el Eterno con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto. Conoce, pues, que el Eterno, tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:7-9; compare con 1 Corintios 1:26-29).
Dios eligió a Abraham para una obra en particular, pero antes lo probó para ver si le sería fiel. Abraham superó todas las pruebas y demostró que creía y confiaba en su Creador, por lo cual Dios comenzó a usarlo. “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3; compare con Génesis 15:6).
Bajo su cuidadosa guía, Dios forjó al antiguo Israel a partir de doce tribus interrelacionadas mediante lazos familiares y cuyos ancestros eran Abraham, su hijo Isaac, y Jacob, el hijo de Isaac.
Los parientes de Abraham se multiplicaron y formaron una multitud aún más grande: los descendientes de los doce hijos de Jacob. Dios los convirtió en una nación y comenzó a relacionarse con ellos mediante un pacto. Como grupo llegaron a ser conocidos como “Israel” o “los hijos de Israel”.
Israel era el otro nombre de Jacob. Cuando Dios comenzó a trabajar directamente con Jacob lo renombró Israel, que significa “el que lucha con Dios” o “el príncipe de Dios” (Génesis 32:24-30).
Los descendientes de Israel también se conocieron como “la simiente de Abraham”, “la Casa de Isaac”, “la Casa de Jacob” o simplemente “Jacob” — y por sus nombres tribales individuales de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, Benjamín y José.
El patriarca Jacob luego adoptó a Efraín y Manasés, sus nietos a través de su hijo José, como sus propios hijos en cuanto a derechos de herencia. Como resultado, históricamente se ha dicho que la nación de Israel consiste de doce o trece tribus, dependiendo de si los descendientes de José se cuentan como una tribu (José) o como dos (Efraín y Manasés).
Promesas de importancia histórica
A medida que Dios fue trabajando con Abraham, aumentó los compromisos del pacto entre ellos. Estos compromisos estaban basados en la serie de promesas y profecías más importantes y trascendentales que Dios les ha dado a los seres humanos. Tanto los profetas posteriores de Israel como los apóstoles de Jesús, y hasta el mismo Jesús, consideraron estas promesas como la base de su obra (Hechos 3:13, 25).
Nuevamente note lo que Dios le dijo al patriarca Abraham: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la Tierra” (Génesis 12:2-3; también lea Génesis 18:18; 22:18; 26:4; 28:14).
Aprendimos de los apóstoles que la bendición más importante que se ha hecho disponible a todas las naciones por medio de la “simiente” de Abraham es el don de la vida eterna a través de Jesucristo (Hechos 3:25-26; Gálatas 3:7-8, 16, 29). Mediante su madre, María (de la tribu de Judá), Jesús nació como judío y descendiente de Abraham (Hebreos 7:14). Su sacrificio abrió la puerta a las personas de todas las naciones para que pudiesen disfrutar una relación con el Dios de Abraham.
Cuando los seres humanos, cualquiera sea su raza u origen, establecen una alianza con Cristo, también se convierten en simiente de Abraham. Como Pablo escribió en Gálatas 3:28-29, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”.
Por lo tanto, se hace claro que desde el comienzo mismo de la interacción de Dios con Abraham el objetivo del Creador era hacer la salvación disponible para todos. El resto de la Biblia revela muchos más detalles de cómo Dios implementará este plan en toda su plenitud. Sin embargo, su fundamento se encuentra en el libro de Génesis, en las promesas que Dios le hizo a Abraham.
La Biblia revela muchos aspectos del plan maestro de Dios para la salvación de la humanidad. La dimensión espiritual de su promesa a Abraham es solo una parte de la historia. Como seres físicos, funcionamos en un mundo igualmente físico. Consecuentemente, Dios con frecuencia alcanza sus metas espirituales a través de medios físicos (como dar o quitar bendiciones materiales) utilizando el principio de la recompensa por el buen comportamiento y el castigo por el pecado.
Por ejemplo, debemos considerar por qué Dios prometió hacer de Abraham una “nación grande” (Génesis 12:2). Muchos estudiantes modernos de la Biblia no logran comprender la importancia de esta gran promesa física. Algunos críticos de la Biblia simplemente se burlan de esto porque creen que el pueblo de Israel nunca llegó a ser más que un par de reinos insignificantes al oriente del mar Mediterráneo. Pero están equivocados, porque Dios no miente (Tito 1:2) y cumple sus promesas. Pronto veremos por qué y cómo ha cumplido Dios esta particular promesa de grandeza nacional que le hizo a Abraham.
Promesas de grandes bendiciones nacionales y materiales
Desde Génesis 12 al 22 hay siete pasajes que describen las promesas que Dios le hizo y reconfirmó a Abraham. En el relato inicial (Génesis 12:1-3) Dios le dijo a Abraham que dejara su patria y su familia. Esta fue la primera condición que Abraham debió cumplir para poder recibir la promesa.
Debido a que Abraham obedeció voluntariamente, Dios le prometió bendecirlo y engrandecer su nombre. Su progenie también sería engrandecida. (Como veremos, los resultados de esta promesa llegarían a formar parte de los avances mundiales más importantes de la historia).
Unos pocos versículos más adelante, Dios se le apareció a Abraham y le prometió la tierra de Canaán para sus descendientes (v. 7). Las promesas de Dios incluyeron sin duda aspectos materiales , como tierras y posesiones físicas.
Génesis 13 aporta más detalles acerca de estas promesas. Después de que gentilmente le cediera a su sobrino Lot el fértil valle contiguo al río Jordán (leer el relato en los versículos 5-13), Abraham recibió a cambio una promesa de Dios: toda la tierra de Canaán sería suya para siempre (vv. 14-17). Esto indica que los aspectos temporales y eternos de su promesa estaban íntimamente relacionados.
Y a pesar de que Abraham aún no tenía hijos, Dios también le prometió que sus descendientes serían “como el polvo de la Tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia [de Abraham] será contada” (v. 16). El gigantesco alcance de esta promesa –la multiplicación prácticamente infinita de los descendientes de Abraham– no debe ser tomada a la ligera porque, como veremos, tiene enormes implicaciones.
Aproximadamente una década más tarde, Dios nuevamente se le apareció a Abraham en una visión. Y aunque todavía no tenía hijos, Dios nuevamente le prometió un heredero y le dijo “. . . un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis 15:4).
Una multitud increíble de personas descendería de aquel heredero, Isaac. “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar . . . Así será tu descendencia” (v. 5). ¿Cómo respondió Abraham? “Y creyó al Eterno, y le fue contado por justicia” (v. 6).
Abraham confió plenamente en que Dios cumpliría su palabra, incluso en un futuro muy lejano, y esa fue una de las razones por las cuales Dios lo amó y lo escogió para ser no solo el padre de varias grandes naciones, sino además el “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11). Dios estaba llevando a cabo un rol dual para el fiel Abraham.
Unos versículos más adelante Dios le promete innumerables descendientes, y también todo el territorio que se extendía “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Génesis 15:18). Esta franja territorial abarcaba mucho más que la tierra que Dios incluyó en su promesa original de la tierra de Canaán (Génesis 12:6-7; 17:8; 24:7).