“Creo en practicar la religión, no en hablar de ella”

Usted está aquí

“Creo en practicar la religión, no en hablar de ella”

Hoy en día generalmente damos por sentadas las magníficas instalaciones hospitalarias y su experto personal médico. Pero si viajásemos en el tiempo a Inglaterra y muchos otros países a principios del siglo xix, veríamos una situación extremadamente diferente. “En aquella época los hospitales ingleses eran lugares de deterioro y suciedad. El fétido ‘olor a hospital’ era francamente nauseabundo para muchos, y las enfermeras bebían mucho alcohol para adormecer sus sentidos” (Mary Lewis Coakley, The Faith Behind the Famous Florence Nightingale [La fe detrás de la famosa Florence Nightingale], Christianity Today.com, enero 1, 1990). Los hospitales estaban colmados de gente pobre que no podía costear médicos privados, y las enfermeras no tenían educación ni entrenamiento. Sin embargo, esas circunstancias estaban por ser transformadas gracias a la labor, servicio y dedicación de una mujer.

Nacida en una familia inglesa adinerada en 1820, se esperaba que Florence Nightingale creciera e ingresara a los círculos sociales de élite de su tiempo. Cuando tenía 17 años un pretendiente le propuso matrimonio, pero ella rehusó graciosamente la oferta. Lo hizo simplemente porque sentía que Dios la estaba llamando a una vida distinta, una vida dedicada plenamente al servicio como enfermera. Al hablar de esta aspiración con sus padres, se negaron rotundamente a apoyarla. Pensaban que una jovencita de su estatus social no debía embarcarse en una profesión, especialmente una que en aquellos días se consideraba de baja categoría.

Pero a pesar de que Florence amaba a sus padres, estaba decidida a seguir lo que ella consideraba como un llamado divino. En 1850 su padre le permitió, con gran reticencia, capacitarse como enfermera en el Instituto para Diaconisas Protestantes en Kaiserswerth, Alemania, y al poco tiempo obtuvo un puesto de enfermera en un hospital en Londres. Su desempeño impresionó tanto a su empleador, que en menos de un año fue ascendida a superintendente. Florence trabajó diligentemente para mejorar el ejercicio de la enfermería mientras establecía procedimientos sanitarios para disminuir el contagio de enfermedades.

Respuesta a una crisis de salud durante la guerra de Crimea

Poco después tuvo lugar un importante suceso que influiría dramáticamente en la vida y obra de Florence. En octubre de 1853 estalló la guerra entre los Imperios turco otomano y el ruso. El Imperio británico entró a la guerra en marzo de 1854 para apoyar a los turcos y envió a miles de tropas a la península de Crimea, en el mar Negro. A los pocos meses, 8000 soldados británicos habían sido admitidos a hospitales militares en la capital otomana de Constantinopla.

El público británico comenzó a recibir informes noticiosos sobre las horrorosas y deficientes condiciones de la atención médica a los soldados heridos. El secretario de guerra le pidió a Florence que liderara un grupo de enfermeras y se dirigieran a dicha área para ayudar a rectificar la situación. Florence y un grupo de 38 enfermeras llegaron al lugar y descubrieron que había soldados lesionados y enfermos que agonizaban en condiciones de hacinamiento, horrorosamente insalubres e inhumanas. Muchos hombres no habían sido lavados y aun vestían sus uniformes inmundos. Florence también descubrió que cinco de cada seis pacientes estaban muriendo de enfermedades infecciosas como el tifus y el cólera.

Inmediatamente ordenó que limpiaran las salas de hospital de arriba abajo. También estableció normas para el cuidado de pacientes que incluían bañarlos y proporcionarles vendajes limpios, ropa de cama y alimentación apropiada. Gracias a sus esfuerzos y los de sus dedicados empleados, la tasa de mortalidad de los pacientes disminuyó drásticamente.

En marzo de 1856, al final de la guerra, Florence regresó a Gran Bretaña como heroína nacional. Para fomentar su causa de mejorar la enfermería, fundó la Escuela Nightingale para enfermeras en el hospital St. Thomas en Londres con dinero donado por los agradecidos soldados británicos y ciudadanos privados. Para darle impulso a su visión de la enfermería y la reforma hospitalaria, en 1859 publicó dos libros que fueron traducidos a otros idiomas. Subsecuentemente fue contactada por líderes de varias naciones que le pedían consejos para mejorar las condiciones hospitalarias, de enfermería e higiene.

Gracias a su determinación y dedicación, Florence fue instrumental para mejorar profundamente las condiciones hospitalarias. También transformó la profesión de la enfermería, convirtiéndola en una vocación honorable y deseada. Hoy ella es reconocida mundialmente como la fundadora de la enfermería moderna.

