El accidentado viaje a Roma
Después de dos años de prisión en Cesárea, Pablo viajó a la capital del imperio. De esta manera se cumplió lo dicho por Dios a Ananías “instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15). En su defensa ante Festo, apeló al César, y por eso fue enviado a Roma, el año 61 d.C. (Hechos 25:11, 12).
Esta vez el apóstol viajó encadenado por causa de Jesucristo y por el evangelio que proclamó con tanto vigor. Pablo fue encargado al centurión llamado Julio, quien trató con respeto a Pablo. Acompañaba a Pablo Aristarco quién estuvo con él en Éfeso y dos años en Cesárea. La primera etapa del viaje fue Sidón. Saliendo de Sidón tuvieron que navegar al este de la isla de Chipre, debido a los vientos del noroeste, pasando cerca de las costas montañosas de Cilicia y Panfilia hasta llegar al puerto de Mira, ciudad de Licia (Hechos 27:1-5). Ellos continuaron el viaje en una nave alejandrina que zarpaba rumbo a Italia. Los vientos del norte hicieron dificultosa la navegación, habiendo pasado el ayuno, del día de Expiación. (Hechos 27:9). Los vientos impulsaron la nave hacia la región de Gnido y desde allí el barco fue desviado a Salmón, en la región oriental de la isla de Creta. Desde allí costeando Creta llegaron a un lugar inhóspito llamado “Buenos Puertos”.
Pablo quiso quedarse en ese lugar durante el invierno, pero los hombres de la nave no escucharon a Pablo, más bien decidieron elevar anclas rumbo a Fenice que quedaba en la punta occidental de Creta, un lugar seguro para invernar (Hechos 27:11-12). Los marineros tenían miedo encallar en los bancos de arena, por lo que decidieron bajar las velas y echar anclas para quedar a la deriva. Todo empeoró el segundo día porque combatieron con una furiosa tempestad y al tercer día arrojaron con sus manos los enseres de la nave. Por muchos días no vieron sol, ni luna, ni estrellas de tal manera que ya habían perdido las esperanzas de vivir (Hechos 27:18-21). Entonces Pablo los exhortó diciendo: “tengan buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (Hechos 27:22-26).
Durante dos semanas, 276 personas vivieron los momentos más angustiosos de su vida en alta mar hasta que les habló el único prisionero que era siervo de Dios. La nave se encontraba en agua del mar Adriático, bastante al sur de la península itálica. Entonces los marineros quisieron huir de la nave en un salvavidas. Pablo se dio cuenta y evitó la fuga, soltaron el bote salvavidas para que nadie huyera. Estando en ayunas por 14 días, Pablo los instó a comer y bendijo el pan y todos se animaron a comer.
Cuando se hizo de día no reconocieron la tierra y cortando las anclas la nave encalló y empezó a destrozarse. Entonces los soldados quisieron matar a los presos para que no se fugaran, pero el Centurión protegiendo a Pablo les impidió su intento (Hechos 27:41-43). Los hombres ayudándose con cualquier cosa, pudieron salir a tierra. De esa manera pudieron llegar a la isla de Malta y los isleños los trataron con humanidad, encendiendo una fogata para que se calentaran. Pablo tomó unas ramas secas para echarlas al fuego y una víbora se le prendió en la mano, pero no le hizo daño (Hechos 28:1-3). Viendo esto los hombres, pensaron que Pablo era un dios (Hechos 28:6). Entonces los males que el maligno enemigo quiso causar con el naufragio de la nave se convirtieron en bendiciones, porque Pablo hizo una exitosa campaña de salvación y sanidad divina en Malta (Hechos 28:7-11).
Aquí destacamos la hospitalidad del gobernador romano de la isla, llamado Publio, quien albergó a los náufragos con atenciones durante tres días. El padre del gobernador estaba enfermo con fiebre y disentería. Entonces Pablo oro por ese anciano poniendo las manos sobre él. Y el hombre quedó sano. Ese milagro trajo una multitud de enfermos, los cuales fueron sanados gracias al poder de Dios y los lugareños los honraron con muchas atenciones (Hechos 28:7-10).
Habían pasado tres meses en la isla y el gobernador fue de gran apoyo y ánimo para los 276 náufragos y los lugareños los cargaron de cosas necesarias para su partida. Entonces Pablo y los demás navegantes zarparon rumbo a Italia en otro barco alejandrino. Ellos navegaron al puerto de Siracusa al este de la isla de Sicilia. De allí siguieron bordeando hasta Regio, en la punta de la bota itálica. De Regio llegaron al puerto de Puteoli, ubicado en la bahía de Neápolis, cerca de Pompeya donde concluyó la navegación. Allí encontraron a hermanos que les rogaron se quedaran siete días, tal vez agradeciendo el favor y la autorización del centurión Julio.
Cuando supieron la llegada de Pablo, los hermanos, salieron a recibirlo hasta el Foro de Apio, 70 km., al sur de Roma y en las Tres Tabernas; y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento. Cuando llegaron a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase (Hechos 28:14-16). Tres días después, Pablo convocó a los líderes judíos a los cuales testificó acerca de su ministerio y el evangelio de Jesucristo. Pero como rechazaron a Jesús, entonces Pablo enseñó a los gentiles, abiertamente y sin impedimento, durante dos años (Hechos 28:17-31).
En ese lugar Pablo escribió cuatro cartas alrededor del año 63 d.C. Escribió la carta a los Colosenses aunque él nunca los visitó. porque el pastor era Eprafas (Colosenses 1:4,7; 2:1). La carta fue enviada con Tíquico y Onésimo para fortalecer a los colosenses (Colosenses 4:7-9). Luego escribió su carta a los Efesios y la envió con los mismos que llevaron su carta a los colosenses. Esta carta es un tratado teológico de mucha importancia para la iglesia de Dios. La siguiente carta breve y personal fue escrita a Filemón. Su carta está llena de enseñanzas valiosas. La envió con Onésimo, quién había sido esclavo de Filemón, suplicando que lo reciba como un hermano suyo en la fe (Filipenses 1:10-14). También escribió su carta a los Filipenses, quienes ocupaban un lugar muy especial en su mente (Filipenses 1:7, 13-14). Los filipenses fueron generosos por haber enviado sus ofrendas a Pablo (Filipenses 4:10-20).