100 años de comunismo:: El fracaso de una revolución

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100 años de comunismo:

El fracaso de una revolución

¿Por qué está enfocando su atención Las Buenas Noticias en el centésimo aniversario de la Revolución bolchevique, que en 1917 dio origen a la Unión Soviética? ¿Qué debemos aprender de un movimiento abiertamente ateo, cuyos líderes fueron cómplices y responsables de la muerte de millones de seres humanos mediante genocidios, hambrunas, guerras y reasentamiento en campos de trabajo forzado?

En 1983, el presidente Ronald Reagan se refirió a la Unión Soviética como “el imperio del mal” y vaticinó acertadamente su desplome, que se produjo ocho años más tarde. Cuando finalmente se desmoronó y acabó colapsando, las naciones occidentales sintieron asombro y alivio de que algo así le pudiera suceder a este poderoso imperio que parecía ser tan sólido e invencible.

La Revolución bolchevique ayudó a definir el mundo del siglo xx y condujo a la aparición del primer gobierno socialista, que prontamente se expandió y se convirtió en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La Unión Soviética propagó agresivamente la ideología comunista a Europa del Este, China, Corea del Norte y el Sudeste Asiático. Al mismo tiempo, esclavizó a su pueblo tras una “Cortina de Hierro” representada por un sistema político, económico y cultural fuertemente controlado.

Mi conexión rusa

En 1967, cuando se celebró el quincuagésimo aniversario de la Revolución de Octubre, fui invitado a viajar durante seis semanas a través de la URSS como traductor y fotógrafo. Desde aquella ocasión he visitado este enorme territorio decenas de veces y he trabajado con la radio y televisión de Leningrado, giras de jóvenes, iglesias en Estonia, grupos sabatarios en el norte de Ucrania y niños discapacitados en la zona de Chernóbil, también en Ucrania.

Mis padres son originarios de la Unión Soviética. Mi madre nació cerca de Kharkov, Ucrania, durante el régimen de Stalin, y mi padre en una parte de Polonia que ahora es Ucrania. Cuando Alemania invadió a la URSS en 1941, los alemanes tomaron por la fuerza a muchos jóvenes para que trabajaran en las fábricas alemanas. Mi padre también pasó un tiempo en un campo de concentración.

Mis padres se conocieron en Alemania. Cuando terminó la guerra, en 1945, se encontraron a merced de tropas rusas hostiles que consideraban que muchos de los jóvenes trabajadores en Alemania eran colaboradores del enemigo, aunque no habían tenido más opción que someterse a los alemanes. En medio del caos que se produjo al terminar la guerra, mis padres lograron escapar de sus invasores rusos a Hannover, en Alemania, ahora ocupada por los aliados. De algún modo se las arreglaron para llegar a un campo de refugiados, donde se casaron. Yo nací en 1947, y en 1949 todos encontramos un nuevo hogar en los Estados Unidos.

Los abusos sufridos en la Unión Soviética y el espectro de la guerra y la muerte dejaron cicatrices indelebles en mis padres. Uno de los peores periodos fue el año 1933, el año del “Holomodor”, o Genocidio [también llamado Holocausto] ucraniano. Seis millones de personas murieron de hambre en Ucrania cuando a la gente que vivía en la región productora de granos en la URSS le fueron confiscadas sus cosechas con objeto de sofocar la resistencia a la colectivización impuesta por José Stalin.

Mi madre pudo finalmente volver y visitar a sus padres después de veintisiete años de separación. Mi padre nunca más vio a sus familiares, muchos de los cuales perecieron en la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo pudo haber existido un gobierno tan inhumano, encabezado por líderes tan crueles? Veamos cómo se gestó la Revolución bolchevique. ¿Cuáles eran algunas de las esperanzadoras expectativas detrás de este movimiento, y qué fue lo que salió mal?

El camino a la sublevación rusa

Varios sucesos al comienzo del siglo xx se concertaron para gestar esta histórica revolución en Rusia, en la que confluyeron la opresión económica, la explotación, la Primera Guerra Mundial y las atractivas promesas del marxismo-leninismo.

