#196 - Ezequiel 18-21: "La responsabilidad personal; la corona volcada tres veces"

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#196 - Ezequiel 18-21

"La responsabilidad personal; la corona volcada tres veces"

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#196 - Ezequiel 18-21: "La responsabilidad personal; la corona volcada tres veces"

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Según los babilonios se acercaban, había un ambiente de pesimismo en el pueblo. No deseaban rendirse, pero tampoco tenían grandes esperanzas. Se escuchaba un refrán en Jerusalén que le echaba la culpa de sus problemas a los pecados de sus antepasados, especialmente del período tan malvado de Manasés.

Dios quiere echar por tierra esa idea de que van a sufrir por los pecados de sus padres y no por los suyos propios. Retoma el tema de la responsabilidad individual del pecado que ya había mencionado en el capítulo 14. Dice Ezequiel en Ezequiel 18:1-4: “Vino a mí palabra del Eterno, diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? [dentera es una sensación desagradable en la dentadura al comer algo agrio]. Vivo yo, dice el Eterno el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel. He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá”.

Es típico del ser humano echarle la culpa de sus desgracias a sus padres, a su crianza o a la sociedad. Dios aclara aquí que él juzga individualmente a cada persona. Pablo explicó este punto al decir. “Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo… De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:10-12). Es cierto que los efectos de los pecados de nuestros antepasados pueden sentirse después de una o dos generaciones, pero no la culpabilidad. Para ilustrar este punto, Dios entrega un ejemplo de las tres generaciones de una familia.

El primero es un padre que es justo, que cumple fielmente la ley de Dios, pero engendra a un hijo rebelde y desobediente. Pregunta Dios: “¿vivirá este por la justicia de su padre? No vivirá. Todas estas abominaciones hizo; de cierto morirá, su sangre será sobre él” (Ezequiel 18:13).

Dios ahora muestra el ejemplo opuesto. Si este hijo rebelde y pecador viene un hijo que es obediente, ¿recaerán los pecados del padre sobre este hijo? La respuesta de Dios: “Este no morirá por la maldad de su padre; de cierto vivirá… Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre?” (Ezequiel 18:17-19). Aquí vemos el extremo opuesto con personas que consideran que toda la familia debe ser castigada por los pecados de un solo miembro desobediente en la familia. Piensan que la culpa pasa de uno a otro. Dios dice que no es así. “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20). Es reconfortante saber que los pecados de otra persona no pueden afectar nuestra relación ante Dios. Puede ser que suframos los efectos de esos pecados, pero no la culpabilidad.

A propósito, en esta sección vemos que Dios considera que “el alma” puede morir y no es inmortal. “Alma”, del hebreo “nefesh” o “aliento”, significa “un ser que vive y respira”. Admite El Diccionario Ilustrado: “En contraste con el pensamiento filosófico griego (de Platón), es notable que el Antiguo Testamento jamás habla de la inmortalidad del alma. Al contrario, dice que la nefesh muere (Números 23:10; Jueces 16:30, donde nefesh se traduce “yo”)… a veces nefesh no es algo distinto del cuerpo que baja a la tumba (Seol), sino es el hombre total. A los que mueren no se les llama “almas” ni espíritus, sino “muertos” (refaim)” (p.23). Lo mismo enseña todo el Nuevo Testamento.

¿Qué pasa si el pecador se arrepiente? ¿Puede cambiar su destino o está condenado para siempre? Dios contesta: “Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no morirá. Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá. ¿Quiero yo la muerte del impío? dice el Eterno el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos? (Ezequiel 18:21-23). Siempre habrá esperanza para el pecador realmente arrepentido que cumple de ese momento en adelante con la ley de Dios. Esa es la condición vital. Dios no hace acepción de personas y juzga a todos por igual. Así se rechaza la idea de que algunos están “predestinados” a perecer y otros a ser salvos. Nada está escrito hasta que uno decide personalmente y actúa. Será juzgado “por sus obras” (vea 2 Corintios 5:10), de acuerdo con la Palabra de Dios.

Veamos el caso opuesto del justo que deja el camino de Dios. “Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión… y por el pecado que cometió, por ello morirá… Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos… Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice el Eterno el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:24-32)

Capítulo 19 – Juicio a la descendencia de David

Ahora veremos cómo Dios juzga a la descendencia de David. ¿Acaso porque Dios le había prometido mantener su descendencia sobre el trono, significaba esto que los dejaría a salvo de sus pecados? No es así.

Le dice a Ezequiel: “Y tú, levanta endecha sobre los príncipes de Israel. Dirás: ¡Cómo se echó entre los leones tu madre la leona! Entre los leoncillos crio sus cachorros” (Ezequiel 19:1-2). La leona representa a la casa de Judá y los cachorros, a los últimos reyes malvados de Judá.

