¿Qué tiene que ver el Día de Expiación con Jesucristo?
Uno de los capítulos más misteriosos del Antiguo Testamento es Levítico 16, porque se refiere al Día de Expiación que se observa el décimo día del séptimo mes del calendario hebreo (ver Levítico 23:26-32). El capítulo 16 describe una serie de sacrificios de animales que se realizaban para esta ocasión, incluidos dos machos cabríos cuyos propósitos diferentes se determinaban echando suertes, y el ingreso del sumo sacerdote de Israel al Lugar Santísimo. Este capítulo también nos ordena que debemos ayunar en este día.
En definitiva, Levítico 16 enfatiza los dos roles que Dios nuestro Padre le dio a Jesucristo para que fuera nuestro Sumo Sacerdote y el supremo sacrificio por nuestros pecados, y también para que eliminara completamente la fuente principal del pecado.
Un Sumo Sacerdote sin pecado
Leemos en Levítico 16:4 que el sumo sacerdote del antiguo Israel debía lavar su cuerpo para esta ocasión y luego vestirse con las ropas sacerdotales. En los versículos 5-6 leemos que debía ofrecer un macho cabrío para expiación por él y su casa. Esto es muy significativo ya que nos demuestra que nadie está libre de pecado, ni siquiera el sumo sacerdote terrenal (ver Hebreos 5:1-3) y que, como tal, también necesitaba ser perdonado y debía lavar su cuerpo antes de realizar sus labores sacerdotales.
Pero Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote enviado por Dios, nunca necesitó perdón (Hebreos 3:1; 7:26-28). “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Satanás no pudo sembrar nada de su perversa naturaleza en él (Juan 14:30).
El sumo sacerdote de Israel debía usar una “túnica sagrada de lino y la ropa interior de lino” y ceñirse “con la faja de lino” (Levítico 16:4, Nueva Versión Internacional). Esta vestimenta es parecida a la que llevaba Cristo cuando se le apareció en visión al apóstol Juan. Jesús fue visto de pie “en medio de los siete candeleros . . . vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro” (Apocalipsis 1:13). Algunos eruditos señalan que la palabra traducida como “ropa” en este versículo se refiere a la vestimenta sacerdotal.
Dos machos cabríos: uno por el Eterno y el otro por algo diferente
A continuación, el sumo sacerdote tomaba los dos machos cabríos. Uno de ellos representaría al Señor [Jesucristo] y el otro, a menudo llamado “macho cabrío expiatorio”, representaría algo diferente. El sumo sacerdote echaba suertes para determinar a quién representaría cada animal (v. 8).
Notemos el versículo 9: “Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por el Eterno, y lo ofrecerá en expiación”. Este macho cabrío, que representaba al Señor, era sacrificado como ofrenda por el pecado. Claramente simbolizaba a Jesucristo, quien fue sacrificado como ofrenda suprema por los pecados del mundo entero.
En vista que son dos los machos cabríos que participan de la ceremonia, muchos piensan que ambos representaban al Señor. Pero leamos con detención lo que dice Levítico 16:8: “Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por el Eterno, y otra suerte por Azazel” (algunas versiones de la Biblia mantienen la palabra hebrea Azazel sin traducir). Claramente, solo un macho cabrío debía representar al Señor.
Veamos Levítico 16:10: “Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante del Eterno para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto”.
Entonces este macho cabrío, a diferencia del otro que representaba al Señor, no era sacrificado. Levítico 16:21-22 dice “y le impondrá [Aarón] las manos sobre la cabeza. Confesará entonces todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Así el macho cabrío cargará con ellos, y será enviado al desierto por medio de un hombre designado para esto. El hombre soltará en el desierto al macho cabrío, y éste se llevará a tierra árida todas las iniquidades” (NVI, énfasis nuestro en todo este artículo).
Esta expulsión del macho cabrío al desierto es la razón por la cual la palabra Azazel se traduce como chivo expiatorio, o macho cabrío que escapa. Muchos eruditos consideran que Azazel es el nombre de un demonio que moraba en el desierto.
Es evidente que Azazel se opone al Eterno; de hecho, es el gran enemigo, Satanás el diablo.
Jesucristo llevó nuestros pecados a la cruz pagando por ellos con su propia sangre (y Jesucristo resucitado era representado por el sumo sacerdote al presentar la sangre del cordero sacrificado ante Dios). Por el contrario, Satanás lleva la culpa de los pecados ya que fue el primero en engañar al ser humano en el huerto del Edén y continúa engañando a la humanidad hasta el día de hoy (2 Corintios 11:3). Él es el tentador (Mateo 4:3) que incita al mundo a pecar.
El sumo sacerdote ponía los pecados sobre este macho cabrío y luego lo soltaba en el desierto, representando así el destino de Satanás y sus demonios al regreso de Cristo. Ellos serán encarcelados al principio del gobierno de Jesucristo sobre las naciones, como Juan lo describe en Apocalipsis 20:1-3:
“Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años”.
Jesús murió por nuestros pecados, pero Satanás es responsable de habernos incitado a pecar y será desterrado por esta causa. Y una vez que el instigador del pecado sea encerrado, el mundo podrá experimentar la verdadera unidad con Dios.
Hay que considerar que si el macho cabrío que vive representa a Cristo resucitado, significaría que los pecados que Jesucristo llevó a la cruz fueron otra vez colocados sobre él después de su resurrección, y claramente esto no es lo que sucedió.
