#252 - Juan 9-10: "Sanidad del ciego; el buen pastor"

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#252 - Juan 9-10

"Sanidad del ciego; el buen pastor"

Es alrededor de diciembre, y Jesús está en Jerusalén, cerca del templo de Dios. Acababa de revelarles a los judíos de su preexistencia. Dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue. Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo, Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo… Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Y era día de reposo [sábado] cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos. Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. Entonces algunos fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos” (Juan 9:1-16). 

Cuenta Barclay: “El estanque de Siloé era uno de los sitios más famosos de Jerusalén al ser una de las obras de ingeniería más destacadas del mundo antiguo. Fue hecha en los tiempos de Ezequías al excavar un túnel de más de 500 m. de largo a través de la roca, desde el manantial de Gihón hasta este estanque para asegurar el agua”.

La pregunta que le hicieron los discípulos a Jesús acerca del ciego era típica de esa época. Comenta Edersheim: “Era doctrina común de los judíos que los hijos se beneficiaban o sufrían en conformidad al estado espiritual de los padres. Pero ellos también creían que un niño no nacido podía contraer culpa, al nacer con una mala disposición que estaba presente desde su concepción” (Usos y Costumbres de los Judíos, p. 178).

Cristo rechazó estas explicaciones de que las enfermedades siempre se deben al pecado (noten que no es el caso de Job). Les explicó que ni el ciego ni sus padres habían pecado, sino que esta ceguera tendría el fin de manifestar el poder de Dios. 

Respecto a por qué mezcló un poco de lodo con su saliva y lo puso en los ojos del ciego, era una forma para que el ciego y los demás reconocieran que Jesús fue quién lo sanó. Si hubiese solo dicho unas palabras, sería fácil alegar que el ciego recuperó la vista por cuenta propia. Pero al hacerle cosas concretas y darle órdenes claras, era obvio que era Jesús quien restauró su vista. 

De nuevo los fariseos estaban más preocupados porque Jesús lo sanó en un día sábado que fijarse en el gran milagro (igual que en Juan 5). Comenta León Morris: “Aquí hay varias infracciones técnicas [según la ley farisea, no la de Dios] del sábado. Al amasar el lodo estaría quebrantando la décima regla farisea sobre el sábado que dice: “Se prohíbe amasar. Esto incluye el amasado de harina, afrecho, arcilla o barro”. También se prohibía ungir los ojos. [Regla #28: “Está prohibido untar cualquier cosa...]. Además, según la Regla 12-1, estaba prohibido en el sábado atender y sanar a un enfermo si no estuviera en peligro de muerte” (p. 480).

Desde luego que ninguna de estas reglas son parte de la Biblia, y por eso Jesús no las obedecía. Les dijo a ellos: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:9). Tomaba mucha valentía ir en contra de esta corriente equivocada, pero era necesario, pues Jesús nos dio un ejemplo para seguir.

Los fariseos estaban indignados al ver sus reglas quebrantadas. No les interesaba el tremendo milagro que acababa de acontecer. Ellos interrogaron a los padres, que admitieron que su hijo había sido ciego, pero no querían decir más, pues temían meterse en problemas. “Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Juan 9:22). 

Había dos formas de expulsar o desasociar a los que se oponían. La primera era una expulsión temporal de un mes, y la segunda, era permanente. En el Nuevo Testamento, vemos que en la iglesia no hay una expulsión permanente, pues la persona siempre puede volver si se arrepiente de corazón, pero el ministro tiene la autoridad para suspender a la persona o desasociarla temporalmente. Cristo dijo del hermano transgresor: “Si no oyere a la iglesia [las autoridades], tenle por gentil y publicano. De cierto todo lo que atéis [se refiere a estas decisiones] será atado en el cielo” (Mateo 18:17-18). Esto no significa que las autoridades siempre tienen la razón, pues son humanas, pero en la Iglesia hay gobierno y autoridad para evitar el desorden y para proteger al rebaño de Dios. Pablo dice: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Romanos 16:17). En otra parte también dijo: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tito 3:10-11). Además, Cristo sabía que íbamos a sufrir persecuciones al decir: “Os expulsarán de las sinagogas y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2).

El ciego sanado fue expulsado de la sinagoga por los judíos. “Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?... Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró” (Juan 9:35-38). Jesús le contestó: “Para juicio he venido a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (Juan 9:39). 

Los fariseos eran culpables al tener todas las evidencias a la mano, pero igual rechazaron a Jesús. Por eso, Jesús los compara con ladrones o asalariados del rebaño. “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

El redil y la puerta por donde entran las ovejas

Explica Barclay: “La vida pastoral era muy conocida en Judea, una región montañosa con poco suelo cultivable. En las aldeas, se solían cuidar todos los rebaños juntos y en las noches se guardaban dentro de un solo redil. Estos rediles eran protegidos por una puerta fuerte, y sólo el portero tenía la llave”. Fred Wight añade: “Los ladrones de Palestina no son aptos para abrir cerraduras, pero algunos de ellos pueden escalar las paredes, y entrar en el redil, donde cortan las gargantas de tantas ovejas como pueden y luego con cuidado las suben sobre la pared con cuerdas. Otros de la banda las reciben y luego todos tratan de escapar para no ser aprendidos” (p. 174). Cristo usa esta imagen del ladrón para los líderes carnales judíos que se habían robado el pueblo de Dios y los tenían descarriados con sus falsas tradiciones. Dice Mateo 9:36: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellos; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Respecto a la voz que escuchan las ovejas, comenta W. Thomson: “El pastor las llama por sus nombres de vez en cuando para recordarles de su presencia. Conocen su voz y están tranquilas. Pero si un extraño las llama, levantan sus cabezas en alarma y si lo repite, huirán de él, porque no conocen la voz del extraño”. 

