#045 - Éxodo 17-19: Guerra con Amalec, Jetro - Pentecostés

Usted está aquí

#045 - Éxodo 17-19

Guerra con Amalec, Jetro - Pentecostés

Descargar
45exodo17-19_0 (324.08 KB)

Descargar

#045 - Éxodo 17-19: Guerra con Amalec, Jetro - Pentecostés

45exodo17-19_0 (324.08 KB)
×

A un día de alcanzar la meta de llegar al Monte Sinaí, de repente aparece un ejército de los amalecitas, parientes lejanos de Israel. Era un pueblo de nómadas del Sinaí y descienden de Amalec, el nieto de Esaú. Se habían enterado de la llegada de los israelitas, quienes aún guardaban enemistad como descendientes de Esaú.

Aquí aparece por primera vez el valiente y fiel ayudante de Moisés, Josué, quien dirige la defensa de Israel. Moisés manifiesta un atributo que lo caracterizaría durante su liderazgo – como intercesor del pueblo. Moisés, junto con Aarón su hermano y Hur (el cuñado de Moisés, según Josefo) sube a la cumbre de un collado y con las manos alzadas, ruega por la ayuda de Dios. Sin embargo, cuando sus brazos se cansaban, el poder espiritual que sostenía a Israel disminuía y Amalec prevalecía. Cuando vieron Aarón y Hur la relación que tenían los brazos de moisés con la fuerza del ejército de Israel, rápidamente lo hicieron sentarse sobre una piedra y ellos sostuvieron los brazos hasta que Israel obtuvo la victoria sobre Amalec.

El principio de “sostener los brazos” se usa para mostrar el apoyo que necesitaban los ministros de Dios para que la Obra de la Iglesia prevalezca sobre el mundo. “Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros, y par que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3:1-2).

Llama mucho la atención cómo Dios le manda a moisés dejar constancia del incidente para un día castigar severamente a Amalec. ¿Cuál fue la razón por tal acción? Como siempre encontramos una explicación lógica. En Deuteronomio 25:17-19 leemos la razón: “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios. Por tanto, cuando el Eterno tu Dios te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que el Eterno tu Dios te da por heredad para que la poseas, borrarás la memoria de Amalec”.

“El lenguaje indica que no se había dado ninguna ocasión para este ataque pero, como descendiente de Esaú, conservaban un rencor profundo contra Israel…Parece haber sido una sorpresa ruin, cobarde, insidiosa a la retaguardia y un desafío perverso contra Dios” (Comentario Exegético, p. 77).

Además Dios dijo que Amalec sería siempre un enemigo traicionero, que no cambiaría su actitud de odio hacia Israel (Éxodo 17:16) aún en los tiempos del fin (Sal 83:4). “Hoy día, algunas escuelas rabínicas en Israel enseñan que los árabes palestinos, muchos de quienes son los enemigos más implacables de los israelíes, son descendientes de Amalec. Esta idea puede tener alguna validez en vista de la profecía del continuo conflicto entre estos pueblos de generación en generación” (La Pura Verdad, Stump, 1988).

Después de la victoria, Dios le ordenó a Moisés que escribiera en un libro este pérfido ataque de Amalec, pues Dios los castigaría severamente más tarde cuando Israel llegará a poseer la tierra. En este versículo se hace la primera mención de escribir en un libro. ¿Cómo eran los libros de ese entonces? Aquí comenzamos la fascinante historia de cómo se escribió la Biblia.

Cuando le dijo Dios que escribiera en un “libro”, se refiere a un junco, del hebreo “gome”. Le mandó que escribiera en un junco o una caña.

La historia del libro se remonta a los tiempos de los egipcios que inventaron esta forma de escribir alrededor del año 3500 A.C. Es decir, unos 2000 antes de Moisés. Desde luego, que lo más antiguo viene escrito en piedras y en las tablillas de arcilla en Babilonia.