Durante cientos de años los zares gobernaron Rusia como monarcas absolutos, pero en 1905, mientras reinaba Nicolás II,
el último zar, decenas de miles de obreros se declararon en huelga. Sus condiciones de vida eran insoportables, ya que trabajaban trece horas diarias, se les pagaba muy poco, vivían en apartamentos minúsculos y carecían de derechos.

El 25 de enero de 1905, una marcha de protesta organizada por trabajadores en huelga llegó al Palacio de Invierno en San Petersburgo, la residencia del zar. Su lista de querellas y demandas incluía libertad de expresión, derechos laborales y aumento de salarios, mejor paga para las mujeres, días laborales más cortos y representación en el gobierno. Estos manifestantes estaban empezando a formar lo que se conocería como “soviéticos”, u organizaciones representativas de los trabajadores.

¿Qué sucedió? El “Domingo Sangriento”. ¡Eso fue lo que sucedió! Los trabajadores pensaron que podrían abordar al zar y comenzar un diálogo, pero se equivocaron rotundamente. En respuesta, la Guardia Imperial rusa disparó contra los solicitantes desprevenidos, y centenares acabaron muertos o heridos. El zar no se encontraba en el palacio en ese momento, pero había dado órdenes de disparar a los manifestantes.

La masacre provocó la ira de la población, y una serie de huelgas se propagó rápidamente a través de los centros industriales del Imperio ruso. Esto puso en marcha acontecimientos que culminarían con la Revolución bolchevique doce años más tarde.

La ola de agitación que estalló a continuación de la atroz masacre se conoce ahora como Revolución rusa de 1905, ya que obligó al zar Nicolás a transigir y emitir el Manifiesto de Octubre, en el cual hizo una serie de promesas. Una de ellas era darle a la gente un derecho a representación similar al de Gran Bretaña, donde la democracia parlamentaria trabajaba junto con la monarquía. Mediante dicha representación, llamada Duma, el pueblo ruso supuestamente trabajaría con el zar.

La primera Duma era una mezcla muy incómoda de trabajadores y aldeanos. En teoría iban a “compartir” el poder con el zar, pero este jamás consideró que su influencia en el gobierno había disminuido en comparación con lo que era anteriormente. Las primeras demandas exigían sufragio internacional, reformas fundamentales respecto a la tierra, liberación de todos los prisioneros políticos y mucho más. Pero este arreglo no iba a funcionar: el zar disolvió la primera Duma en junio de 1907, lo cual hizo que las tensiones escalaran aún más.

La Primera Guerra Mundial y el fin del régimen zarista

Una de las causas adicionales que contribuyeron a la Revolución bolchevique fue la Primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914. La agitación que creó este conflicto dentro de la sociedad rusa influyó en el derrocamiento del gobierno zarista.

En la Primera Guerra Mundial, Rusia se alió con Rumania contra Alemania, Austria-Hungría y el Imperio otomano. La guerra fue un desastre para los rusos, quienes terminaron con diez millones de muertos y heridos. El Imperio otomano bloqueó el sur, y Rusia sufrió escasez de insumos y alimentos. Los precios se dispararon, llevando a la nación a un callejón sin salida.

Esto desembocó en una revolución a principios de 1917 en Petrogrado (la misma Petersburgo, renombrada así en 1914 para que sonara menos alemana). Cincuenta mil trabajadores en Petrogrado se declararon en huelga y rápidamente la ciudad se paralizó. Nicolás intentó detener las protestas, pero el ejército ahora sentía más simpatía por los revolucionarios y el régimen zarista se desmoronó. El zar abdicó en marzo y fue puesto bajo arresto domiciliario, lo que marcó el fin de la monarquía rusa. La Duma, que había sido creada en 1905 para compartir el poder con el zar, ahora estaba de vuelta y tenía el poder absoluto. (Nicolás y su familia fueron ejecutados en 1918, después de que los comunistas subieran al poder en la Revolución de Octubre en 1917).

Comunismo, o mejor dicho, marxismo-leninismo

Otra de las razones detrás de la Revolución de Octubre fue el extraordinario éxito de la filosofía marxista, que fue apoyada por una agresiva minoría. Su autor fue Karl Marx, un teórico político, sociólogo, periodista y revolucionario socialista del siglo anterior.

