El equilibrio espiritual que otorga el Espíritu de Dios

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El equilibrio espiritual que otorga el Espíritu de Dios

Cuando era niño, me encantaba jugar con un giroscopio. Este consiste de una pequeña rueda con rayos en un marco redondo y un agujero en el eje. Se le puede enrollar una cuerda, jalarla, y de esta manera hacerlo girar.

Al dar vueltas, el giroscopio genera su propio campo de fuerza llamado inercia giroscópica, que lo hace girar sobre su propio eje a pesar de otras fuerzas externas. Las bicicletas, motocicletas y el piloto automático de los grandes aviones (que normalmente utilizan cuatro giroscopios) funcionan en base a este mismo principio.

Esta es la misma fuerza que mantiene a nuestro planeta girando e inclinado hacia arriba. La Tierra gira aproximadamente a 1600 kilómetros por hora, y esta increíble velocidad es una de las razones por las cuales el hombre puede sobrevivir en el globo terrestre. Esta fuerza también genera el campo magnético de la Tierra, que nos protege de la radiación mortal proveniente del espacio exterior. El maravilloso diseño de nuestro planeta permite que la vida, a pesar de toda su fragilidad, exista. El simple hecho de observar las leyes físicas básicas involucradas en este fenómeno y estudiar la complejidad de las cosas que Dios ha hecho con tanta exquisitez, debiera ser suficiente para convencer a cualquier persona de su existencia (Romanos 1:20).

Cuando llegué a la Iglesia, se me ocurrió que el giroscopio era una buena ilustración del equilibrio que el Espíritu de Dios produce en una persona bien centrada, alguien que puede ser útil en el servicio a Dios y a los hermanos.

Uno de mis primeros recuerdos en el Colegio Ambassador en Big Sandy, Texas, es la invitación a la casa de un ministro después del sábado. Su familia me impresionó enormemente: él era una persona feliz, cariñosa y equilibrada, sus hijos tenían buenos modales, y su esposa era gentil y amorosa. Aprendí que la vida cristiana es una de vida de equilibrio, tanto en el ámbito físico como en el espiritual.

Como Cristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Sí, el verdadero cristianismo es vivir una vida plena, especialmente en su dimensión espiritual. Habrá tribulaciones y pruebas en el camino, pero también un gran gozo por lo que Dios está creando en nosotros, un carácter virtuoso (Romanos 8:18) capaz de producir los frutos del Espíritu de Dios: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23). Esto es lo que me esforcé por aprender en el Colegio Ambassador y es lo que ahora se enseña en el Instituto Bíblico Ambassador en Cincinnati, Ohio. Aprendimos a hacer todas las cosas de manera equilibrada: reír, estudiar, trabajar, bailar, jugar, comer y beber de manera adecuada y moderada.

Pablo también describió los elementos armonizadores del Espíritu de Dios cuando le dijo al joven Timoteo: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:6-7, énfasis nuestro en todo este artículo).

Estos tres elementos del Espíritu de Dios: poder, amor y dominio propio, conforman el equilibrio interno del que por naturaleza carecemos, pero que debiéramos esforzarnos por adquirir. Cada elemento debe complementar y a la vez balancear a los otros, y para ello debemos tener presentes los siguientes puntos:

Poder

Se necesita el poder (del griego dunamis, de donde provienen los términos dinámico, dinamita y dínamo) que infunde coraje y fuerza para hacer las cosas; pero el poder sin amor puede volverse frío y despiadado y causar daño.

Amor

El amor (del griego ágape, que significa preocupación por los demás) también debe equilibrarse para que no se vuelva insípido o débil y una forma de malcriar a alguien cuando se es demasiado indulgente. Como dice Proverbios 29:15, “La vara de la disciplina imparte sabiduría, pero el hijo malcriado avergüenza a su madre” (Nueva Versión Internacional).

Dominio propio

Luego tenemos el dominio propio, que permite armonizar todo mediante un buen juicio y autocontrol.

No obstante, estas fuerzas maravillosas pueden agotarse, por lo que deben recargarse y renovarse periódicamente acercándose a Dios a través de la oración, el estudio de la Biblia, la meditación y el ayuno ocasional (2 Corintios 4:16).

Cristo fue el ejemplo perfecto del equilibrio conforme a Dios, ya que mantuvo estas tres fuerzas espirituales en total armonía. Por ejemplo, podía comer con los fariseos, que eran religiosamente demasiado estrictos y, sin embargo, no ser como uno de ellos. También podía comer con los publicanos, en el lado opuesto del espectro (religiosamente muy laxos), pero no seguir su ejemplo. Jesús siempre encontró el punto medio entre estos dos grupos extremos, ya que gracias al Espíritu de Dios mantenía el equilibrio.

Y si bien Cristo nunca transó con las leyes de Dios, y nosotros tampoco deberíamos hacerlo, las aplicó con amor y consideración por los demás. Pablo también se refirió a este mismo principio: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:19-22).

Por tanto, para agradar a Dios necesitamos seguir desarrollando ese equilibrio interior en todos los aspectos de nuestra vida, tanto física como espiritual, y esforzarnos por vivir la vida abundante que Dios quiere para nosotros. Para lograrlo, ¡recuerde el giroscopio!  EC