#229 - Juan 1:1-18: "La preexistencia de Jesucristo como el Verbo"

Usted está aquí

#229 - Juan 1:1-18

"La preexistencia de Jesucristo como el Verbo"

Descargar
229-juan1-1print (201.77 KB)

Descargar

#229 - Juan 1:1-18: "La preexistencia de Jesucristo como el Verbo"

229-juan1-1print (201.77 KB)
×

Así llegamos al momento de Juan 1:1 donde se encuentra el verdadero inicio de la historia bíblica. Sólo Dios y el Verbo nos lo pueden contar, pues son los únicos que existen en ese momento. Inspiran a Juan a escribir: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Juan 1:1-2). Verbo (Logos) significa portavoz, vocero o el que ejecuta las cosas.

Cuando dice “era el Verbo”, esta voz en griego indica una existencia continua en el pasado. El Verbo y Dios Padre no tienen principio de días y son eternos. No existió “nada” antes que ellos, pues si así fuera, entonces ese “algo” sería superior a ellos, pues los tendría que haber creado. Pero Dios y el Verbo declaran que no ha existido nada antes que ellos y hay que tener fe en esa declaración, como dice Isaías 44:6, “Así dice el Eterno Rey de Israel…: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”.

Juan revela aún más: “Y el Verbo era con Dios”. La preposición “con” (pros en el griego) significa una comunión, o una comunicación familiar entre personas. Explica un comentarista: “La palabra pros indica una relación de comunión entre el Verbo y Dios el Padre” (Nuevo Comentario Bíblico, p. 930). De modo que no sólo existen el Verbo y Dios el Padre (identificado así en el vs. 18), sino que gozan de una relación estrecha entre sí. Juan explica esa relación en el vs. 18: “...el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.

El estar “en [eis, significa recostado] el seno del Padre” es una bella metáfora que simboliza una íntima relación de amistad y amor. Juan explicó su relación con Cristo en forma parecida, aunque muy inferior al del Verbo y el Padre. “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús… él entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo...” (Juan 13:23,25). 

Por eso, nos indica que Dios el Padre y Jesucristo siempre han gozado de una íntima comunión entre ellos. Se aman y se aprecian más allá de lo imaginable. Juan, que era el amigo íntimo de Jesús, escribió más que cualquier otro sobre esa relación cariñosa entre el Verbo y Dios el Padre. Cristo dijo: “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” y también, “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 3:35; Juan 17:5). Explica un erudito: “Antes de que el mundo existiera, Cristo tenía esa alegría infinita y gloria con Dios el Padre, y no era menos el deleite que tenía el Padre hacia el Verbo” (Comentario de Matthew Henry).

El amor es la característica principal del Padre y el Hijo; tienen un amor sincero, puro e intenso entre ellos. Por eso Juan explicó: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

Por otra parte, hay otro descubrimiento sumamente importante en estos versículos: la ausencia de una tercera persona. Puesto que estamos en la sección donde Dios y el Verbo explican con más claridad que en cualquier otra parte lo que son y la relación que tienen, no revelan que tienen comunión con una tercera persona. Basados en este pasaje se puede descartar la idea de la Trinidad, pues es inconcebible que si el Espíritu Santo fuera una persona lo hubiesen dejado de lado en esta descripción básica del amor y comunicación entre ellos.

Leámoslo de nuevo y contemos cuántas personas hay presentes: “En el principio era el Verbo [primera persona], y el Verbo era con Dios [segunda persona], y el Verbo era Dios [de la misma sustancia]. Este era en el principio con Dios [dos seres hechos de la misma sustancia]”. Explica un escritor: “El Verbo coexistía con el Padre, y era una persona distinta que el Padre, pero era de la misma sustancia, pues también era Dios” (Comentario de Matthew Henry).

El Sr. Armstrong aclara: “Estos pasajes muestran que, en el principio, antes de que se hubiera creado cosa alguna, el Verbo estaba con Dios y al mismo tiempo el Verbo era Dios. ¿Cómo se explica esto? El hijo de un hombre de apellido Pérez puede estar con Pérez, su padre, y al mismo tiempo es Pérez porque toma el nombre de su padre. Pero es una persona diferente. Está con su padre, Pérez, y al mismo tiempo es Pérez. La única diferencia en esta analogía es que en el momento de Juan 1:1 el Verbo todavía no era el Hijo de Dios. Pero [el Verbo] estaba con Dios y también era Dios. No eran Padre e Hijo, pero eran el fundamento de lo que había de convertirse en la FAMILIA de Dios. Esa familia se compone ahora de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo, y de muchos seres humanos que ya han sido engendrados como hijos e hijas de Dios (Romanos 8:14-16; 2 Corintios 6:18; 1 Juan 3:2) y que constituyen la Iglesia de Dios” (Misterio de los Siglos, p. 35). Recuerden que el Verbo se convirtió en el Hijo y Dios en el Padre sólo cuando María fue fecundada por el Espíritu Santo y tuvo a Jesucristo. Así el Verbo se convirtió en Emanuel, o “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).

