#282 - Hechos 20-21: "Reunión con Santiago y ancianos; arresto en Jerusalén"

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#282 - Hechos 20-21

"Reunión con Santiago y ancianos; arresto en Jerusalén"

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“Después de separarnos de ellos [de los ministros en Mileto], zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Patara. Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí. Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén...Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco, y ellos se volvieron a sus casas. Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea” (Hechos 21:1-8).

No debemos pensar que navegar por el Mediterráneo en ese entonces era placentero, más bien, era muy peligroso. Los únicos barcos disponibles eran de carga, sin comodidades y costaba mucho dinero para ser llevado en ellos. Como evidencia de los peligros, Pablo menciona que naufragó tres veces. Escribe: “...tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar”. 

Típico barco mercante romano, posiblemente Pablo viajó en uno así.

La Enciclopedia de la Biblia explica: “En tiempos bíblicos, viajar por mar era mucho más difícil que por tierra. Por el Mediterráneo sólo se podía viajar con seguridad en verano. Entre noviembre y marzo [el invierno], los barcos se hacían a la mar sólo en caso de emergencia… Roma controlaba el Mediterráneo en tiempos de Jesús. El trigo que se cultivaba en Egipto y se exportaba desde Alejandría era vital para la estabilidad económica del Imperio. Barcos de grano estatales, algunos de hasta 60 metros de largo, llevaban el trigo a Italia. Durante el verano, los vientos empujaban sin obstáculos a los barcos por el mar desde Egipto a Italia; pero, fuera de la estación, la travesía más segura era por cortas etapas o rodeando la costa… los viajes misioneros de Pablo comprendían viajes por mar lo mismo que jornadas por tierra. El relato en Hechos 27 de su viaje se lee como un diario de navegación, con detalles sobre las condiciones atmosféricas, el equipaje e incluso una lista de pasajeros. Es una de las más vívidas descripciones de viajes de toda la literatura antigua”.

Representación del Coloso de Rodas

La nave que llevaba a Pablo pasó por Rodas, la isla donde yacía el famoso Coloso de Rodas, hecho de bronce y de 35m de alto. Tal que, como el Templo de Diana, fue una de las siete maravillas del mundo antiguo. Lamentablemente, en los tiempos de Pablo, la estatua yacía en el piso. Fue terminada en el año 280 a.C. y unos cincuenta años más tarde, en el año 227, se desplomó tras un terremoto. En 653 d.C., los árabes tomaron la isla y el Coloso fue cortado y vendido; dijeron que tomaron más de 900 cargas de camellos para llevárselo.

Pablo sigue su viaje hasta Cesarea, el principal puerto de Judea y visita al evangelista Felipe. Lucas relata: “...fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete [diáconos originales, Hechos 6:3-5], posamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo. Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor. Después de esos días… subimos a Jerusalén” (Hechos 21:8-15).

Agabo, el profeta de la Iglesia que había predicho la hambruna en Hechos 11:28, ahora profetiza que Pablo sería arrestado en Jerusalén. Respecto a los profetas, en Efesios 4:11 leemos que Jesús “constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros [instructores], a fin de perfeccionar a los santos...” Uno de los propósitos del oficio de profeta era transmitir la voluntad de Dios a los apóstoles y una vez que se completó la Biblia, no se habla más del oficio del profeta hasta los tiempos del fin, cuando aparecerán los dos testigos que profetizarán “por mil doscientos sesenta días...” (Apocalipsis 11:3).

No obstante las muchas advertencias, Pablo insiste en ir a Jerusalén para Pentecostés (Hechos 20:16). Quiere entregar un informe a la jefatura de sus viajes y despejar cualquier duda acerca de la incorporación de los gentiles en la Iglesia. Sabía de todos los rumores maliciosos en su contra que se escuchaban en Jerusalén.

Lucas explica: “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos” (Hechos 21:17-18). Bruce explica: “De los tres ‘pilares’ en Jerusalén, sólo quedó Santiago. Pedro, Juan y los demás apóstoles habían salido a otras partes del mundo para llevar a cabo un ministerio más extenso. Santiago lideró la comunidad nazarena [así los llamaban en Hechos 24:5] con sabiduría y prudencia”.

