Bienaventuranzas: Actitudes necesarias para estar en el Reino de Dios

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Bienaventuranzas

Actitudes necesarias para estar en el Reino de Dios

El sermón de “las bienaventuranzas” en Mateo 5:3-10, que es una introducción al “sermón del monte” (capítulos 5-7 del mismo evangelio), ambos entregados por Jesús, han sido calificados como “cristianismo básico”.

Después de anunciar que todos necesitan arrepentirse porque el reino “está cerca” (Mateo 4:17), el Rey les declaró a sus discípulos los principios fundamentales de ese reino. Cabe destacar que la primera y la última bienaventuranza prometen el Reino de Dios como recompensa, y ese reino estará en la Tierra, ya que dice en Mateo 5:5: que los mansos “recibirán la tierra por heredad”.

La palabra “bienaventuranza”, del latín beatus, significa “bendito” o “felicidad suprema”. Solemos pensar: “¡Sí, bendíceme con un auto nuevo, una casa, un trabajo, salud! ¡Eso me hará delirar de felicidad!”. Pero las bienaventuranzas son bendiciones espirituales que describen la naturaleza, el corazón, la mente y el carácter cristiano ideales y las recompensas que conlleva vivir por todo ello. Si bien las bienaventuranzas representan “la simplicidad que es en Cristo” (2 Corintios 11:3, Reina-Valera Antigua), encierran una profundidad que requiere la inspiración del Espíritu Santo para comprenderlas, vivirlas y explicarlas.

Veamos cada una de estas bienaventuranzas, ya que necesitamos tener todas estas actitudes que exhibió Cristo para pertenecer a la familia y al Reino de Dios.

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”

¿“‘Pobre de espíritu’? ¿Que quiere decir esto? Yo quiero estar lleno del Espíritu Santo, ¡de los nueve frutos!”. Jesús no quiso decir “no tengan mucho del Espíritu Santo”. Además, esta bienaventuranza no tiene nada que ver con el dinero. Se trata de reconocer que sin Dios estamos en una absoluta bancarrota espiritual y debemos tomar conciencia de nuestra total necesidad de él y de un Salvador. Pablo no se anda con rodeos al afirmar que nuestra vocación es humilde
(1 Corintios 1:26-29): “. . . a fin de que nadie se jacte en su presencia [la de Dios]” (v. 29). Pero no por eso debemos volvernos necios, débiles o apocados. Somos valiosos gracias a la presencia de Dios en nosotros.

En Isaías 66:2 Dios declara: “. . . pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. Sí, ¡hay que obedecer diligentemente lo que dice la Biblia, con genuina congoja por haber tenido actitudes y comportamientos inadecuados!

En 1 Pedro 5:6 se nos instruye: “Revestíos de humildad . . . humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él os exalte cuando fuere tiempo” (énfasis del autor en todo este artículo). ¡A la mayoría de nosotros nos gusta vestirnos solos, sin ayuda! Mi oración diaria es “¡Dios, ayúdame a humillarme para que no tengas que humillarme tú!”.

Los que aspiramos a ser reyes en el Reino de Dios debemos tener la actitud del primer rey de Israel, Saúl, cuando empezó: “pequeño a sus propios ojos” (1 Samuel 15:17). El amor ágape que describe 1 Corintios 13:4 “no es jactancioso, no se envanece”.

La recompensa para los pobres de espíritu es el reino de los cielos. Mateo 6:33 dice “buscad primero el reino de Dios y su justicia”. Es muy apropiado que esta recompensa sea la primera que se menciona en las bienaventuranzas. Más adelante veremos que dos de las bienaventuranzas tienen que ver con la búsqueda de la justicia.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”

¿A quién le gusta estar afligido? ¿Cómo podría ser ello una bendición? Ezequiel 9:4-6 dice: “. . . ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella . . . pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario” (ver también 1 Pedro 4:17). Hay mucho por lo cual afligirse, ¡porque vivimos en un mundo corrupto!

Las bienaventuranzas se refuerzan entre sí. Lea Santiago 4:9-10 y 1 Corintios 5:2 para ver el vínculo entre la necesidad de llorar y ser pobre de espíritu.

Jesús no está hablando de vivir bajo oscuridad con una perpetua y nociva visión de la vida, ni de andar penosamente por ahí, llenos de pesimismo. Cristo quiere que seamos sensibles y estemos atentos a las necesidades de los demás.

La recompensa para los que lloran es el consuelo. Dios envió al Consolador (Espíritu Santo), y nos consolará para que podamos confortar a los demás (2 Corintios 1:4). June Hale, viuda de David Hales, un ministro de Denver [Colorado, EE. UU.] fallecido recientemente, escribió en Facebook: “No podemos amar plenamente sin antes haber llorado”.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”

Mansedumbre no es sinónimo de debilidad. Moisés es descrito como el hombre más manso que había sobre la Tierra en su época (Números 12:3). ¡Solo fíjese en sus logros! Fue un victorioso general egipcio, y durante 40 años dirigió por el desierto a tres millones de israelitas que nunca dejaron de quejarse. Sin embargo, cuando Coré, Aarón y Miriam lo cuestionaron, dejó todo en manos de Dios. Más de una vez intercedió valientemente ante Dios, quien estuvo a punto de aniquilar a Israel y empezar de cero con Moisés.