No obstante, el libro propiamente tal – liviano, portátil y en rollos – surge en Egipto. Este fue el medio que eventualmente suplantó todos los demás y se usó para escribir gran parte de la Biblia desde el tiempo de Moisés.

Es una injusticia entonces que los fenicios, quienes le copiaron el sistema a los egipcios, se quedarán con el nombre del invento egipcio (No existían “marcas registradas” en ese entonces). Así, en vez de llamarse “Papiria” en honor al nombre del junco de Egipto, llamado “papiro” por los griegos, llegó a ser llamada “Biblia” por un puerto fenicio llamado Biblos por los griegos. “Biblos” es el nombre de junco de Fenicia.

Así, Biblos, el puerto más famoso de Fenicia que exportaba los rollos de papiro, se quedó con el honor de identificarse con el famoso libro. Así cualquier rollo de estos juncos llegó a llamarse “biblon”. La palabra “Biblia” es sencillamente el plural de biblon y significa una obra de varios rollos de papiro. La única compensación que tuvieron los egipcios de su invento fue que el nombre “papel” quedó en honor al recuerdo del “papiro”.

Los “libros” hechos de papiro dominaron al mundo mediterráneo hasta los tiempos de Cristo. Los famosos “Rollos del Mar Muerto” del año 150 A.C. fueron escritos en papiro. En Apocalipsis 5:1, el apóstol Juan menciona un rollo de papiro escrito por ambos lados. Después se popularizó el pergamino, hecho de cuero que resistía mejor el uso.

Desde luego que Moisés, al ser educado desde la niñez en el uso del papiro, sabía muy bien como escribir las instrucciones de Dios. Arriba, tenemos una muestra de cómo fabricaba estos rollos de papiro. Estos rollos tenían un promedio de 20 horas o 10 metros de largo y 40 cm. de alto. Se leía de derecha a izquierda en columnas de 10 cm. de largo.

“La primera persona que la Biblia menciona que escribe algo es Moisés. Seis veces se señala a Moisés como el autor de varios escritos (Éxodo 17:14; 24:4; 34:27-28; Números 33:2; Deuteronomio 31:9, 24; 32:1-43). Además, las tradiciones más firmes de los hebreos le atribuyen a Moisés el haber escrito los primeros cinco libros de la Biblia. Cristo mismo entregó su testimonio de que Moisés escribió esos primero cinco libros (Lucas 24:44, Juan 7:19).

Una vez puestas por escrito las Palabras de Dios, es natural que los demás siervos de Dios sean inspirados de la misma forma. Así también “escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios” (Josué 24:26). Otros profetas fueron inspirados para escribir el resto del Antiguo Testamento. De modo que primero tenemos los libros escritos por Moisés y después por los otros profetas. Así llegaron a constituirse en una colección aceptada alrededor del tiempo de Esdras (400 A.C.). En el primer siglo, el historiador judío, Josefo, relata que ningún otro libro fue añadido al Antiguo Testamento después del tiempo del profeta Malaquías (440 A.C.)” (Como llegamos a tener la Biblia, Lighthoot, p. 19-20).

Una vez superada la guerra, Jetro, el suegro de Moisés lo visita y trae a la esposa de Moisés y sus dos hijos. El protocolo que se describe entre ellos es típico de los pueblos del Medio Oriente. “Sus saludos serían señalados por todo los actos cariñosos y sociales de amigos orientales: el uno que sale a encontrar al otro, la reverencia cortés, el beso en cada mejilla, y la entrada silenciosa a la tienda para conversar” (Comentario Exegético, p. 78).

La Biblia nos dice que Jetro era sacerdote de Madián (Éxodo 2:16), y descendiente de Abraham por Cetura (Génesis 25:1). Aunque habían pasado cuatrocientos años y no guardaban todas las leyes de Dios, Jetro conocía al verdadero Dios y ofreció una ofrenda en gratitud a lo que había hecho con Moisés e Israel. ¡Qué distinta fue la recepción de los madianitas a los amalecitas! Y, sin embargo, todos eran parientes.