Karl Marx consideraba que el mundo estaba dividido entre la clase obrera y los dueños de propiedades, y que los primeros, aunque trabajaban por un salario, nunca lograban salir adelante porque no podían poseer lo que producían. Esta era la gente común y corriente, conocida como proletarios. En el otro extremo estaban los burgueses, es decir, los dueños de negocios, artesanos y mercaderes. Según la perspectiva del marxismo, los propietarios de negocios eran los que en realidad ganaban la mayor parte del dinero, y el hecho de ser dueños era lo que les daba el derecho al capital. El lente por el cual esta filosofía contemplaba el mundo hacía que todo se redujera a posesiones, dinero y propiedades.

Marx concluyó que la solución era el comunismo, y que quienes pertenecían al proletariado finalmente despertarían y elegirían gobiernos socialistas, cuyos recursos serían compartidos para beneficio de todos.

El comunismo no es un sistema de gobierno, sino una filosofía política según la cual todos comparten los bienes. Su lema, acuñado por Karl Marx, es: “De cada uno de acuerdo a su capacidad, y a cada uno de acuerdo a su necesidad”. Este concepto significa que todos deben hacer un generoso aporte y luego tomar únicamente lo que necesitan, y que de alguna manera esto va a funcionar.

Sin embargo, esto no iba a suceder por sí solo; requería un catalizador, y aquí fue donde intervino el marxismo-leninismo. Vladimir Lenin, que encabezó la Revolución de Octubre, fue el primer dictador de la Unión Soviética que llevó el marxismo a otro nivel.

Lo que se necesitaba, según la opinión de Lenin, era una dictadura del proletariado para facilitar la lucha de clases. Se requería un partido político que representara el interés de los trabajadores, y la inclusión de las fuerzas armadas podía imponer el socialismo necesario para crear un futuro comunismo.

Para cuando el zar fue derrocado en 1917, la lucha de Rusia contra Alemania en la Primera Guerra Mundial se estaba perdiendo. Lenin, que como revolucionario había vivido en exilio por haber encabezado protestas contra el zar, ahora estaba a punto de convertirse en una de las personas más influyentes del siglo xx.

La gente estaba molesta y empezó a causar revueltas debido al reclutamiento, la mala economía y el hambre. El partido bolchevique, que era muy pequeño (solo 20 000 miembros en aquel momento, de una población de más de 125 millones) quería terminar la guerra con Alemania. El partido de Lenin ya no estaba prohibido en Rusia, y en abril de 1917 los alemanes le facilitaron un regreso seguro por tren desde Suiza, con la esperanza de que adquiriera poder y dirigiera a Rusia para que saliera de la guerra.

Después de la llegada de Lenin a Petrogrado, un desorganizado conjunto de grupos políticos, militares, sociales y nacionales provocó gran intriga y caos. En el verano, los bolcheviques intentaron un golpe de Estado que fracasó y Lenin escapó a la vecina Finlandia.

A continuación, los militares trataron de apoderarse del gobierno interino. Alexander Kerensky, el líder provisorio, se apoyó en los bolcheviques para que lo defendieran. Muchos de los bolcheviques eran soldados, entre los cuales había oficiales navales y obreros,por lo cual Kerensky ahora estaba en deuda con ellos. Lenin, el líder de los bolcheviques, volvió de Finlandia, y ya en el otoño los revolucionarios vieron la oportunidad que esperaban.

La Revolución de Octubre

Y ahora llegaba la escena final. El golpe de los bolcheviques no produjo derramamiento de sangre, por lo que muchos ni siquiera lo tomaron en serio y consideraron que era simplemente otra movida política para controlar el gobierno.

Pero esta revolución había sido bien planificada y ejecutada por Lenin y su brazo derecho, León Trotsky. Mediante el control de los comités soviéticos y el apoyo de las mayorías en las ciudades principales, la población votó por medio de sus representantes para disolver el gobierno interino y crear la República Soviética Rusa, con Lenin como cabeza y dictador.

La gente le dio su apoyo al nuevo régimen porque cumplió su promesa de abandonar la guerra con Alemania. Rusia procedió a firmar un acuerdo de paz con los alemanes el 3 de marzo de 1918, en el cual Rusia le cedió mucho territorio a Alemania.

