#167 - Eclesiastés 1-5: "El inicio de la triste autobiografía de Salomón"

Usted está aquí

#167 - Eclesiastés 1-5

"El inicio de la triste autobiografía de Salomón"

Descargar

Descargar

#167 - Eclesiastés 1-5: "El inicio de la triste autobiografía de Salomón"

×

Al leer el libro de Eclesiastés, parece bastante extraña la actitud del autor. Da a entender que está frustrado y aburrido de la vida. Menciona 37 veces que la vida es “vanidad”, que significa pasajera y carece de propósito. Definitivamente no es la actitud de un hombre de Dios. ¿Por qué entonces está este libro en la Biblia? Esa es la fascinante pregunta que, al examinar esta obra más de cerca, es contestada con la hermosa respuesta de Dios.

La primera pista se halla al conocer la vida del autor. Aunque no aparece su nombre, es bastante obvio que el autor es el rey Salomón. Dice al principio: “Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén… Yo el predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén” (Eclesiastés 1:1,12). Sólo un hijo de David fue rey sobre todo Israel en Jerusalén: Salomón. El siguiente rey, Roboam, sólo logra gobernar la región de Judá, al dividirse el reino. Además, el autor dice que tuvo una sabiduría sin igual (Eclesiastés 1:16); grandes riquezas y muchos sirvientes (Eclesiastés 2:7-8); que se abocó a los placeres carnales (Eclesiastés 2:3) y tuvo muchas grandes obras de construcción (Eclesiastés 2:4-6). Ningún otro descendiente de David reúne estas características salvo Salomón.

Por lo tanto, al deducir que fue Salomón quien escribió el libro, se puede comprender por qué está escrito en ese tono deprimente. En la Biblia, la vida de Salomón terminó de esa manera. En la primera etapa fue un joven rey que obedecía a Dios y cuando Dios le ofreció darle lo que más deseaba, en vez de pedir egoístamente algo para su engrandecimiento, escogió la sabiduría y el buen juicio para gobernar rectamente a su pueblo. Dios se lo concedió y además lo bendijo con grandes riquezas. La segunda etapa fue la Era de Oro en Israel, cuando Salomón usó esa gran sabiduría para engrandecer a la nación. Se convierte en un gran estudioso y proclama la sabiduría al pueblo con tanta fama que los reyes de la Tierra vienen a escucharlo. “Y para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría” (1 Reyes 4:34). Esto encaja perfectamente con el título de ser el “Predicador” (Eclesiastés 1:1). Esa palabra en hebreo es Cohelet y significa “el que reúne en asamblea al pueblo para predicarles”. Dice en Eclesiastés 12:9-11: “Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios… Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor”.

Ahora bien, según la tradición judía del Midrash, Sección 10, se menciona que Salomón escribió primero Cantar de Cantares en su juventud, cuando estaba lleno del primer amor hacia Dios; luego en su etapa de madurez y sabiduría máxima, escribió Proverbios. Estos dos libros reflejan una actitud convertida hacia Dios. Pero en su vejez, la Biblia menciona: “Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con el Eterno su Dios, como el corazón de su padre David… E hizo Salomón lo malo ante los ojos del Eterno, y no siguió cumplidamente al Eterno como David su padre… Y se enojó el Eterno contra Salomón… Y dijo el Eterno a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo” (1 Reyes 11:4-11). No hay ninguna mención posterior de un arrepentimiento, aunque es posible pero no probable. Es en esa etapa de su vida que dicen que Salomón escribió Eclesiastés.

Además, el autor menciona que había tenido sabiduría sin paralelo, pero admite que “...la sabiduría se alejó de mí” (Eclesiastés 7:23). Y así fue escrita esta obra un testimonio de que, a pesar de tener toda la sabiduría del mundo, si uno se aparta de Dios, no le sirve para tener una vida feliz. Cristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia… Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 10:10; Juan 15:5). La Biblia advierte que uno debe ir a Dios cada día para recibir ese Espíritu Santo de sabiduría, o si no, se le agotará. Dice: “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva día a día” (2 Corintios 4:16). Por lo tanto, al alejarse de Dios, se le fue agotando a Salomón esa sabiduría divina. Por tanto, Eclesiastés es una crónica de ese desgaste espiritual y una advertencia para nosotros, “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Así pues, no son los pensamientos pesimistas de Salomón lo que Dios desea que aprendamos sino las lecciones de lo que nos puede pasar. Al entender este concepto de que la sabiduría proviene de Dios y no de uno, se puede evitar pensar que la fuerza espiritual se auto-abastece. Ese fue el gran error que cometió Salomón del cual también nosotros podemos caer.

Veamos entonces, lo que muchos consideran es el mejor libro de filosofía humana escrito, pero destituido del Espíritu de Dios. Es la descripción del mundo por el hombre más sabio, pero ahora “natural”. Dice la Biblia: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). De hecho, muchos que son miembros ahora pueden haber tenido estas mismas ideas antes de llegar a la iglesia verdadera. De modo que este libro es una autobiografía de Salomón narrada por sí mismo en su vejez. Según Josefo, Salomón llegó al trono cuando tenía 14 años y murió avejentado a los 54 años. Salomón habla primero de sus grandes logros, pero al contemplarlos en su vejez, se desilusiona.