La reunión de Pablo y Santiago ocurrió diez años después de la conferencia ministerial. Ya se habían establecido iglesias en toda Asia Menor y Grecia. Ahora se puede entender mejor cómo se aplicó el decreto de Jerusalén en las iglesias con gentiles cristianos y así despejar cualquier duda acerca de lo que se trataba.

Pablo le informa a la asamblea los resultados de su tercer viaje misionero. “Después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio. Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley” (Hechos 21:20).

Vemos que, en la iglesia de Jerusalén, no existe ninguna hostilidad hacia Pablo y su misión entre los gentiles, pues todos están de acuerdo. A la vez, ellos le cuentan a Pablo cómo había crecido la iglesia en Jerusalén con miles de judíos que se habían convertido y que seguían las tradiciones y las leyes rituales. Vemos que no hay “un cisma” entre las iglesias judías y gentiles cristianas. Todas siguen respetando la ley de Dios, y los gentiles conversos saben que deben obedecer todas las leyes de Dios que no tienen que ver con la circuncisión y las “leyes de Moisés” que tratan con las ceremonias, los sacrificios y las tradiciones.

Los ancianos le cuentan a Pablo del falso rumor: “Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hechos 21:21). Aquí vemos claramente que, junto al no circuncidar a los hijos, lo que está en juego no son los 10 mandamientos o las demás leyes de Dios, sino “las costumbres” (ethos, o sea, las prácticas ceremoniales judías). Lucas usa la misma palabra, ethos, en Hechos 15:1, que es traducida allí como “rito” y esa era la parte de la ley o el “yugo pesado” de las ceremonias, purificaciones y sacrificios que agobiaban al pueblo judío, especialmente al tener que aplicarlas según las exageradas interpretaciones del Sanedrín (vea Mateo 23:1-4). 

Le dijeron los ancianos: “¿Qué hay, pues? La multitud [de judíos] se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de los que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (Hechos 21:22-24). 

En Hechos 18:18-21, Pablo ya había demostrado el respeto que tenía por la ley ritual al hacer un voto nazareo al final de su segundo viaje misionero cuando llegó a Jerusalén. Y ahora, Santiago y los ancianos le sugieren a Pablo que dé otra demostración de que no está en contra de estas leyes rituales y así poder silenciar los rumores maliciosos. Noten que la “ley de Moisés” que está en juego es la parte ritual, como el voto nazareo en Números 6, que claramente es una de las leyes rituales en el Antiguo Testamento. Es también un ejemplo de esas “leyes de Moisés” que un gentil no podía cumplir al no ser circuncidado, pues no tenía acceso al sacerdote ni al Templo. Fueron ésas las leyes que se trataron en la conferencia ministerial en Hechos 15. Sin embargo, Pablo, al ser un judío converso, debía seguir respetando esas leyes rituales mientras el Templo y el sacerdocio levítico seguían en pie.

¿Cómo podemos estar tan seguros de que eran solo estas leyes rituales las que los gentiles conversos no debían guardar? La mejor prueba es que, al finalizar la conferencia en Jerusalén, los apóstoles y ancianos reafirmaron cuáles eran las leyes de Moisés que no eran rituales y que todavía debían ser guardadas por los gentiles cristianos. Tomaron como ejemplos cuatro de las leyes de Moisés que no tenían que ver con los ritos, el sacerdocio o el Temple, pero que podrían ser confundidas al estar en la línea de demarcación entre lo ritual y lo espiritual. (Otra prueba es que todo el libro de Hechos muestra que todos siguieron guardando el sábado, las Fiestas Santas y las leyes alimenticias).