Pero los rusos huyeron del sartén para caer en las brasas. Se desató una violenta guerra civil que duró cinco años, a raíz de la cual murieron ocho millones de personas. Finalmente ganaron los bolcheviques, y establecieron el Partido Comunista como el único partido gobernante (y que se mantuvo como tal hasta que fue abolido en 1991). La Unión Soviética fue formada en 1922.

Lenin era considerado por sus partidarios como el campeón del socialismo y la clase trabajadora, mientras que sus críticos enfatizaban su rol como fundador de un régimen autoritario y responsable de represión política y asesinatos masivos.

Según la ideología comunista, la dictadura del proletariado sería solo temporal, porque supuestamente los ideales del comunismo terminarían por imponerse y el Estado se debilitaría hasta desaparecer. Sin embargo, ello nunca sucedió: quienes tomaron el poder se mantuvieronen el poder.

Mi visita a la URSS en su quincuagésimo aniversario

Cincuenta años después de la Revolución de Octubre, en 1967, el gobierno soviético abrió levemente sus puertas para salir de su aislamiento. Sus dirigentes querían que el mundo viera lo que había conseguido el socialismo, y me ofrecieron la oportunidad de atestiguarlo. Yo tenía entonces diecinueve años y estudiaba en California. El jefe de redacción de la revista The Plain Truth (La pura verdad), su esposa y yo nos unimos a un grupo de historiadores y realizamos un viaje de seis semanas a más de la mitad de las repúblicas de la URSS. Esto resultó en una serie en cinco partes llamada La revolución inconclusa, que fue publicada en dicha revista.

Los soviéticos mejoraron las cosas para el beneficio de nosotros, los extranjeros curiosos. Un ejemplo notable fue uno de los paseos peatonales más famosos en Rusia, Nevsky Prospect (Avenida Nevsky), en Leningrado: sus edificios habían sido repintados y lucían majestuosos y muy festivos.

Mientras la Guerra Fría estaba en pleno apogeo, el Kremlin siempre parecía estar emitiendo comentarios políticos amenazantes, sin embargo, ello no se mencionó durante nuestra visita. Pero lo más importante de nuestro viaje no fue el aspecto histórico, sino nuestras observaciones de la vida soviética en las ocasiones que se nos permitió interactuar con la gente.

Teníamos un guía, un tanto huraño, que estuvo con nosotros durante todo el viaje. En cada ciudad nos recibían guías locales que hablaban sobre el significado histórico de cada área que visitábamos.

Desde el comienzo se hizo evidente que la mentalidad de la nación entera estaba saturada de la ideología del pensamiento comunista. Lo que saltaba a la vista de inmediato eran los gigantescos letreros que alababan el sistema con eslóganes tales como “Gloria al Partido Comunista de la Unión Soviética”, o “Gloria al Trabajo”. Esto pretendía exaltar la victoria del proletariado en una sociedad supuestamente exenta de clases sociales.

Por todas partes se exhibían enormes retratos de sus líderes, de los cuales indudablemente el más famoso era Lenin. Los soviéticos se habían empeñado en dar a edificios y ciudades los nombres de líderes o hechos históricos. La segunda ciudad más grande de Rusia, Petrogrado, ahora se llamaba Leningrado. La ciudad natal de mi madre había sido renombrada Pervomaysk (“primero de mayo”) en honor al Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores, que también celebraba al proletariado.

Nuestros anfitriones nos dijeron que su país era joven, que solo tenía cincuenta años, cuando Estados Unidos ya tenía casi doscientos.

La vida en el “paraíso de los trabajadores”

Aquella gente estaba aislada de Occidente, y una gran parte del comercio se llevaba a cabo con naciones de Europa del Este detrás de la Cortina de Hierro. Los precios eran estrictamente controlados por el Estado, y el precio de algún artículo en cierta área era exactamente el mismo en otra. Si el gobierno consideraba que un determinado artículo era necesario para la gente, su costo era razonable. Por ejemplo, el gobierno quería que la gente tuviera televisores y radios para poder transmitirle información, así que se aseguraba de que los precios estuvieran al alcance de todos.

Por otro lado, si el artículo era algo personal, como un traje de hombre, el costo significaba varios meses de sueldo. Vi una barra de chocolate en venta, pero costaba siete u ocho veces lo que pagábamos en Estados Unidos. La compré para ver qué tal sabía, y el chocolate ya estaba rancio por haber pasado tanto tiempo sin venderse. Le pregunté a nuestro guía por qué el chocolate era tan caro, y me dijo que probablemente se debía a que era “puro”.

