#272 - Hechos 9-10: "Pablo se convierte en predicador; Pedro y el lienzo de animales"

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#272 - Hechos 9-10

"Pablo se convierte en predicador; Pedro y el lienzo de animales"

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El nombre Saulo viene del “Saúl”, y significa “deseado”. Era un nombre popular para los descendientes de la tribu de Benjamín, al ser el rey Saúl de esa tribu y también el mismo Saulo (vea Filipenses 3:5).

Quizás aquí es apropiado insertar una cronología aproximada de la vida de Pablo para tener un marco de referencia de su futura historia. 

Con estas fechas en mente, volvemos al relato: “Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco” (Hechos 9:17-19).

Aunque Dios llamó a Saulo, no lo obligó a obedecerle. Dios conocía su corazón y que era sincero, aunque estaba equivocado. Una vez que vio la luz, Saulo la aceptó y se sometió humildemente, como dijo más tarde: “...no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco… que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:19-21). También le explicó a Timoteo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1 Timoteo 1:12-13).

Saulo era una persona muy decidida. Aplicaba el principio en Eclesiastés 9:10 “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas”. Por eso dice: “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo” (Hechos 9:20-23). 

Saulo no se queda mucho tiempo en Damasco, pues viaja a Arabia por algún tiempo. Más tarde explicó: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén...” (Gálatas 1:15-18). El término Arabia es bastante general, y puede abarcar el área desde el oriente de Judea hasta la península del Sinaí. 

Pablo no explica mucho de su viaje a Arabia, y es posible que por modestia no quiso explayarse mucho sobre todas las revelaciones que recibió. Pero sí reveló brevemente que “para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón… para que no me exaltase sobremanera” (2 Corintios 12:7). Parece que Pablo recibió las doctrinas directamente de Jesucristo.

15-18 explica los primeros pasos de Pablo

Pudo estar hasta tres años en Arabia aprendiendo, tal como lo hicieron Moisés y Elías, en la soledad y la vastedad de esa región. De una forma u otra, cuando Saulo volvió a Damasco, ya tenía las grandes doctrinas de Cristo hasta más claras que los mismos apóstoles y así pudo predicar con gran autoridad y denuedo. Una vez vuelto a Damasco, “pasados muchos días, los judíos resolvieron matarle; pero sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarle. Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta” (Hechos 9:23-25). Fue su primera gran escapada de la muerte, pero es sólo el principio, pues tendrá que enfrentar muchos peligros más con esa misma valentía.

Más tarde, Pablo agrega sobre este incidente: “En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos” (2 Corintios 11:32). La historia confirma que Aretas IV gobernó Damasco y el reino nabateo, con su capital en Petra desde 9 a.C.-40 d.C. bajo el auspicio romano (desde 64 a.C.) tal como los Herodes lo hacían en Judea. Los romanos preferían usar gobernadores o reyes locales para manejar los asuntos internos. Al salir de Damasco, Saulo viajó a Jerusalén. “Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hechos 9:26). Es natural que los apóstoles y miembros le tuvieran miedo y pensaran que la conversión de Saulo quizás era sólo un engaño de un espía judío para poder atrapar a más cristianos.

Fue Bernabé quien vino al rescate. “Entonces Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús. Y estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía, y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle” (Hechos 9:27-29). Gracias al prestigio de Bernabé, por fin aceptaron a Saulo. Más tarde Pablo menciona en Gálatas 1:18-19 que sólo habló con Pedro y Santiago. Mientras tanto, al predicar en las sinagogas de los helenistas, tal como sucedió a Esteban, estos judíos de habla griega procuraron matarlo. ¡Qué ironía! Sus mentes estaban tan cerradas que querían matar al que había consentido apedrear a Esteban.

“Cuando supieron esto los hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso. Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”. Saulo era tan intrépido al proclamar la fe, que, una vez enviado a Tarso, “hubo paz”. Respecto a los samaritanos, ellos profesaban un judaísmo pagano que incluía la circuncisión, y así podían ser bautizados al cristianismo sin ninguna objeción judía, pero como veremos, no es así para gentiles incircuncisos. 

Con este fin, el relato cambia de Saulo a Pedro. “Aconteció que Pedro, visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida. Y halló allí a uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, pues era paralítico. Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó. Y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor” (Hechos 9:32-35). Vemos aquí otro ejemplo de cómo los milagros eran la forma de atraer a las personas a escuchar la Palabra de Dios y convertirse a la fe. Dios usó estos grandes milagros al comienzo de la era de la Iglesia, y también está profetizado que los dos testigos harán grandes milagros en la era final, antes de que regrese Jesús (vea Apocalipsis 11:3-7). Mientras tanto, los milagros como las sanidades y el echar espíritus de personas se hacen principalmente dentro de la Iglesia, para no llamar mucho la atención antes de que sea el momento apropiado escogido por Dios.

El segundo milagro sucede en el cercano pueblo de Jope. “Había entonces en Jope una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas [gacela]. Esta abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía. Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió. Después de lavada, la pusieron en una sala. Y como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, a rogarle: No tardes en venir a nosotros. Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía [para ellas] cuando estaba con ellas. Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor. Y aconteció que se quedó muchos días en Jope en casa de un cierto Simón, curtidor” (Hechos 9:36-43). Luego del milagro, Pedro tenía la atención de todos, y muchos creyeron. Pero ahora habrá un milagro más significativo, pues se abrirá la puerta de la salvación a los gentiles incircuncisos, algo que no era posible antes y que Dios mismo inicia este cambio radical en la Iglesia. 

“Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” (Hechos 10:1). El nombre latín Cornelio era común, pues más de un siglo antes, Cornelio Sulla, el jefe romano, dio la libertad a 10,000 esclavos que tomaron su apellido, y Cornelio pudo ser uno de los descendientes de ellos. El centurión era la columna vertebral del ejército romano, y hoy día su rango equivaldría a la de un capitán del ejército que surge de los rangos inferiores por su experiencia y valentía en vez de ir a la escuela de oficiales. Cesarea era la capital romana de toda Israel, y donde normalmente vivía el gobernador romano, como Poncio Pilato. 

Cornelio era un gentil clasificado por los judíos como un “piadoso y temeroso de Dios”. Es un término que indica a uno que ha adoptado las leyes judías, pero sin circuncidarse. Bruce comenta: “Muchos gentiles en esos días, aunque no estaban dispuestos a entrar en la comunidad judía como un prosélito [un gentil circuncidado convertido en judío], eran atraídos por el monoteísmo enseñado en las sinagogas y por los valores morales… Cornelio tenía todas las condiciones para convertirse al judaísmo salvo ser incircunciso”. El Comentario del Conocimiento Bíblico agrega: “Cornelio, aunque no circuncidado, sí adoraba al Eterno. Es evidente que asistía a la sinagoga y seguía las enseñanzas del Antiguo Testamento”. Al ir a la sinagoga, donde en 54 semanas consecutivas se leía todo el Pentateuco o los primeros cinco libros de la Biblia, se aprendía a orar, guardar el sábado, comer los alimentos limpios y entregar el diezmo y las limosnas (o el tercer diezmo, repartido a los pobres de la congregación).

Un día, mientras Cornelio oraba, un ángel le habló en una visión y le dijo que a Dios le agradaba su forma de obedecerle y adorarlo. Debía enviar por Pedro en Jope. Dice el relato: “Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados, y a un devoto soldado de los que le asistían; a los cuales envió a Jope, después de haberle contado todo. Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis [una visión]; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo”.

“Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo. Y mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, he aquí los hombres que habían sido enviados por Cornelio, los cuales, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta” (Hechos 10:7-17).

Pedro vio todo tipo de animales, incluidos inmundos

Pedro quedó extrañado porque dentro del lienzo había no sólo de todos los cuadrúpedos, como leones, osos, caballos, sino reptiles asquerosos, como serpientes, lagartijas, cocodrilos y aves inmundas como buitres y águilas. Tenía muy en claro las instrucciones bíblicas que había guardado cuidadosamente, tal como había visto Jesús hacer toda su vida. Habían pasado unos 10 años desde Pentecostés y el inicio de la Iglesia y se seguían respetando las leyes alimenticias. Entonces, ¿qué podía significar esa visión? Es obvio que no era literal, pues no mató ni comió, sino que el lienzo subió al cielo de nuevo. Todo era un símbolo con un significado por el momento desconocido, pero se resolvió de inmediato. 

Antes de que Pedro pudiera bajar a comer, llegaron tres hombres gentiles enviados por Cornelio. “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende, y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado. Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron enviados por Cornelio, les dijo: He aquí, yo soy el que buscáis; ¿cuál es la causa por la que habéis venido? Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras. Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope. Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos. Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre. Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido. Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar” (Hechos 10:19-29). ¡Ese era el significado de la visión y por qué tres veces! Eran tres gentiles y ahora no debía llamar a ningún hombre gentil común o inmundo. Pero esto no tenía nada que ver con un cambio en los alimentos limpios o inmundos. Quedaban vigentes, y aún no se comen sapos y culebras.

La tradición judía de ese entonces impuesta por los fariseos y que Cristo combatió imponía esa separación absoluta entre un judío y un gentil. Edersheim explica: “Según el Antiguo Testamento, se entenderá fácilmente que todo contacto con el paganismo y la idolatría era prohibido y toda contaminación levítica que surgía del uso de lo que era ‘común o inmundo’. Pero el fariseísmo fue mucho más allá de esto. Por ejemplo, entrar en la casa de un pagano contaminaba hasta el atardecer (Juan 18:28), y estaba prohibida toda relación amistosa con los gentiles (Hechos 10:28). ¡Tan terrible era la intolerancia que las mujeres judías tenían hasta prohibido ayudar a su vecina pagana cuando estuviera para dar a luz! La leche ordeñada de una vaca por manos gentiles y el pan y el aceite preparados por ellos podía ser vendidos a los extranjeros, pero no usados por los israelitas. Desde luego, ningún judío piadoso se hubiera sentado a la mesa de un gentil. Si un pagano era invitado a una casa judía, no podía ser dejado solo en la estancia, pues en caso contrario se consideraba que todos los artículos alimenticios o bebidas en la mesa eran impuros. Si se les compraba útiles de cocina, tenían que ser purificados con fuego o agua… Sería fácil mostrar cómo estos reglamentos impregnaban todas las relaciones humanas”. La próxima vez, concluiremos está sección tan vital.