Los apóstoles y ancianos notaron que, al no tener que guardar las leyes rituales relacionadas con la circuncisión y el Templo, los gentiles conversos podrían confundirse con algunas de las leyes de Dios que se acercaban al límite de lo ritual pero que en realidad no eran así y que serían un pecado quebrantar. Ellos habían discutido durante la conferencia en Jerusalén toda la gama de las leyes de Dios y separaron las que se relacionaban con la circuncisión, los ritos, votos y tradiciones que sólo una persona circuncisa podía cumplir en el templo. A la vez, los apóstoles no redactaron una lista entera de lo que se debía o no guardar de la ley de Moisés. ¿Por qué? Porque ellos vieron que esa era la tarea de los pastores de las congregaciones que tendrían amplio tiempo para explicar las diferencias, tal como Pablo lo hizo en sus epístolas. Ellos señalan: “Porque Moisés [la ley de Dios dada por Moisés] desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas [por los pastores], donde es leído cada día de reposo [sábado]” (Hechos 15:21). 

Lo que sí esclarecieron fueron las leyes que estaban más cerca del límite entre lo ritual y lo no ritual y que podrían ser mal entendidas. Ellos repiten aquí lo que se había dicho en el decreto de la conferencia de Jerusalén diez años atrás: “Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto [leyes como el voto nazareo]. Solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación” (Hechos 21:25). 

Estas cuatro leyes bíblicas en Levítico 17-18 podrían ser confundidas con las leyes rituales, pero seguían vigentes para los gentiles conversos. El comer carne sacrificada a los ídolos no tenía que ver con lo ritual, sino con la idolatría. El no comer sangre ni la carne no desangrada no son leyes rituales sino leyes alimenticias para conservar la salud y no “matarse”. El casarse con parientes demasiado cercanos era una forma de cometer fornicación. Por medio del Espíritu Santo, Dios les había revelado a sus apóstoles que la parte ritual de las leyes bíblicas ya no tendría vigencia para los gentiles, pues a través del sacrificio de Jesucristo, como dijo Pedro en esa conferencia: “ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe [no con ritos] sus corazones… y por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15:9,11).

Esto demuestra que la comunidad cristiana, es decir, judíos y gentiles conversos bajo la ley de Dios, podía convivir perfectamente unida. Los judíos cristianos todavía tenían acceso a los sacrificios, votos y purificaciones mientras que los gentiles conversos no tendrían que preocuparse de esa parte ritual de la ley, pero sí de guardar el resto de ella. Como explicó Pablo a los judíos: “Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley [la espiritual no la ritual], te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión [los ritos] eres transgresor de la ley [la parte moral y espiritual de la ley] (Romanos 2:25-27). Pablo lo resume todo al separar lo ritual de lo moral y espiritual al decir: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es [la parte ritual], sino [lo que cuenta es] el guardar los mandamientos de Dios [la parte no ritual de la ley]” (1 Corintios 7:19). Así se aclara la gran controversia acerca de lo qué se trataba en realidad la conferencia ministerial en Hechos 15.

Ahora, los ancianos le piden a Pablo que diera una nueva demostración de respetar esas leyes ceremoniales bíblicas, aunque no interpretadas según los fariseos, y que participe del voto nazareo. Pablo está de acuerdo. “Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos” (Hechos 21:26). Aquí vemos que sólo un judío podía cumplir estas leyes rituales y no un gentil.

Lamentablemente, mientras Pablo cumplía ese rito, algunos judíos del Asia hicieron una acusación falsa: “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo [un gentil cristiano], de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas. Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo” (Hechos 21:27-32).

Gracias a la intervención de los soldados romanos, Pablo escapa de la muerte. El tribuno pensó que Pablo era el egipcio revoltoso que había causado trastornos años atrás, pero Pablo le demostró que era judío y un hombre culto. “Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza [Antonia, al lado del templo], dijo al tribuno: ¿Se me permite decirte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes de estos días, y sacó al desierto los cuatro mil sicarios? Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo. Y cuando él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en lengua hebrea...” (Hechos 21:37-40).

Josefo menciona esa sedición del egipcio, y prueba que fue un hecho real. Pablo muestra que tiene el dominio de varios idiomas, como el griego, el hebreo y el arameo. En el próximo estudio, veremos qué le pasa a Pablo al defender su fe ante esta multitud de judíos.