Siguiendo el ejemplo de Jesucristo

Florence Nightingale reconoció la necesidad crucial de proporcionar cuidados médicos seguros y empáticos a gente común y corriente. Ella satisfizo rápida y humildemente esa necesidad dedicándose a servir a otros y con sincera devoción a su Creador. Dijo: “Si pudiese darles información sobre mi vida, sería para mostrar cómo una mujer de habilidades comunes y corrientes ha sido guiada por Dios de maneras extrañas e insólitas para hacer en su servicio lo que él ha hecho en ella. Y si pudiese contarles mi historia completa, verían cómo Dios lo ha hecho todo, y yo, nada. He trabajado duro, muy duro, nada más; y nunca le he negado nada a Dios”. Ella una vez afirmó en una asamblea de enfermeras: “Cristo es el autor de nuestra profesión” (Mary Elizabeth O’Brien, A Sacred Covenant: The Spiritual Ministry of Nursing [Un pacto sagrado: El ministerio espiritual de la enfermería], 2008, p. 4).

¿Qué podemos aprender de la historia de Florence? Simplemente que ella, como dedicada seguidora de Jesucristo, hizo lo mejor que pudo para reflejar su ejemplo de servicio y sacrificio, ejemplo que debemos esforzarnos por seguir. De hecho, por medio de sus palabras y acciones como ser humano, Jesús demostró que fue el mayor siervo que el mundo haya conocido. Su actitud de servicio a los demás se resume en estas palabras a sus discípulos: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Jesús manifestó preocupación abnegada por el bienestar y la felicidad de otros (1 Pedro 2:24) y dejó un ejemplo indeleble de amor incondicional por sus discípulos, demostrando que el servicio genuino carece de implicancias y motivaciones egoístas.

Esforcémonos por servir de manera práctica y de corazón

En esta era cada vez más egocéntrica, debemos pedirle fervientemente a Dios en oración que nos permita tener su mismo tipo de amor para que podamos verdaderamente servir a otros. Su amor abundante y divino en realidad está disponible a nosotros por medio del poder de su Espíritu Santo (Romanos 5:5). ¿Cómo podemos esmerarnos por servir de manera práctica y de todo corazón? Podemos hacerlo de maneras aparentemente casuales, como encargarse de las labores domésticas sin que se le pida, u ofrecerse para ayudar a un vecino con algún proyecto. Podría ser llevarle comida a una viuda o ayudarle con la limpieza de su casa. O enviarle una tarjeta, correo electrónico o llamar a alguien que está enfermo o solo. A veces simplemente “estar ahí” puede ser de gran consuelo para alguien que se siente solo, deprimido o ha sufrido un contratiempo. Florence Nightingale escribió acerca de servir en pequeñas maneras. “Nunca pierda la oportunidad de tomar la iniciativa con un hecho práctico, sin importar lo minúsculo que sea, porque es maravilloso cuántas veces en tales cosas la semilla de mostaza germina y produce raíces”.

Jesús describió a aquellos que ayudaban a gente necesitada como si lo ayudaban a él: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Florence Nightingale comprendió este principio y vivió según él. Ella dijo: “Creo en practicar la religión, no en hablar de ella”.

Servir (que a menudo puede ser tras bambalinas) debe convertirse en una forma de vida. “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:3-4). El apóstol Pablo destacó el ejemplo de un miembro de la Iglesia llamado Epafras, que sirvió discretamente a la gente mediante la oración ferviente (Colosenses 4:12). Orar por los demás es un beneficio espiritual muy importante que todos podemos aportar.

Sea un buen colaborador de Dios

Florence Nightingale estuvo dispuesta a renunciar a una vida cómoda para dedicarse a una profesión que muchos en su época consideraban de baja categoría. Sentía profundamente que cuidar y reconfortar a las personas enfermas y dolientes era la vocación que Dios le había dado. Al reflexionar sobre su vida de servicio, dijo: “Ser colaborador de Dios es la máxima aspiración de la que podemos concebir capaz al hombre”.

El extraordinario ejemplo de Florence es algo que podemos admirar y tratar de imitar. Sin embargo, aún más importante, tenemos la profunda oportunidad de imitar a Jesucristo, que es el principal modelo de alguien que sirvió de todo corazón. Por tanto, busquemos diligentemente la poderosa ayuda del Padre Eterno para que su amor fluya a través de nosotros en el servicio a los demás. Al hacerlo, seguimos el ejemplo perfecto de su Hijo Jesucristo. También podemos hacernos eco de las palabras de Florence Nightingale, que dijo: “Creo en practicar la religión, no en hablar de ella”. EC