La publicidad genuina de los productos era inexistente, y ciertamente lo mismo se aplicaba a la competencia. Si había una marca, era una sola por producto. En Moscú, la única marca de cerveza era “Cerveza Moscú”. Era obvio que los bienes de consumo eran muy escasos. Nos extrañaba ver cómo un sistema que le había prometido tanto a la gente era tan deficiente a la hora de satisfacer sus necesidades y, sin embargo, podía poner en órbita el primer satélite alrededor de la Tierra y enviar al primer hombre al espacio.

La comunicación del gobierno era solo una constante propaganda que le decía a la gente cuán grandes cosas había en su “paraíso de los trabajadores”.

Un programa de televisión típico podía ser un aburrido documental sobre un capataz de alguna fábrica, que hacía comentarios alusivos a la producción de la planta. Estos programas eran de nulo interés para la gente, pero qué contraste vimos un domingo en la tarde cuando en nuestro hotel se transmitió un partido de fútbol por televisión. ¡El lobby estaba lleno de gente que gritaba y aplaudía!

Solamente el gobierno podía difundir información. También se prohibían e interceptaban los programas en onda corta de la BBC [de Londres]. Observamos que en los techos de las catedrales habían antenas invertidas que bloqueaban las frecuencias de radio internacionales.Era muy claro que los líderes soviéticos no querían que sus ciudadanos supieran lo que estaba pasando en Occidente. Recuerdo que mis padres enviaban fotos familiares a sus hermanos en Ucrania, pero toda la correspondencia era revisada. Si mis padres, que vivían en los Estados Unidos, incluían fotos de la casa en que vivíamos o del automóvil familiar, tales fotos eran eliminadas.

Por otro lado, la literatura gratuita que promocionaba la magnificencia del comunismo se podía encontrar por todas partes y en abundancia.

La religión era condenada por sus fracasos y su clero históricamente corrupto, que con frecuencia colaboraba con la monarquía o estaba bajo su control. ¡Fuera con toda la religión!

Karl Marx escribió: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el alma de una condición sin alma. Es el opio de los pueblos”. Las iglesias estaban cerradas, con excepción de unas cuantas que permanecían abiertas para las almas ignorantes.

La famosa catedral de Kazan ahora era el “Museo Nacional de la Historia de la Religión y el Ateísmo”. Se hacía énfasis en él con gran orgullo, y se nos animó a visitarlo. La exposición comenzaba mostrando al hombre primitivo que observaba asombrado la luna y las estrellas, y explicaba cómo el ser humano comenzó a idolatrar esos objetos.

A medida que uno avanzaba podía ver cómo se había formado la religión organizada, cuyo propósito era el control de países y gobiernos. Se hacía especial hincapié en los abusos de la religión, particularmente en la conversión al cristianismo de toda la ciudad-Estado de Rus de Kiev en el año 988. Una de las pinturas representaba a la población de la ciudad mientras era conducida al río Dniéper para tomar parte en un bautismo masivo. Al lado de ellos se mostraban las terribles consecuencias sufridas por quienes se habían negado a hacerlo.

La exhibición continuaba hasta la actualidad de aquel entonces que, según se destacaba, era un periodo de progreso en la URSS. Mostraba el lanzamiento de cohetes al espacio y gente que observaba el hecho muy asombrada. Nos dimos cuenta de que habíamos vuelto al punto de partida, ya que la parte final tenía similitudes con las primeras escenas de la exposición, que mostraban al hombre primitivo observando los cielos con gran fascinación.

Durante nuestro viaje se nos prohibió tomar fotos en los aeropuertos, desde los aviones, o en las estaciones ferroviarias. Nuestro guía nos vigilaba muy de cerca y levantaba su mano si nos veía fotografiando algo “ilegal”, como por ejemplo, los barrios más pobres por los que pasaba nuestro autobús.