Hay otra distinción que los eruditos han observado. Vemos que el macho cabrío que representaba a Azazel debía ser sacado de Israel; en otras palabras, ya nunca habitaría con la humanidad. Este destierro encaja perfectamente con el destino de Satanás. Sin embargo, el papel de Jesucristo es diametralmente opuesto, ya que él ha prometido estar con su pueblo para siempre. “Porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).
Jesús como Sumo Sacerdote y sacrificio perfecto por toda la humanidad
En Levítico 16:17 leemos sobre el sumo sacerdote de Israel: “Ningún hombre estará en el tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario”. El sumo sacerdote realizaba la expiación solo. Cristo también cumplió su deber solo. “Todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Marcos 14:50). De hecho, se sintió tan solo que clamó a su Padre, diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). En ese momento, Jesús estaba cargando solo con los pecados de toda la humanidad.
Y con su extraordinario sacrificio, Jesús cumplió con el sistema sacrificial que Dios le dio a Israel (ver Hebreos 9:13-14). Los sacrificios de animales durante Expiación, y los otros que se hacían en otros días, en realidad eran un simbolismo del sacrificio de Jesucristo que se llevaría a cabo más adelante.
En Hebreos 10:4 se afirma “ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados”. Y en los versículos 8-10 leemos: “Primero dijo: ‘Sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones no te complacen ni fueron de tu agrado’” (a pesar de que la ley exigía que se ofrecieran). Luego añadió: “‘Aquí me tienes: He venido a hacer tu voluntad’. Así quitó lo primero para establecer lo segundo. Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre” (NVI).
Estos versículos afirman claramente que el sistema sacrificial no es necesario en la actualidad, ya que tenemos el sacrificio que necesitamos, el de Jesucristo. De hecho, “se ha presentado [a su Padre] una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (Hebreos 9:26, NVI). Este sacrificio único y de una vez para siempre de nuestro gran Sumo Sacerdote es más que suficiente para pagar por los pecados de toda la humanidad.
Hoy en día, sin embargo, el sacrificio de Jesucristo y su obra sacerdotal son aceptados con arrepentimiento solo por unos pocos. Pero después que él regrese, toda la humanidad podrá entender verdaderamente lo que él ha hecho por nosotros.
Es interesante mencionar que el sacrificio de Jesucristo se representa vívidamente en la fiesta primaveral de la Pascua, el día en que verdaderamente murió, y también en la fiesta otoñal del Día de Expiación. Nuestro folleto gratuito Las Fiestas Santas de Dios señala: “Tanto el Día de Expiación como la Pascua nos enseñan acerca del perdón del pecado y nuestra reconciliación con Dios por medio del sacrificio de Cristo. Por ahora, la Pascua se aplica personal e individualmente a los que Dios ha llamado en este tiempo, en tanto que el Día de Expiación tiene implicaciones mundiales muy importantes”.
El sacrificio de Cristo y su obra de intercesión como Sumo Sacerdote nos permiten acudir ante el trono de Dios continuamente (Hebreos 4:14-16) para entrar al Lugar Santísimo en un sentido espiritual, y expulsar a Satanás de nuestras vidas. Sin embargo, ni Israel ni el resto del mundo podrán experimentar esto hasta que la humanidad en general se arrepienta después de la segunda venida de Cristo y cuando se lleve a cabo el destierro definitivo de Satanás del mundo (como se representa en las fiestas otoñales).
Una observancia para guardar hoy, con ayuno
En Levítico 23:27 Dios ordenó al antiguo Israel: “A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida al Eterno. Ningún trabajo haréis en este día” (ver también Levítico 23:26-32). En otras palabras, tenían que ayunar por un periodo de veinticuatro horas.
Salmos 35:13 dice que el rey David afligió su alma con ayuno. Afligir el alma o el ser se refiere a un proceso que nos enseña humildad cuando ayunamos. Este día de ayuno tiene el propósito de acercarnos a Dios con humildad, arrepentidos y deseosos de obedecer y practicar el autocontrol con la ayuda de Dios cuando lo buscamos.
Este tiempo de ayuno no debe tener como objetivo parecer justos frente a los demás (Mateo 6:16). Ayunar para aparentar frente a otros es hipócrita y vano. Las Escrituras nos dicen que debemos ayunar solo para la gloria de Dios (Zacarías 7:5).
Ayunar representa la actitud de humildad, arrepentimiento y obediencia que debemos tener como cristianos. Cristo prometió que, en los tiempos posteriores a su primera venida, sus discípulos tendrían que ayunar (Mateo 9:15).
De hecho, el Día de Expiación es mencionado incluso mucho después de la muerte y resurrección de Jesucristo como “el ayuno”, en Hechos 27:9. Pablo y su compañero Lucas estaban aún observando este día santo por medio del ayuno. Muchos comentarios bíblicos reconocen que este versículo se refiere al Día de Expiación. Ciertamente, si Pablo, el apóstol de los gentiles, observó este día, entonces los cristianos de hoy deberían seguir su ejemplo (1 Corintios 11:1) y observarlo de igual manera.
Levítico 16 es un capítulo que se destaca por presentar dos de los principales roles de Jesucristo. El sumo sacerdote del Antiguo Testamento representaba el papel de Jesucristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, y el macho cabrío que era sacrificado representaba el gran sacrificio que nuestro amado Padre hizo por el mundo entero para que, como dice Juan, “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).