Capítulo 1 – Resumen de su vida

Eclesiastés 1:2: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Al perder gran parte de su sabiduría divina, es ahora sólo una sombra de ese hombre optimista, emprendedor y dedicado a Dios de antaño. Rodeado por sus 1,000 esposas y concubinas mayormente paganas, tiene que rendirle culto a sus ídolos para mantener la paz doméstica y ya alejado de la Ley de Dios, se vuelve cínico y pesimista.

Eclesiastés 1:3-11: “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece… No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después”. En sus últimos años de vida, está frustrado al saber que ha de morir y que todo lo que hizo, por más brillante que era, quedará eventualmente olvidado por las siguientes generaciones.

Eclesiastés 1:8: “Todas las cosas son fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír”. Parece que Salomón lo probó todo. Halley hace una observación entre la diferencia de David, un hombre de Dios, y Salomón quien dejó el Camino de Dios: “Su nota dominante es de melancolía indecible, muy diferente al gozo rebosante de los Salmos. David, su padre, en medio de su larga y dura lucha por forjar el reino, exclamaba constantemente: ¡Gozaos, clamad de gozo, cantad, alabad a Dios! Sin embargo, Salomón, sentado en tranquila seguridad sobre el trono que David había erigido, en medio de riquezas, honores, esplendor y poder más allá de sus sueños, y viviendo en un lujo casi fabuloso, era de entre todo el mundo, el hombre a quien todos hubieran creído feliz. Sin embargo, aunque uno de sus razonamientos filosóficos era que los hombres debieran gozar, sin embargo, su propio refrán incesante era que “todo es vanidad”, y el libro, producto de su vejez, nos deja la impresión muy clara de que Salomón no era un hombre feliz” (Compendio Manual de la Biblia, Halley, p. 246).

El propósito emprendido por Salomón

Eclesiastés 1:13-2:3: “Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu… Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor. Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también era vanidad. A la risa dije: Enloqueces; y al placer: ¿De qué sirve esto? Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos”.

Con su mente bendecida de grandes capacidades intelectuales, la usó como un gran microscopio en un laboratorio para analizar cada detalle de la naturaleza y la vida del hombre. Pero a pesar de haber estudiado profundamente en qué consiste la vida, concluye que todo es pasajero y sin gran trascendencia. Halley comenta: “Dios dio a Salomón sabiduría y una oportunidad jamás igualada de observar y de explorar cada aspecto de la vida terrenal. Y después de mucha investigación y experimento, Salomón llegó a la conclusión de que, en términos generales, la humanidad halla poca verdadera felicidad en la vida; y en su propio corazón encontró un anhelo indecible de algo más allá de sí mismo… Es como si Salomón dijera: “La vida, tal como yo la he vivido, no vale la pena. Todo es vanidad y aflicción de espíritu” (p. 246,247).

Capítulo 2 – Las obras realizadas por Salomón

Eclesiastés 2:4-11: “Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto… compré siervos y siervas… también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que deseara, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol”

Salomón comprueba que, sin la presencia de Dios en la vida de uno, todo se vuelve repetitivo, vano y pasajero.

El Gran Temor de Salomón – No poder controlar, al morir, lo que hará su heredero

Eclesiastés 2:15-23: “Entonces dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio. Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu. Asimismo, aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo del sol, el cual tendré que dejar a otro que vendrá después de mí. Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría? Esto también es vanidad. Volvió, por tanto, a desesperanzarse mi corazón acerca de todo el trabajo en que me afané… ¡Que el hombre trabaje con sabiduría, y con ciencia y con rectitud, y que haya de dar su hacienda a hombre que nunca trabajó en ello!”.

En su vejez, Salomón se da cuenta de que todos sus trabajos y sacrificios quizás no serán bien manejados por su sucesor y que todo se podría venir abajo. De hecho, así pasó, pues lamentablemente, la sabiduría es una de las cosas que no se hereda. Roboam, el hijo sucesor, mostró ser un necio, y por seguir los malos consejos de sus amigos, enemistó a casi todas las tribus de Israel y causó una división en el reino. De modo que todo lo que Salomón hizo por medio de su gran sabiduría y esfuerzo para mantener a Israel como una nación unida, próspera y poderosa, ni siquiera duró un año después de su muerte. Todo esto ocurrió por alejarse de Dios. De ese modo no existirían garantías de bendiciones para nadie. 

Capítulo 3 – Las vicisitudes de la vida

Eclesiastés 3:1-15: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras...”. Aquí Salomón divide las distintas etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Cada cosa tiene su tiempo, y la sabiduría consiste en saber cuándo es el momento en la vida para desempeñarlo. Los grandes errores vienen cuando uno hace las cosas a destiempo, en los momentos equivocados. Por ejemplo, dice: “hay tiempo para abrazar, y tiempo para abstenerse de abrazar” (Eclesiastés 3:5). Esto se refiere al matrimonio, y si uno “abraza” sexualmente antes de tiempo, ha violado una de las grandes leyes de la vida.

