Carta del Presidente sobre la Pascua

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Carta del Presidente sobre la Pascua

Queridos hermanos del Cuerpo de Cristo:

En menos de un mes vamos a observar la Pascua del Nuevo Testamento, basada en el ejemplo de Cristo. Muchos de ustedes la han observado en múltiples ocasiones, mientras que otros, como miembros del Cuerpo de Cristo recién bautizados, lo harán por primera vez. Juntos celebrare­mos esta solemne e inspiradora ceremonia que comprende el lavamiento de pies, la ingesta por fe del pan y el vino, símbolos del nuevo pacto, y la lectura de algunos pasajes del libro de Juan. Esta fiesta anual nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre lo que Jesús hizo por nosotros como individuos y por toda la humanidad.

¿Qué hizo Jesús en realidad por usted y por mí? Su increíble sacrificio hizo posible el plan mismo de Dios para la humanidad. El libro de Juan entrega de manera muy elocuente y poderosa un importante trasfondo para comprender la magnitud de este festival anual. Juan nos explica que Jesucristo es nada menos que Dios (Juan 1:1-2) y que preexistió eternamente con Aquel a quien debemos el asombroso privilegio de haber sido llamados (Juan 6:44), Dios el Padre. El Verbo, que ha existido eternamente, se despojó de su divinidad para poder convertirse en ser humano, según se describe aquí.

Veamos y analicemos qué significa esto para cada uno de nosotros. Ahora que nos acercamos al festival de la Pascua, Pablo nos exhorta a autoexaminarnos (1 Corintios 11:28-30) y a discernir apropiadamente el cuerpo del Señor.

¿Qué significa “discernir el cuerpo del Señor”? Este año, a medida que nos preparamos individualmente para observar este festival tan importante, enfoquémonos en la plena dimensión de quién es Jesús y en lo qué hizo exactamente por cada uno de nosotros, y apreciémoslo.

El apóstol Pablo ilustró esa dimensión cuando les escribió a los discípulos de Je­sús que vivían en Éfeso. Él les dijo poderosamente a los efesios que oraba fervientemente a Dios el Padre para que “os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16, énfasis nuestro en toda esta carta).

¿Cuál sería el resultado de “ser fortalecidos con poder”? Pablo lo dice clara­mente: “. . . para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” y para que los discípulos, incluidos nosotros en la actualidad, adquirieran la habilidad espiritual de discernir y comprender completamente “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura” (la dimensión completa) del amor que Jesucristo tiene por cada uno de nosotros y, más aún, de lo que significa para nosotros su plena aplicación.

A medida que nos acercamos a la Pas­cua, es bueno reflexionar en el hecho de que Jesucristo es Dios y que debe ser adorado como Dios. Los escritores de los evangelios nos entregan muchos ejemplos de esto. Uno de ellos fue el incidente en que Jesús asombró a los discípulos caminando sobre el agua: “Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14:33).

El Cordero de Dios

Cuando Juan el Bautista presentó a Jesucristo, clamó: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Su rol como Cordero de Dios ya era un hecho conocido en el pri­mer siglo cuando Pablo declaró abierta­mente a una iglesia gentil en Grecia que “Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado” (1 Corintios 5:7, Nueva Versión Internacional). En Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, ¡Jesús es identificado como “Cordero de Dios” 28 veces! Según se registra en el libro del Apocalipsis, el Verbo (Jesucristo en su preexistencia humana) era conocido como “[el] Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).

El libro del Apocalipsis nos proporciona conectividad desde la prehistoria hasta el futuro. Leemos aquí los relatos de la victoria lograda por la sangre del Cordero, la misma victoria que Dios quiere compartir con nosotros. Considere los sucesos que tienen lugar en el trono mismo de Dios:

“Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado” (Apocalipsis 5:6). Luego, un poderoso cántico surge desde el trono celestial de Dios: “. . . porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has

redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinare­mos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:9-10).

Gran parte de nuestra adoración al Hijo de Dios consiste en tener un espíritu de arrepentimiento renovado y revitalizado antes, durante y después del servicio de la Pascua. Los pecados personales que no han sido examinados por nosotros obstruyen el camino a Dios el Padre. Lo invito de todo corazón a pensar en esto: algunos de nuestros pecados son obvios tanto para nosotros como para quienes nos rodean; pero otros solo los conocen usted y Dios. Por otro lado, hay pecados secretos y de orgullo que pueden ser muy obvios para otros, pero usted no tiene ninguna conciencia de ellos. ¿Cuál es la solución? Utilice este tiempo de preparación para la Pascua para pedirle a Dios que le conceda arrepentimiento y lo guíe al cambio.

La Pascua que se aproxima debe ser un tiempo de alineación espiritual, de sincronización con Dios el Padre según Jesús nos lo reveló, y un tiempo de renovación del compromiso con nuestro Hermano Mayor, Jesucristo, a quien también adoramos y veneramos. ¡Preparémonos para observar la Pascua en una forma digna!

¡Gracia y paz a todos ustedes de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo!

En servicio a Cristo,

Víctor Kubik