Al ver Jetro cómo administraba Moisés la justicia ante una multitud de más de dos millones de personas, Jetro se alarmó. Le dijo que a ese ritmo Moisés sufriría un colapso nervioso. Así le aconsejó que delegara algunas de sus funciones a subalternos. No era la forma común de administrar la justicia en ese entonces, como aún ahora en gran parte del Medio Oriente. “Los gobernadores de Oriente se sientan ante la puerta más pública de su palacio o de la ciudad, y allí, entre una multitud de peticionarios, escuchan causas, reciben solicitudes, atienden quejas, y ajustan reclamos de parte de contendientes” (Ídem, p. 78).

Sin embargo, Israel tendría un gobierno expedito y estable que resolvería los problemas más pequeños hasta los más grandes en una escala ascendente de hombres responsables, experimentado y dedicados a Dios. “Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño” (Éxodo 18:25-26). Estos principios aún son los que usa la Iglesia hoy día. En ese entonces era Yaweh, o Cristo el Verbo, luego Moisés, luego los hombre de virtud según su experiencia y dedicación a Dios. En la actualidad, seguimos el mismo principio del gobierno de Dios, dado en Efesios 4:11 “Y él mismo (Cristo) constituyó a unos apóstoles; a otros profetas (no hay actualmente); a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros”. Noten que la autoridad viene de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba.

Esta forma de delegación se llama hoy día “la división de la labor”. Se usa actualmente en todas las naciones modernas para administrar los gobiernos, empresas y ejércitos. Lo damos por sentado ahora pero fue un enorme adelanto para ese entonces. “División de la labor: el proceso de separar las labores en un número de partes, con cada función cumplida por una persona o un grupo” (Enciclopedia Británica, Tomo 3, p. 585).

Fue además otro ejemplo de la mansedumbre de Moisés, al aceptar la idea de su suegro y entregar esa autoridad en vez de convertirse en un déspota oriental, como el faraón. Se requiere la mansedumbre para saber delegar y ocuparse sólo de las grandes decisiones. Noten también que Moisés le atribuyó la idea de su suegro cuando hubiera sido fácil habérsela otorgado a sí mismo para ganarse el tributo del pueblo.

Así llegaran al Monte Sinaí, “en el tercer mes de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día” (Éxodo 19:1). Esta fecha es de suma importancia, pues ese día fue jueves, pues la Pascua fue el un miércoles, igual que la Pascua final que Cristo tomó. Han pasado exactamente cuarenta y siete días desde la salida de Israel y faltan tres más para completar los cincuenta días. Dios le dice a Moisés, “Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día el Eterno descenderá a los ojos de todo el pueblo sobre el Monte Sinaí” (v. 10-11).

Esto significa que será el día de PENTECOSTÉS del Antiguo Testamento. (Pentecostés significa “contar cincuenta” en griego). “He aquí la fiesta de Pentecostés, o sea, el día quincuagésimo. Fue la inauguración de la iglesia del Antiguo Testamento, y la sabiduría divina es clara en la elección de la misma estación par a la institución de la iglesia del Nuevo Testamento (Vea Hechos 2:1)” (Ídem, p. 78).

Así vemos en el calendario bíblico que después de tomar la Pascua, el día sábado 15 salen de Egipto. El día 16, el domingo, comienza el conteo de cincuenta días, pues se cuenta del domingo que sigue a la Pascua (Levítico 23:15). De este modo, cincuenta días más tarde, el 6 del tercer mes, un domingo, Dios hace el pacto con Israel que inicia la Iglesia del Antiguo Testamento. En este Pentecostés se entregó la ley, y en el otro Pentecostés, del Nuevo Testamento, se otorgaría el Espíritu Santo. Los dos elementos eran necesarios y por eso, sólo la Iglesia del Nuevo Testamento sería completa – la letra junto con el espíritu. Es lo que Dios sabía que necesitaban los israelitas (Deuteronomio 5:29).