Eclesiastés 3:10-14: “Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor. He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres”.

Aquí contrasta la obra del hombre con la obra de Dios. La del hombre es pasajera y siempre imperfecta por más que se afane uno a la perfección. En cambio, las obras de Dios son perfectas y duraderas. Como ejemplo tenemos la obra maestra de Dios en la naturaleza que nos rodea. A un caballo no se le puede añadir ni quitarle una pata sin desequilibrar toda su función. Esta fue otra de las grandes frustraciones de Salomón. A pesar de tratar de hacer obras magníficas, como la del Templo, siempre sabía que era imperfecto y sujeto al desgaste. Recuerda en este sentido a los años finales de Leonardo da Vinci, otro Salomón en su genialidad. El escritor Paul Schaeffer relata: “Leonardo fue un químico, músico, arquitecto, anatomista, botánico, ingeniero mecánico y artista. Es también generalmente reconocido como el primer matemático moderno. No sólo conocía la matemática abstracta, sino que la aplicó para solucionar problemas de ingeniería. Fue uno de los genios singulares de la historia, y en su brillantez, se dio cuenta de que, sin Dios, si uno trata de encontrar sentido a la vida en forma humanística por medio de la matemática, sólo termina con cosas y no con valores. Entendió que el hombre, partiendo de sí mismo, nunca encontrará un sentido mayor a la vida. Lo único que se deduce por medio de la matemática es que todo, incluyendo al ser humano, se reduce a la mecánica, o a piezas como de una máquina. Por eso pensó que como pintor podía alcanzar lo que el matemático no era capaz – captar la esencia del “alma” humana, algo no físico. Sin embargo, nunca pudo pintar lo universal por medio de lo humanístico y fracasó en su intento. Cuando el rey Francisco I de Francia lo trajo a la corte, Leonardo se veía muy avejentado y desilusionado” (¿Y cómo entonces viviremos?, Schaeffer, p. 76-78). Tal como lo reconoció Salomón, a pesar de su gran genio, Leonardo tampoco pudo hacer algo con el alcance y la perfección que lo hace Dios.

Capítulos 3-4 - Las injusticias del sistema imperfecto del hombre

Eclesiastés 3:16-22: “Vi más debajo del sol; en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad. Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios… Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo. ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra? Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?”. De este modo, Salomón se vuelve escéptico hacia el futuro. Sabe que la justicia humana es imperfecta y muchas veces corrompida. También entiende que el hombre no tiene un “alma inmortal” y que muere igual que un animal. Más tarde aclara lo que es la muerte, que “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). No existe el concepto de la inmortalidad del alma en la Biblia, pero sí que el espíritu del hombre sube a Dios inconsciente hasta que despierte en la resurrección de los muertos (Eclesiastés 9:5; Eclesiastés 11:9).

Eclesiastés 4:1-2 “Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador. Y alabé yo a los finados, los que ya murieron, más que a los vivientes, los que viven todavía”. Salomón, aunque era un juez y gobernante, no se hizo ilusiones sobre la igualdad del hombre. Sabía que los más fuertes saben protegerse de las leyes por medio de las influencias y el dinero, mientras que los “oprimidos” no tienen ningunas de estas ayudas y normalmente pasan a llevar lo peor del juicio. A pesar de todas las reformas legales y los derechos humanos que hay hoy día, no existe forma de eliminar las injusticias basadas en las influencias y el dinero. Todo depende del estado moral de la sociedad en general. John Locke, el famoso escritor jurista, dijo una vez: “Dame un pueblo moral y obediente, y cualquier sistema de leyes funcionará”. A la inversa, si un pueblo está corrompido, ni aun el mejor sistema de leyes funcionará.

Sobre lo que puede esperar uno del trabajo

Eclesiastés 4:4-16: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo… Está un hombre solo y sin sucesor, que no tiene hijo ni hermano; pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad, y duro trabajo. Mejor son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; más ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”.

Al entrar en el mundo laboral, si uno es diligente y hace bien las cosas, puede esperar que esto despierte, en vez de alabanzas, más bien la envidia. Hay que aceptarlo como un hecho y no preocuparse al respecto. Uno puede estar tranquilo si hace las cosas, no importa cuál es su trabajo, “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no los hombres” (Efesios 6:6-7). 

Finalmente tenemos a los “trabajólicos”, que dedican toda su vida al trabajo para amontonar el dinero, y piensan poco en los demás. Luego se dan cuenta al final de su vida que no disfrutaron con sus seres queridos de estos bienes físicos cuando correspondía, porque siempre estaban trabajando o no querían gastar nada. Respecto al trabajo, siempre es mejor trabajar acompañado, pues nunca se sabe lo que le puede ocurrir si está solo. Es el principio ministerial de trabajar en parejas cuando sea posible (Lucas 10:1) y del matrimonio, donde se dividen las tareas entre masculinas y femeninas. Así en todos los casos cuando hay dos, se pueden separar las labores para sacar el máximo rendimiento.