Para hacer otro punto, Jesús pasa a una segunda analogía del pastor, esta vez cuando está lejos de casa y tiene que guardar las ovejas a la intemperie. “Volvió, pues, Jesús a decirles: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores [se refiere a los fariseos y saduceos, que con sus falsas tradiciones habían desviado al pueblo de la verdadera religión]; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:7-10). Explica Barclay: “Cuando las ovejas estaban en los campos de noche, en el campamento sólo existía un círculo de paredes toscas con una entrada. El pastor se acostaba en la entrada y así nada podía ni entrar ni salir sin que él se diera cuenta. Jesús dice que es la puerta, y es por medio de él que tenemos acceso al Padre”.

El buen pastor cuida y ama a sus ovejas

Cristo agrega una tercera analogía pastoral, la del buen pastor. “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa” (Juan 10:11-13). 

Barclay explica: “La vida del pastor era dura. El rebaño jamás salía sin un pastor que lo cuidara. Como había poco pasto, las ovejas solían vagar por los angostos valles. Como no había cercos, era fácil que se perdieran en los barrancos. La tarea del pastor no sólo consistía en estar pendiente de las ovejas, sino de protegerlas del pasto venenoso que había, y de lobos y ladrones. Por eso Cristo usó el ejemplo del pastor como el suyo del sacrificio de sí mismo. El buen pastor requería estar siempre vigilante, tener gran valor, y mostrar un amor paciente. Los líderes de la iglesia, tal como los del Antiguo Testamento, son considerados como pastores y el pueblo como el rebaño. Es la tarea de estos líderes alimentarlos espiritualmente, protegerlos, aceptar las tareas voluntariamente y no por obligación, y hacerlo con gusto y no por el amor al dinero. No usarán su posición para enaltecerse, sino como un ejemplo para el rebaño de servicio y obediencia (vea 1 Pedro 5:2-3)”.

¿Qué sucedía si se apartaba una oveja o moría? La ley de Dios dice del pastor: “Y si le hubiere sido arrebatado [la oveja] por fiera, le traerá testimonio [evidencia], y no pagará lo arrebatado” (Éxodo 22:13). Como el rebaño solía pertenecer a toda la comunidad, el pastor debía mostrar pruebas de que no pudo evitar la muerte de la oveja ni que la vendió. Amos, el pastor y luego profeta, habló de estas evidencias: “Así ha dicho el Eterno: De la manera que el pastor libra de la boca del león dos piernas, o la punta de una oreja, así escaparán los hijos de Israel que moran en Samaria” (Amos 3:12). Por eso, un ministro debe ser “diligente en conocer el estado de sus ovejas” (Proverbios 27:23), y si una oveja deja el camino o muere espiritualmente, debe contar con “evidencias” de que no pudo evitar lo acontecido.

Respecto al “asalariado”, dice Wight: “Un pastor puede manejar por lo general de cincuenta a cien ovejas, pero cuando tiene más, a menudo busca un ayudante. El asalariado no tiene el interés personal en las ovejas que tiene el pastor, y así no se le puede confiar la defensa del rebaño de la manera que el pastor mismo lo hace” (p. 172). Barclay añade: “El punto que Jesús hace es que el hombre que trabaja sólo por la recompensa piensa únicamente en el dinero; en cambio el que trabaja por amor a Dios y al pueblo, piensa principalmente en las personas que sirve. Jesús es el buen pastor que amó tanto a sus ovejas que dio su vida por ello. Dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce [así lo cuida], y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil [las otras 10 tribus de Israel que se convertirán, mas los futuros gentiles que se unirán a la verdadera fe (vea Romanos 11:11-33)], aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:14-16). 

Aquí Cristo está citando Ezequiel 34:22-23 y Ezequiel 37:22-24: “Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña… Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo el Eterno les seré por Dios, y mi siervo David príncipe sobre ellos...He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación… y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones… Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra”. Este es el meollo del Plan de Salvación de Dios. Primero se le ofrece la oportunidad de ser llamados a los judíos, luego a las demás tribus de Israel, esparcidas en el mundo occidental, y después a los gentiles. De todos ellos, los que aceptan y perseveran son un solo rebaño, la Iglesia.

Cristo muestra que sacrificará su vida voluntariamente, por amor a su rebaño. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). Cristo escogió morir por la humanidad, no por obligación, sino por amor a nosotros. Los pastores suelen arriesgar sus vidas. El escritor Thomson comenta: “Hubo un pastor el año pasado en Israel que, cuando vinieron tres ladrones árabes, en vez de huir, luchó hasta que lo mataron a sablazos en medio de su rebaño”. El que tiene corazón de pastor no lo tendrá fácil.

El relato continúa: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle” (Juan 10:22-31). 

La fiesta de la Dedicación fue establecida por Judas Macabeo en el año 164 a.C. para celebrar la victoria sobre Antíoco Epífanes y la rededicación del templo. Es una fiesta humana y nacional judía, como Purim, y no es santa. Los judíos practicantes aún la guardan, y la llaman Janukka [Luces] pero para la Iglesia no tiene significado.

Respecto a que Cristo y Dios son uno, Barclay explica: “Cristo no estaba hablando aquí de algo metafísico, sino de relaciones personales. La unidad de Jesús con Dios el Padre se basaba en el amor y la obediencia perfecta que él tenía. En Juan 17 lo aclara: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad [a eso se refiere], para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Jesús era uno con Dios porque lo amó y lo obedeció en forma perfecta. Vino a este mundo para eventualmente hacernos igual que lo que es él”. Es un buen resumen.