¡No hay nada de débil en un caballo brioso e indomable! Sin embargo, este puede aprender a someterse a su jinete. “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno” (Salmos 32:8-9).

Los sementales blancos Lipizzanos de Viena, mundialmente famosos, responden tan bien a sus jinetes de toda la vida, que al parecer estos ni siquiera tienen que tirar de las riendas. ¿Cuánto debe tirar Dios de las nuestras?

La mansedumbre es un poder ecuánime que nace de la fortaleza e incluye virtudes que pueden aprenderse mediante la sumisión y la diligencia.

La recompensa para los mansos es heredar la Tierra, así que haríamos bien en acatar la afirmación de Jesús en Juan 3:13 de que los humanos no van al cielo cuando mueren. ¿Cómo podría Cristo enfatizar de mejor manera que el Reino de Dios estará en la Tierra (es decir, en la Nueva Tierra) al hablar de esta recompensa? Lea el Salmo 37 y trate de encontrar la lista de las cinco actitudes que se refieren específicamente a este galardón.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”

Esta bienaventuranza indica que es indispensable tener un profundo deseo de crecer espiritualmente y llegar a ser como Dios, cuyo carácter es santo y justo. Una definición sencilla de justicia se basa en las cuatro primeras letras de esta palabra: ser y hacer lo que es justo, según lo define Dios en la Biblia.

La forma más obvia y eficaz de lograr esta bienaventuranza es ayunar con regularidad y pedirle a Dios que nos ayude a rechazar la comida espiritual chatarra. Reflexione en Isaías 55:2, que plantea la pregunta: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura”.

La recompensa por tener este tipo de hambre y ser virtuosos es ser saciado. Si no estamos saboreando las cosas buenas de Dios (Hebreos 6:5) y llenándonos de justicia, ¡probablemente estamos demasiado satisfechos de nosotros mismos!

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”

En Miqueas 6:8 está la respuesta a lo que Dios exige de nosotros: justicia, misericordia y andar en humildad. La misericordia está calificada como uno de los asuntos más importantes de la ley (Mateo 23:23), al igual que la justicia y la fe. Sin embargo, leemos en Santiago 2:13 que la misericordia triunfa sobre la justicia.

Dios establece la norma de empatía, compasión y perdón que debemos seguir. “Misericordioso y clemente es el Eterno; lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Eterno de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmos 103:8-14).

La recompensa por ser misericordiosos es obtener misericordia. Si queremos la misericordia de Dios, primero debemos ofrecerla a los demás (Mateo 6:14-15). “Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que el prisionero eras tú” (Lewis Smedes, Forgive and Forget: Healing the Hurts We Don’t Deserve [Perdonar y olvidar: Cómo curar las heridas que no merecemos]).

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”

Todas las bienaventuranzas están ligadas al corazón. Puro de corazón significa genuino, auténtico. En la Biblia, “sincero” significa “sin cera”, una sustancia con la que astutamente se ocultan las grietas de una vasija en venta. Como arcilla del Alfarero, deberíamos reflexionar si somos sinceros en ese sentido.

David escribió: “Concédeme pureza de corazón, para que te honre” (Salmos 86:11, Nueva Traducción Viviente). Santiago 1:27 dice: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.

La recompensa por ser puro de corazón es ver a Dios. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2-3). Y como seres espirituales resucitados que servirán como maestros junto con Jesús en el Milenio, cuando súbitamente nos aparezcamos a alguien para guiarlo, ¡nos verá! (Isaías 30:20).

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”

Hay muchas oportunidades para generar paz, ¡porque hay muy poca a nuestro derredor! Debemos ser pacificadores y no solo desearlo. Debemos “buscar la paz y seguirla” (Salmo 34:14). “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18).

Es interesante que Pablo relacione el meditar en cosas puras (Filipenses 4:8) con “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, [y] guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Antes de poder hacer las paces con los demás, necesitamos recibir el don espiritual de la paz con Dios a través del sacrificio de Cristo.

La recompensa por ser un pacificador es ser llamado hijo o hija de Dios. ¡Ese es el propósito de la vida!

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”

Jesús aseguró que, si lo persiguieron a él, nos perseguirían a nosotros (Juan 15:20). Como “también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21); es esencial que suframos por la justicia, ¡pero no por habernos metido insensatamente en una situación complicada!

Mateo 5:11 agrega el aspecto de ser acusado “falsamente”. Si ese fuera su caso, ¿serían verdaderas o falsas las acusaciones de que usted ha obrado mal? No obstante, hay algo por lo que quisiéramos  ser verdaderamente acusados. Como dice cierto refrán: “Si lo acusaran de ser cristiano, ¿habría pruebas suficientes para condenarlo?”.

Hechos 5 relata los primeros días de la Iglesia del Nuevo Testamento, cuando los apóstoles fueron llevados ante el Sanedrín [el tribunal supremo del antiguo Israel] y amenazados y golpeados antes de ser liberados. Ellos “salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (v. 41).

La recompensa de sufrir persecución por causa de la justicia nos lleva nuevamente a la recompensa con la que empezamos: ¡el Reino de Dios!

Las bienaventuranzas son las actitudes fundamentales necesarias para tener el corazón, la naturaleza, la mente, el carácter y la santa justicia de Dios para estar en su reino (Colosenses 3:12-15).

¡Pidámosle a Dios valientemente que nos ayude a desarrollar las características descritas en las bienaventuranzas! EC