¿Realmente le importamos a Dios?
Esta época del año debiera recordarnos la extraor- dinaria historia de cómo Dios liberó a los israe- litas de la esclavitud en Egipto. El deseo de Dios era que ellos sirvieran como modelo para otras naciones y mostrar así las bendiciones que produciría el obedecerlo (ver Deuteronomio 4:1-9). Con tal propósito, les dio instrucciones específicas sobre cómo adorarlo.
Pero cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir más instrucciones, los israelitas, en lugar de obedecer fiel- mente a Dios, ¡discurrieron “una mejor idea”!: fabricaron un becerro de oro con la intención de celebrar “una fiesta al Eterno” (Éxodo 32:5). Presentaron ofrendas, festejaron y “se entregaron a diversiones paganas” (v. 6, Nueva Tra- ducción Viviente). Desobedecieron a Dios y mezclaron la adoración pagana que habían aprendido en Egipto con las instrucciones que él les había dado.
¿Cómo reaccionó Dios ante esto? Le dijo a Moisés: “¡Baja ya de la montaña! Tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. ¡Qué pronto se apartaron de la forma en que les ordené que vivieran!” (vv. 7-8, NTV, énfa- sis nuestro en todo este artículo).
Obviamente, Dios espera un comportamiento muy superior de parte de quienes dicen seguirlo. Él desea que su pueblo lo adore “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24), no plegándose a prácticas paganas idólatras y redefinién- dolas como si en alguna forma pudieran honrar al Dios verdadero.
¿Qué tan disgustado estaba Dios con lo que hizo el pue- blo? Le dijo a Moisés: “Ahora quítate de en medio, para que mi ira feroz se encienda contra ellos”, y determinó des- truirlos (vv. 9-10, NTV). Acabó perdonándolos, pero úni- camente porque Moisés le rogó por ellos (vv. 11-14).
Entonces, ¿qué resultado produjo la decisión de los israe- litas de mezclar prácticas paganas con las instrucciones de Dios? Como castigo por este “gran pecado” (vv. 30-31), 3000 israelitas perecieron (vv. 27-28). ¡Su experimento fue catastrófico!
El apóstol Pablo explicó que el proceder de los israelitas es un ejemplo continuo para nosotros y que “se pusieron por escrito para que nos sirvieran de advertencia a los que vivimos en el fin de los tiempos” (1 Corintios 10:1-11, NTV). De hecho, su ejemplo tiene lecciones importantes para los cristianos en la actualidad. Esa generación insensata que adoró al becerro de oro nunca aprendió a obedecer fielmente a Dios. Deambularían por el desierto durante cuarenta años hasta que murieran (Números 14:33-35), y así Dios podría trabajar con la siguiente generación.
Parte de las claras instrucciones que Dios les dio a ellos y a sus descendientes fue una rotunda advertencia contra la incorporación de prácticas y tradiciones paganas en su adoración: “Cuando el Eterno tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo tam- bién les serviré. No harás así al Eterno tu Dios; porque toda cosa abominable que el Eterno aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deuterono- mio 12:29-32).
Lamentablemente, ni siquiera así prestaron atención a las instrucciones de Dios y vez tras vez cayeron en prácticas paganas. Después de advertirles insistentemente a través de sus profetas, la paciencia de Dios se agotó. Finalmente la nación se dividió y fue invadida, y el pueblo fue llevado cau- tivo por naciones extranjeras, primero por el Imperio asirio y luego por el Imperio babilónico (2 Reyes 17:7-20).
A pesar de esta trágica historia, millones de personas hoy creen que la prohibición de mezclar prácticas paganas con la adoración al Dios verdadero fue abolida por Jesu- cristo y la Iglesia primitiva. ¡Pero esta es una mentira peli- grosa y letal! Note lo que el apóstol Pablo escribió al pueblo de Dios en Corinto, una ciudad sumida en el paganismo y prácticas idólatras, con respecto a si tales cosas tienen cabida entre el pueblo de Dios:
“¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué acuerdo tiene Cristo con [el diablo]? ¿O qué parte tiene el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? . . . Por lo cual, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Eterno. No toquéis lo inmundo, y yo os recibiré . . . Así que, amados, puesto que tenemos tales pro- mesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:14–18; 7:1).
¿Realmente le importamos a Dios? Definitivamente sí. Esta época del año es un claro recordatorio de que nosotros, al igual que los antiguos israelitas, tenemos una opción. ¿Seguiremos a Dios o la tradición humana? Los artículos de esta edición le ayudarán a adquirir el cono- cimiento, la sabiduría y el valor necesarios para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24). BN