“E hizo subir uno de sus cachorros; vino a ser leoncillo, y aprendió a arrebatar la presa, y a devorar hombres. Y las naciones oyeron de él; fue tomado en la trampa de ellas, y lo llevaron con grillos a la tierra de Egipto” (Ezequiel 19:3-4). Aquí se refiere al rey Joacaz, hijo del buen rey Josías. Joacaz inició la última etapa de los reyes malos de Judá. “Y él hizo lo malo ante los ojos del Eterno, conforme a todas las cosas que sus padres habían hecho. Y lo puso preso Faraón Necao en Ribla [parte de Egipto]… y puso por rey a Eliaquim” (2 Reyes 23:32-34).

Continúa el relato: “Viendo ella que había esperado mucho tiempo, y que se perdía su esperanza, tomó otro de sus cachorros, y lo puso por leoncillo. Y él andaba entre los leones; se hizo leoncillo, aprendió a arrebatar la presa, devoró hombres… Arremetieron contra él las gentes de las provincias de alrededor, y extendieron sobre él su red, y en el foso fue apresado. Y lo pusieron en una jaula y lo llevaron con cadenas, y lo llevaron al rey de Babilonia” (Ezequiel 19:5-9). Esto describe al hijo de Eliaquim, Joaquín quien fue llevado como prisionero a Babilonia.

También Dios usa otra analogía, Judá, como una vid y las ramas más altas como la descendencia de David. “Tu madre fue como una vid en medio de la viña… Y ella tuvo varas fuertes para cetros de reyes… pero fue arrancada con ira, derribada en tierra, y el viento solano [de Babilonia] secó su fruto; sus ramas fuertes fueron quebradas y se secaron; las consumió el fuego. Y ahora está plantada en el desierto [Babilonia], en tierra de sequedad y de aridez. Y ha salido fuego de la vara de sus ramas, que ha consumido su fruto, y no ha quedado en ella vara fuerte para cetro de rey” (Ezequiel 19:10-14).

Dios predice que no quedará en Judá ningún descendiente de David sobre el trono. El Comentario del Conocimiento Bíblico indica: “La nación de Judá que había producido poderosos reyes en el pasado ahora se quedaría sin rey. Luego de que el rey Zedequías es removido por los babilonios, ningún rey de la dinastía Davídica lo reemplazó”. Por eso es tan importante entender la parábola del “tallo tierno” de Ezequiel 17, que Dios dice lo plantaría en otra parte. Aparte de esta hija del rey que menciona Jeremías, no queda lugar dónde mantener la descendencia de David sobre el trono como Dios le había prometido en Salmos 89 y en Jeremías 33:20-21.

Capítulo 20 – Importancia del Sábado

Ezequiel 20 revela que los castigos a Judá vinieron en gran parte por haber violado el día sábado. Así, lo que Dios estima como importante muchas veces no lo es para el hombre. El hombre piensa que vale más tratar de ser “bueno” que, por ejemplo, guardar el sábado. Para ellos da igual guardar el domingo que el sábado, pero no para Dios, Cristo dijo: “Lo que los hombres tienen por sublime delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15).

Dios relata la importancia que tiene el sábado para él, pero no así para Israel. Usemos la versión Nueva Reina Valera que es más clara: “Los saqué de Egipto, y los traje al desierto. Les di mis leyes y Mandamientos, que dan vida al que los cumple, les dice también mis sábados, para que fuesen una señal entre mí y ellos, para que supiesen que Yo Soy el Eterno, que los santifico. Pero los israelitas se rebelaron contra mí en el desierto. No obedecieron mis leyes, desecharon los Mandamientos que dan vida al que los cumplen; y profanaron mis sábados en gran manera. Por tanto, dije que volcaría sobre ellos mi ira en el desierto para consumirlos. Pero por amor a mi Nombre procedí de modo que no se infamase a la vista de las naciones, ante cuyos ojos los saqué… Pero también los hijos se rebelaron contra mí. No anduvieron en mis ordenanzas, ni guardaron mis leyes que dan vida al que las cumple. Y profanaron mis sábados… Por eso les di [debería decir permití] también ordenanzas que no eran buenas, y derechos que no podían darles vida. Dejé que se contaminaran con sus ofrendas de pasar por el fuego a todo primogénito, para que se horrorizaran, y supieran que Yo Soy el Eterno” (Ezequiel 20:4-26).

Aquí vemos la increíble paciencia de Dios para con Israel. Una tras otra vez, Dios le pide que vuelvan a él y que guarden sus mandamientos, solo para ser repudiado. Ahora Dios les dice: “Andad cada uno tras sus ídolos, y servidles, si es que a mí no me obedecéis; pero no profanéis más mi santo nombre con vuestras ofrendas y con vuestros ídolos” (Ezequiel 20:39). Lo que más le duele a Dios es que siguen otros mandamientos del hombre y todavía insisten en que son “su pueblo”. Ya no tienen “su” señal. En el Nuevo Testamento, muchos aceptarían el “nombre” de Cristo, pero no guardarían los Mandamientos e insistirían en que son “cristianos”. Cristo mismo dijo “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21).