Debíamos permanecer con nuestro grupo en todo momento. Sin embargo, en una ocasión en que visitábamos Uzbekistán, el jefe de redacción y yo nos escapamos y anduvimos por nuestra cuenta toda la tarde. Llegamos a un parque de “cultura y descanso” y por casualidad entramos al edificio de administración. Los funcionarios actuaron como si nunca habían visto extranjeros, y pasamos la tarde conversando y compartiendo animadamente con ellos. La experiencia fue muy agradable y la disfrutamos mucho, pero cuando volvimos al hotel, ¡nuestro guía nos dijo que nunca volviéramos a hacer tal cosa!

Nos llevaron a visitar varios campos de “Jóvenes Pioneros”. Todos los jóvenes eran obligados a ser indoctrinados por el Estado, el cual controlaba las mentes de sus súbditos. El proceso comenzaba con los “Pequeños de Octubre”, para niños de entre siete y nueve años, continuaba con los “Jóvenes Pioneros”, hasta los catorce, para terminar con “Komsomol”, la Liga Leninista de Jóvenes Comunistas. La admisión al Partido Comunista era un honor, y solo 15% de la población lograba hacerse miembro de él.

Visitas posteriores a la URSS

Desde mi primera visita al territorio de la URSS en 1967, he viajado a la región una docena de veces más con motivo de misiones humanitarias y relacionadas con la Iglesia. Además, disfruté una memorable reunión con las familias de mis padres. En 1988, en plena era soviética, tuvimos un encuentro de tíos, tías y primos de ambos lados de la familia en Pervomaysk, la ciudad natal de mi madre, en Ucrania.

Fue muy emocionante e instructivo reunirnos durante tres días con parientes que nunca había visto y que en su mayoría no volvería a ver. Hablamos de sus familias, sus trabajos y sus huertas, pero el tema favorito era el de sus hijos y la esperanza que tenían para su futuro. Anhelaban profundamente que ellos pudieran tener vidas mejores que las suyas.

Sentían curiosidad por todo lo que hacíamos en los Estados Unidos; querían saber cuánto dinero ganábamos y qué tan grandes eran nuestras casas, y les interesaba saber qué opinábamos de ellos.

Lección de economía al estilo comunista

Mi primo me dictó una lección sobre economía de acuerdo al concepto comunista. Le estaba explicando cómo se llevan a cabo los negocios en Estados Unidos, y cuando llegamos a la parte de producción y venta de artículos, él respondió prontamente que esa clase de economía era explotadora, que comprar y revender para obtener ganancia era absolutamente erróneo.

Para ilustrar su argumento, me dio el ejemplo de un hombre que pesca un pez. Según la perspectiva comunista, vender ese pez para sacar ganancia era algo inmoral. Era especulación, palabra que era pronunciada con desprecio, y el hecho mismo, castigado seriamente en su sociedad. En este caso, el que compraba el pez para revenderlo estaba siendo explotado y, según su pensamiento, lo correcto era que quien había pescado el pez se lo vendiera directamente al consumidor. De esa manera, se argumentaba, nadie se aprovecharía de nadie. Por lo tanto, el hecho de producir algo y vendérselo a un comerciante mayorista para que este se lo vendiera a un comerciante minorista era algo impensable e ilegal.

El gobierno era el único empleador en toda la nación, y no existía empresa privada. Las granjas eran colectivizadas, pero el trabajo en estas condiciones era mediocre, ineficiente y carente de estímulo. ¿Para qué trabajar duro? ¿Para qué esforzarse?

Sin embargo, el gobierno asignaba a cada familia una parcelita para que cultivara verduras, ¡y estas eran todo un éxito! Cuando la gente trabajaba en lo que le pertenecía, producía mucho.

La construcción de nuevos edificios era chapucera. La gente no tenía ningún incentivo para que su trabajo resultara elegante y la hiciera sentirse orgullosa de su labor.

El alcoholismo, tanto de hombres como de mujeres, era desenfrenado; como la gente se sentía aburrida y desesperanzada, encontraba solaz en el vodka. La expectativa de vida descendió hasta los cuarenta y cinco años como promedio. Este sistema fundado en el marxismo-leninismo ateo francamente no estaba resultando.

Como mencioné anteriormente, la serie de artículos que escribimos y publicamos sobre lo que sucedía después de cincuenta años de gobierno comunista se llamó La revolución inconclusa. Ese es el epitafio de otro sistema de gobierno diseñado y dirigido por Satanás el demonio, un ser engañoso que “ha debilitado a las naciones” (Isaías 14:12).