A la vez, es importante notar que, al igual que el apellido Pérez, cuando hay más de uno en la familia llamado así, no se llaman los “Pérezes” sin los Pérez. Así también, Dios el Padre y Jesucristo no son “Dioses”, sino Dios, tal como en un apellido, puesto que es el término que los identifica a los dos. En la Biblia es generalmente usado el singular, aunque hay veces que Dios se refiere a sí mismo en el plural: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis 1:26). Dios Padre le estaba hablando al Verbo. 

¿Qué es lo siguiente que Dios revela por medio de Juan? Algo igual de impresionante: “Todas las cosas por él [el Verbo] fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). 

El Verbo llevó a cabo las instrucciones de Dios Padre y por su palabra se creó el universo. Se debe tener fe para creer en esto. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3). Explica un comentario: “¿Por qué existe algo en vez de nada? Esa es la gran interrogante de la filosofía. La respuesta bíblica es que Dios creó ese algo. Es eterno y es el creador de todas las cosas. Y el Verbo fue el agente de la Creación (1 Corintios 8:6; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2)” (Conocimiento Bíblico). 

El Sr. Armstrong usa una analogía para explicar las funciones de Dios Padre y el Verbo. “En… 1914 visité al famoso fabricante de automóviles Henry Ford… vestía traje de calle, camisa blanca y corbata. Del otro lado de la calle vi una gran fábrica donde laboraban millares de obreros vestidos de overol ante sus máquinas impulsadas por energía eléctrica. Se decía que el Sr. Ford hacía los automóviles. Pero él los hacía por medio de estos obreros, que a su vez se valían de las máquinas y de la energía eléctrica. De la misma manera, Dios el Padre es el Creador, pero creó todas las cosas por medio de Jesucristo… Dios le dice a Cristo lo que debe hacer (Juan 8:28-29). Luego Jesús habla, como el obrero, y el Espíritu Santo es la FUERZA que responde y hace lo que Jesús ordena” (Misterio de los Siglos, p. 36). 

De este modo, en los primeros tres versículos hemos ido atrás en la eternidad cuando sólo existían el Verbo y Dios, luego llegamos hasta la creación de los ángeles y el universo. Es aquí cuando sabemos que el universo surgió en un instante, cuando el Verbo ejecutó las órdenes. Dice la Biblia: “Dios… nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2). Otra escritura explica al respecto: “Tema al Eterno toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmos 33:8-9).

A través de la tecnología de esta última mitad del siglo, científicos han podido detectar el “eco térmico” de esa gran explosión inicial, llamada el Big Bang [el Gran Estallido], que dio comienzo a nuestro universo. Todo el universo está ahora en expansión, y hubo un momento en que ese “todo” salió de un solo lugar: de la nada. Comenta el astrofísico Paul Davies: “Mucha gente tiene una idea equivocada sobre el Big Bang, lo cual es más que disculpable. Se piensa que había un pedazo de materia, extremadamente comprimida, que había existido desde toda la eternidad en un diminuto rincón de un vacío sin límites. El cosmólogo profesional lo ve de forma totalmente distinta. Si se toma en serio el estado llamado singularidad [algo que sucede sólo una vez], entonces quedará excluida la existencia del tiempo antes del Big Bang. Tampoco ha existido el espacio vacío. Efectivamente, ambos surgieron de la nada en el momento del Big Bang; antes no existían. Así es, por difícil que nos parezca llegar a comprenderlo” (Revista Muy Interesante, Feb. 1993, p. 80). 

Robert Jastrow, ex-Jefe de la NASA lo dice así: “Para el científico que ha vivido según la fe en el poder de la razón, la historia termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de alcanzar la cumbre más alta. Alzándose con todas sus fuerzas sobre el último peñón, lo recibe un grupo de teólogos [estudiosos de la Biblia] que llevan siglos sentados allí”.

De ese remoto pasado, Dios ahora nos lleva a unos 2000 años atrás, cuando ese Verbo se convirtió en un ser humano por 33 años. “En él [el Verbo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:4-5). Este Verbo vino a la tierra y trajo la luz de la verdad al mundo. Pero el mundo, bajo la influencia de “los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Efesios 6:12), lo rechazó y finalmente, le dio muerte. “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).

