¿Podemos creer en las promesas de Dios?
Probablemente la parte más destacada de la historia de Abraham es la que se halla registrada en Génesis 12:1-3, donde Dios le hace una serie de magníficas promesas: “Pero el Eterno había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (énfasis nuestro en todo este editorial).
En la medida que Abraham demostraba su fiel obediencia, Dios ampliaba esas promesas. En Génesis 17:16, Dios le aseguró con respecto a su esposa Sara, quien no había tenido hijos y ya tenía 90 años: “. . . vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella”.
Además, en Génesis 22:17-18 Dios prometió a Abraham: “De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”.
Así vemos que las promesas de Dios a Abraham incluían, entre otras cosas, lo siguiente:
- “Todas las naciones de la tierra” serían bendecidas a través de él.
- Dios haría una gran nación de sus descendientes.
- “Naciones” y “reyes de pueblos” procederían de él por medio de su esposa Sara.
- Sus descendientes se contarían “como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”.
¡Qué promesas tan asombrosas! Y al hijo de Abraham, Isaac, a su nieto Jacob (renombrado Israel) y a su bisnieto José se les dieron promesas y profecías más específicas.
Sin embargo, Hebreos 11:13 nos dice de Abraham y otros hombres y mujeres fieles a Dios: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido . . .”, lo que nos lleva al título de este artículo: ¿Podemos creer en las promesas de Dios?
La respuesta breve es ¡por supuesto que sí! Pero debemos comprender que Dios actúa en un plano completamente distinto al nuestro como seres humanos (Isaías 55:8-9). Para él, “un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8). Este “Alto y Sublime, el que habita la eternidad”, no está limitado por el tiempo como nosotros (Isaías 57:15). Las posesiones humanas y las reivindicaciones territoriales son infinitesimales comparadas con un Dios que dice “mía es toda la tierra” (Éxodo 19:5) y “Todo lo que hay debajo del cielo es mío” (Job 41:11).
Dios cumple sus promesas, pero mediante formas y plazos que nuestra mente finita tiene dificultades para comprender. Esto nos lleva al tema de esta edición: la historia e importancia bíblica del trono real y del Imperio británico y de las principales naciones de habla inglesa que surgieron de ese imperio, en particular Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Hace menos de un siglo, el Imperio británico era la mayor potencia mundial. Se decía que era el imperio en el que nunca se ponía el sol, es decir, que abarcaba el planeta desde Europa hasta África, pasando por América del Norte y del Sur, Asia, Australia y muchas islas intermedias. Durante dos siglos fue la potencia mundial dominante, y su armada regía los mares.
Pero ¿cómo una pequeña nación insular del tamaño aproximado de Ecuador se convirtió en una superpotencia mundial? Aunque parezca imposible, ¡Gran Bretaña y sus colonias dominaron el planeta durante dos siglos y dieron inicio al mundo moderno!
Una vez que Gran Bretaña perdió su preeminencia tras la Segunda Guerra Mundial, una de sus antiguas colonias, Estados Unidos, se convirtió en la nueva superpotencia mundial, posición que ocupa desde hace tres cuartos de siglo.
¿Existe alguna relación entre el ascenso y el dominio mundial de estas dos potencias con las asombrosas promesas hechas a Abraham hace casi 4000 años? Esas promesas no se cumplieron en tiempos de Abraham, ni en tiempos de los reinos de Israel y Judá que descendieron de él. Pero sí se han cumplido, y de un modo verdaderamente extraordinario, dando testimonio de la fidelidad de Dios y de la asombrosa exactitud de las profecías bíblicas.
Esperamos que lea cuidadosamente esta edición, ¡y que se maraville de que podamos creer en todas las promesas de Dios! BN