Cuando visitamos la Unión Soviética antes de su colapso, vimos las señales de un imperio en proceso de deterioro. Mijaíl Gorbachov, el entonces presidente de la Unión Soviética, reconoció el estancamiento, la apatía y la pudrición del sistema. Él acuñó dos conceptos: uno fue glasnot, o apertura, que era un enfoque basado en la abierta discusión de las realidades económicas y políticas. Aunque para nosotros la franqueza es algo común, esta cualidad no era algo a lo que estaba acostumbrado el pueblo ruso porque su sociedad no permitía ese tipo de pensamiento.

El segundo término fue perestroika, o la necesidad de reconstruir, que el pueblo admitía sin ambages. Todas las personas con las que hablé acerca de estos temas en la URSS parecían resignadas al hecho de que la reconstrucción tomaría un largo tiempo, tal vez unos veinte años. No había ningún sentido de urgencia ni entusiasmo por hacer que ello sucediera. Era demasiado poco, demasiado tarde.

No mucho después, en 1991, el imperio se desplomó, y lo hizo tal como comenzó: sin derramamiento de sangre. ¡El mundo se maravilló! Mis amigos que vivían en el norte de Ucrania dijeron que el sistema necesitaba que se le pasara por encima una aplanadora antes de poder ser reconstruido.

Y aunque se hablaba de ideales como la repartición justa, la amistad (ellos se llamaban mutuamente “camaradas” o “compañeros”) y la igualdad, un aspecto mucho más potente y dominante de la conducta humana invalidó la sincera inocencia de la bondad. Mientras que el conocimiento de Dios se apagaba, permitiendo la aceptación de la mentira, el robo y el asesinato, los valores del trabajo productivo y el comportamiento socialmente aceptable se fueron perdiendo gradualmente como consecuencia del deterioro de la mentalidad nacional.

En muchas ocasiones vimos un absoluto desinterés entre los trabajadores que prestaban servicios al público, como los meseros, por actuar de manera cortés y amable. ¿Por qué iban a hacerlo? No había ningún incentivo para mejorar, y si lo hacían, podían meterse en problemas.

Un tiempo venidero de apertura y reconstrucción

Mijaíl Gorbachev, el último líder de la Unión Soviética, estaba en el sendero correcto cuando habló de glasnost perestroika, porque la Biblia en realidad habla de una perestroikamuchísimo mejor, que incluirá la reconstrucción de todas las naciones.

Sin embargo, primero debe haber una glasnost, es decir, un diálogo entre el hombre y Dios. El mundo actual está en la oscuridad porque ha rechazado a Dios, pero ya se ha establecido una glasnost entre Dios y la Iglesia que su Hijo Jesucristo está edificando.

Y note lo que el apóstol Pedro dice acerca del futuro en Hechos 3:18-21: “Pero de este modo Dios cumplió lo que de antemano había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor, enviándoles el Mesías que ya había sido preparado para ustedes, el cual es Jesús. Es necesario que él permanezca en el cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas, como Dios lo ha anunciado desde hace siglos por medio de sus santos profetas” (Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro).

¡Se acerca una reconstrucción del mundo! Pero no será en absoluto como los fallidos intentos del hombre por crear utopías humanas. Los ideales del marxismo han fracasado, y también el comunismo en la URSS. Y aunque China, Vietnam, Laos y Cuba declaran oficialmente ser Estados comunistas, el país que se adhiere más estrictamente a los principios de esta filosofía es Corea del Norte — un ejemplo nada de positivo, ya que mata de hambre a sus propios ciudadanos para producir armas de destrucción masiva y amenazar a sus vecinos.

Se acerca un tiempo en el que el hombre ya no seguirá a mesías humanos ni  sistemas políticos fracasados para resolver sus problemas, sino dirá: “Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Miqueas 4:2).

Ese tiempo venidero, cuando el Reino de Dios será establecido en la Tierra, es la promesa segura de Dios y la gran esperanza para la humanidad.

Mientras observamos los deficientes y fallidos sistemas que la humanidad ha creado durante más de 6000 años de experiencia humana y los crecientes peligros que nuestro mundo enfrenta en la actualidad, no dejemos de orar fervientemente: “¡Venga tu reino!”