El primero que dio testimonio de esa luz fue Juan el Bautista. “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo [al pueblo judío] vino, y los suyos no lo recibieron” (Juan 1:6-11). Aquí vemos la reacción generalmente adversa que hubo cuando el Verbo estuvo entre los hombres. Sin embargo, algunos sí aceptaron la luz y siguieron a Jesús. ¿Cuál es el resultado de seguirlo?

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [derecho] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Este es un proceso que comienza con el bautismo y el recibir el Espíritu Santo, pero sólo culmina al entrar en el Reino de Dios como seres espirituales. Repetiremos el proceso que inició Cristo, el Verbo, al estar en la carne y luego resucitar con un cuerpo espiritual, por eso se llama “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18).

Este proceso consiste en dos etapas como vemos en 1 Juan 3:1-2: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él [Cristo, el Verbo] se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Así, tenemos que pasar por dos etapas como hijos de Dios. Una inicial, cuando recibimos el Espíritu Santo dentro de nosotros, y la segunda, cuando seremos hechos del Espíritu Santo de Dios. Juan cubrirá este tema a través de todo su Evangelio.

Ahora sigue explicando lo que vino el Verbo a hacer: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero [no existe esta palabra en el griego] la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:14-17).

Aquí es importante aclarar que el Verbo fue hecho carne, que técnicamente se llama la “encarnación” o el ser hecho carne. No se debe confundir con una “reencarnación” que es la creencia hindú de que, al morir, un ser humano vuelve a vivir pero “en la carne” de otro ser o criatura.

Dice que “habitó entre nosotros”, y el término “habitó”, skenu, significa instalar un tabernáculo. Vino del cielo, estableció su morada entre nosotros, y volvió al cielo. Es también una referencia al Tabernáculo en el Antiguo Testamento, donde moraba la gloria de Dios. Pues, ahora, esa gloria no estaba oculta dentro de un Tabernáculo, sino que vino a habitar en la carne y estuvo entre nosotros. El Verbo que le dio la ley a Moisés y ahora nos entrega directamente su ley de verdad y su gracia. Noten que en el griego no aparece la palabra “pero”, y en vez debe leerse: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. Es decir, no se oponen, sino se complementan. Explica un comentarista: “Es concebible que la ley dada por medio de Moisés se debe entender como gracia también, a lo que ahora se añade la gracia y la verdad” (Comentario Harper).

Moisés hizo su parte, pero ahora es el Verbo que va más allá y entrega la verdad en forma directa. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Moisés sólo logró ver la espalda del Verbo cuando estuvo en la cumbre del Monte Sinaí, pero ahora es ese Verbo, que conoce íntimamente al Padre, quien baja del cielo para estar con los hombres, dar su ejemplo perfecto de cómo vivir y revelar por primera vez quién es el Padre, y quién es el Hijo.

Cuando dice que nadie ha visto a Dios, como se ve por el contexto, se refiere a Dios el Padre, quien el Hijo ahora va a revelar. En el Antiguo Testamento no se entendía bien esta verdad, pues no era el momento para revelarla. Sólo cuando bajó el Verbo del cielo se pudo conocer a ciencia cierta. Esto explica el enigmático término “Elohim”, que se refiere a Dios pero que está en el plural y significa, “los poderes que son”. Cuando crearon al hombre y la mujer, dijeron: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. También en Daniel se ve que hay dos seres divinos: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre [el Verbo], que vino hasta el Anciano de días [Dios el Padre]... Y [al Verbo] le fue dado dominio, gloria y reino… y su reino… no será destruido” (Daniel 7:13-14).

El pueblo judío rechazó esa revelación de Jesús de que había dos seres en esa familia de Dios. Irónicamente, insistían que sólo existía el Verbo, y no querían aceptar a Dios el Padre, al que “nadie le vio jamás”. Esteban fue apedreado más que nada por revelar que hay dos personas divinas en el cielo. “Pero Esteban… dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él… y apedreaban a Esteban...” (Hechos 7:55-59).

Aunque el mundo desconoce esta preciosa verdad de lo que es Dios, nosotros sí la sabemos. Nuestra meta es un día poder gozar eternamente de esa íntima relación con Dios el Verbo y Dios el Padre (vea 1 Juan 3:1-2 y Apocalipsis 22:1-5). Significa estar también recostados “en el seno” del Verbo y Dios el Padre.