Usando a Ezequiel 20 como base podemos decirles a muchos: “Si quieren guardar el domingo en vez del sábado santo de Dios, háganlo, pero no se llamen pueblo de Dios”. Esto es lo que es tan triste. Satanás ha engañado al mundo entero al dejarlos seguir “estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir” y a la vez, hacerlos sentir que todavía son “cristianos”. Por eso, este capítulo es tan importante para nosotros. Demuestra lo que todavía es muy importante para Dios – el sábado, pues “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

Dios sabe que su pueblo no estará listo para servirle hasta que establezca su reino. Les dice: “Pero en mi santo monte, en el alto monte de Israel, dice el Eterno el Señor, allí me servirá toda la casa de Israel [la nación de Judá y la de Israel], toda ella en la tierra; allí los aceptaré… Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones… Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os contaminasteis; y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis. Y sabréis que yo soy el Eterno, cuando haga con vosotros por amor de mi nombre, no según vuestros caminos malos ni según vuestras perversas obras” (Ezequiel 20:40-44). Aquí vemos que, en su reino, Dios será santificado porque su pueblo guardará el sábado (Ezequiel 20:20).

Luego viene una breve profecía sobre el castigo de fuego y espada que recibirá Judá por su desobediencia. Llama a Judá “el bosque del Neguev” porque es la región central de la nación.

Capítulo 21

Dios también le revela a Ezequiel lo que ocurre en el campamento de Nabucodonosor. Está a mitad del camino y no sabe si atacará primero a Judá o a Amón. Le dice: “Tú, hijo de hombre, traza dos caminos por donde venga la espada del rey de Babilonia… a Rabá de los hijos de Amón, y a Judá… Porque el rey de Babilonia se ha detenido en una encrucijada, al principio de los dos caminos… La adivinación señaló a su mano derecha, sobre Jerusalén… por cuanto habéis venido en memoria, seréis entregados en su mano. Y tú, profano e impío príncipe [el rey Sedequías], cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad, así ha dicho el Eterno el Señor: Depón la tiara, quita la corona [del rey]; esto no será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto [la transferencia del linaje de Judá del mellizo Pares por el de Zara]. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré” (Ezequiel 21:19-27). Dice el Comentario Exegético sobre la palabra “ruina”: “Literalmente en hebreo dice “un trastorno, trastorno, trastorno haré”, p. 781. Según el Diccionario Real, trastorno significa, “volver una cosa de abajo arriba o de un lado a otro haciéndole dar vuelta”. El trono sería “volcado” tres veces.

Noten la explicación tan importante de esta escritura de La llave maestra de la Profecía: “El rey Sedequías de la dinastía de David llevaba la corona. Aquí dice que se le quitaría, y así fue. El rey murió en Babilonia y tanto sus hijos como los nobles de Judá fueron muertos. ‘Esto no será más así’. La tiara no habría de cesar, pero habría un cambio: el rey sería reducido a ruina y otro llevaría su corona. “Será exaltado lo bajo, y humillado lo alto”. ¿Qué es “lo alto”? el rey Sedequías de Judá quien habría de ser humillado al perder su corona, hasta ese punto. Judá había sido “lo alto” mientras Israel “lo bajo”, pues Israel había estado muchos días sin rey (Oseas 3:4). El linaje de Pares había sido “lo alto” y el de Zara “lo bajo”. “A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho”. Esta ruina, derrocamiento o transposición del trono habría de ocurrir tres veces, la primera arruinando a Sedequías, la casa de Judá y el linaje de Pares y exaltando la casa de Israel y el linaje de Zara.

“La primera transposición correspondió a la primera mitad de la comisión de Jeremías. “Y esto no será más”. ¿Significa que el trono dejaría de existir? De ninguna manera, si dejara de existir, ¿Cómo podría arruinarse o ser transpuesto otras dos veces? Y ¿cómo podría entregarse a Jesús, de quien es el derecho a su segunda venida? El significado de esta frase es que el trono no sería transpuesto de nuevo hasta la segunda venida de Cristo, cuando se le entregará a él. Dios no quebrantaría la promesa inalterable que le hizo a David. Éste tendría un descendiente que llevaría puesta esa corona por todas las generaciones… Israel llevaba cuatro siglos de independencia en lo que hoy es Irlanda, de modo que ya tenía un linaje real al cual se injertó la hija de Sedequías… Israel, encabezada por las tribus de Efraín y Manasés, poseedoras de la primogenitura, habría de crecer y con el tiempo prosperar” (p. 84-85).